Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4: El Auge de la Tormenta

Miércoles, 28 de junio de 2049, 2:00 AM

Una semana después de la reunión inicial, el aire fresco de la madrugada envolvía el taller de Ernesto. El equipo se había reunido nuevamente, ahora con más información. La tensión era palpable; después del mensaje final de la transmisión, no quedaban dudas de que Renkov sabía que estaban cerca. Ana abrió el mapa holográfico que había proyectado Ernesto, mostrando un diseño preliminar de las instalaciones principales de Renkov Industries.

—Esto lo obtuve a través de redes internas filtradas hace unos meses —explicó Ernesto—. Aunque es probable que no esté completamente actualizado, nos da una idea general de los accesos principales y las áreas críticas.

Ana estudió el esquema, repasando mentalmente cada detalle del plan. A pesar del miedo, sabía que no podía titubear frente a su equipo. Cada miembro tenía un papel claro en lo que sería su movimiento más arriesgado hasta ahora.

—Necesitamos tres cosas —dijo Ana, señalando diferentes puntos en el mapa—: Acceso al banco de tejidos, conexión al servidor central y una salida limpia.

Vargas, con los brazos cruzados, observó los detalles en pantalla.

—El banco de tejidos está aquí, en el nivel subterráneo dos. Conozco este lugar. Los sistemas de seguridad están diseñados para compartimentar cualquier fallo, lo que significa que si algo sale mal en un sector, todo lo demás se bloquea.

Ana lo miró con curiosidad.

—¿Cómo sabes eso?

—Pasé cuatro años trabajando en proyectos para Renkov. A la empresa no le gusta arriesgar información sensible, ni siquiera con sus propios empleados. Lo aprendí porque tuve que proteger mis hallazgos de ellos —respondió Vargas, con un tono que sugería tanto orgullo como resentimiento.

—¿Protegerlos? —preguntó Ernesto.

—Tenía un sistema de defensa electrónica instalado en mi terminal. Renkov solía monitorear todo, pero nunca se dieron cuenta de que había creado un cortafuegos personal para ocultar mi trabajo. Ahora puedo usar esa misma técnica para vulnerar su red, si logramos acceder a los servidores.

Lara intervino mientras revisaba las credenciales que Vargas había proporcionado.

—Las credenciales de Vargas podrían servir como llave inicial, pero necesitaremos algo más. Estos sistemas tienen capas de seguridad redundantes.

—Ahí es donde entra mi parte —dijo Mario, ajustando un dispositivo pequeño que parecía una consola portátil—. Este dispositivo puede bloquear temporalmente los protocolos de seguridad mientras accedemos. No será por mucho tiempo, pero suficiente para que Ernesto pueda hacer su magia.

Lara levantó la vista de su mochila, donde guardaba un pequeño aparato negro.

—También tengo esto. Es un EMP portátil que conseguí gracias a algunos contactos... digamos, no muy legales. Trabajé un tiempo como contratista independiente, y en ese mundo aprendes a moverte en mercados paralelos. Si llegamos al servidor, puedo usar esto para apagar sus sistemas periféricos durante unos minutos.

Ernesto, que seguía con el mapa abierto, añadió:

—Hablando de contactos, tengo acceso a una red global de activistas que se dedican a exponer corporaciones como Renkov. Me proporcionaron fragmentos de los planos y herramientas para esquivar sus sistemas de detección. Pero si no somos rápidos, podrían rastrearnos antes de completar la misión.

—Entonces no podemos fallar —dijo Ana, con un tono firme.

La líder del equipo sabía que no necesitaba dominar los detalles técnicos; su fuerza radicaba en coordinar las habilidades de los demás. Su experiencia como científica le había enseñado que los avances no se logran en solitario, sino mediante una colaboración precisa y bien dirigida.

—Nos dividiremos —continuó Ana—. Lara y Mario se encargarán del servidor en la torre principal. Vargas y yo iremos al banco de tejidos. Ernesto, tú serás nuestro apoyo externo. Si algo sale mal, necesitamos que cortes cualquier conexión que puedan rastrear.

Ernesto asintió, aunque el peso de quedarse atrás lo carcomía. No se atrevió a decirlo, pero habría preferido estar en el frente, compartiendo el riesgo con ellos, en lugar de sentirse como un mero espectador.

Ana miró a su equipo en silencio, dejando que el ruido de sus preparativos llenara la sala. Habían trabajado juntos durante tanto tiempo que no necesitaban grandes discursos para entender lo que estaba en juego. Pero antes de que cada uno asumiera su papel, Ana rompió el silencio.

—No somos héroes, y tampoco lo intentamos ser. Todo lo que hemos hecho hasta ahora ha sido para llegar a este momento. Renkov no cuenta con que gente como nosotros tenga el valor de enfrentarlos. Esa es nuestra ventaja.

Su voz era firme, sin titubeos. Cada palabra era más un recordatorio que una motivación.

—No piensen en lo que puede salir mal. Concéntrense en lo que sabemos hacer. Juntos.

Un murmullo de asentimiento recorrió el grupo. Nadie necesitaba más explicaciones; el plan ya estaba claro, y los riesgos, asumidos.

Ana caminó hacia la puerta y la abrió, dejando entrar el aire frío de la noche.

—Volvemos juntos. Ese es el trato —dijo, lanzando una mirada rápida a cada uno.

Sin más palabras, el equipo salió uno tras otro, dejando atrás el taller iluminado. Afuera, la oscuridad los recibió como una vieja aliada, y las sombras se alargaron tras ellos mientras se dirigían hacia las instalaciones de Renkov. No habría margen para los errores.

El frío de la noche envolvía al equipo mientras cruzaban el perímetro exterior. Todo estaba calculado: el cambio de guardia, las rutas de patrullaje y los puntos ciegos en las cámaras de vigilancia. Sin embargo, Ana sabía que por muy perfecto que fuera el plan, el peligro era ineludible.

Ernesto se quedó atrás, en un vehículo estacionado en un área abandonada cerca de las instalaciones. Desde allí, controlaba una consola improvisada conectada a múltiples redes.
—Estoy dentro del sistema periférico —dijo a través del auricular—. Las cámaras de seguridad están en bucle. Tienen diez minutos antes de que el sistema detecte la anomalía.

—Recibido —respondió Ana, ajustando su mochila mientras Vargas revisaba un último esquema en su tableta.

El equipo se dividió en dos grupos al llegar a una bifurcación dentro del complejo. Ana y Vargas avanzaron por el túnel que conducía al nivel subterráneo dos, mientras Mario y Lara tomaron la ruta que llevaba a la torre principal.

—¿Estás bien? —preguntó Ana en voz baja al notar que Vargas tenía el ceño fruncido.

—No me gusta improvisar tanto —murmuró Vargas, mirando las luces parpadeantes de los sensores en el túnel—. Si algo sale mal aquí abajo, no tendremos escapatoria.

Ana asintió, compartiendo sus preocupaciones, pero mantuvo su enfoque en el objetivo.
—Por eso tenemos que asegurarnos de que no ocurra.

Avanzaron con cautela hasta llegar a una puerta de seguridad. Vargas conectó un pequeño dispositivo a la consola de acceso.
—Necesito dos minutos.

Ana cubrió la retaguardia, revisando cada sombra y cada rincón oscuro. La tensión hacía que sus sentidos estuvieran al límite.

—Acceso concedido —dijo Vargas finalmente. La puerta se abrió con un suave siseo, revelando una sala fría y estéril llena de cápsulas criogénicas.

—El banco de tejidos... —murmuró Ana, asombrada y horrorizada al mismo tiempo. Dentro de las cápsulas flotaban embriones en soluciones químicas, etiquetados con códigos alfanuméricos. Vargas se acercó a una terminal para comenzar la extracción de datos.

—Esto no es solo un banco de tejidos —dijo Vargas mientras navegaba por los archivos—. Es un registro genético completo. Están creando líneas de ADN modificadas.

Ana se acercó, leyendo algunos de los nombres en la pantalla.
—Están experimentando con embriones humanos. ¿Por qué?

Vargas tecleó frenéticamente, buscando más información.
—Es parte del Protocolo Fénix. Están intentando revertir la esterilidad, pero los resultados son... inestables. La mayoría de estos embriones no sobreviven más allá de las primeras semanas.

Ana sintió que el estómago se le revolvía.
—¿Y los que lo logran?

—Son los sujetos de prueba que vimos en los informes anteriores. Pero no son viables a largo plazo.

Antes de que pudiera procesar la información, Ernesto habló por el auricular.
—Chicos, tenemos un problema.

—¿Qué pasa? —preguntó Ana, su tono tenso.

—Hay actividad en el sistema de seguridad. Alguien ha detectado la anomalía.

Ana se giró hacia Vargas.
—¿Cuánto te falta?

—Necesito al menos tres minutos más para copiar estos datos.

—No los tienes —interrumpió Ernesto—. Un equipo de seguridad se dirige hacia tu ubicación.

Ana miró a Vargas con determinación.
—Toma lo que puedas y vámonos.

Mientras tanto, en la torre principal, Lara y Mario enfrentaban sus propios desafíos. La seguridad era más estricta de lo esperado, con drones patrullando los pasillos. Mario usó su dispositivo portátil para bloquear temporalmente las señales, pero sabía que no sería suficiente.

—Nos están ganando tiempo —dijo Lara mientras trabajaba rápidamente en una consola para acceder al servidor central.

—Espero que no lo desperdicien —respondió Mario, vigilando la entrada con un arma improvisada en mano.

Lara revisaba frenéticamente los datos en la pantalla, cada archivo revelaba un fragmento cada vez más perturbador. De repente, su expresión se endureció.

—Esto... no puede ser —susurró, abriendo un archivo etiquetado como Fénix Omega.

Mario, notando el cambio en su semblante, se acercó.
—¿Qué encontraste?

Lara amplió la información, revelando diagramas y especificaciones genéticas.
—Fénix Omega no es una extensión del Proyecto Fénix. Es su reemplazo. Si no logran revertir la infertilidad, han ideado un plan alternativo.

—¿Qué clase de plan? —preguntó Ana, avanzando hacia la mesa.

Lara la miró, su voz firme pero llena de asco.
—Clonación. Están almacenando su propio material genético para replicarse si todo lo demás falla.

Ana inhaló profundamente, su rostro endurecido por la incredulidad.
—Entonces no se trata de salvar a la humanidad. Se trata de salvarse ellos.

—Más que eso —añadió Vargas, examinando los detalles—. Están diseñando versiones mejoradas de sí mismos. No solo quieren sobrevivir, quieren perpetuar su control absoluto.

El silencio cayó como un peso insoportable sobre el equipo. Mario, que había permanecido quieto, golpeó la mesa con el puño.
—¿Un mundo donde la única herencia genética sea la de esos bastardos? No podemos permitirlo de ninguna manera.

Ana cerró los ojos un momento, dejando que el impacto de lo que habían descubierto se asentara. Luego los abrió, con una determinación renovada.
—Esto confirma lo que ya sabíamos: no habrá segunda oportunidad. Si no los detenemos ahora, no solo condenarán a esta generación, sino a todas las que vengan después... si es que vienen.

Antes de que pudiera decir más, el auricular de Ernesto volvió a sonar.
—Tienen compañía. Lara, Mario, salgan de ahí ahora.

—No hasta que consiga esta información —dijo Lara, descargando el archivo.

—¡Lara, muévete! —insistió Mario mientras el sonido de pasos se acercaba rápidamente.

De regreso en el banco de tejidos, Ana y Vargas se encontraron cara a cara con un equipo de seguridad. Ana levantó las manos lentamente mientras Vargas intentaba ocultar la memoria portátil con los datos descargados.

—Identificaciones —dijo uno de los guardias, apuntándolos con un arma.

Ana improvisó rápidamente.
—Somos del equipo de auditoría interna. Recibimos órdenes de revisar el banco de tejidos después del último fallo del sistema.

El guardia frunció el ceño, dudando por un momento.
—No he recibido ninguna notificación.

—Porque no debía llegar a usted —respondió Ana con firmeza—. Es un procedimiento confidencial.

Vargas, aprovechando la distracción, activó un pequeño explosivo de humo que llevaba oculto en el bolsillo. La sala se llenó de una densa niebla blanca, dándoles la oportunidad de escapar por un conducto de servicio.

—Tenemos que movernos rápido —dijo Vargas, jadeando mientras corrían por los túneles.

En la torre, Lara y Mario también lograron evadir a sus perseguidores, aunque por un margen muy estrecho. Reunidos en el punto de extracción, el equipo subió al vehículo donde Ernesto los esperaba con el motor en marcha.

—¿Lo consiguieron? —preguntó Ernesto mientras aceleraba.

—Lo suficiente como para destruir a Renkov —respondió Ana, sosteniendo la memoria portátil con firmeza.

El vehículo se perdió en la noche mientras las alarmas resonaban en las instalaciones de Renkov. Habían ganado una batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro