II: La curiosidad y el camino
Jasón y Orfeo se abrieron paso a través del bosque. Las hojas seguían inclinándose al paso de este último, como si pudiesen recordar su voz y lo que había hecho minutos antes. Jasón lo miró arriba abajo, sin poder comprender lo que le hacía tan especial. Sí, era guapo. Sí, cantaba bien. Jasón podía hacer todo eso sin esfuerzo. ¿Por qué este muchachito de mirada perdida, que observaba el mundo como si lo descubriera por primera vez, era tan buscado por el rey? Cualquiera podía bajar al Hades si quería.
El poeta agarraba el clavel como si fuese lo más preciado en su vida, con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. ¿Qué tenía de especial una flor como esa? Jasón lo ignoraba.
El bosque parecía haberse recuperado del todo de la música de Orfeo. Salieron en un santiamén y se dirigieron al palacio del rey. El poeta no parecía tener preguntas sobre la misión que se le había encomendado, cosa extraña. Claro que Jasón no podría responder ninguna. No tenía idea de quién era la doncella, ni de por qué el rey se creía capaz de traer de vuelta a la vida a la mujer que pretendía. Era una como cualquiera.
Uy, esperaba que su mujer no escuchara sus pensamientos.
Pero no. Orfeo, con la guitarra en la espalda y clavel en mano, parecía desorientado por el cambio de panorama: ya no se veía rodeado de árboles, si no que comenzaba a integrarse al pueblo. Los habitantes miraban asombrados a los dos hombres, en especial a Orfeo: pocos salían de la arboleda con vida, y mucho menos con alguien a quien nunca habían visto. El joven seguía despidiendo el brillo extraño que Jasón había visto y, al parecer, no eran imaginaciones suyas. La gente también lo notaba.
—Oye, Orfeo —dijo el enviado, despertándolo de sus ensoñaciones—. ¿Cuántos años tienes?
—Yo… —Se miró las manos, confundido.— No sé, creo que… No, no lo sé. Perdí la cuenta.
Sus ojos fueron de la guitarra al clavel una y otra vez. Quizá era un gesto que hacía cuando estaba nervioso. Cuando la mirada parda se quedó en la flor, respondió como en un trance:— Veintiún años.
—¿Y cuánto llevas metido ahí, tocando esa cancioncita?
—No lo sé. Cuando toco música pierdo la noción del tiempo… ¿En qué época del año estamos?
—Va a comenzar el otoño en un par de semanas.
—Oh, vaya —suspiró él, sorprendido—. Me he quedado todo el verano allí.
—¿Por quién llorabas?
Orfeo no respondió. Se había quedado una vez más hipnotizado por el clavel de profundo rojo. Jasón decidió que no había caso. Era igual de distraído que el héroe que había conocido veinte años atrás, pero en definitiva este individuo no era él. No, incluso si estuviese mintiendo sobre su edad, el chico era muy joven como para pasar de los veinticinco.
No iba a insistir en su pregunta. Si a Orfeo se le daba la gana de hurgar en la vida personal de Jasón… digamos que él no iba a estar tan cómodo contándole el relato de por qué él era la víctima de toda la situación de su aventura con una princesa extranjera. Porque él era la víctima, claro que sí, pero era difícil de explicar, y a primeras vistas podía parecer que él era el villano del cuento.
Se encaminaron a la cima de la montaña. Las sandalias de Orfeo no eran el calzado ideal para ello aunque, como él estaba demasiado distraído explorando el nuevo territorio, no se quejaba, y Jasón no quiso llamar la atención sobre este detalle.
El castillo del rey no era tan fastuoso como se podría haber imaginado alguien al decir que se atrevía a bajar al Hades. La estructura no era tan soberbia como su persona, y los materiales con los que estaba construido, no tan lujosos como sus festines. A pesar de estar a finales del verano, la bruma flotaba en sus bajos, separando la residencia del gobernante de las de sus súbditos. Mientras Orfeo y Jasón llegaban a la cima del monte, sentían que ascendían por las escaleras hacia el Olimpo, como si los dioses mismos estuviesen al final del camino.
—Oye, Orfeo —repitió Jasón, dispuesto a hacerle otra pregunta.
El muchacho jugaba con una piedra del camino. Parecía un niño, curioseando por ahí con su bella mirada. Al verlo, el enviado tuvo la sensación de que esos profundos ojos observaban más allá que cualquiera. Podía ver a través de las apariencias, de las máscaras.
No contestó a lo que Jasón dijo. Él tomó su silencio como un ánimo para seguir.
—¿Sabes por qué el rey te busca a ti?
—No, ¿por qué?
—Yo qué sé. Por eso te preguntaba.
Silencio. Jasón no podía evitar estar celoso. Nadie iba a enviar a alguien para buscarle al bosque porque se le necesitaba en una misión. ¿Por qué a ese niñato sensible y bonito sí? No tenía las características de un guerrero.
Pero lo que había ocurrido en el bosque… Su canto había hecho que las plantas murieran. ¿Por qué el rey querría a alguien con un talento así? ¿Para enfadar a Perséfone? Jasón bien sabía por el anterior trato que había tenido con algunos de los dioses que a ellos no les gustaba que los provocaran. Mucho menos, en su opinión, a la Temible Diosa, la mismísima reina de los muertos. ¿Quién era Orfeo para desafiarla?
Sí, concluyó Jasón con satisfacción. Es solo un adolescente un poco crecido que no tiene madera de héroe. De seguro no es lo que el rey está buscando. Cuando me vea a su lado, sabrá que yo soy el destinado a cumplir la misión.
Con ese pensamiento en mente, Jasón se animó en la caminata y empujó a Orfeo para continuar. Él sería el héroe.
—¿Quién vive? —preguntó el centinela.
—Jasón, el enviado del Rey, con un invitado muy especial.
Uno de los guardias emergió de las puertas de la fortaleza. Palpó la ropa de Jasón y, cuando procedió a revisar a Orfeo, este se apartó.
—Tranquilo, amigo, que solo van a ver si tienes armas.
—Está bien —accedió él—. Pero que no me quiten mi flor. Ni mi guitarra.
—Como quieras.
El guardia le miró arriba abajo y soltó una risita irónica.
—Por todos los dioses, Jasón. ¿Es este el héroe que te pidieron que buscaras? Míralo. Es solo un niño.
—Míralo bien, Eutonio. Él es especial… o al menos el rey cree eso.
Orfeo no hacía mucho caso del intercambio entre Jasón y el guardia. Estaba demasiado ocupado explorando con la mirada toda la fascinante estructura, siempre preocupado de tener muy firme en su puño el clavel rojo.
—Muy bien, pueden pasar.
Las puertas se abrieron ante ellos y desaparecieron tras la roca. Orfeo miró por encima de su hombro con más curiosidad que desconfianza en su infantil y bella mirada.
—¿Dónde estamos?
—Concéntrate, poeta. Te lo he dicho mil veces. Vamos a visitar al rey, que te ha convocado para saber si eres el héroe perdido hace dos décadas. Quiere que lo acompañes al inframundo a buscar a su doncella. ¿Es que no escuchaste el anuncio?
Orfeo observó la flor detenidamente, como si no lo hubiese hecho unas veinte millones de veces en el trayecto. Acto seguido, dijo con voz queda:— Pero si yo estuve solo unas semanas metido ahí, quizá unos pocos meses. ¿Cómo voy a ser yo el héroe perdido?
—¿Qué sabré yo? Para mí que no sirves ni de carpintero. Debería ser yo el héroe que el rey busca. ¿Por qué has venido, entonces?
Orfeo miró una vez más a la flor con algo de… ¿melancolía?
—Solo… solo lo supe, creo.
Jasón suspiró mientras subía la escalinata que les llevaría a la sala de visitas del rey. Nunca entendería a estos artistas y poetas con sus flores rojas y sus preciadas guitarras. Por eso no eran héroes como el gran Jasón. Supuso que siempre debían estar los románticos como personajes secundarios en la historia en la que él era el protagonista.
vale vale ahora conocemos un poquito más de orfeo y ugh JASÓN TE ODIO
perdón perdón
pero bueno, qué onda con la flor? ksksksksksksks teorías?
les aseguro que significa algo 🤪 solo que aún no les voy a contar... al menos hasta el siguiente capítulo.
les agradecería mucho votos y comentarios para saber qué opinan!!! me animan muchísimo a seguir.
besitos en el culo,
Meri.
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