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La caza. Parte 1

Sólomon Vándor llegó a Daír sobre las tres de la tarde. Bajó del avión seguido por sus guardaespaldas y dos sacerdotes y tomó un vehículo. Indicó al conductor que se dirigiera al centro de la ciudad. Allí, localizado en el último piso del edificio más alto de cuantos había en la zona más moderna de la ciudad, se encontraba el complejo de oficinas desde donde se gobernaba Daíria.

El objeto de su corto viaje, que apenas había durado dos días, había sido reunirse con la Asamblea de Ancianos de los Khúnar. Era la segunda vez que habían reclamado su presencia en el transcurso de los últimos meses, cuando lo habitual era que se reunieran una vez al año.

“Territorio conflictivo”, así era como habían descrito Daíria los malditos vejestorios.

“El control está escapando de nuestras manos”, dijo otro de los ancianos en un acceso de senectud mental. Al final de la reunión, el Portador de la Voz de los Khúnar dijo textualmente: “Soluciona los conflictos que empañan nuestra imagen ante el resto del país, o no tendré más remedio que tomar cartas en el asunto”.

Eso significaba que en pocos meses todo Daíria se encontraría infestada de agentes enviados por la Asamblea de Ancianos. Estos se infiltrarían en los diferentes estamentos sociales y podrían arruinar sus planes.

En cierta manera, era verdad que algunos asuntos habían escapado del control de Vándor. Lo que más quebraderos de cabeza le daba era el hecho de que la profesora Öster siguiese viva. Nadie debía saber lo que se había encontrado en Jamna II. Por lo que había comprobado personalmente, aquel lugar tenía muchas posibilidades de tratarse de la legendaria ciudad de Alisa. Si lo que contaban las leyendas era cierto, fue la ciudad más próspera de cuantas se habían erigido en Daíria durante la antigüedad, y nadie había conseguido localizar aún el lugar donde se encontraban escondidas sus inmensas riquezas. No podía permitir que las absurdas investigaciones de una profesorucha de universidad dieran al traste con sus intenciones, ¿acaso aquella mujer se había puesto a pensar en la cantidad de dinero que se podría obtener de la venta de objetos en el mercado negro?

Al menos había conseguido que los Ancianos se tragasen que fueron vulgares asaltadores de caminos quienes habían atacado a los extranjeros, y nada sabían acerca de la desaparición de la profesora Öster. Había sido sencillo unir el cadáver de una mujer joven al grupo de cuerpos que llegaron de Jamna II. Respecto al doctor Moss, los hombres que tomaron parte en el ataque lo habían visto caer por el precipicio, por lo que tampoco había que preocuparse por su cadáver.

El coche llegó al centro de la ciudad y se detuvo ante la sede gubernamental.

Dajín Názar, el hombre de confianza de S.Vándor, esperaba ante la puerta  de entrada. Bajó las escaleras a toda prisa y abrió la puerta del auto para que Vándor pudiera bajarse de él.

-         ¿Qué tal ha ido la cosa, señor?- preguntó sin disimular su nerviosismo.

-         Regular.- confesó Vándor.- No sospechan nada de lo de Jamna II, pero no están convencidos de que la política de control que ejercemos sobre las pequeñas etnias sea la adecuada.    

-         ¿Cómo? – exclamó perplejo Názar mientras abría la puerta del edificio.

-         La edad está ablandando el carácter de esos viejos, dicen que una política                 “demasiado agresiva” puede incitar a esos bastardos a la rebelión y que podrían atacar intereses económicos por los que varias compañías extranjeras pujan en estos momentos.

-         Bien, eso podría servir de coartada en el asunto de la profesora Öster. Tenemos unos culpables y una causa.

-         ¿Se sabe algo de su paradero?

-         No, señor, lo siento de veras, tengo a todo el equipo de Krámer trabajando en el asunto pero no tenemos ninguna pista acerca de su localización.

-         Krámer, ese estúpido, se dejó sorprender por vulgares fundamentalistas Alisios que ahora gozan de la misma información de la que gozamos nosotros. Malditos estúpidos, autoproclamados depositarios de un legado cultural aplastado por los Khúnar y perdido hace más de dos milenios. Debemos localizar su escondrijo y acabar con ellos antes de que la profesora Öster hable demasiado y se extiendan rumores acerca de lo que se ha encontrado en Jamna II.

-         ¿Y las estatuas? Los sacerdotes dicen que hay que sacarlas de ahí y enterrarlas al menos a diez metros de profundidad.

-         Ellos y sus absurdas creencias. Por mí pueden hacer lo que quieran con los Túgmot. Mientras estén entretenidos con sus historias de demonios y hombres tendremos vía libre para indagar acerca de cosas más lucrativas que esas figuras de piedra.

¿Sabes, Názar? Han pasado más de veinte años desde que descubrimos el sepulcro de un tal Aranos de Thanis. En los escritos que se encontraban al lado del sarcófago se habla de una ciudad donde convivían hombres y Túgmot. Según el autor de los escritos Thanis fue barrida por tropas de Marduk y el propio Aranos fue ajusticiado ante sus hombres. Después habla sobre Alisa y sus enormes riquezas. La descripción que da de la ciudad está tremendamente detallada y muchas de las estructuras halladas en Jamna II coinciden con tal descripción. Según dicen las escrituras, los tesoros de Alisa se encontraban vigilados por monstruos alados que no dudaban en acabar con cualquiera que invadiese sus dominios.- miró a Názar con expresión de satisfacción- Pues bien, si tenemos a los demonios, los tesoros que guardan no deben andar muy lejos.

Siguieron caminando y  tomaron el ascensor para subir al último piso.

-         En otro orden de cosas, - prosiguió Názar, ya que era el encargado de informar a Vándor acerca de los acontecimientos más importantes acaecidos en Daíria cuando se encontraba ausente – ha habido nuevas revueltas en la periferia de la ciudad. Esta vez han sido los miembros de una comunidad Ushita, formaron una procesión ilegal para celebrar el día de sus muertos y se negaron a detenerse ante un control policial. Los agentes de seguridad no tuvieron más remedio que disparar para dispersar a los más exaltados y murieron tres hombres, cuatro mujeres y dos niños.

-         Nueve bastardos infieles menos de los que preocuparse. “Política menos agresiva”, eso es lo que piden los ancianos mientras toman té sentados plácidamente en sus sillones. Es muy fácil hablar y aconsejar desde esa posición, ya que ahí no se sienten amenazados por los tumultos que se originan a lo largo y ancho de la región. No hace falta buscar muy lejos para encontrar a cientos de delincuentes dispuestos a terminar con el orden que los Khúnar hemos mantenido durante siglos, uno no tiene más que adentrarse en los pestilentes callejones que habitan esos cerdos harapientos y los contará por millares. Son como las ratas, Názar, deja escapar a un par y en poco tiempo se habrán convertido en cientos. Es necesario controlar cada una de las salidas de sus madrigueras y dejarles claro lo que significa que salgan de ellas.

-         ¿La cárcel?

-         Esa es la terrible desgracia que han traído los tiempos modernos. Las cárceles están llenas a rebosar de blasfemos, cada año cientos de ellos ingresan en prisión. Y yo me pregunto: ¿Hasta cuándo? ¿Cuántas prisiones más harían falta para albergar a todos esos puercos sin fe? Deberíamos acabar con ellos sin piedad alguna. El mero hecho de su existencia supone la mayor de las blasfemias, y ahora los Ancianos nos “invitan” a ser condescendientes con ellos ya que hemos de proteger las inversiones extranjeras en nuestro país. Hagámoslos desaparecer y los problemas desaparecerán con ellos.

El ascensor llegó a la última planta. Las puertas se abrieron hacia los lados y un ancho espacio se abrió ante ellos. Sentados en sendos tresillos, dos hombres esperaban su llegada. Se trataba de un sacerdote y de uno de los guardas de Jamna II. Al ver a Vándor, los dos hombres se levantaron e hicieron una reverencia al recién llegado.

-         Te saludamos, Vándor.- dijo el sacerdote- Sentimos molestarte, debes estar cansado por el viaje, pero la información que traemos es lo suficientemente importante como para que le prestes atención durante unos minutos.

Por supuesto que era importante, todo lo que concernía a Jamna II era importante y Vándor había ordenado que cualquier información relevante le fuera mostrada en persona con la mayor celeridad posible.

-         Entremos en mi despacho, estaremos más tranquilos. Acompáñanos, Názar.

Názar fue el primero en dirigirse hacia el despacho privado de Vándor y abrió la puerta para que este y sus dos informadores entrasen.

Vándor se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero. Después se sentó en la silla que había tras la mesa e indicó a los dos hombres que tomasen asiento ante él. Názar se quedó de pie ante la puerta.

-         ¿Y bien, qué es lo que sucede? – preguntó Vándor inquieto.

El sacerdote fue quien habló. Dejó una cinta de video sobre la mesa y afirmó que alguien más sabía acerca de la existencia de los Túgmot.

-         El guarda me llamó sobresaltado al amanecer. Una luz roja parpadeaba sobre los monitores de video, indicando que las cámaras colocadas en el salón donde encontramos la momia del gran Marduk habían localizado a un intruso. Como ordenaste, nadie ha visto la cinta de video, la guardé en su caja y me dirigí hacia aquí lo antes posible. Llegamos hace tan solo dos horas.

Vándor cogió la cinta y la insertó en el video que tenía en las estanterías de la derecha de la habitación, junto a decenas de objetos extraídos de excavaciones arqueológicas. En la pantalla, la estancia del edificio enterrado era filmada por una cámara localizada al final de la misma, y la luz de las pocas lámparas colocadas en algunas de las columnas era suficiente como para poder distinguirla desde la entrada hasta las escaleras que conducían a la tarima donde aún yacían los restos de Marduk.

Vándor pulsó un botón y la película avanzó rápidamente. Tras unos minutos, una silueta apareció en la puerta de la estancia. Tanto Vándor como los tres hombres que lo acompañaban observaban las imágenes con estupor. Názar no pudo creer lo que veía y tuvo que acercarse a la mesa para confirmar lo que de lejos le pareció ver: un hombre gigantesco, a tenor de lo que su silueta ocupaba ante la puerta, había entrado en el edificio en plena noche burlando la vigilancia instalada en el exterior. La silueta del hombre avanzó unos pasos y se ocultó en la oscuridad que había entre las columnas y la pared. Vándor avanzó de nuevo la cinta y el hombre volvió a aparecer, esta vez con dos enormes alas abiertas que parecían originarse en su espalda.

-         ¡Túgmot…! – exclamó el sacerdote.

El ser avanzó entre las estatuas y pudieron comprobar que su tamaño era igual al de aquellos  representados en piedra.

-         Esos malditos arqueólogos extranjeros, - siguió el sacerdote sobresaltado- ¡han despertado a los demonios de los que el gran rey Marduk había liberado al mundo! Debo informar al Sumo Sacerdote y a la Asamblea de Ancianos, ellos tomarán la debida decisión. ¡Debemos enterrar los restos descubiertos con los Túgmot en su interior!

Vándor seguía sin mediar palabra, miraba atentamente al monitor sin poder terminar de creer lo que estaban viendo sus ojos.

-         Dime que no estoy en un sueño y que lo que veo corresponde a la realidad, Názar, esto supera los límites de mi razón.- dijo lentamente, sin dejar de mirar al majestuoso ser que se movía entre las estatuas.

-         Está despierto, señor.- contestó Názar, quien se hallaba tan sorprendido como los tres hombres que lo acompañaban en la sala. – Eso no es un ser humano, es uno de los Túgmot a los que hacen referencia las estatuas…

-         ¡No! ¡No lo entendéis! – el sacerdote alzó el tono de voz, se hallaba cada vez más excitado y se puso de pie mirando hacia los tres hombres- ¡Todos ellos son demonios! ¡Regresarán a la tierra de los Khúnar si no los volvemos a enterrar!

-         Yo solo veo a uno de ellos, - dijo Vándor – las cámaras han filmado las estatuas día y noche y ninguna de ellas ha cobrado vida ni se ha movido del lugar que ocupaban el primer día que entramos.

El sacerdote estaba cada vez más inquieto, murmuraba rezos hacia los dioses y se volvió a dirigir a Vándor, esta vez en un tono más autoritario.

-         ¡Debo informar acerca de estos hechos, debemos actuar cuanto antes o todo lo que conocemos arderá en llamas! – se giró y comenzó a avanzar hacia la puerta.

Una mirada de Vándor fue suficiente para que Názar comprendiese su deseo. Al cabo de escasos segundos el cuerpo del sacerdote yacía en el suelo con una daga clavada en su costado, justo sobre el corazón. El guarda que había acompañado al sacerdote hasta Daír se encogió y abrió la boca sin poder emitir sonido alguno.

-         Tranquilo, - dijo Vándor mirándole- aún puedes serme útil, ya que conoces el destino de los que no me lo parecen. Organizarás los turnos de guardia en Jamna II, no debe existir lugar alguno que quede fuera de vigilancia. Debo saber si ese ser vuelve a aparecer, debo saber la hora exacta de su llegada y de su salida, y tú serás el encargado de mirar todas las cintas y de avisarme sin perder un solo minuto si algo anómalo ocurre ahí adentro. Respecto a ti, Názar, deshazte de ese cerdo que ensucia mi moqueta y tráeme cuanto antes a Krámer.

Los dos hombres abandonaron la estancia. El guarda se dirigió a Jamna II tras agradecer a los dioses el que le hubiesen permitido seguir vivo y Názar acudió a los sótanos en busca de una sierra, un hacha y unas bolsas de plástico oscuras.

Vándor se quedó solo, pensativo, mirando al vacío. Se levantó y se acercó a una de las estanterías en las que guardaba las reliquias que había decidido quedarse para él. Entre ellas se encontraba el colmillo que había arrancado a una de las estatuas de los Túgmot. Había tenido que cambiar varias veces la hoja de carburo de tungsteno de la sierra hasta que consiguió cortar la pieza dentaria por su base sin dañar el resto de la figura. Era el pequeño trofeo que había decidido guardar junto al resto de  objetos extraídos de excavaciones anteriores. Lo cogió en la mano y lo observó durante un tiempo, era del tamaño de la mitad de su dedo pulgar y la punta aún pinchaba si se apretaba con algo de fuerza.

La inquietud pudo con su paciencia y decidió bajar apresuradamente al piso de abajo. Caminó entre los pasillos hasta llegar a una puerta blindada que necesitaba de un código numérico para ser abierta. Pulsó los números en un orden específico y una luz verde indicó que la entrada estaba permitida. Una vez dentro avanzó hasta la urna de cristal donde guardaba los escritos localizados en el sepulcro de Aranos de Thanis y desplegó los dos largos papiros sobre una gran mesa. Dejó el colmillo a un lado para tener ambas manos libres y comenzó a leer.

Los textos estaban escritos en varios idiomas antiguos, entre ellos el que hablaban los Khúnar. Leyó el comienzo del texto, en el que se describía la ciudad de Thanis y el árbol genealógico de sus dirigentes, sin prestar demasiada atención. Lo más interesante venía después: Alisa.

Buscó entre las frases y apuntó en un papel aquellas que eran más significativas:

“Cuando el sol se oculta bajo la tierra, ellos despiertan de su sueño y guardan celosamente la ciudad y sus tesoros”.

“Dioses capaces de volar, tan fuertes como diez bueyes y astutos como un zorro”.

“Marduk, gran señor de los Khúnar, habrá de derrotar a los Túgmot si quiere hacerse con la ciudad”.

Vándor siempre había despreciado el modo en que los sacerdotes interpretaban los escritos y durante todo su mandato los había tachado de ignorantes supersticiosos ante sus hombres de confianza. Aún después de ver las imágenes que mostraba el video grabado en Jamna II se resistía a creer en la existencia de un Túgmot.

Siguió leyendo los papiros, fijándose sobre todo en un párrafo al que jamás había dado mucha importancia:

“Vedira, sacerdotisa suprema y vía de comunicación entre nuestro mundo y el de los muertos, se encuentra de camino al encuentro de Marduk. Ella porta aquello que durante tantos años el hombre ha deseado, aquello que tras largos años de búsqueda cayó en sus manos y que es tan antiguo que solo una sierva de los espíritus puede leer e invocar, aquello que hará que la luna traicione a los Túgmot petrificando su carne para siempre, el Papiro de Lothamar”.

Sintió un escalofrío en la nuca. Dejó los papiros sobre la mesa y se dirigió hacia la pared. Allí, en uno de los estantes, un cilindro metálico cubierto por abrazaderas de bronce asomaba por detrás del trozo que quedaba de un escudo de hierro. Sus guardas se lo habían requisado unas noches antes a la profesora Öster, y contenía la pequeña figura de un Gárgol envuelta cuidadosamente en un pequeño papiro en el que había varias frases escritas en un idioma completamente desconocido para Vándor.

Comenzó a abrir el cilindro con cuidado cuando algo vibró sobre la mesa. El colmillo de piedra cayó al suelo, donde siguió vibrando hasta que Vándor separó del todo las dos mitades del cilindro. Su emoción era cada vez mayor, corrió hacia la mesilla donde había un teléfono instalado y llamó a la oficina central. El reloj marcaba las 21:30, ya había anochecido y el guarda que había acompañado al sacerdote a Daír había tenido tiempo de sobra para llegar a Jamna II. Lo más probable era, a tenor del susto que se había llevado durante la tarde, que estuviese atento a lo que filmaban las cámaras.

Vándor ordenó que enviasen un telegrama a Jamna II solicitando información inmediata.

“Estás loco”. - pensó-  “¿No creerás que este papiro posee algún tipo de poder mágico, no? “. Pero no fue capaz de responder objetivamente a esa pregunta.

En pocos minutos recibió una respuesta de Jamna II:

“Todo tranquilo por aquí, todo en su sitio y sin novedades”.

Se tranquilizó y cogió el colmillo del suelo. Se sentó en un cómodo tresillo y comenzó a cavilar acerca de la manera de obtener beneficio gracias a los Túgmot. ¿Sería posible obtener un beneficio económico si el asunto saltase a la luz pública? Quizá, pero nada comparable al beneficio que se podría obtener del control sobre aquel ser y el poder de disuasión que con él podría ejercer, si lo que estaba escrito sobre el mismo llegara a ser cierto.

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