Prisionero
Suspiré aliviada de alguna manera. La academia no era la mía. Triste el destino que aquellos estudiantes tuvieron. Morir en las manos de un psicópata armado. No era novedad que algo así sucediese. El índice de criminalidad había aumentado descomunalmente ante la llegada de "Khaos". Es como si este enloqueciera a las personas convirtiéndolas en bestias inhumanas.
Mamá se paró cruzada de brazos en el umbral de la puerta.
—Vas a quedarte aquí toda la noche —ordenó con firmeza.
Pese a mis insistencias, tuve que aceptar su orden. Era para mi propio bien, para monitorear el estado del virus en mi cuerpo.
Ella me había dejado con uno de sus ayudantes de laboratorio llamado Rick, un hombre joven de mucha musculatura con la misma mirada petrificada que pude apreciar en muchas de las personas que trabajaban en aquel centro investigativo. Incluso me parecía que hasta mi madre la poseía.
Rick no me permitió salir de la habitación a menos de que vaya al baño. Era cansado estar el resto de la tarde y noche allí encerrada como una prisionera. Quería recorrer el lugar o preguntarle al doctor Belafonte sobre mi análisis.
Le expliqué aquello a Rick, quién no era muy blando. Obviamente su respuesta fue un rotundo "no".
Él me sacó el suero dos horas después de que mamá se fuera del centro, ya no tenía nada que impediera mis movimientos.
Aburrida y abrumada de ver las noticias llenas de matanzas, caos y desesperación apagué el aparato ya que pocos eran los canales que podían verse pues muchas de las compañías televisivas quebraron. En estos tiempos a nadie le interesaba ver un programa de talentos para pasar el rato.
Mi cuidador pasó más las dos horas de mi aburrimiento sentado en el lado contrario de la puerta de mi habitación. Podía ver la sombra de la silla y de sus pies por la hendija de la parte inferior.
Pasado ese tiempo, se fué.
Confirmé mi pensamiento al salir de la cama de manera silenciosa y volver a registrar su presencia. En efecto, Rick se había marchado.
Necesitaba encontrar al doctor Belafonte; la duda me corroía por las venas.
Escaneando todo a mi alrededor con cada paso que daba, me encaminé en su búsqueda por los laberínticos pasillos del gran edificio tratando de no ser vista por nadie.
La zona de habitaciones estaba casi desierta, solo unos cuantos guardias distraídos estaban en las diferentes escaleras. Fue demasiado fácil escabullirse de ellos.
Mi bata ensangrentada me causaba algo de molestia, mamá dijo que Rick me daría otra para que me cambiase, cosa qur jamás ocurrió.
Con mis pies descalzos sentía que podía correr mucho más rápido y silencioso entre los diferentes pasillos. Subí unas cuantas escaleras maltratadas por el desuso y recorrí el lugar casi idéntico al piso de abajo. La única diferencia era que un aura oscura y peligrosa yacía revoloteando por todo el ambiente.
A lo lejos del pasillo principal logré reconocer un rostro reciente. Era Rick, quién estaba junto a uno de sus compañeros revisando unos horarios pegados en la pared inmersos entre risas y vulgaridades. Apenas logré oír lo que conversaban. Quizá no deben enterarse, fue demasiado incómodo para mí.
Después de aquello, se alejaron y desaparecieron entre los pasillos dejándolo libre para mi paso. Antes de que por alguna manera esos dos regresaran, crucé rápidamente hacia unos alejados pasillos.
—Huye de aquí —exclamó de nuevo aquella cristalina voz en mi cabeza, repitiéndolo con más fuerza esta vez. Tanta, que parecía que me iba a reventar los tímpanos.
—¡Ya basta! ¡Solo cállate! —grité en mi interior cubriéndome los oídos sin dejar de correr por el lugar.
Mis pulmones explotaban por la falta de aire. Estaba tan asustada que incluso se me había olvidado de respirar. Mis piernas dejaron de responder y me detuve a tomar un descanso, reposando mis manos sobre mis rodillas y agachando la cabeza retomando el aliento.
Vi el reflejo plateado de una gran entrada entre mis piernas y de cabeza por lo que me causo una leve extrañez y curiosidad. Me incorporé de nuevo y lentamente coloqué mi mano sobre la superficie metálica y muy fría. Tenía un brillante y cegador color plata ante la luz de las lámparas y un cartel amarillento que decía: “Peligro, solo personal autorizado”. Un aire gélido venía desde adentro.
Para mi sorpresa, la puerta estaba entreabierta...
—Vete... —musitó la voz.
El cuartito era pulcro y de brillantes baldosas de un color ocre con unas cuantas estanterías con frascos de distintas drogas y medicamentos. También habían diferentes utensilios como cuerdas y arneses. El silencio en el lugar era abrumador. Sentía que lo único que podía oírse era los acelerados latidos de mi corazón que amenazaba con dejar mi pecho de lo asustada que estaba.
En el fondo de la habitación, una presencia que parecía haber salido de una película de terror.
Era un chico, no mayor que yo. Sin embargo, me aterraba su deplorable estado. Su apariencia también lo hacía...
Retrocedí dos pasos al encontrarme con aquellos ojos espeluznantes. Eran de un brillante color dorado que estarían inmersos en lo más profundo de mi mente varios meses. Su cuerpo estaba inmovilizado con un enorme arnés de metal y plástico y sus extremidades, maniatadas con enormes y pesadas cadenas ennegrecidas seguramente por el tiempo que llevaban y la falta de mantenimiento. Un firme bozal le recubría la mitad del rostro. Estaba encerrado en una película de un grueso cristal como un animal de zoológico.
Parecía una fiera asesina en su jaula. Incapaz de moverse y hablar, solo me miró fijamente con sus profundos ojos de aquel inusual color. Había algo en el él que me aterrorizaba.
—Te dije que te fueras... —esta voz se escuchaba mucho más cercana y en un tono molesto y cavernoso.
Volví a la puerta dándole la espalda por completo, aún con sus orbes clavadas en mis omóplatos. Necesitaba abandonar el cuarto donde yacía aquella criatura de pesadilla, no me importaba si estuviera atada o no. Algo en ella me causaba una desesperación exhuberante.
Ahora la puerta se hallaba cerrada.
—¡¿Qué?!? ¡¿Pero cómo?! —maldije por lo baje forcejeando la manija de la puerta. Apreté los dientes al hacerlo, no iba a ceder tan fácilmente. Estaba cerrada con llave.
La desesperación me comenzó a azotar como gruesos latigazos en las pantorrilas mientras imploraba por ayuda.
Al no haber respuesta, me di por vencida. Golpeé por una última vez a la puerta mientras colocaba la coronilla de mi cabeza contra el frío metal de la puerta. No lloré, no sentía la necesidad de hacerlo. Solo sentía algo de miedo a la criatura encerrada.
—Deja de hacer tanto escándalo —reprimió la voz de nuevo.
¿Cómo sabía aquello? ¿Acaso me estaba viendo?
Mi cuerpo se tensó al pensar en su origen. Abrí los ojos de golpe y mi respiración se aceleró transformándose en un fuerte jadeo al voltearme. Otra vez mus ojos se encontraron con los suyos. Solo que esta vez, parecían dos candelas encendidas rodeadas con un laberinto de venas color azabache que recorrían el rostro como un atemorizante antifaz...
—Tú...eres la voz —me atreví a decir con mi tono tembloroso y aterrado.
A pesar de lo inmovilizado que estaba, logró asentir sin despegarme la mirada.
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