Dudas, dolor y sangre
Fue algo espontáneo, el miedo de un momento a otro se había esfumado. Fue reemplazado por un sentimiento de lástima ante aquella presencia lúgubre privada de su libertad.
Oía su pesada respiración a través del grueso cristal debido al cortante silencio de la habitación. A duras penas se oía el goteo de un aire acondicionado en el lado izquierdo del tumbado. A lo mejor estaba dañado.
—¿Por qué estás en esa condición? —pregunté al aire esperando su contestación. Él solo emitió un quejido en respuesta.
Dí un resoplido. A lo mejor estaba algo aturdido por alguna medicina.
—¿Quién eres? ¿De dónde provienes? —comencé a abarrotarlo con preguntas aleatorias esperando a que contestaste, cosa estúpida al ver que poseía un bozal impidiéndole el habla.
No. No era estúpido. Él podía contestarme. Podía hacerlo en mi mente. Por medio de telepatía.
Desconocía aquel término. Quizá lo había leído alguna vez en Internet mientras exploraba las redes sociales y lo había ignorado, la mayoría de aquella información era falsa o mal redactada.
Había algo que retumbaba en mi cabeza. ¿Acaso la telepatía era real? Y si lo fuese, ¿cómo aquel chico podía realizar tal hazaña? Según aquellos artículos, solo las personas con mayor capacidad intelectual podrían utilizarla al igual que otros "poderes" como la telekinesis.
Llegué a la conclusión que al salir del laboratorio le pediría a mi padre que me llevase al psiquiatra de inmediato.
—¿Podrías hacer silencio? —exclamó la voz dentro de mi cabeza de nuevo. La criatura seguía observándome a los ojos—. Me estresas.
Inmediatamente puse mis cinco sentidos en alerta. Examiné de manera minuciosa sus facciones, estaban algo molestas y fastidiadas. Volví a preguntar, quería comprobar mi teoría. Dí unos cuantos pasos hacia él.
—¿Cómo lo haces?
—¿Realmente te interesa tanto? —respondió en el juego pregunta-pregunta. Quería provocarme. Sin duda, el chico frente a mí, utilizaba de manera estupenda la telepatía.
—Por favor contéstame —ordené. La curiosidad me corroía—. ¿Por qué estás en estas condiciones?
Exhaló con fuerza por la nariz y cerró los ojos mientras me contestaba.
—No sabes lo que soy. ¿Cierto?
¿A que se refería? Ni idea.
—No. No tengo idea de que eres.
Volvió a abrirlos, era la única manera que podía sentir sus emociones pues el resto de su cuerpo estaba inmovilizado. Tenía unos ojos muy expresivos y extraños.
—Eso es extraño. Pero si puedes escuchar lo que digo.
—¿Disculpa? ¿Y eso que tiene que ver?
—Se supone que si escuchas lo que digo eres igual que yo —por alguna razón su voz comenzó a difundirse llegando a ser casi un murmullo inaudible.
—¿Qué diablos hablas? —fruncí los labios contrariada—. Debes estar así por estar loco —declaré causando algo de molestia en él.
El aura en la habitación cambió, era mucho más pesada que antes.
—Estoy encerrado aquí por ser un monstruo. Mejor sería estar loco. Tendría un destino mucho más alegre.
Parecía que no lo había notado pero de repente él quedó mirando la enorme mancha rojiza de mi bata causándome algo de incomodidad.
—Es solo sangre.
—Son los primeros síntomas.
Cada vez sus palabras se tornaban mucho mas extrañas y confusas.
—¿Qué?
—Eres igual que yo. Eres un “caído”.
La última palabra fue reverberante en mis oídos.
—¿Qué diablos es un caído?
Él ignoró mi pregunta, como muchas otras que hice anteriormente. Quizá podría aclararme muchas más cosas que el mismo doctor y mi propia madre.
—Sin embargo, hay algo en tí que es diferente. No logro descifrarlo. Probablemente aún estás en transición —miró a su alrededor, como si buscase las repuestas en los diferentes rincones de la habitación.
—¡Ya basta de tanta intriga! ¡¿Por qué nadie me dice que diablos me sucede?! —exploté hecha una furia, tanto que incluso me aguanté las lágrimas.
Estaba algo confundido pero su semblante serio me devolvió la calma. —Te advertí que te fueras.
—No entiendo para que me dijiste eso. No veo el peligro.
—Vaya que los humanos son tontos e ingenuos. Por eso son víctimas fáciles de la maldad e hipocresía.
Cada vez era más confuso.
—¿De qué tanto parloteas? Eres igual que yo —manifesté molesta a escasos centímetros del cristal, nuestras miradas eran una y, a medida que me acercaba, pude apreciar sus misteriosas irises doradas con pequeños destellos alrededor de la negra y diminuta pupila.
—Quisiera ser como tú... —aquello fue mencionado con absoluta tristeza—. Te dije que soy un monstruo.
Todo era un bendito remolino de ideas y un nudo de palabras. Simplemente le seguí el juego.
—Pero dijiste que yo era igual que tú.
—Realmente no lo sé. Se siente similar. No podría decirte con exactitud.
—Dime quién eres en verdad —ordené—. Mejor dicho que eres...
Agachó la cabeza de repente, pareciera que el atlas se había desganchado de la base del cráneo por el violento movimiento.
—Ya te dije que soy. Con respecto a lo otro; no sé... No sé quién soy.
“Este tipo está encerrado aquí por loco. Espero que me saquen de aquí pronto, me dañará las neuronas si continúo a su lado. No quiero terminar en un manicomio" pensé mientras alzaba los brazos en rendimiento y me alejaba del cristal para sentarme en el suelo con la espalda apoyada contra la pared. Agarré el puente de mi nariz entre mi dedo índice y mi pulgar, todo era un maldito enredo y no conseguía respuestas por ninguna parte ni de nadie.
Incluso era algo descabellado preguntarle a un completo desconocido que estaba amordazado como una fuera salvaje en la parte más alejada y solitaria del edificio. Cada vez más estaba quemando mis fusibles.
Me miraba de manera catatónica, sin emoción alguna.
—¿Por qué estás aquí en primer lugar?
Su voz esta vez me causó un fastidio inmensurable.
—¿Por qué debería de contestarte, si mis preguntas fueron ignoradas? Además, eres un completo extraño. Simplemente no me jodas. Esperaré tranquila aquí a que me saquen. Fue un error venir aquí en primer lugar.
Le dí una cucharada de su propia medicina, en parte tenía razón. Sin embargo, la cabeza comenzó a reventarme de manera inmediata y un fuerte mareo me azotó provocándome unas horribles náuseas.
La mirada del encadenado no se despegaba de mí, comenzaba a cansarme la actitud de aquel loco. Estaba enfocado en la enorme mancha de sangre nasal.
Me sentía débil y mareada. Todo era tan rápido y extraño a mi alrededor que ya estaba causando estragos en mí. “Probablemente sea el estrés” pensé.
Mis músculos eran flácidos y estaba inmóvil. Una corriente me comenzó a quemar el tórax que poco a poco fue esparciéndose por todo mi cuerpo. De mi boca no emanaban quejidos, mi garganta estaba acallada, solo me dejaba llevar por el silencio de la habitación gélida y trataba de evitar a toda costa la mirada del extraño de las cadenas.
Ese ardor se concentró en mi estómago y la debilidad iba en aumento. Mi piel era pálida como la cal, apenas se notaban las venas de un color azul apagado, casi muertas. Un hormigueo en el cerebro se sumó a mi sufrimiento.
—Ya empezó... —dijo él de manera seria. Volví a encontrarme con sus ojos, esta vez, un gajo de preocupación se ocultaba bajo la serenidad de éstos.
Las náuseas me azotaron con más intensidad junto con el molesto hormigueo. Un escozor en la garganta me hizo toser de una manera tan fuerte que incluso mi respiración se desrregularizó. Me coloqué sobre mis rodillas tratando de recobrar el aliento, trataba de quitarme aquel ahogo espantoso que me privaba de oxígeno. De repente desapareció, volví a respirar con normalidad.
Con la mirada aún frente a las baldosas, observé mi leve reflexión en ellas. Lucía moribunda, gravemente enferma. Era “Khaos”. Ahora si estaba matándome.
Era el mismo sufrimiento de Nicky. Me apiadé de él con lágrimas en los ojos.
Mi estómago se revolvió, no logré soportarlo más y devolví todo su contenido. Cerré los ojos, no deseaba apreciar aquel espectáculo.
La angustia me envolvió cuando sentí un sabor metálico que me llenaba la boca.
El suelo estaba bañado en roja sangre. Había provenido de mi estómago. Todo era sangre. Mis manos estaban cubiertas de ella, caliente y viscosa. Una escena repugnante la cual nunca podré olvidar.
En el fondo, aquellos brillantes ojos dorados me observaban fijamente. Por un instante, sentí que se entremezclaban con el rubí que bañaba mis manos causando una visión óptica.
—Ayúdame... —logré decir en un susurro. Apenas las palabras emanaron de mi garganta, adolorida por la ardiente sangre que la recubría.
Otra vez la oscuridad cayó encima de mí como la entrada del agujero negro.
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