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Recuerdos de una chica feliz

Mamá regresó del trabajo cansada, algo fría y distante. No era algo para extrañarse pero su penetrante mirada hacia mi persona era más firme que el titanio. Había algo en ella que jamás lo había notado antes.
Sus pupilas, tan macizas y sus facciones se mantenían en una expresión depredadora y extraña.
Fue difícil cenar junto a una mirada de tal calibre. Incluso papá preguntó por mi distante y confundido estado.

Cuando papá volvió a su habitación para descansar, mamá me habló desde el fregadero, donde se dedicó a lavar los trastes sucios.
—Carter, ¿Recuerdas lo que te dije en la tarde, cuando estabas en el hospital?

Yo estaba secando y dejando en su lugar los platos limpios. Después me dediqué a arreglar la mesa. Al escuchar sus palabras casi se me resbala un plato.
—Claro, dijiste que era apta para los experimentos...

—Si, eso dije... —murmuró mientras sostenía un plato entre sus manos llenas de jabón.

No cerró totalmente el grifo permitiendo que pequeñas gotitas de agua fueran cayendo en secuencia provocando un sonido adictivo y algo incómodo entre ambas. Quedó mirando fijamente a un punto fijo, con los ojos perdidos en una expresión de duda y algo de tristeza. Esto me desconcertó un poco.

Me acerqué a ella por detrás y observé su posición gacha, ésto estaba fuera de lo acostumbrado.
—¿Mamá?

Elevó los hombros de manera ligera y soltó un sollozo casi inaudible. Sus ojos estaban humedecidos y rojizos, mas no dejaba salir ninguna lágrima.

No dije ninguna palabra, solo actúe por intuición.

La abracé por la espalda rodeando su cintura con mis brazos y apoyando mi cabeza sobre su hombro. Miré al suelo sin ningún propósito, mi mente estaba en blanco. Ella se mantuvo inmóvil ante mi tierno gesto y posó su mano sobre la coronilla de mi cabeza mientras cambiaba su expresión triste por una diminuta sonrisa reconfortada.

—Gracias hija... —logró decir rompiendo el impetuoso sonido de las gotas del grifo.

Separándome de ella le sonreí, no sin antes dejar cerrado la llave. Las planillas de agua y luz estaban carísimas últimamente por lo que debíamos ahorrar lo mayor posible.

Exhalando con fuerza pregunté.
—¿A qué hora es la salida mañana?

—A las 5:30 a.m.

Abrí los ojos como platos ante lo temprano que era.
—¡¿A las 5?!

—Y media... —dijo ella levantando un dedo con una socarrona sonrisa.

El desagrado en mi rostro era más que evidente. Odiaba levantarme temprano.
—Ni para el colegio me levanto tan temprano —rezongué.

—No olvides de llevar mascarilla —ordenó mientras me daba leves golpecitos en la cabeza y salía del comedor con rumbo a los dormitorios—. Te veo en ocho horas. Dulces sueños... —canturreó despidiéndose cínicamente de mí.

Gruñí fastidiada. Había sido un pesadísimo día para Carter Pugh.

Subí las escaleras a las habitaciones. El cuarto de mis padres estaba cerrado y era el primero en el corredor. Después seguía el baño y el cuarto de invitados y por último  el de Nicky y el mío.

La puerta blanca del cuarto de Nicky estaba abierta, no dudé en entrar en ningún segundo. Ver su habitación en perfecto estado me hizo dar un vuelco en mi corazón. Era de paredes pintadas de un intenso color azul cielo decoradas con naves espaciales y estrellas. Un gran baúl de juguetes, de madera de roble con diversas calcomanías de sus películas favoritas, yacía cerrado al lado del gran telescopio que le había regalado papá en su sexto cumpleaños. Ese día fue estupendo, aún tengo el fresco recuerdo impregnado en mi mente...

Los diversos colores de los globos animaban las grises paredes de la sala principal. Papá sacó la parrila e hizo un asado en el jardín mientras la grandiosa torta de fresas con chocolate que a Nick le encantaba fue hecha por los dotes de repostería de mamá.

Casi toda mi familia estuvo aquel alegre día. El tío Sam con su larga barba pelirroja acompañado de su esposa Dorothy, la mejor jugadora de Monopolio en todo el mundo pues en las partidas familiares, siempre salía victoriosa. Mamá decía que ella realizaba trampa, cosa que nunca logré creer por completo.
Papá también invitó a algunos amigos suyos de la oficina, ños cuáles trajeron a sus hijos y apoyaron con refrigerios y bocadillos.
Estaban Mary y Leah. Mis dos primas gemelas de un grueso cabello negruzco y vibrantes ojos grisáceos. Ambas tenían ocho años en ese entonces, ya se imaginan, nada les agradaba. También estaba Trevor, el hermano de papá quién entretenía a Nick con impresionantes trucos de magia que hasta a mí dejaban atónita. Yo, por mi parte, recuerdo haber estado en el jardín jugando con Snowy, una hermosa cachorra Pomeranian de un hermoso color blanco como la nieve, de allí su nombre y la cuál me regalaron al cumplir los 10 años, y con Nathan. La única que faltaba en la escena fue Maddie, quien no pudo asistir debido a que tenía otro compromiso el mismo día.

Claramente recuerdo haber disfrutado del grandioso asado de papá y luego de las escabrosas historias de terror del tío Sam, las cuales hicieron molestar a mamá. No debía contarle historias tan espantosas a los niños. Las gemelas gimotearon de miedo y Nick se tapó los oídos para no escuchar. Yo solo arqueaba una ceja, escéptica. Tal vez me asustaba cuando era más pequeña pero ya me consideraba lo suficiente madura para no asustarme con tales cosas.

La emoción de Nick al abrir los regalos no puedo narrarla, fue algo inolvidable. De entre ropa de superhéroes hasta nuevos juguetes, su regalo favorito fue aquel telescopio. Insistía en ir a colocarlo en su ventana inmediatamente para poder ver las estrellas, cosa que era imposible de día. Teníamos que esperar a la noche para apreciar las maravillas y misterios que el cuerpo celeste ocultaba.

El resto del día fue lleno de cantos y risas, recuerdos y magia por parte del tío Trevor, a la espera de la caída de la noche para poder apreciar las estrellas en el nuevo regalo de Nicky.

El atardecer duró apenas unos minutos mientras todos lo contemplábamos desde el césped del jardín. Snowy ladraba insistente para que le den algún premio para perros y todos comenzaron a despedirse de todos. Ya era hora de regresar a sus respectivas casas luego de aquel grandioso día.

Para nuestra sorpresa, Nick había desaparecido durante la despedida. Todos querían despedirse del cumpleañero con un gran abrazo pero ni rastros de él. Mamá me mandó a buscarlo para que viniese y yo, como una hermana mayor ejemplar y preocupada, corrí en su búsqueda.

Busqué en cada rincón del jardín y no logré encontrarle, por lo que decidí adentrarme a la casa. Lo hallé observando en el gran telescopio el negruzco cielo de escasas estrellas. Bamboleaba su pequeño cuerpo buscando el mejor ángulo para apreciar las lejanas bolas gaseosas y sacaba la lengua por el costado, concentrándose al máximo.

Antes de que yo pudiese hablar, un dulce rostro de emoción se reflejó coloreando sus regordetes pómulos de un rosa pastel. Dejó el telescopio de lado y me miró alegre.
—¡Carter! ¡Una lluvia de estrellas! ¡Vamos! —exclamó agarrando mi mano y halándome por las escaleras con rapidez ante mi desconcertada actitud.

Así era... Nicky jamás se equivocaba...

Las estrellas fugaces iluminaban el sombrío cielo como brillantina sobre un lienzo totalmente negro mientras las fijas brillaban con aún más fuerza deslumbrándonos a todos, quienes quedamos perplejos ante la maravilla de la naturaleza que pudimos apreciar con nuestros propios ojos y deleitarnos con nuestra belleza.

Aquel día fue perfecto...

Nicky feliz y sano. Toda la familia y amigos estaba reunidos en un cálido ambiente lleno de risas. Cuando aún no había ningún rastro de desgracia en nuestras vidas. Cuando aún el virus no atacaba con tanta fuerza. Cuando aún las cifras de muertos por día no era tan alta.
Cuando aún era disponible ser feliz...

Me recosté en la pequeña cama de Nicky con las manos sobre el corazón y los párpados cerrados en una pose de oración silenciosa y suplicante mirando al techo blanquecino. Sentí algo suave y afelpado a mi lado derecho, lo estaba aplastando. Era el peluche.

No pude contenerme y me deje llevar por el llanto mientras encorvaba la espalda y llevaba las rodillas a mi pecho, envolviendo al oso de felpa en el calor de mis brazos y empapándolo de mis dolidas lágrimas.
Repetía el nombre de mi hermano y maldecía una y otra vez en un ataque de rabia e impotencia.

—Nick... ¿Por que tú? —musité en llanto entre las almohadas y el oso desahogando todo mi dolor.

Estuve de esa manera hasta quedarme profundamente dormida con el pensamiento de: "¿Qué me espera mañana?" inmerso en mi tan contrariada mente...

Esperaba soñar algo bonito, después de todo era la poca felicidad que podía obtener de este mundo donde esta es limitada...

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