Miedo a la oscuridad. Parte 2
Las horas se sucedieron y el temido momento por los Khúnar llegó. La luz roja de poniente avisaba de la inminente puesta del sol, y el sonido del Cilindro de Rávenor hizo que los corazones de los Khúnar palpitasen con fuerza.
Rávnar combatía en ese momento por tomar el control de una pequeña plaza al sur de la ciudad, cuando escuchó la voz ronca de Thoron a su espalda.
- Rávnar. - dijo la voz entre jadeos – Ha llegado el momento, debes acompañarme.
Rávnar miró alrededor y vio que tropas Khúnar llegaban desde la retaguardia ocupando el lugar de sus hombres.
- Está bien, Thoron, ¿pero adónde me llevas?
- No preguntes y sígueme.
Rávnar llamó a cinco de sus soldados y siguió a Thoron hacia un callejón donde los hombres de este acumulaban a los muertos y trataban a los heridos. Allí, Thoron se tumbó sobre una camilla y pidió a Rávnar que hiciese lo mismo.
- Si no te importa, - dijo el nuevo regente de Arcas – mis hombres serán los que me lleven.
- No hay problema. – respondió Thoron – Seguidnos. Hay que ir rápido.
Los soldados cubrieron a sus comandantes con unas togas oscuras y se dirigieron hacia el exterior de la ciudad. Atravesaron el muro por los restos de lo que había sido un fuerte portón y cruzaron la llanura hasta llegar al campamento. Allí caminaron por entre las tiendas Khúnar, donde un soldado lanzó un hueso de cordero sobre la camilla donde iba Thoron.
- Muertos importantes, ¿eh? ¿Creéis que ocultándolos a la vista de vuestros hombres no se darán cuenta de su falta?
- No es esa nuestra intención, Khúnar. – respondió uno de los guardias personales de Thoron – Solo queremos rendirles un último homenaje. Y que nuestros sacerdotes guíen sus almas por el sendero de los muertos.
Así continuaron hacia una gran tienda alejada de los Khúnar, donde Thoron hacía llevar los muertos para ungirlos con aceites aromáticos antes de depositar sus cuerpos en la pira funeraria.
Diez guardas fuertemente armados les dejaron entrar tras comprobar sus identidades. Allí depositaron las camillas en el suelo, destaparon los cuerpos y se fueron.
- Buenas noches, caballeros. – dijo una voz con acento Khúnar.
Rávnar se levantó y vio una larga mesa. En medio de ella se encontraba Kyrain, y a su lado había un nutrido número de nobles Khúnar y también los cabecillas de las tropas aliadas.
- Tomad asiento, os estábamos esperando para empezar. – siguió Kyrain – Bienvenido Rávnar, regente del reino de Arcas.
Rávnar asintió con la cabeza y tomó asiento al lado de Thoron. Todas las miradas se centraban en él y sintió tensión por ello. Se imaginaba la razón por la que estaba allí. Kyrain siguió hablando con los que le rodeaban como si nada hubiese sucedido.
- Como os decía, los datos son abrumadores. O quizá no tanto. – y esbozó una sonrisa de macabra satisfacción. Después mandó llamar al escriba y este le trajo un papiro en el que había escrito unas cifras. – Solo el primer día de asedio, contando los caídos durante la noche, murieron más de diez mil Khúnar. Durante el día yo mismo tuve grandes pérdidas pero durante la noche los Alisios se cebaron con las tropas de élite de Marduk. Murieron más de seis mil Alacranes. ¿Sabéis cuántos cuerpos de soldados Alisios quedaron tendidos en el campamento al finalizar el ataque?
Miró a los que le rodeaban y respondió:
- Unos cuatrocientos cincuenta.
- Un día. – dijo irónicamente un hombre que se encontraba frente a Rávnar – Eso dijo Marduk que duraría el asedio. Llevamos seis días y cinco noches luchando sin descanso. Hemos perdido a muchos soldados.
- Pero Marduk ha perdido a muchos más. – contestó Kyrain apretando el puño – En los primeros cinco días ha perdido a unos treinta mil hombres, por nueve mil de los nuestros en conjunto. Y a este ritmo tardaremos cuatro o cinco días más en tomar la ciudad. Para cuando esto termine Marduk habrá perdido a más de sesenta mil hombres, y nosotros a unos dieciocho o veinte mil.
- Aún así, - dijo otro hombre que estaba sentado frente a Kyrain – ¡seguirían siendo cien mil contra setenta mil de los nuestros…!
Rávnar carraspeó y todos le miraron.
- Supongo que habéis incluido a mis quince mil hombres a la hora de realizar esos cálculos, a juzgar por los números. – dijo – ¿Y si estos se niegan a apoyaros? Además, ¿qué pasa con los quince mil jinetes que llegarán acompañando a Vedira en pocos días? Está claro que desequilibran la balanza…
Kyrain rió.
- Sí, pero a nuestro favor. - respondió, y pidió a Thoron que pusiese a su amigo al día mientras él seguía hablando con los demás.
- Verás, Rávnar. – explicó Thoron – La situación es algo más compleja de lo que crees. Hace unos años Marduk se las ingenió para que el máximo mandatario de los estamentos religiosos fuese acusado de alta traición a los dioses. Se le acusó de adorar a dioses paganos y se falsificaron pruebas en su contra. Su lugar fue ocupado por Vedira, una sacerdotisa afín a las ideas expansionistas de Marduk. Así este se garantizaba el control religioso en el país y el apoyo del ejército del clero. Pero Vedira no fue bien recibida por la mayoría de sacerdotes, ya que ello sumía al poder religioso a la voluntad del rey. Ahora, casi dos años después, se urde la traición.
- Vedira será eliminada en cuanto deje de ser necesaria. A cambio, yo devolveré su estatus a los sacerdotes. – dijo Kyrain, quien aún hablando con otros hombres estuvo atento al relato de Thoron y nada más acabar este continuó hablando – Y no tengo ninguna duda de que podemos contar con los hombres que trae Vedira. ¿Qué me dices de los tuyos?
Rávnar se sintió halagado porque por fin alguien entre los Khúnar le trataba con el debido respeto.
- ¿Qué gano yo a cambio? – respondió.
- Primero que podrás salir de este lugar con tu cabeza sobre los hombros, - dijo Kyrain en tono clarificador – y después que quizá la veas decorada con la corona de los reinos de Arcas e Iriana, aliados de los Khúnar en lo sucesivo.
- Piénsalo bien, Rávnar. – dijo Thoron posando su fuerte mano sobre el antebrazo del Arcadio – Nuestros pueblos pasarían de sometidos al estatus de aliados.
- Siempre bajo la tutela de mis Khúnar, evidentemente. – apuntilló Kyrain.
- Creo que no tengo más remedio que aceptar. – dijo Rávnar sin poder ocultar su satisfacción – ¿Pero, y los Alisios? ¿Porqué no aliarse también con ellos para hacer frente a Marduk?
- Imposible. – Contestó Kyrain – Jamás se debe contar con aliados más poderosos que uno mismo. Alisa sería un reino difícil de someter si se diese el caso, como estamos comprobando. Serán los grandes sacrificados de este juego, pero debilitarán a Marduk lo suficiente como para que podamos derrotarlo. Yo ocuparé su lugar, y vosotros seréis los adalides de mi poder en cada uno de los rincones de mi gran reino.
Volvió la mirada hacia Rávnar y preguntó:
- ¿Con cuántos soldados cuenta el reino de Arcas?
- Partí con unos diecisiete mil hombres, ahora seremos unos quince mil.
- ¿Y cuántos de ellos están entrenados para luchar en la falange? – preguntó Kyrain con avidez.
- Unos doce mil. – respondió Rávnar sabedor del potencial de su ejército si contase con el número suficiente de tropas que lo protegiesen por los flancos.
Kyrain no pudo evitar esbozar una espontánea sonrisa. Después, siguió hablando con algunos de los hombres que se sentaban ante él. Rávnar se acercó a Thoron y preguntó en voz baja:
- ¿No es un poco arriesgado que estemos todos en la misma tienda cuando fuera ya ha anochecido?
- ¿Lo dices por los Túgmot? – respondió Thoron – Parece que no les interesan mucho este tipo de lugares, no es muy rentable atacar un lugar donde la mayoría de los seres que lo ocupan son muertos.
Rávnar miró alrededor, donde los cadáveres yacían ordenados esperando a que se los preparase para conducirlos a la pira funeraria.
- ¿Y si los Túgmot cambiasen de opinión, o si sospechasen que nos reunimos en este tipo de lugares?
- Mala suerte para nosotros, buena para Marduk. – dijo Thoron encogiendo los hombros.
En la ciudad, los gritos de guerra seguían siendo dueños de los callejones. Erin había recuperado el control de una plaza que albergaba un pequeño templo erigido en honor a los dioses del viento. Estaba sentado en la valla de piedra que rodeaba el pequeño estanque que había ante el templo cuando Gílam tomó tierra a su lado. Tras él llegaron Odnumel y Gróndel.
- ¿Qué tal estás, Erin? – preguntó Gílam preocupado por el estado de su amigo.
- Bien, Gílam, solo estoy un poco cansado.
- Ahora irás a descansar unas horas. – dijo Odnumel sentándose al lado de Erin – Sacaremos a los Khúnar de la ciudad durante la noche, pero creo que intentar retomar las murallas sería muy costoso en lo que a vidas humanas se refiere. Será mejor que nos dediquemos a sacar a Marduk de su escondrijo.
- Además, - continuó Gróndel – con el estado actual de las defensas externas, no tardarán en sobrepasarlas cuando llegue el día.
- Vamos, ve a descansar junto a Maia, nosotros nos ocuparemos de todo. – dijo Gílam a Erin – Janti y Bram han salido ya con sus hombres.
- ¿Has estado con Maia? – preguntó Erin con cierto aire de tristeza.
- Sí, he ido a verla y sabe que estás bien. No te preocupes, Erin, es una mujer muy fuerte. Sería más fácil arrancar de raíz un árbol centenario que derribarla a ella. Ve y disfruta de su compañía, te reconfortará.
- Lo sé. – respondió Erin algo más aliviado. Se levantó y se despidió de los Gárgol – Nos veremos antes del amanecer.
Gílam, Odnumel y Gróndel subieron a lo alto de un torreón y retomaron el vuelo. Desde el aire avistaron cada punto de la ciudad en el que seguía la lucha. Miles de Khúnar ocupaban los callejones periféricos y prendían fuego a todo lo que encontraban a su paso rodeando la ciudad con un anillo de fuego, pero los Alisios contenían su avance en un manifiesto de fortaleza y valor. Los Gárgol plegaron sus alas y descendieron en picado hacia el enemigo.
- Tuya es la cara norte Gílam, yo liberaré el Este. – dijo el rey de los Gárgol antes de separarse de su amigo – Los demás harán el resto.
Gílam viró al Norte y aterrizó al lado de Janti, quien se preparaba junto a sus hombres para el ataque. Le indicó cuáles eran las calles que los Gárgol iban a liberar en esa zona. Después los Alisios avanzarían a través de ellas hasta poder tomar a los Khúnar por la retaguardia.
Dos calles a la derecha un grupo de Alisios contenía a duras penas a los Khúnar, quienes habían lanzado tres ataques consecutivos a su posición. Los invasores volvieron a cargar y los Alisios juntaron sus líneas para resistir el choque. Entonces Atlas aterrizó justo frente a los Khúnar que corrían enrabietados. Hizo volar por los aires a varios hombres según aterrizó, y eliminó a cuatro más haciendo oscilar el mazo que pendía del final de la cadena de su porra de combate. Tres arqueros Khúnar dispararon contra él pero se cubrió rápidamente con el escudo y detuvo las flechas sin esfuerzo. Después cargó contra ellos antes de que tuviesen tiempo de disparar de nuevo. Los Alisios avanzaron tras él y se impusieron a los asustados Khúnar, liberando la calle de su presencia.
Amos y Sitas habían liberado otras dos calles contiguas mientras que Gílam, seguido por Janti y sus hombres, se dirigió a uno de los lugares más concurridos por los Khúnar. Estos esperaban a los Gárgol con las cuerdas de arcos tensadas y apuntando hacia todos los lados, pero fueron los Alisios, parapetados tras sus escudos, quienes atacaron primero. La descarga de flechas no hizo mella entre los Alisios, y Gílam cayó en medio del grupo de Khúnar una vez estos habían disparado sus proyectiles, quizá el arma más peligrosa para los Gárgol. Se deshizo con facilidad de los soldados que le rodeaban y utilizó el cadáver de uno de ellos para detener otra flecha que un arquero, aislado entre las llamas que cubrían el tejado de un edificio contiguo, disparó contra él. La fugaz sombra de Rédner hizo que el Khúnar se precipitase al vacío y diese de bruces contra el duro adoquinado del suelo.
Así, los Gárgol abrieron el paso a las pequeñas falanges Alisias por varios callejones a lo ancho de toda la ciudad. Los hombres siguieron a los Gárgol a través de ellas y esperaron.
Los Khúnar difícilmente hubiesen esperado un ataque de los Alisios desde la retaguardia y desde los callejones perpendiculares, ya que los creían asegurados por sus compañeros. Los Alisios que tenían enfrente fueron sustituidos por temibles Gárgol mientras que cientos de hombres les atacaban por sorpresa casi desde cualquier ángulo.
Calle por calle, plaza por plaza, los Alisios fueron recuperando el control de la ciudad.
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