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Capítulo 3: "En el huracán"

20 de junio de 2024
4:30 PM

El aire en el laboratorio estaba cargado de tensión. Después de la conferencia, los aplausos habían sido reemplazados por murmullos de incertidumbre. Ana y su equipo habían vuelto a sus estaciones, pero ninguno podía concentrarse. La presentación había sido contundente, pero eso no significaba que no estuvieran en peligro.

Ana repasaba una y otra vez los datos de las muestras recolectadas, buscando algún error que pudiera poner en duda sus hallazgos. La verdad era otra: aunque los resultados eran sólidos, algo más comenzaba a surgir entre líneas, algo que ninguno de ellos había previsto.

—Tenemos un problema —anunció Ernesto mientras entraba al laboratorio.

Ana levantó la vista.
—¿Qué clase de problema?

—Los datos del banco de tejidos. No cuadran con nuestros registros.

Ana lo miró con el ceño fruncido.
—¿A qué te refieres?

—Algunos resultados históricos muestran anomalías que no deberían estar ahí. No concuerdan con los patrones ambientales. Es como si alguien hubiera modificado el historial genético de las muestras.

Lara, que había estado escuchando desde su estación, se acercó con cautela.
—¿Modificado cómo? ¿Estamos hablando de contaminación o manipulación intencional?

—Intencional —respondió Ernesto, con la voz grave—. Y no es reciente. Estas alteraciones datan de hace más de dos décadas.

Un silencio incómodo llenó la sala. Antes de que Ana pudiera decir algo, Mario apareció con un informe en la mano.

—¿Han oído hablar de Renkov Industries?

El nombre hizo eco en la mente de todos. Renkov Industries era más que una empresa; era un conglomerado global que controlaba todo, desde productos químicos industriales hasta farmacéuticos y tecnología agrícola. Sus plantas de procesamiento dominaban vastas extensiones de tierra, muchas de las cuales habían sido reclamadas tras décadas de conflicto ambiental.

—Por supuesto que sabemos quiénes son —dijo Lara, cruzándose de brazos—. Son la razón por la que estamos en este lío en primer lugar.

Mario asintió, lanzando el informe sobre la mesa.
—Parece que no es la primera vez que alguien señala a Renkov como responsable de las alteraciones genéticas. Este archivo menciona un estudio similar al nuestro, pero las conclusiones fueron enterradas.

Ernesto hojeó el informe rápidamente.
—¿Y cómo conseguiste esto?

Mario dudó, pero antes de que pudiera responder, la doctora Vargas entró al laboratorio.
—Porque yo se lo di —dijo, con una expresión tensa.

Todos la miraron en silencio mientras cerraba la puerta tras de sí.
—Este informe es parte de una investigación que realicé hace años, antes de unirme a este equipo. Trabajé para un comité independiente que revisaba las prácticas de Renkov en sus plantas químicas. Descubrimos niveles alarmantes de compuestos mutagénicos en varias regiones agrícolas, pero nunca llegamos a publicarlo.

Ana levantó una ceja.
—¿Por qué no?

Vargas exhaló lentamente.
—Porque el comité fue desmantelado antes de que pudiéramos concluir. Los fondos desaparecieron de un día para otro, y nuestros hallazgos fueron clasificados como confidenciales. Renkov tiene recursos... y conexiones. No solo con gobiernos, sino también con medios y otros laboratorios.

—¿Y ahora? —preguntó Lara.

—Ahora tenemos una oportunidad que no tuvimos antes —respondió Vargas—. Sus datos no solo confirman lo que vimos hace años, sino que podrían revelar algo aún más grave: que estas mutaciones no son solo un efecto colateral. Son intencionales.

Mientras en el laboratorio se desentrañaban estas revelaciones, el mundo exterior continuaba girando, aunque cada vez más asfixiado por las consecuencias de la crisis ambiental. En los barrios bajos de las grandes ciudades, las familias luchaban por acceder a agua limpia, mientras que los barrios acomodados prosperaban gracias a productos filtrados y purificados por corporaciones como Renkov.

En las redes sociales, la noticia de la conferencia de Ana se había vuelto viral. Los titulares clamaban por respuestas, pero también avivaban el fuego de la desinformación:
"¿Mutaciones genéticas o propaganda científica?"
"Renkov Industries responde a las acusaciones: 'No hay pruebas concluyentes'"
"El gobierno calla mientras las familias sufren las consecuencias."

Las calles de las ciudades comenzaron a llenarse de protestas. Algunos manifestantes exigían justicia, mientras otros simplemente buscaban respuestas. Entre los rumores, se decía que varias regiones rurales, antes ricas en biodiversidad, ahora eran zonas muertas, desprovistas de vida y plagadas de enfermedades desconocidas.

El equipo también sabía que el gobierno era un jugador complicado en esta partida. Aunque oficialmente apoyaba las investigaciones científicas, en la práctica su silencio era ensordecedor. En los últimos años, la administración había aprobado leyes que favorecían la expansión de corporaciones como Renkov, bajo el pretexto de impulsar la economía.

—No podemos esperar ayuda del gobierno —dijo Mario, mientras revisaba los datos.

—¿Qué sugieres? —preguntó Ana.

—Que actuemos rápido. Antes de que nos silencien a nosotros también.

Esa noche, Ana permaneció sola en el laboratorio, el cansancio apoderándose de ella. A pesar de las luces tenues y el silencio sepulcral, su mente era un torbellino. La conversación con Vargas había sido reveladora, pero también había encendido un miedo que no lograba aplacar: no estaban jugando contra un oponente común.

Renkov Industries no solo era un titán corporativo, sino una red de poder con la capacidad de aplastar cualquier resistencia. Si sus experimentos genéticos eran intencionales, si estas mutaciones no eran accidentes sino un medio para controlar los recursos del planeta, ¿hasta dónde llegarían para proteger ese secreto?

Ana repasó los datos por enésima vez. Era innegable: los patrones coincidían con las fechas y las zonas donde Renkov había expandido sus operaciones. Las regiones agrícolas más afectadas no solo habían sido devastadas por la contaminación, sino que también mostraban un incremento inexplicable de alteraciones genéticas en su flora y fauna... incluso en los humanos.

De repente, una notificación apareció en la esquina de su pantalla. Era un correo. Ana frunció el ceño. No era una dirección conocida, y el remitente solo decía: "Alguien que sabe la verdad."

Con cautela, abrió el mensaje.

"Esto no es una coincidencia. Protocolo Fénix. Ciclo FOXL2. Van tras ustedes. Pero la verdad está en las raíces."

Adjunto, había un archivo comprimido.

Ana vaciló, consciente de los riesgos. Pero la curiosidad y la urgencia la superaron. Descifró el archivo con el software que usaban en el laboratorio para proteger los datos sensibles y encontró una lista de proyectos clasificados de Renkov. Los términos eran vagos, pero uno en particular le heló la sangre: Ciclo FOXL2. Las descripciones incluían manipulaciones genéticas deliberadas no solo en cultivos, sino también en humanos en regiones específicas.

Ana cerró los ojos un momento. Esto no era un accidente.

En lugar de alertar a todo el equipo de inmediato, Ana tomó su teléfono y llamó a Ernesto.

—Ernesto, soy yo. ¿Estás en casa?

—¿Ana? Es la una de la madrugada. ¿Qué pasa?

—Necesito que vengas al laboratorio. Es urgente.

—¿Qué encontraste?

Ana miró la pantalla, vacilante.
—Creo que alguien está filtrándonos información.

El silencio en la línea se prolongó unos segundos antes de que Ernesto respondiera:
—Estaré allí en veinte minutos.

Antes de colgar, Ana envió un mensaje rápido a Lara y Mario para que también se unieran. No podía correr el riesgo de tomar decisiones sola.

Veinte minutos después, el equipo estaba de regreso en el laboratorio. Todos mostraban signos de agotamiento, pero la tensión en el aire los mantenía alerta. Ana proyectó el archivo del correo en la pantalla principal y explicó cómo había llegado.

—Esto no tiene sentido —dijo Lara, mientras revisaba el contenido—. Si solo nosotros sabemos lo que hemos encontrado, ¿quién podría haberte enviado esto?

—Alguien que sabe más de lo que imaginamos —respondió Ernesto, cruzando los brazos—. Tal vez Vargas no fue la única que trabajó en este tipo de investigaciones.

Mario, que había estado callado hasta ese momento, intervino:
—¿Y qué significa eso de "las raíces"?

Ana se giró hacia la pantalla, ampliando uno de los diagramas del archivo. Mostraba una red de conexiones entre proyectos de Renkov, pero había algo más: un mapa que destacaba varias regiones específicas. Una de ellas coincidía con la ubicación de un banco de tejidos al que habían perdido acceso recientemente.

—El banco de tejidos —murmuró Ana—. Si podemos recuperar esos datos, podríamos confirmar si lo que este archivo dice es cierto.

—¿Y cómo planeas hacer eso? —preguntó Lara—. Ya nos bloquearon el acceso.

Vargas, que había llegado al laboratorio poco después del equipo, levantó la mano.
—Conozco una manera.

Vargas explicó que había trabajado en uno de los laboratorios contratados por Renkov antes de unirse al equipo. Aunque su investigación había sido independiente en teoría, siempre existía un nivel de supervisión que aseguraba que los hallazgos no comprometieran los intereses de la corporación.

—Cuando trabajé para ellos, nos dieron acceso limitado a sus bancos de datos —dijo Vargas—. Pero tengo credenciales antiguas que podrían funcionar para acceder de manera remota al banco de tejidos.

—¿No las han desactivado? —preguntó Mario, escéptico.

—Es probable que lo hayan hecho. Pero si no han cambiado sus protocolos de seguridad, hay una brecha que podríamos explotar.

Con las instrucciones de Vargas, el equipo comenzó a trabajar frenéticamente para recuperar los datos. Mientras lo hacían, Ernesto notó algo extraño en la transmisión: una dirección de red que no correspondía al banco de tejidos.

—Espera, esto no es solo el banco de tejidos —dijo, señalando la pantalla—. Hay un servidor externo conectado.

Lara frunció el ceño.
—¿Un servidor de respaldo?

—No —respondió Ernesto—. Esto es más grande. Es un sistema central que conecta todos los proyectos de Renkov.

Ana sintió un escalofrío mientras observaba la pantalla. Si lograban acceder a ese servidor, podrían encontrar respuestas a preguntas que ni siquiera sabían que debían hacer.

Justo cuando estaban a punto de acceder, la pantalla parpadeó y apareció un mensaje:
"Protocolo Fénix activado. No más preguntas."

La transmisión se cortó, y la sala quedó en silencio. El equipo sabía que habían llamado demasiado la atención. Pero también sabían que no podían detenerse. Ana miró al resto del equipo y, por primera vez, habló con una determinación inquebrantable:

—Si vamos a hacer esto, tenemos que estar preparados para lo que venga. Esto no es solo ciencia. Es una lucha por la verdad.

Vargas asintió.
—Y si Renkov activó el Protocolo Fénix, significa que ya estamos dentro de su radar.

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