35. Detalles trascendentales (Aura)
35. Detalles trascendentales (Aura)
De donde antaño mi tatuaje de la cadena infinita se encontraba, brotó una luz; sentí una sensación fría recorriendo mi cuerpo y mis ojos se encontraron con varios rostros, vagamente familiares (puede que anteriores giltz, pero no estaba del todo segura). Fue solo un instante, o así lo consideré por lo menos; luego, la luz cesó.
Algo había cambiado; no sabría señalar el qué, pero había algo distinto a segundos antes. Solo cuando mis ojos se cruzaron con mi propia mirada, reflejada en la pared de la burbuja, me percaté de que era yo.
Mis ojos brillaban de azul fosforito (como cuando me enfado, pero sin estar enfurecida), y eso no era lo único diferente. Mi cabello estaba peinado (sin nada especial, solo desenredado) y uno de los mechones frontales hacía juego con la nueva tonalidad de mis ojos.
Fijándome en mis brazos, donde mis antiguos tatuajes se encontraban, me sorprendí al toparme con dos serpenteantes estelas. Un nuevo hormigueo de energía me recorría las venas.
Mi ropa tampoco era igual a la de antes; es más, había cambiado por completo. Llevaba un vestido de gasa, hasta las rodillas, sujetado por tirantes de doble hélice, de color azul claro que se degradaba a uno más oscuro a medida que descendía; una cinta azul marina, del mismo color que los tirantes, oprimía mi cintura. Mi calzado consistía en sencillas sandalias planas, que (supongo) pegaban con la prenda superior.
De buenas primeras, no supe que la que me devolvía el gesto era yo misma, por el simple hecho de que no se asemejaba a mí. Podía tener la misma cara, pero ahí acababa el parecido; hubiera creído antes la teoría absurda de que la luz me había creado una gemela.
Sin embargo, una vez asumida la realidad, fruncí el ceño; yo no era así, ni pensaba continuar de esa manera.
—Jantzi— musité.
En un chasquido de dedos, el vestido mutó, pasando a ser un mono con cintura elástica, y la cinta pasó a ser otra cuerda de hélices. El calzado se mantuvo (¿Qué? Era cómodo).
—Así, mucho mejor— sonreí. La experta en moda (más conocida como "Layla") iba a protestar tras la barrera, pero la frené—. Es mi cuerpo; yo decido que está bien y que no— eso, junto a mi intimidante nueva mirada, le cerró la boca.
—Sabias palabras, Aurora— la voz del Leviatán me hizo pegar un brinco; de lo silencioso que era si se lo proponía, me había olvidado de su presencia.
Me giré, lista para reencontrarme con esas fauces y esos ojos carentes de pupila. Ensayé un pequeño discurso en mi cabeza, y lo recité.
—Señor Leviatán, juro por el infinito que haré buen del poder que me ha sido concedido hoy— lo solté sin tartamudear, ya era hora.
En respuesta, el terrorífico monstruo ballena sonrió.
—Me encantaría seguir charlando, pero solicitan vuestra presencia en la superficie— afirmó, dándome puerta.
Yo, encantada de la vida de salir, recogí mi cuaderno (que seguía donde lo había dejado para coger apuntes de sus explicaciones), ejecuté una maltrecha reverencia y me fui; la entrada a la habitación se cerró tras de mí.
Lo primero que vi, ya fuera, fue a una Layla cruzada de brazos.
—Como mi conjunto de transformación sea horrible te hago responsable— dijo, furiosa; no lo entendí, así que le quité importancia.
—Ya, ya...— le alargué la libreta—. ¿Me la guardas? Estorba y me he quedado sin bolsillos— la expresión de enojo dejó paso a una curiosa. Previendo sus intenciones, la paré en seco—. Lo de arrebatarte un dedo si lo abres sigue en pie, tenlo presente.
Ella sacó la lengua, pero aceptó guardar el cuaderno. Rodé los ojos; menuda infantil.
— ¿Solucionado?— preguntó Wes, efectuando un viaje ocular entre nosotras. Al ver que no contestábamos, decidió por su cuenta—. Me lo tomaré como un sí. Entonces, si ya está arreglado, podemos concentrarnos en lo importante: las palabras del Leviatán.
Una ligera sospecha empezó a tomar forma en mi mente. Desconocía si era la única alternativa, pero parecía ser que solo aquello tenía sentido.
—Tenemos que salir de aquí, ahora; nos han tendido una emboscada— afirmé. Mis ojos buscaron la escalera por la que habíamos bajado; sin embargo, y para mi desesperación, ésta se había desvanecido—. ¿Dónde narices está la salida?
—Ha desaparecido— confirmó Layla, con su obviedad de siempre.
— ¡¿En serio?! ¡No lo sabía!— grité, fuera de mis casillas; aunque hubiese sido de utilidad en el pasado, no soportaba esa petulancia—. ¡¿Y ahora cómo salimos de aquí?!
Estábamos atrapados entre cuatro paredes, sin salida posible; genial, nótese el sarcasmo.
—Mantengamos la calma— intentó Wes suavizar el ambiente—. Layla, ¿hay alguna forma de que tus poderes sobre el espacio nos saquen de ésta?
—No puedo atravesar paredes— la aludida se volvió a cruzar de brazos—. Además, mi magia no funcionaba en esas escaleras; si hubiese podido hacer algo, habría llegado al templo en un abrir y cerrar de ojos.
Eso último me dio que rumiar. ¿Y si...?
— ¡Lo tengo!— exclamé.
— ¿Qué tienes?— preguntaron los dos al unísono. Y luego dicen que no se parecen.
—La playa y el templo están en dimensiones distintas, interconectadas por esos peldaños— expliqué; juzgando sus caras, no sabían a donde quería ir a parar—. Si esa teoría es correcta, entonces se podrá salir con un portal, ¿no? Suerte que tenéis a una giltz con vosotros.
Sin esperar respuesta, me puse manos a la obra. Repetí el mismo procedimiento de siempre: concentrarme, estirar los meñiques y girar. Un par de segundos después, los Runes miraban perplejos al portal azul recién hecho.
— ¿Cómo...?— comenzó Wes.
—Soy una giltz; incluso antes, cuando era nivel azti, podía crear uno cada doce horas. No sé si esa restricción sigue vigente, pero antes era así— aclaré.
—Entonces... El día que nos conocimos...— la expresión acusadora en los ojos de Layla delataba sus intenciones, y no iba a dejar que siguiera por ese camino.
—Ese día usé el que tenía para que no fueras directa a una muerte segura— la interrumpí—; si no fuera por tu insistencia en seguirme, hubiésemos ido directos a la ciudad sin tener que luchar o precipitarnos al vacio. Si vas a culpar a alguien, mírate al espejo. ¿Alguna otra pregunta absurda o vamos de una vez a ayudar arriba?
Puede que se me pasara dar un tutorial sobre portales el primer día (aunque casi que mejor; era probable que les explotara la cabeza por exceso de información si lo hubiese mencionado en aquel entonces), pero no era el momento de una clase exprés sobre el tema; una posible emboscada nos esperaba en la superficie.
Los gemelos asintieron y atravesaron en portal en fila india; yo hice lo propio.
A la salida del vórtice, que era localizada justo en el límite exterior de la barrera, nos esperaba un espectáculo grotesco.
Explosiones.
Sangre.
Cadáveres.
Por suerte, estos últimos no eran muchos. Además, nuestros tres aliados seguían en pie (gracias al infinito); un poco maltrechos y con heridas que tenían mala pinta, pero vivos después de todo.
Shauna usaba su espada y hechizos de hielo (izotz), sus favoritos. Seth, por su parte, usaba una daga (él sabe el odio que les tengo, ¿por qué la sigue usando? No lo entenderé nunca) y sus queridos conjuros ispilu (útiles para devolver el ataque, como si se estuviese reflejando en un espejo). Gabe se las arreglaba con tximista, creando poderosos relámpagos.
Al sentir la luz y el poder que el portal irradiaba, mi mejor amiga giró la cabeza un momento, para luego volver a concentrarse. Aún así, la concentración no le impidió hablar:
— ¡Por fin llegasteis!— gritó, a la vez que un tajo era realizado en el muslo de una encapuchada—. ¿A qué viene el cambio de look?
— ¡Mejor te lo explico luego!— alcé la voz, con la intención de hacerme oír por encima de los hechizos y el metal—. ¡Es bastante largo de contar!
Y nos unimos a la batalla.
Se veía a la legua que el entrenamiento había dado resultado. Los Denborazioa luchaban como las auténticas leyendas que se suponía que eran.
Era una gozada ver a Layla moverse de un punto a otro en un parpadeo, soltando palabras en arcaico (de su reducido diccionario, pero algo es algo) sin darles a los sombríos ni un segundo para pestañear.
Wes tampoco se quedaba atrás: con un gesto hacía que el reloj se parase durante un pequeño lapso; lo suficiente para, no sé, ¿ensartar al encapuchado como si de un pincho moruno se tratase? Era una de las opciones de su arsenal.
Y yo... ¿De veras creíais que me quedaría de brazos cruzados, cual espectadora de la masacre? No, no; de eso nada. Vibraba de energía mágica, y quería aprovecharlo. Los riachuelos fluorescentes se plegaban a mi voluntad, creando nuevas ilustraciones con funciones igualmente innovadoras; además, digamos que probé mi teoría del inexistente límite de portales.
Si soy sincera al cien por cien, debo admitir que me lo pasé bien. Añoraba aquello: los hechizos, la energía, la adrenalina que circulaba por mis venas... En mi opinión, había sido un viaje demasiado tranquilo.
Encontrarme tan enfrascada en la trifulca fue mi mayor error. No me di cuenta. No me percaté de cuando ese encapuchado se acercó a Seth por la espalda; ignoré el momento en el que él le clavó aquella daga.
Solo escuché el grito, que no era suyo:
— ¡Noooo!
Dejé caer el cuerpo inerte de aquel al que estrangulaba, mis ojos siendo nublados por lágrimas.
"La cosa más pequeña puede atraer los desastres más grandes", dijo aquella vez el asesino de mis padres.
Aquel día, una vez más, mi tan detestada "cosa pequeña" se había cobrado otra víctima: mi medio hermano Seth.
Lo siento...
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