VI: El viaje y la confianza
Jasón estaba emocionado. El rey le había mandado llamar a primera hora del día siguiente al que había llegado con Orfeo. ¿Habría entrado en razón? ¿Se habría dado cuenta de que Orfeo era realmente un bueno para nada que solo servía para cantar canciones bonitas?
Grande fue su decepción cuando, al llegar a la sala del trono, Orfeo también estaba allí.
Ya no existía la capa de polvo sobre su piel. Le habían aseado profundamente, aunque su brillo casi divino no se había disipado aún. Con la guitarra negra en la espalda, seguía agarrando el clavel rojo como si fuese lo más preciado de su vida. Jasón se preguntó si lo soltaría mientras dormía. No le miró cuando el enviado cruzó las puertas. Eran solo ellos dos en esa sala, pues su anfitrión aún no había aparecido por allí.
—Eh, Orfeo —le llamó Jasón—. ¿Qué te dijo el rey después de que me fui?
El chico, siendo fiel a sus costumbres, se encontraba curioseando con la mirada por la sala. Parecía hacerse nueva todo el tiempo para él. ¿No habría tenido suficiente con su investigación cuando se quedó allí con el rey?
—Eh, Orfeo —repitió el enviado—. ¿Me vas a responder o no?
—Lo siento —se disculpó el muchacho—. Creo que estoy un poco distraído.
—No me digas.
—Me preguntó casi las mismas cosas que tú. Que cuánto llevaba en el bosque, cuántos años tenía… Esas cosas.
—¿Qué pensaste de él? —inquirió, tratando de pillarle en falta. Si oía a Orfeo decir algo en contra del monarca, tal vez le podría advertir y Jasón sería el héroe que necesitaba.
Para su mala suerte, Orfeo no respondió. Miraba la flor con melancolía una vez más. Quizá recordaba un tiempo pasado, a la persona que le había regalado ese clavel rojo.
—Buenos días, hombres —saludó el rey, escoltado por dos de sus guardias—. ¿Estáis preparados ya para vuestra misión?
—¿Qué misión? —preguntó el poeta, distraído.
—Iréis a buscar a la doncella que pretendo al Érebo. Tenéis que partir ahora mismo, antes de que comience el otoño, para que la Temible Diosa no imponga su voluntad sobre la del rey de los muertos.
—¿La Temible Diosa…?
—Perséfone, por supuesto —intervino Jasón—. ¿Es que no pusiste atención en tus lecciones de religión, niño? La esposa de Hades, la diosa de la primavera, la reina de los muertos. Ya sabes, la de las flores y todo eso.
El chico le dedicó una mirada extrañada, como si nunca hubiese oído hablar de ella. ¿Temible Diosa, dices? parecía afirmar. ¡Pero si es una señora muy amistosa que regala dulces de manzana!
Jasón no era muy religioso que digamos, pero como todo niño de aquel reino había sido educado en la fe antigua. Sabía que Perséfone era más terrible que su marido, el rey de los muertos. Por ello le llamaban la Temible Diosa. Él era un guerrero y no hacía caso de esas cosas, pero los campesinos seguían haciéndole ofrendas a ella y a su madre, Deméter, la diosa de la agricultura.
—La entrada al Hades queda lejos de aquí, en los confines de mi reino, a cinco días de distancia hacia el norte —indicó el monarca—. Me temo que puede haber muchas bestias en vuestro camino.
—¿Por qué estoy aquí, su Majestad? —preguntó Jasón. Comenzaba a impacientarse entre la actitud de Orfeo y la decisión consciente del rey de ignorar la presencia del enviado por completo—. Puedo ir yo solo. Empaco mi espada, mis calzoncillos limpios y ya. No necesito de un niño con dotes para el canto. Yo soy lo suficientemente valiente.
—No dudo que seas valiente, Jasón —dijo el rey con voz serena—. Te has enfrentado a grandes desafíos con el espíritu de un héroe. Es solo que ¿cómo pretendes convencer a Hades de llevarte a la muchacha? ¿Crees que me la va a regalar o algo por el estilo? Quiero traerla de vuelta a la vida y, si la voz de Orfeo es de oro, que domina fieras y hombres por igual, podrá ser útil para completar este objetivo.
De pronto Orfeo parecía tener mucho interés en las baldosas que conformaban el suelo de la sala del trono. No podía entender cómo el poeta no sabía que él era el dueño de la voz de oro. Una breve visita a la almohada la noche anterior se lo había dejado claro. Sí, Jasón seguía creyendo que era solo un niño bonito con una voz fuera de lo común, pero ya no creía que él fuera capaz de lo mismo. No, Orfeo tenía un don. Y ese don era la música. Estaba seguro de que podría mover montañas si quisiera.
—He visitado el Oráculo —siguió informando el rey—. El espíritu de Delfos me ha mostrado la solución a los problemas del reino. Serán tres los héroes que irán al Hades a rescatar a la doncella. Solo casándome con ella podrá resolverse todo. Las canciones del bosque, los suicidios…
—¿Qué canciones del bosque? —preguntó Orfeo—. He estado todo el verano en ese bosque y no he escuchado nada más que mi guitarra.
A ese punto Jasón ya pensaba que se estaba haciendo el tonto.
—No te preocupes, Orfeo, muchacho —le tranquilizó el monarca—. Son problemas que me conciernen a mí solamente. Necesito héroes como vosotros para cumplir esta misión, pues no puedo dejar a este reino sin gobernante. La cuestión es… ¿Quién será el tercer héroe?
Orfeo sostuvo la flor frente a él, casi como ofreciéndola al rey. Tanto él como Jasón sabían que el poeta no estaba haciendo eso, pues sus nudillos se habían puesto blancos por la fuerza con la que sostenía el clavel. Era demasiado valioso para él.
—Creo que tendremos suficiente con esto, señor —dijo con una sonrisa infantil.
—Si tú lo dices, niño… Supongo que estarás bien. Confío en ti. Anda, ve a prepararte. Está todo listo en tu habitación. Zapatos nuevos, ropa nueva, y hasta un florero para tu cla…
—No —dijo cortante. Era la primera vez que Jasón le veía hablar seguro de sí mismo—. La flor va conmigo. Yo la cuidaré.
—Si tú lo dices… —repitió. Después de echarle un vistazo a la expresión de su enviado, el rey agregó— Vete ya. Tengo que hablar unos asuntos con Jasón.
Orfeo se retiró con presteza. Era un chico obediente, de eso no había duda.
Jasón observó al rey de arriba abajo. Era un hombre elegante, de eso no había duda. Su cabello negro rizado se escondía sobre su modesta corona —la de andar por casa, seguramente— y su barba entrecana le daba un aire de seriedad y sabiduría. Sus ojos castaños parecían haber visto imperios erguirse y caer; eran eternos.
Por algo se había enamorado de su hija, Medea. Claro, antes de engañarla.
—Su Majestad, tengo una pregunta.
—Dispara.
Esa forma de permitirle expresar su duda no le puso muy cómodo. Estaba seguro de que cualquier día de estos terminaría matándolo por lo que Medea había hecho con él. ¡Había caído presa de sus encantos! Él solo era la víctima en el cuento.
—¿Por qué confía en ese muchacho? Apenas ha llegado. Es un extraño. No conoce nuestras costumbres.
—¿Y en quién debería confiar? —inquirió el monarca—. ¿En ti? Oh, claro. Después de lo que le hiciste a mi hija y a mí, ¿por qué no confiar?
—Solo quise sepa…
—La convenciste de tratar de cortarme en pedacitos para hacer una sopa, te casaste con ella, le dejaste dos hijos y después tuviste una aventura con otra. Se volvió loca y mató a tus hijos. ¿No crees que ya he hecho mucho haciéndote uno de mis enviados oficiales?
Puesto así… No se arrepentía. Jasón era la víctima. La princesa con la que había engañado a Medea era bonita y rica. Al final terminaría haciéndole mejor a todos. Ella era la chalada.
—He recibido el mensaje de los dioses —continuó el rey, ignorando la boca abierta de Jasón tratando de defenderse—. Es uno de los predilectos de los dioses. La mismísima Perséfone le ha puesto atención. Confía, hombre, tal como yo he depositado la poca fe que me queda en ti para que cumplas esta misión. Los guardias tienen tu equipaje. Vete.
—Pero…
—Vete, antes de que trates de persuadirme una vez más de que tú eres la víctima de todo el cuento con Medea.
Estuvo a punto de decir que no era convencimiento, eran los hechos. Creúsa, la princesa con la que la había engañado, era buena para la familia.
Ya qué. No había tiempo que perder si querían llegar antes de que comenzara el otoño. Jasón comprendía eso a la perfección. Perséfone era caprichosa, y nadie sabía si decidiría quedarse con el alma de Orfeo —si es que lograban llegar al inframundo, claro— como mascota para toda la eternidad.
Al salir de la sala, se encontró con una bolsa de viaje tendida por la mano de uno de los guardias. Tenía el cinto con la espada allí. Orfeo le observaba, expectante. Su guitarra negra seguía a la espalda y su clavel rojo seguía unido a su mano como si del agarre dependiera su vida.
—Oye, Orfeo —dijo una vez más Jasón mientras caminaban hacia la salida del castillo—. ¿Por qué dices que esa flor es el tercer héroe? ¿Qué la hace tan especial?
A diferencia de todas las respuestas que le había dado, Orfeo no se puso incómodo. Sonrió para sí mirando los delicados pétalos, como si compartieran un chiste privado. Si no quería decirlo, Jasón no lo presionaría para hablar de la estúpida flor. Les quedaban cinco días por delante y esperaba no tener que conversar más de lo estrictamente necesario con el maldito poeta.
YUUUUJUUUUUU
Ay, estoy amando esta historia cada vez más. Es que ORFEO MY BABY
no sé qué opinan ustedes de orfeo, cuéntenme 👀👀
también le echamos un vistazo al mito de Jasón y Medea, let's say all together—JASÓN MALDITO
(o sea medea termina matando a sus hijos y de paso también mata a creúsa, la nueva esposa, pero por eso es una adaptación y no el mito en sí xdd)
qué opinamos de jasón?
y del rey???
y en el próximo capítulo sabremos más de la flor a la que Orfeo es tan cercano, jeje. pista: tiene que ver con tía Perséfone EUUUUU
besitos,
Meri.
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