Los acontecimientos se precipitan
Sólomon Vándor despachó con amabilidad a la delegación de Metalfounds, una empresa extranjera dedicada a la obtención de metales, y que con la llegada al poder de Vándor había invertido una ingente cantidad de capital con el fin de monopolizar la extracción de oro, plata, titanio y mercurio.
Pidió al guarda que los acompañase a su hotel, un lujoso centro de ocio y descanso situado en el centro de un campo de golf a tan solo diez kilómetros de Daír, no sin antes disculparse por no poder acompañarles personalmente. Debía atender “unas importantes cuestiones gubernamentales”.
Después se dirigió a su oficina y extrajo del cajón de la mesa el sobre con el telegrama que había recibido apenas unas tres horas antes. Los acontecimientos se precipitaban. Dajín Názar, a quien había mandado llamar por el interfono, acudió enseguida a su oficina. Aún cojeaba por el disparo que había recibido en el muslo de su pierna izquierda.
- ¿Qué tal va tu herida, Názar?
- Bien, señor Vándor, gracias. La bala salió a escasos centímetros del orificio de entrada. Afortunadamente fui alcanzado en el lateral de la pierna, curará en cuestión de semanas.
- Me alegro. – dijo Vándor mientras extraía el telegrama de dentro del sobre y se lo extendía a Názar. – Toma asiento.
- ¿Qué es? – preguntó Názar mientras le daba la vuelta para leerlo.
Vándor no respondió. Názar lo miró boquiabierto cuando comenzó a leer el texto.
- Más de la mitad de los miembros de la Asamblea de Ancianos llega esta noche al aeropuerto de Daír, incluyendo al Portavoz. – dijo Vándor con un gesto de evidente preocupación – Los rumores sobre la existencia de un extenso yacimiento más antiguo que las primeras construcciones de los Khúnar han volado más lejos y más rápido de lo que esperábamos, Názar, y los Ancianos quieren volver a ver Jamna I al igual que visitar el recientemente excavado Jamna II.
- Pero…¡Si van a Jamna II descubrirán lo que se oculta bajo el montículo de tierra, no es posible esconder la torre que el equipo de la doctora Öster sacó a la luz, se notaría una clara diferencia en la textura de la tierra y esos viejos zorros se darían cuenta!
- Ya lo he pensado, Názar. No podemos evitar que entren al palacio enterrado si así lo desean, por tanto debemos ocultar su contenido.
- Muchos de esos hombres han dirigido personalmente las labores de excavación en varios de los yacimientos. – dijo Názar negando con la cabeza – Algunos son verdaderos eruditos en la materia. ¡No podemos provocar un derrumbe en la entrada a la sala de los Túgmot porque sospecharían que tratamos de ocultar algo, y aunque saquemos la momia del rey Marduk encontrarán a los demonios!
- Debes retenerlos en el aeropuerto, necesito al menos un día más para cambiarlos de sitio.
- Es muy arriesgado tratar de mover esas estatuas, señor. – advirtió Názar – ¡Cada una de ellas debe pesar más de una tonelada y el riesgo de que alguna o varias de ellas se rompan es muy elevado!
- Prefiero arriesgarme a perder a unos pocos que a todos ellos. – siguió Vándor mientras miraba a su mano abierta, sobre cuya palma yacía el colmillo de piedra con el que se había hecho en Jamna II. – Ya lo he dispuesto todo. Elevaremos las estatuas utilizando gatos mecánicos, pondremos una plancha con varios cilindros dotados de rodamientos bajo ellas y las trasladaremos a otro lugar. Yo mismo dirigiré la maniobra. Ahora vete, te acompañaré al vestíbulo.
Názar se levantó y siguió a Vándor por el pasillo hacia la puerta del ascensor.
- Recuérdalo bien Názar. – siguió Vándor – Debes retener a los Ancianos al menos un día, el resto correrá de mi cuenta.
Justo cuando doblaron la esquina vieron a uno de los hombres de Krámer saliendo apresuradamente del ascensor. Cuando este vio a Vándor se le iluminó la cara y esbozando una amplia sonrisa dijo en voz alta:
- ¡Los tenemos señor! ¡Hemos localizado su escondrijo!
La reacción de Vándor no fue la esperada por el guarda, quien recibió una sonora bofetada de su superior en la cara.
- ¡Estúpido! – chilló Vándor irritado – ¡Puede haber oídos en cualquiera de estas paredes, incluso tú mismo podrías portar un micrófono en el uniforme o en el zapato y no darte cuenta! ¡Acompáñame!
Vándor empujó al hombre hacia el otro lado del pasillo y lo guió hacia delante. Antes de desaparecer se giró y le dijo a Názar:
- Prepáralo todo Názar, nos veremos mañana.
Y antes de empujar al guarda por segunda vez añadió:
- Y no me falles.
- Puede ir tranquilo Sólomon, les daré un buen susto. – respondió Názar con una maléfica sonrisa.
Vándor continuó atravesando los pasillos a toda prisa y se dirigió hacia la habitación más vigilada de todo el edificio. Cuando llegó a la puerta ordenó a los guardas que se girasen.
- Tú también, imbécil. – ordenó al hombre de Krámer.
Después tecleó el código y la puerta se abrió con un chasquido metálico. Empujó al arrepentido Khúnar hacia la habitación y cerró la puerta.
- ¡Vamos, habla, este es el único lugar seguro de todo el edificio! – espetó Vándor con impaciencia, cuyo corazón latía con tal fuerza que hacía rebotar a la camisa que llevaba puesta.
- Seguimos sus huellas fosforescentes a través del bosque y localizamos las marcas dejadas por las ruedas de un coche. Seguimos la pista por la que habían huido y encontramos un coche abandonado cuyo interior estaba totalmente pringado de fluoresceína. Obviamente se trataba de un coche robado, pero obligatoriamente debieron de haber montado en otro para seguir. Unas horas después localizamos en Daír un segundo coche con la tapicería fluorescente aparcado en el centro de la ciudad. El propietario del vehículo es un anticuario, regenta una vieja librería en el casco antiguo…
- Al grano, necio. – dijo Vándor, que se encontraba cada vez más nervioso
- Hace escasamente dos horas, encontramos manchas fluorescentes cerca de la librería. ¡Uno de nosotros pasó frente a la puerta con una de esas lámparas encendida, y tanto el picaporte como el marco se tiñeron de verde! Apostamos a varios vigilantes en la azotea de las casas circundantes y uno de ellos vio entrar a un anciano, quien creyó asegurarse de que nadie lo veía antes de abrir la puerta.
- ¡Son ellos! – dijo Vándor entre dientes golpeando la mesa con el puño – ¡Avisa a Krámer a través de la radio, deben entrar ahora mismo!
- Solo queda un rato para el anochecer, señor, ¿y si el Túgmot estuviera dentro?
- ¡La culpa es tuya, inútil! – gritó de nuevo Vándor haciendo el gesto de querer pegar otro sopapo al hombre, que instintivamente se cubrió la cara con la mano – ¡Si no entramos ahora desaparecerán y tendremos que empezar de nuevo!
Dick Krámer se encontraba dentro de su vehículo cuando sonó su radio. Recibió la orden de Vándor y miró hacia el sol arrugando la nariz y la boca.
- Bastardo…- dijo a regañadientes – Da lo mismo, así ese capullo de Názar no tendrá tiempo de llegar y recoger las medallas.
Salió del coche y mediante varios gestos hizo que más de cincuenta hombres se acercasen a él preparando sus armas.
Sócrates se encontraba dentro del refugio subterráneo cuando recibió una llamada de teléfono. Nadie había llamado jamás a aquel número a no ser que se tratase de algo realmente urgente. Puso el auricular sobre el oído y escuchó lo que decía la voz que se hallaba al otro lado de la línea:
- ¡Salid de ahí! ¡Os han localizado! Los Khúnar que están en Alisa se van a llevar las estatuas y…piiiiiiiiiiii…
La línea se cortó. Sócrates abrió desmesuradamente los ojos y dejó caer el auricular. Corrió hacia la puerta e hizo sonar la alarma. Multitud de luces rojas parpadearon a lo largo del refugio y varios hombres armados comenzaron a ocupar los pasillos.
- ¡Madín! ¡Madín! – gritaba el anciano.
Raquel salió asustada de su habitación por el alboroto que se había armado.
- ¿Qué sucede, Sócrates? – preguntó.
- ¡Rápido, nos han interceptado!
Madín llegó corriendo desde el otro lado del pasillo y repartió varias granadas de mano entre sus hombres.
- ¡Vamos! – dijo Sócrates dirigiéndose a su compañero Alisio – ¡Debemos sacar a los Gárgol!
Sócrates, Madín y Raquel se encaminaron hacia la estancia donde descansaban Gílam y Atlas cuando se oyeron los primeros disparos en la librería.
- ¡Corred! – suplicó Sócrates – ¡Manda no les dirá dónde está la trampilla, eso nos dará tiempo!
Dos explosiones hicieron temblar el suelo y las paredes, y varios cascotes cayeron del techo llenando de polvo los pasillos.
- ¡Creo que no tendrán la paciencia de ponerse a buscar la entrada, simplemente van a abrir una nueva! – gritó Madín mientras ponía un cargador de balas en su ametralladora.
Corrieron hasta la habitación donde los Gárgol permanecían convertidos en piedra, y una vez allí Madín extrajo un interruptor de una caja que había pegada a la pared. Pulsó uno de los botones y la pared que había tras los Gárgol comenzó a apartarse hacia un lado y a dejar ver un oscuro túnel tras ella. Unas luces se encendieron en el interior del túnel y Raquel pudo distinguir perfectamente los raíles que había en el suelo. Estos se dirigían directamente hacia el pedestal donde Sócrates insistía que debían descansar los Gárgol.
- ¡Vamos, sube! – dijo el anciano desde lo alto del pedestal.
Raquel subió sin dudarlo y la plataforma comenzó a moverse lentamente cuando Madín volvió a pulsar otro botón. Después depositó de nuevo el interruptor dentro de la caja y subió a la plataforma de un salto. Las luces del túnel se iban apagando a medida que avanzaban por él. Raquel vio que en las paredes del túnel había losas con nombres escritos en Khúnar. Algunas de ellas estaban rotas y a través de los orificios pudo ver huesos humanos. Incluso había esqueletos completos en huecos que ni siquiera habían sido tapados.
- ¿Estamos en las catacumbas? – dijo – Bueno, creo que se trata de una pregunta retórica…
- Te dije que no nos encontrábamos en el interior de una madriguera sin salida. – respondió Sócrates sofocado por la carrera y por la tensión – Siempre se ha de contar con una salida de emergencia por si el depredador localiza la entrada a nuestra guarida.
Entonces la plataforma se detuvo. Madín bajó de un salto y Raquel vio que habían llegado a una bifurcación. El fornido Alisio tiró de una palanca que había en el suelo y cambió las vías de dirección para confundir a sus posibles perseguidores. La plataforma siguió con su lenta pero continua marcha a través de una de las direcciones que había tras la bifurcación y Madín derribó varios puntales haciendo que parte del techo cayese tras ellos. Después volvió a subir a la plataforma y siguieron hacia delante.
Para entonces, Krámer ya había accedido al interior del refugio y sus hombres, tras superar la dura resistencia por parte de los Alisios, aseguraron la zona. No tardaron en localizar el camino que les condujo a la estancia por donde habían evacuado a los Gárgol. Varios Alisios más esperaban su llegada ocultos en la oscuridad y abatieron a tres Khúnar antes de caer. Krámer, que aún contaba con treinta hombres, caminó a través del túnel iluminando el campo con una potente linterna. Se agachó y tocó uno de los raíles que había en el suelo.
- Transportan algo pesado… ¡Vamos, que no escapen!
Los Khúnar corrieron a través del túnel y llegaron a la bifurcación, donde encontraron más resistencia.
Dos Alisios disparaban a discreción obligándoles a replegarse, pero nada pudieron hacer contra la multitud de hombres que les acosaban más que retrasar su marcha durante unos minutos.
Con el camino despejado, Krámer envió a varios hombres por cada una de las vías posibles. El resto escogió la vía abierta y quince Khúnar siguieron el camino de los Alisios pasando por el hueco que había entre los escombros recién caídos y el techo.
Mientras, la plataforma que llevaba a los Gárgol llegó a una quinta intersección. Allí Madín la volvió a detener y ayudó a Sócrates y a Raquel a bajar. Después la plataforma se volvió a poner en marcha y se perdió en el fondo de un túnel.
- Nosotros iremos por este otro lado. – dijo Sócrates mientras dejaba caer una pila usada y echaba al suelo varias gotas de un líquido muy parecido a la sangre encima de una piedra de color claro.
- ¡Nos seguirán! – masculló la aterrada voz de Raquel.
- Nosotros no somos los importantes, Raquel, sino los Gárgol. – explicó con decisión el anciano Alisio – Vamos, sigamos o nos cogerán de verdad.
Krámer continuaba dividiendo a sus hombres en grupos más pequeños a medida que iba llegando a las intersecciones. Algunos hombres, al ver que en su camino las vías de raíl se interrumpían, volvían y se topaban con varios compañeros a los que les había sucedido lo mismo.
Diez Khúnar caminaban con sigilo a través de los túneles tras haber localizado la pila y la sangre, lo que les desvió del camino que habían tomado los Gárgol. Al doblar una esquina y enfocar hacia el fondo con su potente luz, vieron a dos hombres y una mujer buscando algo dentro de una tumba. Corrieron hacia ellos disparando sus armas.
Sócrates se lanzó sobre Raquel y los dos cayeron al suelo parapetándose tras unas rocas caídas. Madín respondió a los disparos de los Khúnar y abatió al que portaba la luz antes de saltar dentro de una de las tumbas de la pared y caer de costado sobre un par de esqueletos polvorientos. Los Khúnar seguían disparando a ráfagas intermitentes pero Madín acertó a dar en la linterna de los Khúnar, que estaba en el suelo, oscureciendo de nuevo el campo de visión. Los dos Alisios y Raquel gatearon hacia la entrada de un estrecho túnel y entraron en él sin que los viesen.
- ¿Has cogido la maza, Madín? – preguntó Sócrates.
- La tengo aquí conmigo. Déjame pasar adelante.
Gatearon unos pocos metros más y llegaron al final del túnel. Una pared los separaba de la salvación. Madín la golpeó con la maza y la pared comenzó a caer con facilidad. Era una frágil estructura de yeso y cedió rápidamente ante las acometidas del Alisio. Al otro lado se podía ver algo más de luz.
- Rápido, salgamos. – inquirió Madín – Ese túnel nos llevará al exterior.
Sócrates se apoyó en el hombro de Madín para erguirse y notó el caliente y húmedo tacto de la sangre.
- ¡Estás herido! – dijo – Déjame ver…
- No te preocupes, Sócrates, no es muy grave, podré continuar.
Dentro de las catacumbas, Krámer había vuelto a reunir a seis hombres a su alrededor. Al menos otros veinte Khúnar surcaban el resto de la laberíntica construcción en busca de los Gárgol y los Alisios.
- ¡Eh! ¡Aquí hay algo! – se oyó en un túnel cercano.
Varios Khúnar habían localizado la plataforma que portaba a los Gárgol, pero estos habían desaparecido…Uno de los hombres enfocó hacia varios lados con su linterna pero no vio nada. Cuando enfocó a su izquierda solo vio una gigantesca mano que le agarró la cabeza y se la estampó contra la pared.
Krámer oyó los gritos de varios de los suyos y corrió junto a los hombres que le acompañaban.
En otro túnel, un Khúnar disparaba como loco hacia donde había visto moverse a alguien o algo muy rápidamente. Atlas había llamado la atención del Khúnar mientras Gílam, acercándose por detrás, segó su vida mediante el filo de Orlon.
Mientras tanto Krámer, consciente de la inferioridad que en aquella ratonera tenía frente al único Gárgol al que creía enfrentarse, se alejó del lugar junto a sus hombres. Trató de volver por el camino que había andado pero estaba perdido y llegó a un túnel ciego.
- ¡No saldremos vivos de aquí! – lloriqueó uno de los Khúnar – ¡Estamos atrapados!
- ¡Cállate o seré yo mismo quien acabe contigo, maldito cobarde llorón! – dijo Krámer con evidente tono de desprecio.
A varios túneles de distancia, los Gárgol utilizaban la ventaja que suponía el que su enemigo desconociese le existencia de uno de ellos. Uno de los Gárgol llamaba la atención de los Khúnar mientras el otro esperaba pacientemente el momento preciso para atacar sin exponerse a los disparos que los humanos, presas del terror, hacían sin control alguno.
Krámer enfocó hacia varios lados con su linterna y solo vio paredes. Entonces enfocó al techo y un bramido de satisfacción brotó de su garganta. Las raíces de un árbol atravesaban el techo del túnel. La superficie debía estar cerca en ese punto.
- Súbete a mis hombros, rápido, y cuelga una granada de una de esas raíces. ¡Después suelta la anilla y salta, pues yo no te esperaré aquí debajo! – ordenó Krámer a un Khúnar que llevaba varias granadas de mano colgadas de su cinto.
El Khúnar obedeció sin rechistar y en cuanto quitó la anilla todos ellos corrieron a protegerse de la explosión. La granada no tardó en estallar y la clara luz de la luna iluminó el túnel. Los Khúnar rieron nerviosos y corrieron hacia la salvación.
Krámer fue el tercero en salir. Estaba totalmente cubierto de polvo y se apartó del orificio que había en el suelo para sacudirse. Cuando miró alrededor para intentar comprobar su localización y determinar rápidamente una ruta de escape se encontró con algo inesperado.
- ¡Vaya, vaya, vaya, mirad a los conejillos, chicos! – rugió efusivamente.
Sócrates, Madín y Raquel trataban de escapar entrando en una calle y la luz de una rudimentaria bombilla colgada de la repisa de un balcón los delató. Un disparo sonó a su espalda y la bala atravesó el cristal de la ventana que había sobre sus cabezas. Corrieron hacia donde Sócrates, prácticamente exhausto, indicó que aparcaba siempre su coche.
- ¡Eres precavido Sócrates! – dijo Madín mientras corrían.
- ¡Al parecer no lo suficiente! – respondió el anciano entre jadeos.
Llegaron al coche y montaron en él rápidamente. Los Khúnar se encontraban al otro lado de la calle y dispararon contra el coche, que ya salía picando rueda. Krámer rompió de un disparo la ventana de un coche, alzó el pestillo y abrió la puerta. Entró en el coche y arrancó la pieza de plástico que cubría el bombín de la llave de contacto.
- ¿A qué esperáis? Haced lo mismo con otro, inútiles, ¿o es que creéis que cabemos todos aquí? – dijo entre maldiciones.
En menos de un minuto dos coches salieron en persecución de los huidos. A esas horas no había gente en las calles, y menos aún después de que varios disparos hubiesen sonado en ellas. Los coches avanzaron veloces hacia la única salida que existía para los vehículos en esa barriada, y localizaron a lo lejos el coche conducido por Sócrates aunque este llevase las luces de atrás fundidas a propósito. Poco a poco la distancia entre perseguidos y perseguidores se iba acortando.
Sócrates conducía tan rápido como podía, pero veía a través de los espejos retrovisores cómo los Khúnar iban limando la diferencia de distancia que les separaba. Apretó al máximo el acelerador pero el coche no daba más de sí.
- ¡Debí deshacerme de este trasto hace tiempo! – se quejó el Alisio – ¡Los dos somos demasiado viejos para estas carreras!
Cruzó el coche con habilidad y entró en una vía que conducía directamente hacia el bosque. Los coches que les seguían venían a demasiada velocidad como para imitar la maniobra. Krámer se pasó la intersección derrapando en medio de la carretera, y el segundo vehículo ocupado por los Khúnar lo esquivó a duras penas frenando unos metros más adelante. Maniobraron para enderezar los coches y retomaron la persecución, esta vez por una pista llena de socavones que no permitía una conducción tan temeraria. Krámer había perdido de vista al coche del Alisio entre los árboles, pero continuó confiado ya que no había ningún camino más que seguir. En un momento dado frenó en seco y el coche de atrás hizo lo mismo. Miró a los charcos que había en la pista y se percató de que ningún vehículo los había pisado. Salió de su coche y corrió hacia el de detrás, abrió la puerta del conductor y sacó al Khúnar que conducía ocupando su lugar. Retrocedió marcha atrás unos trescientos metros y encontró lo que buscaba. El coche de los Alisios se hallaba oculto entre los árboles.
- ¡Bajad del coche! – gritó – ¡Seguiremos a pie!
Alumbró hacia delante con la linterna y no tardó en localizar unas huellas marcadas en el fango.
- ¡Por aquí! – gesticuló con la mano y corrió en la dirección que tanto las huellas como las hierbas aplastadas y las ramas rotas señalaban.
Cierta distancia por delante, Raquel tiraba de Sócrates y Madín.
- ¡Escapa Raquel, huye mientras puedas! – suplicó Madín – Estoy empezando a sentirme algo mareado, creo que he perdido demasiada sangre como para poder continuar, ¡y el pobre Sócrates no puede seguir este ritmo!
Sócrates no pudo articular palabra, únicamente se limitó a asentir con la cabeza.
- ¡No os dejaré! – respondió Raquel tirando del brazo de los dos hombres – ¡Ahí arriba termina la cuesta, descenderemos y nos esconderemos en algún lado!
Siguieron caminado cuando varias siluetas rompieron la línea continua que el final del montículo creaba en contraste con el cielo.
- Son Thiodáin. – susurró Sócrates, a quien no le sobraban las fuerzas para hablar en voz alta.
- Los Thiodáin no se ocupan de los problemas ajenos. – agregó Madín desesperado.
Los Thiodáin, unos diez o doce hombres, se acercaron a ellos y les ayudaron a remontar los últimos metros. Todos ellos llevaban la cabeza y el rostro cubiertos con su sombrero típico.
Justo en ese momento Krámer salía de entre los árboles seguido por sus hombres. La luna brillaba en toda su plenitud y eso les permitía verse entre sí. Tanto los Khúnar como los Thiodáin iban armados y se apuntaron los unos a los otros. Madín y Sócrates se dejaron caer al suelo esperando el final, posiblemente poco favorable para sus intereses, de la persecución.
- Dadnos a esa gente, Thiodáin. – ordenó Krámer con autoridad.
- Son nuestros prisioneros, Khúnar. – respondió uno de los Thiodáin adelantándose – Han entrado sin permiso en nuestro territorio.
Krámer rió con desdén.
- Estas tierras no os pertenecen, demasiado cerca de Daír. – explicó Krámer enfadado.
- Las montañas nos han pertenecido siempre, y nosotros a ellas. ¿Qué ves a tu alrededor más que montañas? – preguntó el Thiodáin.
- ¿Y qué quieres que vea si los árboles tapan la vista a la ciudad, estúpido? Entrégamelos u os tendré que matar. – dijo Krámer más calmado.
- Somos tantos o más que vosotros. – respondió el Thiodáin – A mi pueblo no le gusta el derramamiento de sangre gratuito. Si quieres lo haremos a nuestra manera.
- ¿Un enfrentamiento cuerpo a cuerpo? Está bien, como quieras. – dijo Krámer deshaciéndose de la chaqueta – El cabecilla de vuestro grupo contra el del mío. El más fuerte se lleva a los prisioneros. ¿Es así?
- Lo es. – respondió el Thiodáin.
- Esto no te va a gustar, te lo advierto. – siguió Krámer – El duelo será a muerte.
El Thiodáin miró al más alto de ellos, y este asintió con la cabeza.
- Acepto. – dijo el Thiodáin – El más fuerte de nosotros contra ti.
El Thiodáin se apartó para dejar pasar a su combatiente. Este dio varios pasos cojeando ante el gesto de desprecio de Krámer y pasó muy cerca de Raquel. Cuando se encontraba a su lado, esta sintió cómo un fuerte dedo acariciaba su mano con suavidad. Raquel miró la mano del Thiodáin y antes de que se alejase dos pasos pudo constatar lo grande que era aún considerando la corpulencia de aquel hombre de las montañas.
- No es posible…- susurró Raquel para sí misma, pero antes de que pudiese decir nada los dos luchadores se habían encarado.
Krámer envió tres directos hacia la cara del Thiodáin, pero este los esquivó con facilidad conectando un crochet de derecha en la mandíbula del asombrado mercenario. No pareció afectarle en un grado elevado y volvió al ataque propinando una patada al pie del que el Thiodáin cojeaba. Este dejó escapar un gemido ronco y cojeó más durante los siguientes pasos. Después Krámer envió una patada hacia el costillar del Thiodáin pero este paró su pie con el brazo, saltó en el aire y tras un giro dio de lleno en la cara de Krámer con su empeine. Krámer retrocedió varios pasos, agitó la cabeza y volvió a posicionarse para atacar.
- ¿Quién demonios eres, perro sarnoso? – preguntó mientras se acercaba – ¿Un Thiodáin que practica artes marciales? ¡Noooo, eso no existe!
Volvió a lanzarse con furia sobre el Thiodáin, quien lo recibió con un puñetazo en el estómago y un rodillazo en la cara. Krámer se irguió sangrando de la nariz y el Thiodáin se deshizo de su sombrero descubriendo su identidad.
- ¡Doctor Calvin Moss! – exclamó Krámer con asombro – ¡Ha cometido un error, debió huir cuando tuvo la ocasión, ahora morirá antes de poder ver cómo degüello al viejo y a la perra!
Krámer extrajo un cuchillo de la funda del cinto y Calvin hizo lo mismo. Los dos hombres giraron sin perderse de vista, lanzando su brazo armado contra su oponente y esquivando la afilada hoja que trataba de herir su carne.
En uno de los lances Krámer consiguió herir a Calvin en una pierna y este, sabiendo que la herida no era profunda, aprovechó el momento para asir la muñeca del duro mercenario. Intentó clavar su puñal en el costillar de Krámer pero también este lo asió del antebrazo. Entonces Krámer, que tenía una estatura menor que su adversario, propinó un cabezazo haciendo que Calvin sangrase por la boca.
Calvin le devolvió el golpe dando un fuerte rodillazo en el vientre de Krámer, quien expulsó una buena cantidad de aire de su boca. Después acercó la mano armada de Krámer, que aún seguía asida por la muñeca, hacia el vientre del mercenario. Krámer, viendo que no tenía fuerza suficiente para detener la trayectoria del puñal, se vio obligado a soltarlo y entonces Calvin soltó su muñeca y lo lanzó al suelo de una patada en el pecho.
Krámer se irguió con la cara descompuesta por el enfado.
- Está haciendo que pierda la paciencia, Dr. Moss. – dijo frunciendo el ceño y apretando sus dientes puntiagudos. Después cogió el machete que uno de sus hombres había clavado en el suelo y se acercó a paso ligero hacia Calvin – ¡Sus amigos no ofrecieron tanta resistencia!
Abrió el brazo armado cuando se encontraba a unos tres metros de Calvin y tomó carrerilla para asestar el golpe que desequilibraría el combate. Entonces vio cómo aquel que debió haber muerto días atrás lanzaba su puñal directamente hacia él. No tuvo tiempo de esquivarlo pues se encontraba en plena carrera. La hoja del cuchillo entró por completo entre sus dos ojos haciendo que cayese de bruces mordiendo el polvo.
Calvin se acercó al cuerpo sin vida de Krámer, lo giró y extrajo el puñal, limpiando su filo en la ropa de este.
- Esto fue un regalo que me hizo Richard, y la paliza que te he propinado es el presente que te envía desde allí donde esté.
Los Khúnar ni siquiera trataron de recuperar el cuerpo de Dick Krámer, ya que ninguno de ellos le había tenido mucho aprecio en vida. Simplemente retrocedieron sin siquiera apuntar con sus armas a los Thiodáin y desaparecieron entre los árboles.
Raquel corrió a abrazar a Calvin mientras Sócrates y Madín se tumbaban en el suelo suspirando con alivio.
- ¡Calvin! – exclamó Raquel – ¡Creí que habías muerto!
- ¡También yo creí que todos menos yo habíais muerto, pero los Thiodáin me contaron lo tuyo! – respondió Calvin apretando con fuerza el cuerpo de Raquel.
- ¿Cómo es posible que sobrevivieras? ¡Sócrates creyó que yo era la única superviviente!
- Cuando fuimos atacados por Krámer, corrí hacia el bosque perseguido por varios de sus hombres. Corrí cuanto pude pero llegué al borde del acantilado. Era imposible saltar para llegar al río, estaba demasiado lejos, y viendo que los Khúnar salían de entre los árboles y apuntaban hacia mí salté y traté de asirme a las ramas de los árboles que salían de la pared vertical. Recuerdo que la rama que agarré cedió y caí chocando contra varios árboles más. Después perdí la consciencia. Desperté dos días después en un campamento Thiodáin. Ellos curaron mis heridas y me ayudaron a buscarte. Los tiros y las explosiones nos alertaron hace cosa de una hora, por ello decidimos acercarnos a la ciudad a investigar. - miró a los Thiodáin y siguió explicando lo sucedido – Dicen que me ayudaron porque nosotros fuimos los que liberamos al Túgmot, que salvó a uno de los hijos del jefe de su poblado de manos de los ladrones de ganado. ¿Puedes creerlo?
- Más de lo que imaginas, Calvin. Y son Gárgol, no Túgmot. – respondió Raquel sonriente justo cuando, ante el asombro de Calvin, Gílam y Atlas tomaban tierra al lado de los Alisios.
- ¿Estáis bien? – preguntó Gílam con su profunda voz – Estás herido Madín, déjame ver.
- No te preocupes demasiado, Gílam, cuando nos detuvimos mi corazón dejó de latir tan fuerte y la herida ya casi ha parado de sangrar. Solo estoy un poco mareado.
- ¿Y tú, Sócrates? – dijo Atlas arrodillándose al lado del anciano.
- Como para ir a las Olimpiadas – respondió el Alisio en tono jocoso – Debéis ir a Alisa, no hay tiempo que perder, Vándor pretende deslazar a los Gárgol a otro lugar…
Sócrates relató a los Gárgol lo que sabía acerca de la llegada de la Comisión de Ancianos. Gílam y Atlas se alarmaron y coincidieron en la necesidad de volar a Alisa con la mayor celeridad.
- ¿Y vosotros? – preguntó Gílam.
- Estaremos bien. – respondió Sócrates entristecido – Siento no poder ayudaros más, amigos.
- No estaríamos aquí si no hubiera sido por vosotros, habéis arriesgado vuestras vidas por nosotros y nos habéis concedido la oportunidad que se nos presenta de reunirnos con los nuestros. Jamás lo olvidaremos. – dijo Gílam de todo corazón antes de comenzar a ascender hacia lo alto del acantilado para tomar vuelo – Nos veremos mañana cuando anochezca. ¿Vamos, Atlas? Tenemos varias horas hasta Alisa y la luna no nos concederá más tiempo que al resto de los seres…
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