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— Lo lamento. He perdido el rastro de Connor —Llegó cansado un muchacho cuatro a cinco años menor que Amadeus. Tenía el cabello rojo y corto, los ojos color miel y ropa holgada. El chico apenas podía respirar.
La mujer se puso a llorar más.
— Tú debes ser el amigo de Hannah. Vamos a llevarla a otro lado —dijo el hombre de cabello esponjoso.
— El nombre es Beryl.
Amadeus y Beryl hacían los esfuerzos para llevar a la mujer a un sitio más próximo a la salida de la calle Alan Grayson. Ella no encontraba consuelo y su pesar se empeoró cuando vieron un rastro de sangre. El menor del grupo probó un poco.
— Es fresca —llegó a una conclusión.
— ¡Debe ser la de Connor! ¡Lo asesinaron!
— Hannah, si no colaboras, vas a llamar la atención —dijo Amadeus.
— No lo hará. Los mágicos, cultistas y las demás basuras se ríen de ella en secreto; es su diversión.
Los dos hombres se concentraron en llegar hasta el final de la calle. En sitio que parecía seguro, la mujer se derrumbó en lágrimas sobre el hombro de su amigo.
— Quédense aquí. Iré yo a investigar —dijo Amadeus.
Beryl solo pudo dar un pequeño movimiento de cabeza como una señal de sí.
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