Madre: Puntos suspensivos.
Mientras Park derrama lágrimas de rímel junto a la ventana, Alana sueña con memorias trastocadas de un tiempo atrás.
•••
—Este es un cuento con final triste—Rose se rasca la nariz con inseguridad, intenta esconder lo que salta a la vista, sus terribles problemas con la ansiedad.
Alana y Park siguen teniendo once años, están a días del esperado 15 de noviembre en el que la pubertad les golpeara física y emocionalmente.
Y sin embargo Rose Lane, no tiene entre sus planes comprarles un pastel.
Han pasado tres semanas desde el día D.
Pero Rose sigue clamando a Eros, le reprocha, a la misma hora, justo antes del atardecer, pero el dios se niega a responde.
Recita fragmentos de Bukowski y estrella la cara contra las almohadas en busca de aire.
No hay noche que no busque licor de albaricoque en la alacena y lo empine en su boca.
—El terapeuta llamó ayer—murmura Alana y se muerde los labios de preocupación. Las niñas están rígidas en sus sillas, con la espalda derecha.
Rose la acalla.
Park esta muda al otro lado de la mesa, se acaricia la cabeza a sí misma con dificultad e intenta elevar su propio ánimo forzando una sonrisa.
—Como decía, voy a contarles un cuento como cuando eran pequeñas y adorables, y no me cuestionaban—Alana nota un quejido en su respiración, Rose se restriega los ojos mientras intenta recuperar lo que le resta de compostura—. No es acerca de princesas y príncipes, ni de zapatillas, bailes o hombres con barba azul. Los protagonistas son, una chica dulce de dieciséis años, sensible, llorona, que ama usar lápiz de labios con aroma a fresa, comer solo cosas dulces y las flores de cerezo...
El Cómo.
Jonny no ama las flores de cerezo, ni el sabor de sus frutos.
Y sin embargo su relación con Rose Sparks inició como un flechazo.
Cupido lo había alcanzado directo en el ventrículo izquierdo, de donde emerge la aorta, el gran vaso que hace fluir la sangre hasta el extremo más distal del cuerpo.
Él tenía solo 17 años.
Era lozano, infantil y ciego.
Totalmente ignorante de las dificultades del amor. El dolor, los celos y las inapetencias, no existían en el diccionario de su ilusión.
Era gallardo e impetuoso y metió la cabeza primero como buen marinero.
La abordó sin rodeos como todo soñador, le prometió polvo de estrellas y diamantes para el desayuno, no olvidarse de su aniversario y la eternidad enamorado.
Rose cayó en el agujero del conejo sin pensarlo.
Del Por qué.
Rose o Rosa fresa como empezó a llamarla Jonathan, era el arquetipo de mujer soñada de muchos hombres en los años 60.
Claro que estamos hablando que cuando se dio su encuentro eran los 80, pero eso no le restaba encanto.
Sonreía de forma angelical, se peinaba el cabello rojo en trenzas complicadisimas y tenía un sex appel de conejita.
Y lo más importante de todo siempre decía que si:
—¿Amor te apetece ir a por una hamburguesas?
—Si.
—¿Y a ver el estreno del retorno del Jedi?
—Claro cariño.
Como explicarlo de mejor forma, Jonny era feliz.
Del Cuando.
Jonathan le propuso matrimonio seis años después, habían vivido en un ensueño de película.
Tardes jugando en la consola al Tetris, apilándose el uno al lado del otro, los desayunos en el piso del ella, fingían que eran amantes aprobados por la ley y no chicos de 20 años locamente enamorados.
Se besaban en la lluvia de todas las historias clichés, cobijados bajo el paraguas transparente de ella, imperturbables a pesar de las luces de los carros, la tempestad Shakespeariana y todo el caos que podría suceder.
Estaban brutalmente hechizados el uno por el otro, lo único que les faltaba era el anillo en la mano.
Y aquel día de marzo en el que Rose Sparks cumplía los 23 años, Jonny la convertía en una Lane.
Del Dónde.
Rose y Jonathan Lane se enamoraron en la secundaria Bradbury, en un lugar con nombre hasta el momento desconocido.
Pasaron juntos por lo momentos de infortunio con los amigos, por las riñas con los padres, por la definición existencial de uno mismo y por el movimiento independetista de partir de casa.
Del Quién.
Desde el punto de vista de Rose el culpable había sido Jonny.
El la había abandonado con dos pubertas que cuidar, que constantemente se negaban a seguir sus instrucciones y pedían permiso para salir todos los viernes.
Para Jonathan, la saboteadora era ella.
Egoísta y aprensiva, no quería salir más a solas con el, le prestaba más atención a cosas superfluas como compras y tomar café con las amigas.
Alana y Park consideraban que la culpa era de ambos.
Pero ¿Quien era el verdadero culpable o acaso sería que hubo múltiples factores, que llevaron directamente al asesinato del amor entre J y R?
Alana emerge de una nube de humo y se llevaba una pipa imaginaria a la boca con terquedad, esta dispuesta a resolver el inmenso rompecabezas, que llevó a su familia de la prosperidad a la calamidad.
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