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Después de dejar a solas a Beryl y Hannah, Amadeus caminó en dirección hacia abajo, por donde habían venido. El hombre mantuvo los oídos bien abiertos, las manos en puños para defenderse y vio hacia los lados, percatándose de que no hubiera nadie.
Ayudado de su nariz, olió el aroma de la sangre fresca. Sin saber si era la de la persona indicada, Amadeus se dispuso a seguir el rastro, las pisadas de sus deportivas resonaron sobre las rocas que conformaban la calzada.
Al pasar por dos clubes que abrían en la noche, vio una figura humana moverse como si se tratara de algún animal conocido por su velocidad (un guepardo o una gacela)
Cazador y presa, cuál sea que fuese el rol de cuál, corrieron hacia las entrañas de la calle, dejando atrás puestos de vendedores ambulantes, personas desconcertadas y edificaciones de uso variado.
— ¡Regresa aquí! ¡Cobarde! —gritó Amadeus, su voz se cortó y la garganta le dolió como si acabara de tomar un aguardiente muy fuerte.
Desde hace unos minutos que él perdió el rastro del otro hombre. Encontrándose en un callejón del que no había una salida, la cruz colgante que hacía pasar como un collar normal, emitió ruidos parecidos al de un coro eclesiástico de voces que llamarían «angelicales».
El hombre la presionó en el medio para dar acceso a quién sea que le llamaba.
— ¡Amadeus! Tienes que irte de inmediato. Ellos van a venir por ti, te necesitamos con vida. —Alertó una voz masculina. Quien estaba detrás era un ser de alto poder y rango entre los suyos.
— Rafael, ¿no ves que estoy en una situación de peligro? Tengo que encontrar a ese sujeto, darle una golpiza y sacarle información.
— No vas a conseguirás tu encomienda. Ve ahora con Beryl y Hannah, ellos te necesitan; olvida tu sentimiento de venganza.
El ángel sonó ahogado y abrumado en lo último que le reveló al hombre que, entendiendo la gravedad de las palabras del benefactor, regresó a toda prisa solo para encontrar a su congénere de menor edad tendido sobre el montón de rocas.
— Beryl, Beryl. —Lo puso boca delante para verlo mejor—. Beryl, te necesito. Vamos di algo, Beryl, reacciona.
Apretó varias partes del cuerpo del muchacho. Cuando se pasó a la vena de su mano izquierda, sintió el pulso que buscaba.
— Ama...deus...—respondió Beryl. Ellos, ellos vinieron en grupo. Era un señor de aspecto gitano, tres mujeres y un hombre y...ellos se llevaron a Hannah, lo, lo siento. Si quieres déjame aquí, no merezco estar con vida.
— No seas un exagerado, Beryl, hiciste lo mejor que pudiste. Te voy a llevar a un hospital.
— No gracias, vete. Busca a los captores y dales su merecido.
Pero, Amadeus entendió que no valía la pena arriesgarse a pelear una batalla que iba a perder. Recostó a Beryl sobre una pared y mientras oraba en su mente, le dio unos toques a la cruz para luego proceder a colocar sus manos sobre el brazo de su congénere que sintió una ráfaga tibia que le llenó de tranquilidad.
— Amadeus. —Beryl logró ponerse de pie—. Me siento bien, ¿eso fue magia de curación?
— No es magia y no tengo tiempo de explicártelo y decírtelo. Vámonos de aquí. Ellos van a regresar en cualquier momento.
Los dos salieron apresurados. Sin embargo, uno de los dos, tuvo que regresar.
Horas más tarde, en varios noticiarios locales de la ciudad de Estorné, se dio a conocer la noticia del asesinato doble a una pareja de jóvenes. Amadeus contempló el televisor con una mezcla de rabia y tristeza. Entonces, el foco de atención pasó a uno de los testigos que encontraron.
Beryl Westborn.
Aunque Westborn no era el apellido original, si no el de la persona que le había dado una nueva vida a él y su familiar más cercano.
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