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El fin de una era. Parte 2

Marduk se vio obligado a cambiar el lugar donde cada amanecer reunía a sus generales. La Torre de Diobel se había convertido en un auténtico cementerio Khúnar y su rey hizo levantar una tienda de campaña ante la puerta.

El señor de los Khúnar conversaba con el Hombre de Hielo cuando Rávnar y Thoron entraron en el improvisado punto de reunión. Se le veía algo más alegre que otros días, aunque en su rostro se seguían acumulando los signos de cansancio y hastío que las múltiples noches en vela y la extrema tardanza en la consecución de sus planes habían ido marcando. 

Varios de los hombres de confianza del rey Khúnar estaban heridos y Rávnar sospechaba  que no todos los llamados a reunirse acudirían, ya que más de uno habría muerto o se encontraría en estado grave. El hambre y la sed que la escasez de provisiones habían generado, sobre todo entre aquellos que no pertenecían a las tropas de élite, el sueño y el cansancio acumulados, así como algunas enfermedades como la disentería o las fiebres recurrentes hacían que el aspecto de algunos de ellos fuese realmente deplorable. Algunos de los guardas de la puerta trataban incluso de ocultar los harapos en que tras tantos días de lucha se habían convertido sus ropajes, utilizando capas y pieles que habían pertenecido a compañeros caídos días atrás.

Cuando todos los que seguían vivos entre los llamados estuvieron presentes, el rey golpeó la mesa de madera que había hecho instalar con la cabeza de su cetro y comenzó a hablar.

-         Como sabéis, nos encontramos muy cerca de la ciudadela donde los Alisios ofrecerán sus últimos intentos de resistencia. Calculo que para el medio día habremos llegado ante sus puertas y el asedio comenzará en cuanto las torres de asalto hayan llegado. Tomaremos los muros y el castillo antes del anochecer y no tendremos que volver a enfrentarnos a los Túgmot.

-         Los Alisios ofrecerán una dura resistencia, mi señor. – dijo Kyrain en un tono suave y comprensivo para no enojar a Marduk – El Guerrero del Penacho Blanco y el Bisonte Negro no permitirán que la moral de sus hombres decaiga.

-         La moral de esos hombres no es inquebrantable, querido Kyrain. – respondió el rey con vehemencia – Mis hombres aseguran haber herido a uno de los Túgmot, y a buen seguro la información también habrá llegado a los Alisios. Durante estos días hemos tratado de eliminar tanto al Guerrero del Penacho Blanco como al Bisonte Negro, pero siempre han estado bien protegidos por sus hombres. Hoy haremos que uno de ellos sufra una vergonzante derrota ante la presencia de sus hombres, lo cual será la puntilla que acabará con su templanza. El ver que su hombre más fuerte no será capaz de protegerles cuando llegue el momento certificará su inferioridad frente a mi ejército, y se resignarán a la inevitable derrota. Uno de mis hombres más capaces retará duelo a Erin de Alisa, pero de una manera un poco peculiar.

Marduk dio dos palmadas y varios Khúnar entraron en la tienda portando una tinaja y varias espadas enfundadas, en cuyo extremo se habían cosido al cuero varias tiras cortas realizadas con crin de caballo trenzada.

Rávnar miró extrañado a los hombres, lo cual no pasó inadvertido para Marduk.

-         Por lo que veo, nuestro joven amigo no conoce el Juego del Ocre. – dijo el rey.

-         Me imagino de lo que trata, mi señor. – respondió Rávnar – Supongo que el plan consiste en enfrentar a Erin de Alisa con un hábil luchador, con la intención de que este ridiculice al Alisio pintorrojeándolo de arriba abajo. ¿No es así?

Marduk aplaudió complacido, mientras Rávnar trataba de disimular la vergüenza ajena que le producía el ver a un hombre que dirigía semejante ejército emocionarse con tamaña insensatez.

-         ¿Y bien? – preguntó Marduk mirando directamente al Arcadio.

Aunque lo fácil hubiese sido complacer al rey halagando la inteligencia que destilaba su plan y agasajarlo con toda clase de alabanzas, Rávnar no pudo ocultar su opinión.

-         Con todos mis respetos, mi señor, no hay combatiente alguno entre nuestras filas que pueda vencer a Erin de Alisa en combate singular. Yo lo he visto luchar en los Juegos de Iriana y he podido ratificar mi opinión en estos últimos días, no creo que vaya a salir bien. Además, ¿cuál es la razón por la que ese demonio debería aceptar el desafío? No tiene nada que ganar... incluso podría sospechar que se trata de una trampa.

Las sonoras carcajadas de varios de los congregados estallaron cuando el Hombre de Hielo se irguió mostrando la funda de cuero que los Khúnar habían confeccionado para su enorme espada.

-         No creo que nuestro amigo opine lo mismo que tú, Rávnar. – rió Marduk despreciando el discurso del Arcadio – Será complicado para el Alisio acercarse a mi luchador. Y respecto a las motivaciones del Alisio, no me es complicado incitarle a combatir. Podríamos ofrecer un suculento premio, que le sería concedido en el improbable caso de que se impusiera a su oponente.

-         ¡Pintaré con ocre hasta el rabo que llevará entre las piernas cuando se retire a lavarse a su castillo! – gritó el Hombre de Hielo alzando los brazos en señal de una victoria anticipada.

Todos los Khúnar presentes le imitaron repitiendo su nombre en voz alta:

-         ¡Hielo, Hielo, Hielo, Hielo…!

En el amanecer más tranquilo de los últimos días, Erin recibió al emisario enviado por Marduk. Desde lo alto de los muros pudo ver cómo los contendientes de ambos bandos mantenían la posición observándose mutuamente, Marduk había ordenado detener el ataque y los Alisios conocían el riesgo que correrían si decidían atacar y su línea de defensa era rota.

Cuando Góntar llegó a la armería, encontró a Erin calibrando la distribución del peso en varias de las espadas que el hombre enviado por Marduk había traído consigo. Góntar miró hacia los lados de la estancia y comprobó que Erin se encontraba solo, mirando apesadumbrado al filo de la espada.

-         Pasa, Góntar. – dijo sin apartar la mirada del arma que hacía oscilar levemente en el aire.

-         ¡Erin! ¡Corren rumores acerca de que Odnumel ha sido herido, algunos hombres comienzan a estar nerviosos! ¡Dime que no es cierto!

Erin apoyó la espada en el suelo y miró a Góntar sin poder ocultar su profunda tristeza.

-         He estado en la atalaya, Góntar. Los Gárgol descansan fuera del templete, todos excepto dos. He entrado al interior y he visto a Ocatras arrodillado ante el altar de Tevunant. Sostenía a Orlon en sus manos. Ante él, sobre el blanco mármol del altar, solo había un montón de polvo.

-         Odnumel…- dijo Góntar tratando de digerir la angustia que empezaba a oprimir su garganta.

-         Debes ocultarlo a los hombres, Góntar, haz correr el rumor de que el rey se encuentra sano y salvo y que comandará a los Gárgol esta noche.

-         Pero, y si Ocatras decidiese…

-         Vendrán, Góntar. – dijo Erin antes de que su amigo terminase de exponer su pregunta – Jamás dudaría de la amistad de los Gárgol.

-         Tampoco yo. - respondió Góntar – Siento haber dejado que la incertidumbre sembrase la duda en mí. Dice Bram que Marduk quiere presenciar un duelo entre tú y uno de sus hombres.

-         Así es. – respondió Erin dando un par de mandobles al aire con la espada que había escogido – El combate tendrá lugar en los jardines del templo. Un lado estará ocupado por los Khúnar y otro por los Alisios. Marduk quiere que nuestros hombres vean cómo soy ridiculizado por su campeón.

-         Apostaría mis brazos y mis piernas por ti, Erin, ¿pero y si es una trampa? Déjame ir a mí, la integridad de los hombres pendería de un hilo si tú cayeses.

-         No, amigo, esta vez iré yo. Según lo pactado con el emisario de los Khúnar, Marduk liberará a doscientos prisioneros Alisios si doblego a su luchador. Haré que Marduk nos entregue a sus cautivos, eso reforzará la moral de nuestros hombres. – respondió Erin enfundando la espada en el forro de cuero del que pendían las tiras de crin de caballo – Lo que Marduk querría es que yo perdiese o que no tuviera el valor suficiente de enfrentarme al mejor de sus hombres. El cansancio comienza a hacer mella en nuestros músculos, Góntar, y solo una moral reforzada hará que estos recuperen sus ansias de resistir. Demostraré a los Khúnar que soy la representación de lo que van a encontrar cuando traten de tomar la ciudadela, y no será hoy el día en que los Alisios deban sentir vergüenza de aquel que escogieron para regir sus destinos.

Góntar cogió el casco de Erin y comenzó a sacarle brillo con la manga del jubón.

-         Está bien, pero yo estaré tras de ti con la falange por si algo huele mal. Al menor indicio de traición atacaré sin piedad.

-          Gracias Góntar. – respondió Erin complacido – Pon a varios hombres vigilando desde la altura. Si algo fuese mal o si algún proyectil se dirigiese hacia mí haz que hagan sonar una tuba. Si me da tiempo me protegeré tras mi escudo o utilizaré al Khúnar como parapeto y esperaré a que llegues. Ahora vamos, están esperando.

Salieron de la armería y se dirigieron hacia el portón de la ciudadela protegidos por dos columnas de soldados en cada lado. Así avanzaron hacia el Templo de Lithien a través de un pasillo de hombres que observaban con admiración a sus dos mejores combatientes. Por fin, llegaron a la explanada donde varios Khúnar los esperaban. Tras ellos, aproximadamente a un estadio de distancia, miles de Khúnar esperaban con ansia al comienzo del juego. Se habían cuidado de posicionar a los prisioneros Alisios en primera fila, para que estos pudieran comprobar con sus propios ojos cómo su cabecilla era humillado por el Hombre de Hielo.

En medio de la explanada, el Hombre de Hielo esperaba acompañado por dos Khúnar y por Thoron, que haría las veces de traductor.

Góntar, quien cruzó una mirada que paralizaría a más de un Khúnar con el Hombre de Hielo, formó al frente de la falange y fue Váhlak quien acompañó a Erin al encuentro de su contrincante.

Una vez en el centro de la explanada, Thoron se acercó a ellos y preguntó si conocían las reglas.

-         Es sencillo. – dijo – Solo hay que pintar al contrincante. Un tanto en brazos y pies, tres tantos en abdomen o torso, cuatro en el cuello y seis en la cabeza. ¿Listos?

Erin asintió con la cabeza mientras el Hombre de Hielo lo observaba sonriente, ansioso por lanzarse sobre él como lo haría un perro sobre el agresor de su dueño.

Mientras Erin untaba de ocre las cintas de la funda de su espada, hundiéndolas en la tinaja que habían traído los Khúnar, el Hombre de Hielo espetó:

-         ¿Porqué resistir, Alisios? No hay esperanza para vosotros. En cuanto termine contigo degollaré en tu presencia a los incautos que tuvieron la equivocada idea de dejarse coger vivos por mis hombres.

Thoron tradujo lo que el fornido hombre del norte dijo y Erin, sin dejar que su mente se perturbase lo más mínimo, respondió:

-         Resistir sin esperanza es el mayor signo de dignidad que puede mostrar un ser vivo, extranjero, si es que esa palabra tiene algún significado para ti y para un rey cobarde que decide ocultarse como una gallina mientras envía a sus hombres a morir por él.

Thoron tradujo lo que Erin había dicho, y no fue capaz de volver a mirar a los ojos al hombre que había hecho retumbar en su cabeza aquellas palabras: “resistir sin esperanza”, “dignidad”.

-         ¿Comenzamos? – dijo tratando de liberar su mente de cierto sentido de culpabilidad.

Los dos luchadores se encararon y, nada más comenzar, el Hombre de Hielo envió un duro mandoble hacia Erin que solo buscaba percutir duramente en él. Erin golpeó a su vez la espada que venía hacia él con el escudo y comenzaron a oírse los primeros ánimos y abucheos entre el numeroso público congregado.

Se observaron durante unos segundos, girando el uno sobre el otro, y el Hombre de Hielo trató por tres veces de alcanzar a Erin siendo detenido por el escudo de este. Utilizaba la ventaja que la longitud de su espada aportaba para mantenerse a cierta distancia del Alisio, así atacaba de lejos sin correr peligro de ser alcanzado.

Gílam había enseñado a Erin a estudiar a su oponente. Si este mostraba ser difícil de batir, bien merecía la pena invertir unos instantes en observarlo, buscando su punto débil. Erin observaba al gigante pelirrojo con expresión seria, estudiaba cada movimiento, cada contractura de la desarrollada musculatura de sus brazos y piernas, cada gesto y cada mirada, pero aquel hombre era tan frío como su propio nombre. Combatía con una pétrea e indescifrable expresión de la cual poca información se podía obtener, y para su gran envergadura se movía con una rapidez inusitada.

Erin esquivó dos mandobles más sin demasiada dificultad antes de comenzar a tomar la iniciativa. Quizá la extremadamente larga hoja de su oponente, tras la cual este se sentía totalmente invulnerable, era un elemento que podía volverse en su contra.

El Hombre de Hielo lanzó un fuerte mandoble lateral y Erin, utilizando su espada, golpeó tan duro como pudo en el extremo de la espada de su oponente. El enorme brazo de palanca que ejerció la espada del Hombre de Hielo terminó liberando su energía en la muñeca de este, lo cual debió dolerle bastante, aunque no lo suficiente para evitar que atacase de nuevo y con más ímpetu aún. Dos veces más trató de alcanzar a Erin y otras tantas fue recibido de la misma manera.

En la tercera vez que Erin golpeó con dureza el extremo de la espada del Hombre de Hielo, pudo reconocer un leve gesto en su pétrea faz. El mercenario elevó ligeramente el labio superior dejando ver los dientes dentro de su boca entreabierta. Ahora sí que había dolido.

El Hombre de Hielo cambió la expresión de su cara, rió a carcajadas mientras adelantaba lentamente su espada ante Erin, dejándola quieta a merced de los golpes del Alisio, quien no entró en su juego. Al verlo, el gigantón amagó un ataque a Erin, este se protegió ligeramente con su escudo y el Hombre de Hielo volvió a reír tratando de hacer ver a los Khúnar que era el Alisio quien debía temerlo a él. Mientras, su muñeca se recuperaba y solo un ligero calambre permanecía como resultado de los golpes recibidos.

Erin dirigió una malévola sonrisa a su oponente. Quizá había encontrado la debilidad de aquel duro contrincante, puede que hubiera localizado la clave para derrotarlo. Giró unos metros en torno a él mientras escuchaba la voz de Gílam en su interior: “El error de algunos luchadores se encuentra en su vanidad, en tener la certeza de que son mejores que cualquier rival al que puedan enfrentarse. ¿Qué sucedería si sembrásemos la duda en su interior? Eso es algo a lo que no están habituados, les crea incomodidad e incertidumbre. Entonces querrán acabar cuanto antes, aumentando las posibilidades de cometer un fallo. Podrían ser grandes guerreros, pero la debilidad que reside en su desarrollado ego les impide serlo.”

El Hombre de Hielo volvió a atacar y su muñeca se volvió a resentir, con lo cual se adelantó hacia Erin y lanzó un mandoble descendente, más orientado a evitar un nuevo golpe del Alisio que a alcanzarlo.

Erin vio claramente la sucesión de movimientos de su oponente, giró esquivando su espada y pintó de ocre una de sus piernas. Los Alisios gritaron con júbilo mientras el silencio dominó el terreno ocupado por los Khúnar.

Rávnar observaba el combate desde una posición privilegiada, acompañando a Kyrain y a algunos de sus lugartenientes.

-         Observa el espectáculo, Arcadio. – dijo Kyrain sin perder detalle de la lucha.

-         Tiene suerte de que el combate no sea a muerte. – respondió Rávnar.

-         Verdaderamente es una pena, descabezaríamos al ejército Alisio de una estocada. – intervino uno de los hombres de Kyrain.

Rávnar lo miró con desdén.

-         No me refiero a Erin, Khúnar, es el Hombre de Hielo quien salvará su pellejo en el día de hoy gracias a que en ese estúpido juego no hay filos cortantes. – respondió contundentemente el Arcadio.

En el centro de todas las miradas, el Hombre de Hielo volvía a atacar. El resultado fue una segunda pierna pintada con ocre. Estaba comenzando a sentirse realmente enfadado y volvió a lanzarse sobre el Alisio, esta vez de modo más preciso y sin tanto alarde.

Erin esquivó, no sin cierta dificultad, dos acometidas más y tomó cierta distancia sobre el Hombre de Hielo. Había llegado el momento. Se acercó a la tinaja de ocre, al lado de la cual los Khúnar habían dejado varias espadas más. Erin dejó en el suelo su escudo y su espada y tomó dos espadas cortas de aproximadamente un codo y medio de longitud, lo cual enfureció aún más al Hombre de Hielo, quien atacó de frente con la fuerza de un jabalí.

Erin lo esquivó y pintó de ocre el lateral de su cuello ante la alegría de sus hombres.

El Hombre de Hielo, cuya cólera hacía que las sienes le latiesen con fuerza, desenfundó la espada y se dirigió de nuevo hacia Erin, quien se lanzó hacia él sin vacilar.

Los dos combatientes se cruzaron y se hizo el silencio entre los Khúnar. El Hombre de Hielo miró con expresión de interrogación a Thoron, quien tenía la vista fija en el casco del mercenario. Después tocó su cabeza con la mano y vio que el ocre teñía sus dedos.

Erin lo había alcanzado en la cabeza y también desenfundaba sus dos espadas retándolo una vez más.

El Hombre de Hielo se preparaba para el ataque cuando uno de los Khúnar que lo habían acompañado detuvo el combate.

-         Alto. – dijo – El juego del Ocre no contempla la posibilidad de un duelo a muerte.

Thoron, no sin cierta decepción porque el Khúnar hubiera interrumpido la lucha, avanzó con su caballo y se interpuso entre los dos contendientes. Entonces Góntar mandó avanzar a más de veinticinco soldados para que escoltasen a Erin en su vuelta.

Váhlak dio a Erin su espada, después de que este lanzase las que llevaba en las manos clavándolas en el suelo.

-         No es rival para mí. – dijo el Alisio a Thoron – Tradúceselo. Y ahora, cumplid con lo prometido y liberad a los prisioneros.

Después se alejó junto a sus hombres ante la mirada de fuego del Hombre de Hielo, quien a pesar de todo se retiró airadamente hacia al terreno ocupado por los Khúnar. Ninguno de ellos osó cruzar su mirada con la del mancillado general, quien dio orden de que los Alisios a los que los Khúnar mantenían cautivos fueran liberados. Había perdido el combate, pero no el orgullo. Aún quedaba batalla por delante, y junto a sus hombres se encargaría de segar la vida de tantos o más Alisios que los que ordenaba liberar en aquellos momentos.

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