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A las tres de la tarde, en una hora en la que la actividad no levantaba sospechas en la calle Alan Grayson, el hombre de piel y ojos oscuros, cabello esponjoso y una altura aproximada de un metro con ochenta, veía con unos ojos enrabiados a uno de los «chalados de la magia» Mostrándole una evidencia que le habían dado dos seres importantes para su vida, cuya identidad decidió mantener a ocultas.
— ¡Que me quieres ver la cara de gilipollas! —gritó.
— Pero señor, o joven si es que lo prefiere. No puede venir aquí y gritarme, va a espantar a l0s clientes. —Se negó el sujeto en el puesto de artículos mágicos.
— Yo no me voy a retirar hasta que hable, sabandija mágica. ¿Cree que soy un simple reportero más?
La evidencia que tenía entre manos era el testimonio escrito de un antiguo vendedor que se entregó a la ley, confesando que fue participe en rituales de magia negra. En dicho documento, se refirió al ladino vendedor como uno de los partícipes en un ritual que consumió la vida de un niño y su cachorro.
Amadeus no se iba a retirar. Mientras tanto, un grupo de personas ajenas a los asuntos de la calle, se reunieron en grupo alrededor de la escena del hombre y el vendedor que se mordió los dientes. En un puñado de minutos en que los dos se amenazaron, el hombre más joven, no se movió ni unos cuantos centímetros.
— Estás arruinando mi negocio, negro de mierda —dijo hipócritamente para molestar al negro, siendo él un hombre mitad jeervalyano y mitad romaní—. Te voy a dar una pista, pero acércate a mí y deja pasar a los clientes —le pidió al otro que se apartó de la vista de los comensales y fue hasta él. —Ven cuando sea de noche, a partir de las ocho, ve hasta un callejón y encuentra al soplón.
El soplón era la identidad de una persona que se ocultaba su identidad bajo ropa y mascaras. Él solía develar algunos de los secretos más profundos, pero se ocultaba entre lo más recóndito para no ser descubierto. Si hasta ahora no lograron ser descubiertos, era por su habilidad y sigilo.
Con la información en la mano. Amadeus pensaba en irse a tomar un descanso. Un viento suave se llevaba algunas de las hojas de los escasos árboles que había. Él tomó una foto en la que estaba su yo de adolescente, junto a una mujer morena y un hombre rubio con ojos azules. Los tres, de edades parecidas, salían sonriendo, el fondo era el de una calle, la Calle de la Sensación, uno de sus lugares favoritos de recreación. En aquellos años, el control era mayor y todos los sucesos macabros que transcurrían, no eran tan graves para llamar la atención.
— Armelia. Aquileas. Ustedes no tienen idea de lo felices que fuimos esos días y de lo mucho que extraño cuando estábamos juntos —dijo sin separar la vista de la fotografía.
Se detuvo.
A plena luz del día, bañado por el sol, se llevó la fotografía hacia el pecho. Los recuerdos si bien seguían, los momentos no volverían.
Craso error fue el de él, pensar que iba a marcharse, así como así de la Alan Grayson.
— ¡Ayúdenme! —una chica gritó con toda la voz que pudo.
Amadeus dio media vuelta, hasta encontrar el local del hombre al que amenazó para conseguir información.
— Dime qué sucedió. ¿Cómo estás? —Miró a la mujer que intentaba procesar como su novio fue tomado por el vendedor ladino.
— Mi novio —Empezó a llorar—, se lo llevó el hombre que estaba aquí y dos sujetos. Yo no pude defenderme y ellos me amenazaron con que me llevarían a mí más. Uno de mis amigos me defendió y se dispuso a seguir el rastro, pero hasta ahora no regresan —la mujer se puso de rodillas por el cansancio de usar tacones. El maquillaje se le había corrido por completo.
— Por dónde fueron —dijo Amadeus en un tono suave para reconfortar a la mujer.
— ¡No lo sé! —Se jaló de los cabellos—. ¡Solo quiero que regrese conmigo!
— Voy a llamar a la policía. ¿Por qué nadie te tendió la mano?
— Porque cuando entramos, los dos nos confiamos y apareció el dueño junto a unos hombres y se llevaron a mi novio.
Amadeus hacía lo posible para dar consuelo a la chica. En el lapso en el que él se marchaba hacia otra avenida, el mágico fugitivo de nombre Eustaquio, atacó a la pareja y se encargó de esparcir el miedo para que nadie ayudara.
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