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El templo de Lithien

Muchos de los edificios de Alisa que hasta hacía pocos días habían sido el hogar de centenares de familias ardían en llamas. Gran parte de la ciudad era un cúmulo de montañas hechas de piedras y de maderas, testigos integrantes de las casas, los talleres, los pequeños templos, las tabernas y las posadas, el gran mercado central y el resto de edificaciones que habían constituido el bullicioso centro de una ciudad próspera y llena de vida. El aplastante paso de los Khúnar la estaba convirtiendo en una gigantesca escombrera a medida que se acercaban hacia la ciudadela.

Durante cuatro días las tropas de Marduk habían avanzado sudando sangre por cada calle o pequeña plaza conquistada, y durante cuatro noches los Alisios las habían retomado con la ayuda de los Gárgol.

Al amanecer del undécimo día de asedio, tras la retirada de estos últimos, Marduk salió de su escondrijo y volvió a dar la orden de ataque. Era consciente de que cada día que pasaba su ejército se acercaba más al centro de la ciudad y de que el asedio de la ciudadela se encontraba cercano, aunque el hecho de constatar en cada amanecer que sus hombres habían cedido la mayor parte del territorio conquistado durante el día anterior hería su orgullo y le sacaba de sus casillas. Cada mañana reunía a los hombres de confianza y les pedía más arrojo, más voluntad, más sacrificio e irónicamente más valor.

Los contingentes de soldados que retomaban la invasión en cada amanecer sabían lo que les esperaba. El apocalíptico desorden que la multitud de edificios en ruinas provocaba no hacía más que dificultar su avance. Los Alisios esperaban agazapados por doquier, cobijados tras muros semiderruidos, templos o casas caídas, montones de piedra y roca, techos que pendían de los muros que días atrás los habían sostenido en alto…En cualquier momento decenas de arqueros y honderos atacaban a los Khúnar apareciendo de la nada y causándoles muchos muertos y heridos.

Los Khúnar también salían mal parados en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, y solo su elevada superioridad numérica hacía que se impusiesen en algunas de sus incursiones. Más de tres horas les llevó tomar un templo defendido únicamente por sesenta o setenta Alisios, para ver con desaliento cómo era reconquistado por ellos durante las horas nocturnas.

Una división completa de Khúnar avanzaba sigilosamente a través de un callejón cuyos muros permanecían aún en pie. Allí se sentían a salvo de un ataque con arcos y flechas. A medida que caminaban algunos soldados aseguraban los edificios colindantes y certificaban su abandono por parte de los Alisios. Un guerrero Khúnar se asomó por la puerta del siguiente edificio que había de ser asegurado cuando una bola de plomo lanzada por un hondero atravesó su cráneo. Desde fuera, los Khúnar vieron cómo su compañero se desplomaba como un muñeco de trapo. Antes de que hubiesen tenido tiempo de adoptar la formación de defensa, dos de los muros que los circundaban cayeron sobre las primeras líneas de hombres y varias decenas de soldados armados con espada y escudo les atacaron desde el interior de las edificaciones. Los Khúnar retrocedieron tratando de agruparse pero muchos de ellos habían quedado aislados entre las ruinas y los Alisios. Solo la aparición del Hombre de Hielo, acompañado por dos centenares de Khúnar pertenecientes a las tropas de élite, obligó a los Alisios a replegarse después de haber causado multitud de bajas a los Khúnar.

Estos, dirigidos por el gigante pelirrojo, siguieron avanzando. El silencio sepulcral que congelaba el aire que respiraban hacía que los pelos de sus extremidades se erizasen como escarpias. Llegaron a una extensa plazoleta y el Hombre de Hielo mandó abrir las líneas para ocupar todo el ancho de la misma.

Cuando se encontraban a media distancia de tomar el lugar Góntar irrumpió en la plaza junto a sus hombres y dos centenares de Alisios más. La cruenta lucha no evitó que Góntar y el Hombre de Hielo se buscasen mutuamente. El hacha de Góntar abría el paso igual que lo haría la rama en la mano de un niño en un bosque colmado de helechos. El Hombre de Hielo esperó con la espada clavada en el cuerpo de un Alisio que yacía muerto y la extrajo solo para asestar un mandoble al colosal Alisio, quien lo detuvo con el mango de su hacha. Góntar envió un codazo a la cara del mercenario y este lo recibió como si de una caricia se tratase. La sangre brotó de su labio partido y pareció darle fuerzas. Envió tres certeros mandobles con su enorme espada que Góntar paró con su hacha, y después fue el Hombre de Hielo quien esquivó a la muerte otras tres veces seguidas al detener el hacha de doble filo del Bisonte Negro.

Los Khúnar llegaban a la plaza por centenares y el Hombre de Hielo se vio capaz de desbordar a los Alisios. Nada más lejos de la realidad. Vio cómo desde un callejón el Guerrero del Penacho Blanco penetraba sus líneas junto a nuevos contingentes de Alisios, y asistió a la debacle igual que un pastor asiste al ataque por parte de los lobos a su rebaño. Su única misión ahora era la de reunir a cuantos Khúnar tuviese alrededor y evitar a toda costa que siguiesen desperdigándose y cayesen en manos de los Alisios, antes de poder replegarse de nuevo hacia los callejones más periféricos. Cogió a un Khúnar por el cinturón y lo empujó sobre Góntar, quien lo apartó usando el pomo del mango de su hacha. De nuevo el azar evitaba que el duelo que mantenían los dos titanes llegase a su fin.

En otro lado de la ciudad, los Khúnar habían llegado a los límites de los jardines del Templo de Lithien. Extensas campas se abrían ante ellos, repletas de zonas ajardinadas y paseos empedrados cubiertos por un techo de madera noble y piedra que era sostenido por cientos de columnas. Solo los Khúnar que aún no habían sido cegados por el hastío de tantos días de batalla continuados pudieron admirar su colorida belleza. No había Alisios a la vista, pero aún así caminaron con la debida precaución que la dureza de estos les había obligado a tomar. Pronto llegaron al paseo empedrado y siguieron su curso durante unos metros mirando detrás de cada una de las columnas y estatuas que rebasaban. Tras buscar detrás de más de cincuenta de ellas, sus nervios se calmaron al no recibir ataque alguno. Un Khúnar se asomó confiado a la parte de atrás de un enorme cilindro de piedra totalmente labrado cuando vio la cabeza de un martillo de forja acercándose a toda velocidad hacia su cara. Cayó con estrépito después de trastabillar y chocar con otra columna situada a más de dos metros tras recibir el impacto del martillo de Váhlak, a quien Góntar había confiado la defensa del templo. Desde detrás de cada columna salió un Alisio para formar una línea que atacó de frente a los Khúnar. Estos se encontraban organizados pero se vieron sorprendidos por arqueros Alisios que hasta entonces habían permanecido tumbados sobre el techo del paseo empedrado. Los Khúnar aguantaron el envite con cierta solvencia pero no pudieron evitar verse obligados a retroceder de nuevo.

Poco tiempo después de que los Alisios hubieran liberado la plaza de la presencia de los Khúnar guiados por el Hombre de Hielo, y sin casi haber podido recuperar el aliento, uno de los jóvenes jinetes que recorrían la ciudad a galope tendido para informar a Erin vino a buscarlo.

-         ¡Señor, señor! - dijo con prisas – ¡Bram me ha mandado llamarle desde el lado Este, y ha insistido en que también Góntar venga! ¡Es la falange de Arcas, avanza hacia la ciudad!

Erin y Góntar montaron a caballo y llegaron en poco tiempo al cercano torreón donde Janti y Bram esperaban impacientes. Una vez arriba, vieron cómo una ordenada falange compuesta por unos tres mil soldados avanzaba hacia la puerta Este. En su flanco derecho, Rávnar dirigía la caballería.

-         Mira a tu izquierda, Erin. – dijo Bram – Los Khúnar llevan horas tratando de hacerse fuertes en la Avenida de los Dragones, e incluso han llegado a atravesarla para intentar tomar el Templo de Lithien.

-         Para eso ha mandado Marduk llamar a Rávnar de Arcas. Avanzarán hasta los jardines y allí abrirán su falange. – respondió Erin – Si toman el templo establecerán un campamento cerca del centro de la ciudad y nos será difícil expulsarlos de ahí al mismo tiempo que mantenemos cerrados los callejones.

-         No nos queda otra opción que enfrentar nuestra falange a la suya. – siguió Bram con preocupación – Eso nos obliga a dejar desprotegidas algunas zonas de la ciudad. Esto no me gusta, Erin.

-         No hay duda de que Marduk ha planeado bien este ataque. – dijo Erin – Mientras hacemos frente a Rávnar los Khúnar seguirán atacando la ciudad, sabedores de que la resistencia que se les opondrá será menor. ¿Has mandado formar ya a la falange?

-         Sí Erin, he mandado llamar a cinco mil hombres de refresco. Están siendo armados bajo el torreón.

-         Bien, esto es lo que haremos. – dijo Erin extrayendo una daga y marcando su estrategia sobre la piedra – Históricamente la falange ha sido alineada siempre del mismo modo, con los hombres más fuertes en el lado derecho apostados frente al lado izquierdo, más débil, del enemigo. Hasta ahora siempre se ha relegado a la parte izquierda a las tropas con menos experiencia. Nosotros vamos a variar esa posición, situaremos  a los veteranos en el lado izquierdo frente al flanco más potente de la falange de Arcas, lo destruiremos y el resto de su falange se colapsará.

-         ¡Pero Erin! – exclamó Janti sorprendido – ¡Es muy arriesgado, el flanco derecho de su falange será un hueso duro de roer nada más comenzar la batalla, y habrá muchos Khúnar en su lado izquierdo frente a nuestros hombres menos experimentados!

-         Necesitamos una victoria rápida, Janti. Si no acabamos rápidamente con esto los Khúnar barrerán a los Alisios de las calles. – respondió Erin con seguridad – Esto ya se ha hecho antes, amigos, un rey Tebano llamado Epaminondas se impuso por dos veces hasta la otrora invencible falange Espartana utilizando esta estrategia. Para ello debemos dotar de mayor potencia a nuestro flanco izquierdo, su profundidad será de cuarenta hombres en vez de los dieciséis que acostumbramos a alinear, así no podrán resistir nuestro empuje durante mucho tiempo. Además, contamos con otra importante ventaja. Supuestamente fue este rey quien diseñó un escudo que se fija al antebrazo izquierdo sin necesidad de cogerlo con la mano, el mismo que usamos nosotros ahora gracias al conocimiento que los Gárgol adoptan en sus frecuentes viajes. Eso permite al soldado sostener la sarisa con sus dos manos, por tanto nuestra falange puede luchar dotada con sarisas de diez codos que mantendrán alejadas a las picas de únicamente seis o siete codos que portarán los hombres de Rávnar.

Los cuatro Alisios se miraron en unos breves segundos de silencio, hasta que este fue roto por Góntar.

-         Si Erin dice que se puede hacer es porque se puede hacer, no existe otro modo.

Puso su mano abierta sobre la piedra y dijo:

-         ¡Yo dirigiré la defensa en nuestro flanco derecho!

Janti puso su mano sobre la de Góntar y añadió sin dilación:

-         Tomaré el mando del flanco izquierdo si lo estimas oportuno, Erin.

Seguidamente Bram puso su mano sobre las de sus compañeros y exclamó:

-         Yo defenderé el flanco de Góntar con la infantería ligera.

Y por último, Erin apoyó su mano sobre las de sus tres amigos.

-         Cargaré contra Rávnar y su caballería en el flanco izquierdo, y aún no os lo he contado todo…

Descendieron a encontrarse con sus hombres y cada uno acudió hacia el grupo que debía dirigir. Góntar se encaminó junto a sus hombres hacia el Templo de Lithien cuando vio a un joven muchacho entre sus filas. La armadura le quedaba enorme y la sarisa adquiría unas proporciones inmensas en sus manos. Se acercó a él y le habló:

-         ¿Cómo te llamas, muchacho?

-         Soy Tandt, hijo de Roald, señor.

-         ¿Y cuántos años tienes?

-         Quince, señor, pero nadie me ha obligado a venir aquí. Cogí las armas que habían pertenecido a mi padre y decidí defender a mis hermanos pequeños.

-         No me llames señor, Tandt, me llamo Góntar, y conocí a tu padre. Cayó defendiendo con valor la Puerta de Diobel, pero puedo jurarte que antes se llevó a muchos Khúnar por delante. Necesito que alguien guarde mi hacha de combate y me la haga llegar cuando el combate lo requiera, ¿te gustaría ser mi escudero?

El muchacho sonrió completamente ilusionado. Sus ojos se abrieron ante la sorprendente oferta que Góntar había propuesto y aceptó sin dudar. Góntar le extendió su hacha y le dijo:

-         Entonces guárdala, mantente siempre a una distancia prudente para que ningún apestoso Khúnar se haga con ella y tráemela cuando te lo indique, ¿bien?

-         ¡Más que bien, señ…Góntar, no te arrepentirás de haberme nombrado escudero!

-         No lo dudo Tandt, ahora vete y quédate en lugar seguro.

Menos de media hora después, Rávnar se acercaba con su falange a los extensos jardines del Templo de Lithien. La densa humareda que el viento había arrastrado a su frente evitaba que pudiese ver con claridad lo que sucedía apenas a un estadio de distancia.

Justo frente a su posición, Erin atravesó la cortina de humo cabalgando a lomos de Tempestad. A su par, miles de puntas de bronce cortaron el humo en su avance. Después se detuvieron.

Las tubas que Marduk hizo sonar desde la retaguardia dieron comienzo a la batalla. La falange de Arcas avanzó flanqueada por la caballería de Rávnar en su derecha y por tropas de élite Khúnar en su izquierda. Casi al unísono, la falange Alisia avanzó pero formaba en una extraña disposición. Su lado derecho se adelantó sobre el izquierdo, chocando contra los Arcadios en diagonal. La caballería dirigida por Erin, que en primera instancia pareció quedarse rezagada, tomó velocidad para chocar con mayor ímpetu contra la caballería de Rávnar. Zoldan irrumpió con fuerza atacando con sus jinetes Irianos a las tropas de élite Khúnar seguido por la infantería ligera de Bram, quien hizo caer a cuanto enemigo se ponía en su frente.

Los hombres de Góntar aguantaron el choque de los Arcadios como si se tratasen de  fuertes rocas que formaban un muro. Góntar había insistido en que su trabajo era el de aguantar la posición sin retroceder ni siquiera un codo, debían evitar que la falange girase y su organización se desestructurase.

Durante más de una hora resistieron los Arcadios el empuje de la falange Alisia, aunque Rávnar observaba con perplejidad cómo poco a poco su lado derecho cedía ante el supuestamente más débil flanco izquierdo de los Alisios.

Por lo general, cuando dos falanges se enfrentaban, terminaban girando en sentido contrario a las manecillas de los relojes modernos dado el mayor empuje del flanco derecho de cada una de las formaciones, pero no era esto lo que estaba ocurriendo en el improvisado campo de batalla en el que se habían convertido los jardines del Templo de Lithien.

Rávnar fue tomando consciencia sobre el engaño en el que había caído, y en un momento dado abandonó el frente y mandó llamar a un mensajero. Este acudió a toda prisa y fue informado por Rávnar.

-         ¡Soldado! – exclamó – ¡Pide refuerzos para este flanco, rápido! ¡Hemos caído en una trampa enviando la mayor parte de la infantería al lado izquierdo, sus veteranos están aquí, frente a nosotros!

Era demasiado tarde, su flanco derecho comenzaba a ceder metros a marchas forzadas.

-         ¡Malditos sean! – gritó con el odio escrito en la expresión de su cara – ¡Hay que detener su avance mientras nos replegamos o nos aplastarán!

A su orden, cientos de jinetes comandados por él mismo cargaron contra la caballería de Erin seguidos por mil quinientos Alacranes.

“Esto exige soluciones drásticas” – pensó mientras galopaba directamente hacia la posición donde el Guerrero del Penacho Blanco causaba estragos entre la caballería Arcadia.

Erin lo vio venir desde lejos. Rávnar cargaba hacia él con una pica lista para ser lanzada cuando estuviese lo suficientemente cerca. El Alisio tomó otra pica que había clavada en el suelo y dirigió a Tempestad al encuentro con el Arcadio. Los dos jinetes lanzaron sus picas con idéntico resultado, ya que fueron desviadas por sus escudos, pero Erin fue más rápido en extraer una maza de combate que lo que fue Rávnar en desenfundar su espada. Tempestad dio un rápido acelerón acercando a Erin a la posición de Rávnar antes de lo que este creía, y el Alisio golpeó con fuerza el escudo de su oponente desmontándolo del caballo. Rávnar cayó de espaldas dándose un duro golpe. Se recuperó en pocos segundos, y cuando trataba de incorporarse vio cómo Erin se encontraba casi encima de él, montado a caballo y portando otra pica en la mano. El Arcadio cerró los ojos esperando una muerte segura. La pica sonó cuando su punta atravesó el suelo.

Cuando Rávnar abrió los ojos vio el arma clavada en la tierra a escasos centímetros de su axila y respiró aliviado. Un soldado Arcadio le ayudó a levantarse y le dijo:

-         ¡Ha tenido suerte señor, los dioses han debido turbar la visión de ese demonio o bien han desviado la trayectoria de su pica!

-         Sí…- respondió Rávnar pálido como una lechuza, pero sabía perfectamente que Erin había errado el tiro aposta. Ya pensaría más tarde acerca de las razones, ahora debía dirigir la retirada de sus hombres antes de que los Alisios les causaran demasiadas bajas.

En pocos minutos los Arcadios cerraron una inexpugnable formación defensiva y comenzaron a retroceder hacia la Avenida de los Dragones.

Erin cabalgó por detrás de sus hombres felicitando personalmente a cuantos podía. No había tiempo que perder, debía llamar a Janti, Bram y Góntar y verificar el estado de las defensas en el resto de la ciudad. Ascendió de nuevo a lo alto del torreón y comprobó que Marduk había llevado a cabo su plan con contundencia. Los ataques al resto de la ciudad se habían intensificado y los Khúnar habían avanzado considerablemente. Miró hacia el sol y comprobó que aún faltaban un par de horas antes de que se ocultase tras las montañas.

Góntar fue el segundo en llegar. Su rostro mostraba una mezcla de satisfacción e incredulidad.

-         ¿Porqué demonios no acabaste con esa sabandija de Rávnar, Erin? ¿Serás capaz de explicármelo sin que termine  tirándome de los pelos?

-         Vaya, las noticias corren veloces. – respondió Erin encogiendo los hombros.

-         ¡No te hagas el loco ahora, no lo entiendo!

-         No estoy del todo seguro, Góntar. – explicó Erin tratando de aclarar tanto sus dudas como las de su encolerizado amigo – Tampoco yo conozco muy bien la razón que desvió mi tiro en el último momento. Creo que la rata de Marduk ha cometido la imprudencia de abrir las puertas de su nido a una víbora ansiosa de poder, y no seré yo quien la saque de aquí. Supongo que solo el tiempo dará respuesta a nuestras dudas.

Góntar se echó las manos a los lados de la cintura y no pudo evitar dirigir una sonrisa a Erin.

-         ¿Porqué siempre te las arreglas para darme una respuesta mínimamente convincente? Algún día no lo harás y te daré una colleja que valdrá por todas las que te voy perdonando, estás avisado.

Janti y Bram no tardaron en subir y en comprobar el desalentador panorama que se divisaba desde la altura en la que se encontraban.

Repartieron responsabilidades sin perder tiempo y acudieron hacia los lugares donde mayor número de Khúnar se concentraban.

Descendieron del torreón y se encontraron con Zoldan, quien preparaba a un caballo para proseguir con el combate en algún lado de la ciudad junto a sus hombres.

-         Tú y tus hombres deberíais descansar un poco, Zoldan, habéis luchado bien en los jardines del templo. – dijo Erin acercándose al Iriano desde su espalda y posando una mano sobre su hombro.

-         Te lo agradezco, Erin, pero aún queda un buen rato para el anochecer. Tendremos tiempo para descansar después.

Góntar se acercó al Iriano y golpeando su espalda con la mano dijo:

-         Eres un buen hombre, Iriano, me honraría que tú y tus hombres me acompañaseis al lado Este.

-         Eso está hecho. – respondió Zoldan agradado.

Justo en ese instante Tandt, el recientemente nombrado escudero de Góntar, salió de entre un grupo de soldados portando el  pesado hacha de combate apoyado en el hombro, sobre el cual se había cuidado de colocar un bolso de cuero lleno de retales antes de apoyar el mango. Góntar le recibió con un alegre saludo y le libró del peso del arma.

-         Zoldan, te presento a Tandt, mi valiente escudero. ¿Lo llevarás en tu caballo? Mientras voy a pedir que acerquen al Este un buen número de armas afiladas y una buena cantidad de aguamiel y tortas de trigo.

La llegada de las tropas de refresco hizo que los Alisios pudiesen contener el avance de los Khúnar en muchos de los puntos donde habían establecido su hegemonía. Aún había zonas donde los Khúnar habían asegurado el control, pero la temida hora en la que el Cilindro de Rávenor comenzaba a golpear sus tímpanos llegó como cada puesta del sol. Los Khúnar se dispersaron en grupos más pequeños y avanzaban ocultos tras las ruinas  con sus arcos prestos para disparar.

Diez de ellos se movían sigilosamente bajo el techo semiderruido de uno de los laterales del mercado. Su intención era apostarse en algún lugar cubierto por dos o tres lados, apuntando con sus arcos hacia el único lugar desde donde podrían recibir un ataque. Uno de ellos tropezó haciendo caer unos cascotes.

-         ¡Ssshhh! Silencio estúpidos, – susurró el cabecilla – o duraremos lo que un trozo de carne en la boca de un perro. Vosotros tres cubrid aquel lado y vosotros cuatro…

El Khúnar giró la cabeza hacia sus hombres y vio que el que iba en último lugar había desaparecido. Viendo la aterrorizada faz de su jefe, los Khúnar se giraron rápidamente solo para constatar la desaparición de su compañero. Cuando volvieron a mirar a su cabecilla comprobaron que donde este había estado ahora solo había oscuridad. Corrieron para ponerse a salvo y cuando doblaron la esquina vieron una enorme masa que, totalmente cubierta de piezas de metal provistas de afiladas puntas, cerraba su camino portando una gigantesca espada de filo curvo. Los Khúnar desenvainaron sus armas pero no fueron rival para Érlik, quien acabó con ellos en cuestión de segundos.

Cerca de allí, otro batallón Khúnar surcaba un callejón más ancho apuntando hacia todos los lados con sus arcos. Llegaron a una bocacalle y vieron una sombra que la surcaba fugazmente. Varios Khúnar dispararon, pero el sonido de las flechas pegando contra la roca certificó su desacierto. A su retaguardia, el sonido de varios pasos pesados provocó otra descarga, y de nuevo el choque de las puntas de flecha sobre el muro. Caminaron varios metros más y unas figuras aparecieron a escasa distancia. Dispararon sin demorarse ni un segundo y esta vez los proyectiles localizaron el blanco. Desenfundaron las espadas y se acercaron cautelosamente para rematar al enemigo abatido. Su sorpresa fue total cuando al caer sobre los cadáveres se dieron cuenta de que habían matado a cinco de los suyos. Entonces se oyó el ruido de un pesado objeto metálico que se acercaba a ellos arrastrándose por el suelo. Un garfio de cinco puntas que tenía el tamaño de una cabeza avanzaba hacia ellos tirado por una cuerda cuyo extremo superior se perdía en la oscuridad del cielo. Los Khúnar gritaron horrorizados y corrieron descarriados hacia todos los lados. El garfio siguió su rápido avance y se elevó hasta clavar dos de sus puntas en la espalda de un  Khúnar quien, tras ascender más de cinco metros en el aire fue soltado sobre un montón de rocas. El resto de los Khúnar topó con un nutrido grupo de Alisios que no tenían intención alguna de dejarles escapar.

Cerca del Templo de Lithien, varios soldados Alisios esperaban agazapados tras los arbustos a que un nutrido número de Khúnar se acercase lo suficiente. Estos avanzaban con cuidado y cambiaron de rumbo dirigiéndose directamente hacia los arbustos. Los Alisios, viéndose muy inferiores en número, se prepararon para asestar un rápido ataque que sorprendiese a los Khúnar y acabar con el mayor número posible antes de que pudieran reaccionar. De repente, un extraño siseo se acercó hacia los Khúnar por encima de sus cabezas. Dispararon con sus arcos pero sus flechas nada pudieron hacer frente a la extensa red que caía sobre ellos. Fueron atrapados por ella y quedaron a merced de los Alisios igual que una mosca que cae en una tela de araña.

No había duda de que Marduk trataría de tomar el Templo de Lithien durante la noche y varios de sus hombres, diseminados y bien camuflados, consiguieron reunirse en las inmediaciones del Templo de la Fortuna. Llegaron a la puerta del templo y miraron con admiración a las columnas cubiertas de incrustaciones de oro y plata. Uno de los Khúnar extrajo una daga y soltó una figura de oro haciéndola caer en su palma.

-         Deja eso para después. – inquirió uno de sus compañeros.

-         Quizá luego no haya para todos. – protestó el otro guardándose la pieza en un bolso de cuero que colgaba de su cinto.

Desde dentro del templo, pero aún cerca de la entrada, otro Khúnar les señaló con el brazo que entrasen tras él. En total siete Khúnar avanzaron con sigilo hacia el altar de Yenisei. Miraron atónitos a las paredes repletas de perlas y a los estanques en los que los nenúfares flotaban entre el brillo plateado de la luna, que se reflejaba en el agua. Al fondo, un anciano de largo pelo cano se arrodillaba ante el altar, de espaldas a los Khúnar. Estos se acercaron hacia él y uno de ellos preguntó en tono desafiante e irónico:

-         ¿A quién rezas por tu vida y por la de esta ciudad, abuelo? Me parece que huyó hace tiempo abandonándoos a vuestra suerte…

-         No te entiende. – dijo el que estaba a su lado – Matémosle y vámonos antes de que lleguen los Túgmot.

-         Este es el Palacio de Yenisei, dios de la fortuna. – respondió la grave voz del anciano sin elevar el tono.

-         ¿Fortuna? – rió el Khúnar – ¿Habéis oído eso, muchachos? Macabra fortuna la que asiste a un viejo puesto al cuidado de semejantes tesoros…

-         Quizá no sea yo a quien esa fortuna a la que clamáis asiste…- dijo el anciano manteniendo el mismo tono de voz mientras se erguía con lentitud. Sus más de dos metros de altura alertaron a los Khúnar, que observaron con los ojos abiertos al límite cómo se giraba lentamente hacia ellos y dos enormes alas se abrían hacia los costados por debajo de su capa – Pero tampoco creo que seáis vosotros los destinatarios de su virtud…

Los Khúnar dispararon tres flechas que Gróndel apartó con facilidad mediante su pica mientras se abalanzaba hacia ellos. Desde el exterior del templo se oyeron los gritos de varios hombres. Después, un silencio total.

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