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Capítulo 21

Diez días. Diez días han pasado desde la última vez que estuvimos juntos. Desde entonces lo he podido ver en más ocasiones, porque hemos hablado por Skype cada uno de estos diez días, pero no lo he vuelto a tocar, ni a sentir sus brazos rodeándome.

Estoy a unos minutos de volver a tenerlo a mi lado de nuevo. Separados por una valla y rodeados de gente, pero cara a cara al menos.

Los gritos de las personas más cercanas a la puerta me indican que los jugadores han empezado a salir. Se entremezclan los distintos nombres cuando van pasando en fila por delante de la gente. Algunos saludan y otros se paran a firmar camisetas o echarse fotos con los aficionados congregados.

Reece es de los primeros en pasar por mi lado. Grita mi nombre, o más bien como él ha decidido que me llamo. Pero no se para conmigo, sino con un joven aficionado que sujeta un cartel con su nombre.

Cuando veo su figura acercarse me uno a quienes lo llaman. Si no reconoce mi voz entre la multitud y pasa de largo será la situación más ridícula de mi vida.

En este momento desearía que fuera menos atento y dejase de pararse con casi cada persona que se lo pide y llegase más rápido a mi posición.

Vuelvo a gritar su nombre. Me ha escuchado. Lo veo buscarme entre la gente y agito las manos para hacerme ver.

Se acerca a mí a toda prisa y me abraza con fuerza. Mi cara queda aprisionada contra su pecho, ¿quién necesita aire puro cuando puede respirar su aroma? Yo no. O quizá sí. Después de un tiempo que me resulta demasiado corto tengo que romper el abrazo.

—¿Qué haces aquí? —Acuna mis mejillas con sus manos.

—¡Sorpresa! Quería verte antes del partido y desearte suerte.

Me pongo de puntillas para poder juntar nuestros labios. Abre la boca profundizando el beso.

Maldigo a la gente que nos rodea y sobre todo a la valla que nos separa impidiendo que podamos estar más cerca.

—Me tengo que ir —lamenta, con sus labios sobre los míos.

—Lo se.

Me da un ligero beso antes de separarse completamente. Siento como el frío sustituye a la calidad sensación de estar entre sus brazos.

—Nos vemos en el partido —dice antes de volver a darme un ligero abrazo y seguir andando detrás de sus compañeros.

***

Al día siguiente vuelvo al aeropuerto, esta vez a recoger a Lidia. Ahora vamos en un taxi de camino a mi piso, tuve que dejar mi coche en Londres, una excusa más para volver.

Va a quedarse conmigo dos días, veremos el partido juntas esta noche y luego tendremos un día más solas, me hubiera encantado que Ava también pudiese venir, pero tenía trabajo en la peluquería.

Tengo miles de planes pensados para hacer con ella. Creo que nunca pensé que volvería a tener alguien con quien compartir momentos de este tipo, y aunque sigue habiendo una parte de mi que se resigna a creer que es posible y que ella va a estar conmigo incondicionalmente, hay otra que salta de alegría de saber que la distancia no tiene por qué acabar con una amistad, si esta es fuerte de verdad. Y que alguien quiere mantenerme en su vida pese a las adversidades. Quizá después de todo si soy suficiente.

Vivo en un pequeño estudio con solo un dormitorio, no puedo quejarme, en Madrid tener el baño separado de la cocina ya es un lujo, que ya ha sido invadida por Lidia y sus cosas, si te dejases guiar por su equipaje podría parecer que se muda aquí. Recuerdo cuando el día que llegué a Londres se quejó por mis maletas, y ella ha traído casi lo mismo para dos días.

***

Llegamos al estadio, ataviadas con nuestras camisetas azules. Hemos salido con tiempo, ya que esta vez no vamos a la zona reservada para las familias. Nos sentamos con el resto de los casi dos mil aficionados del Chelsea desplazados al Santiago Bernabéu. La cola va a merecer la pena para poder vivir el partido en primera fila y con el resto de los nuestros. Nunca pensé que algún día me referiría a la afición de este club como los míos.

Al final del partido abrazo a Lidia que niega con la mirada perdida. Vivir un partido como este en el lado perdedor es una experiencia nada recomendable, sobre todo si como ella no estás acostumbrado a estar en el bando perdedor. Al menos se puede llevar la pequeña alegría de celebrar un gol de Mason, es un consuelo ridículo cuando quedas eliminado de la Champions, pero algo es algo.

Después de estar aplaudiendo a la grada visitante como agradecimiento por su apoyo, los chicos se acercan a nosotros cabizbajos.

Odio ver a Kai así. Con esos labios que normalmente están curvados en una sonrisa, apretados y sus ojitos llenos de pena.

Lo abrazo en cuanto llega a mi altura. Él pasa las manos por mi cintura y apoya su cabeza en mi hombro sin decir nada. Froto su espalda intentando transmitirle mi apoyo. Lo conozco, sé que se está castigando por las ocasiones que ha fallado.

—Menos mal que estás aquí —Su aliento roza mi cuello.

—Siempre —respondo besando su pelo.

No pueden quedarse con nosotras mucho más rato. Tienen que irse al vestuario. Lidia y yo los vamos a esperar fuera para poder verlos un poco más antes de que se vayan al hotel y de vuelta a Londres mañana. Odio que nuestro corto reencuentro se tenga que ver empañado por la tristeza, pero voy a aprovechar con él cada minuto que pueda.

Son los primeros en salir. En vez de encaminarse en dirección al autobús vienen con paso ligero hacia nosotras. Confío en que sus compañeros sean de ducha lenta y tengamos un rato relativamente largo.

Kai trae las manos en los bolsillos y la cabeza aún inclinada.

Aparta la valla que nos separa, ignorando las protestas de un policía y me estrecha entre sus brazos con fuerza. Por fin sin ningún obstáculo entre nosotros. Agacha la cabeza para recibir mi beso, su pelo aún mojado me cosquillea en la frente. Alguien carraspea muy cerca de nosotros.

—Perdona, no puedes hacer eso —me dice el policía de antes en español.

Me aparto de Kai a regañadientes. Este no ha entendido lo que decía el agente, pero no lo necesita para lanzarle miradas de profundo odio. Sonrío, es raro que él sea el furioso y no yo.

El policía vuelve a colocar la valla entre nosotros con pena. Kai no deja de fulminarlo con la mirada mientras el hombre se aleja, para volver a colocarse en su posición.

—¿Cómo estás? —le pregunto. No quiero volver a ponerlo triste, pero necesito saberlo.

—Peor que hace un minuto —Sonríe, no es su sonrisa con hoyuelos pero algo es algo —. Pero mejor que hace diez minutos.

Acaricio su mejilla. No puedo dejar de tocarlo después de días sin hacerlo y con la certeza de que tendré que volver a esperar hasta la próxima vez.

Él gira la cara para besar la palma de mi mano y luego entrelaza nuestros dedos.

—Cierra los ojos —dice.

Dudo entre hacerle caso o protestar, me decido por la segunda opción, si me va a querer que sea con mis manías.

—¿Por qué?

Su sonrisa se ensancha, esta vez si contrae totalmente sus mejillas haciendo que salgan las arruguitas que me encantan.

—Es sorpresa.

Lo miro enarcando las cejas, sin embargo, esta vez decido obedecer.

Separa sus dedos de los míos, pero no me suelta la mano, la coloca con la palma hacía arriba y pone sobre ella algo frío. Me ha sorprendido de verdad. Yo esperaba una camiseta, como siempre, no un objeto que quepa en la palma de mi mano.

—Abre los ojos —susurra en mi oído, provocando que se me erice la piel,

Lo hago. Sobre la palma de mi mano descansa una fina cadena plateada. La levanto con la otra mano, de ella cuelga una pequeña estrella del mismo metal. Nuestra primera cita.

—Me encanta. —Le doy la espalda —. Pónmelo.

Le paso el colgante. Sus brazos rodean mi cuello, agarro la pequeña estrella en el centro de mi pecho para ayudarle a colocarla en el sitio exacto. Pasa la cadena hacia atrás rozando en su recorrido mis clavículas y mi cuello. Allí donde roza mi piel cosquillea y deseo que nunca aparte las manos. Odio esta maldita barrera que nos separa.

Pasamos el resto del tiempo, hasta que se tiene que ir, uno entre los brazos del otro, aunque siempre con la maldita valla separándonos. También charlamos un poco con Mason y Lidia, pero sin dejar de tocarnos en ningún momento.

***

"Se ha visto muy contenta a la novia de Kai Havertz apoyándolo en el Santiago Bernabéu. Como mis lectores ya sabrán, y para los que no lo sepan os lo recuerdo. La chica, una española llamada Andrea, se mudó a Madrid a principios de este mes, ya que una importante editorial española va a publicar su primera novela, desde entonces, por las imágenes vistas de ellos dos estos días en Madrid podemos suponer que han mantenido una relación a distancia. Gran error, amiga Andrea. Nunca te fíes de un futbolista que vive en tu ciudad menos de uno que vive en otro país.

Como amiga te digo, porque ya sabéis que mi única finalidad es apoyar a las pobres mujeres que caen en las redes de tipos como este, que tu novio ha sido visto en actitud más que cariñosa con varias chicas en estas semanas, no intentes justificarlo que nos conocemos, no eran su hermana, ni su prima, y si lo fueran peor. Nadie besa a sus familiares de esa forma.

Atentamente, tu amiga, Laila. M."

—¿Qué mierda es esto? —espeto enseñándole la pantalla de mi móvil a Lidia —. Estás en Londres con él, sales con su amigo. Se supone que eres mi amiga.

—Andrea —Coloca sus manos en mis hombros para intentar que deje de agitar los brazos —. Soy tu amiga. Yo, no esa loca, nada de lo que pone en ese artículo es verdad, las únicas mujeres con las que han podido ver a Kai últimamente es con Ava y conmigo cuando nos pidió ayuda para comprarte el regalo, y te aseguro que besos no hubo.

—¿Y por qué ha escrito eso entonces? —Mi voz hace amago de romperse.

—Siempre lo hace. Lee sus demás artículos, tiene una columna en The Sun dedicada única y exclusivamente a odiar futbolistas. Su víctima principal suele ser Jack Grealish al que le tiene un odio especial, pero de vez en cuando reparte a otros.

—Pero por qué inventarse esa mierda sobre nosotros. No lo entiendo.

—Es su trabajo —Lidia me suelta, viendo que el ataque de ira, y de posible llanto, ha pasado.

—Pues su trabajo es asqueroso y se lo voy a dejar claro —tecleo frenéticamente en busca de su cuenta de instagram. Probando distintas combinaciones del nombre con el que ha firmado el artículo.

—No lo intentes. Su firma es un seudónimo, nadie sabe quien es. Ella misma debe avergonzarse de lo que escribe.

—Que triste y qué cobarde. Ya que tiene los ovarios de escribir esas porquerías sobre la gente que los tenga de dar la cara.

El día de chicas que tenía planeado con Lidia se ha visto algo enturbiado por el asqueroso artículo sobre Kai, pero aún así cuando nos despedimos en el aeropuerto estoy feliz al saber que puedo contar con ella de verdad. Y confió en sus palabras y en el hombre que durante estos meses nunca me ha dado ninguna razón para desconfiar de él. También en la nota que me dejó junto con la camiseta del Real Madrid, que le dijo a Lidia que me diese cuando él ya estuviese camino a Londres. Esta vez la nota solo contenía dos palabras:

«Te quiero».

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