Gris
El siguiente día amaneció sombrío y gris. Todos decidimos quedarnos en el hospital acompañando a Nicky, quién logró poco a poco estabilizarse gracias a los medicamentos disponibles.
Durante toda la noche, las contundentes palabras del doctor martillearon mi cabeza, impidiéndome dormir.
¿Podría ser yo quien salvase a la humanidad, o aunque sea ser parte de la salvación? Quería hacerlo de cualquier manera, sin embargo, había algo que me incomodaba.
Mamá nunca me hablaba de su trabajo, me pedía que no le preguntase. Papá tampoco sabía mucho de él, solo que ella trabajaba con infusiones en un laboratorio pero nunca me dijo para qué.
Me imaginaba que clase de experimentos realizaban en aquel laboratorio y quienes iban de voluntarios. Estaba algo intrigada, confundida y, también, asustada. Desconocía lo que me esperaba, solo tenía una idea en mente... Salvar a Nicky de aquel horrible virus mortal.
Mamá despertó temprano, dos minutos después que yo para serles exacta, y junto con el doctor Peters y otros ayudantes salimos del hospital en el auto negro del galeno mientras mi padre se quedaba cuidando a Nick y parte de los enfermos a modo de voluntario.
Me senté en la parte de atrás, junto a la ventana derecha, al lado de mi madre. El frío cuero negro que recubría los asientos tenía un agradable olor a nuevo y a desodorante para carro. Los acompañantes del doctor tenían la mirada seca y catatónica, parecían unos androides secuaces. Me daban incluso un poco de recelo, a veces me miraban como si fuese un ratón de pruebas.
Observé por la ventana las desoladas y mugrientas calles por las que pasábamos, cada vez alejándonos de la parte más poblada y nueva de la ciudad.
Cada vez las calles se hacían más angostas y retorcidas. Unos cuantos indigentes caminaban con las miradas perdidas por las aceras bañadas en polvo negro con el fondo de los viejos edificios llenos de grietas y graffitis. Lucían enfermos y asustados, probablemente estaban contagiados con el virus, solo que no poseían dinero alguno para someterse a los violentos tratamientos para su mejoramiento.
El auto pasó por una gran plaza de césped mustio y marchito cubierto de basura donde había um hombre de contextura fornida y vestido con ropa negra y un gran sombrero que le cubría parcialmente el rostro, dejando apreciar solamente unos brillantes ojos dorados entre sus ensombrecidas facciones. Apenas unos milisegundos pero pude sentir un aire peligroso y violento en ellos provocándome un escalofrío que recorrió mi espina dorsal.
No dije nada, un leve suspiro asustado apenas salió de mi boca y nadie lo pudo notar...
No lucía enfermo, ni débil. Al contrario, parecía un fuerte mercenario listo para atacar a quien sea. Aquel brillo en sus ojos era espeluznante, algo que yo nunca había visto en mi vida. "¿Quién diablos era ese tipo?" "¿Por qué me asuste de esa manera?"
El camino fue más o menos largo y la miseria que podía apreciar en las calles cada vez era mayor, solo que a medida que nos acercábamos a nuestro destino, los símbolos de vida humana eran más escasos. Era como contemplar una escena de batalla, coloreada de tonos grises y negros, donde ningún ser vagaba y todo era reinado por el más remoto silencio.
—Mamá, ¿Cuánto falta? —pregunté algo cansada de esperar.
—Estamos a punto de llegar, es aquel edificio que ves allí. —exclamó señalando un gran edificio grisáceo de fachada antigua.
—¿Allí trabajas? —dije incrédula debido a que imaginé una base mucho más moderna y avanzada en vez de aquella.
—No es lo que parece... —musitó en mi oído—. Por favor, no comentes de esto. Es clasificado.
Al entender el susurro de mi madre le contesté de la misma manera.
—¡¿De qué hablas?!
—Te lo explico luego... Ahora guarda silencio...
Obedecí. Ahora si estaba algo incómoda. ¿Por qué debía hablar en susurro? ¿Por qué mamá no me había contado nada de esto? ¿Por qué esta área era tan mustia y negra? Tengo tantas preguntas sin respuestas y nadie que pueda contestarlas.
El auto entró en el parqueadero subterráneo del edificio. Allí, todo cambió.
Desde que entramos había un guardia preguntando por nuestras identidades donde el doctor Peters solo contestó:
—Venimos a hacer unos análisis.
Y les permitieron pasar con recelo hacia un moderno parqueadero donde algunos automóviles de valor yacían aparcados. Esto me dejó algo contrariada. ¿Qué era ese lugar?
Salimos del auto y entramos en una pequeña sala donde había un gran elevador lujoso. Uno de los acompañantes del doctor llamó al aparato e inmediatamente sus grandes puertas plateadas se abrieron dando paso a su espaciosa cabina alfombrada.
El doctor Peters digitó el piso número 9 y el ascensor comenzó su viaje ascendente.
Sentí aquel minuto como si fuera una hora, tenía el corazón en la garganta. Miré de reojo a mi madre, su semblante había cambiado de preocupado y tierno a uno serio y decidido. En ese momento comenzaba a arrepentirme de meterme en esa situación desconocida e inesperada.
Se abrieron las puertas de nuevo. Lo que tenía frente a mis ojos me dejó atónita. Un gran salón moderno de vidrios oscuros con muchos detalles elegantes donde algunas personas vestidas con largas batas blancas y otras con mascarilla cruzaban de un lado a otro por los diferentes pasillos y escaleras. Todos tenían inscrita en la tela de la ropa la letra "K" y algunos se detuvieron a observarnos a nosotros los recién llegados.
Un hombre alto de unos treinta y tantos años según mi suposición y de cabello castaño claro saludó cordialmente con todos nosotros y miró seriamente a mi madre.
—Dra. Crowley, me alegra mucho que esté de vuelta. Tenemos algunas situaciones que necesitamos su ayuda. —dijo quitándose la máscara de encima de la boca y mirándome de pies a cabeza con una ceja enarcada—. ¿Ella no es su hija?
—Así es. Ella es Carter. Viene a ser parte del voluntariado para las vacunas —pronunció mientras sobaba cariñosamente mi espalda indicándome que sea amable con él. Conocía los símbolos de mi madre...
—Mucho gusto —respondí secamente.
—Me alegra que hayas aceptado ayudar en este tiempo de crisis —dijo sonriente y bonachón—. Vamos a la sala de espera. Me gustaría tomarte unos análisis y comprobar que eres apta para este procedimiento.
—Esta bien, gracias. —exclamé segura de mí misma—. Espero serlo. Quiero en serio ayudar a mi hermano.
—Ya veo. Que valiente. —declaró señalando el camino—. Por aquí querida.
Mamá se sintió tensa en sus zapatos. Algo le estaba incomodando.
—Doctor... ¿Cómo está el otro voluntario?
Los ojos del castaño se ennegrecieron ante su pregunta.
—Creo que debería hacerle una revisión. Puede que no haya tolerado las infusiones.
Aquello me dió nauseas. No se por qué razón. Simplemente me sentía mareada ante ello.
Mamá simplemente respondió con un "Sí, señor" y se fue dando fuertes pasos con sus tacones, dejándome sola con tal doctor. Su olor era extraño. Me recordaba mucho al formol, solo que había algo que no me cuadraba y era inquietante.
—Me llamo Lucca Belafonte y soy el jefe de científicos de esta área. Te preguntarás que es este edificio moderno en medio de tanta podredumbre de la ciudad. Esta es una agencia de investigación del virus "Khaos" que trata de descubrir la cura de esta violenta enfermedad que poco a poco está acabando con la humanidad —dijo mientras caminábamos por un estrecho pasillo con un intenso olor a desinfectante barato—. No deberías estar asustada. Muchos otros jóvenes han entrado a este proyecto y permitieron el avance de la vacuna contra este virus. Primero, tenemos que estar seguros que el tratamiento sea tolerable para tu cuerpo ya que muchos no lo resisten. Por eso los voluntarios son jóvenes saludables y llenos de energía. No tienes nada de que preocuparte.
—No estoy preocupada por mí. Solo deseo que encuentren la cura de la enfermedad y mi hermano pueda sanar.
Nos detuvimos en una puerta blanca donde había una inscripción que decía "Laboratorio #3" y él me abrió la puerta invitándome cordialmente a pasar.
—Siéntate en esa silla —ordenó señalando al objeto que estaba rodeado de anaqueles con diferentes muestras de sangre y jeringuillas—. Solo tomaré una muestra de sangre. Tienes que gozar de buena salud para esto.
Sacó una jeringa gruesa de los anaqueles junto a dos pedacitos de algodón remojados en algo de alcohol. Desfundó la aguja del plástico y la frotó con el algodón. Yo, por mi parte me senté en la silla acomodando mi cabello claro que estaba desordenado un poco y estiré el brazo permitiéndole una mejor vista de mis venas y arterias. Con una banda acolchada apretó mi antebrazo y enseguida una vena salió a la vista.
Respiré profundo para resistir el pinchazo y cerré los ojos mientras todo ocurría. Cinco segundos exactos se demoró y mi sangre ya estaba en la jeringuilla. La depositó en un frasquito de muestras y salió de la habitación con él.
—Ya vuelvo, iré a entregarlo a uno de mis colegas para que lo examine.
No tardó mucho en regresar. Sin embargo, volvió con algo que me dejó perpleja. Otra jeringuilla más. Era pequeña y llena de un extraño líquido color grisáceo.
—¿Para qué es eso? —dudé en preguntar en un principio.
—Te dije que teníamos que comprobar que podrías tolerar el tratamiento. Con esto y el análisis que estará listo en la tarde lo probaremos —musitó con naturalidad mientras me pedía de nuevo estirar el brazo exponiendo la cara externa de éste, justo en el lugar donde ponen las vacunas comunes.
El pinchazo apenas lo sentí, el líquido fue diferente. Entró quemándome las venas por un momento y sentía como corría por mis vasos sanguíneos como gasolina pura, ardiendo en ellos. El doctor me sonrió tratando de tranquilizarme al ver mi mueca de molestia y me dió un algodón para cubrirme el agujerito que dejó la jeriguilla en mi piel. Una gotita de sangre quedó impresa en las fibras blancas tiñiéndolas de un brillante carmesí.
—Ya, eso fue todo. Puedes volver a casa tranquilamente. Mañana podrás saber los resultados y tu madre te comunicará si eres perfecta para el voluntariado o no podrás soportar los agresivos medicamentos. —dijo Belafonte mientras salíamos del laboratorio de vuelta al salón principal por otra ruta de largos callejones.
De repente, un aura pesada golpeó mi ser aturdiéndome totalmente. La cabeza comenzó a darme vueltas y sentía debilidad en mi cuerpo. "¿Qué diablos es eso?" pensé.
Al pasar por una puerta plateada que decía "Prohibido el ingreso" y "Cuarentena" el sentimiento se hizo tan fuerte que mis piernas se vencieron por la gravedad y caí al piso como un metal atraído a un poderoso imán.
El doctor me tomó en sus brazos y contemplé su rostro en una visión borrosa y sepia. Poco a poco fui perdiendo el conocimiento hasta quedar en la negrura absoluta....
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