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31. Bajad los tomates (Layla)

31. Bajad los tomates (Layla)

— ¡¿Qué es lo que no entiendes de "mañana partimos"?!— oía gritos, muy cerca de la oreja, pero no los lograba situar. Una almohada impactó contra mi rostro— ¡Ya es mañana, idiota! ¡Levántate!

— Cinco minutos más, mami...— murmuré, por inercia; siempre decía eso cuando me intentaban sacar de la cama en contra de mi voluntad.

— ¡Layla! ¡No soy tu madre! ¡Ella está muerta!— chilló la voz, en la que pude (por fin) reconocer a Aura.

— ¿Es qué quieres deprimirme?— inquirí, incorporándome con parsimonia y frotando mis ojos—. Además, te recuerdo que la tuya está en la misma situación.

Aunque las legañas me dificultaban la visión, supe que los ojos de la aludida refulgían de odio en aquel instante.

— No bromees con eso— me amenazó, mandíbula y puños apretados.

Sin embargo, no pensaba dejarme amedrentar.

— ¡Tú has empezado!— contraataqué, demostrando (creo) que miedo le tenía bien poco.

Ella tampoco parecía dispuesta a dejarlo estar.

— ¡Estaba furiosa!— se defendió, alzando más la voz si cabe.

— ¡Y yo solo he respondido!— vale, no fue lo más brillante que pude haber dicho, pero logró lo que se proponía.

Aura enmudeció. Yo no tenía nada más que añadir. Un silencio incómodo se impuso entre nosotras (sigo pensando en que ese silencio rarito está obsesionado con nosotros; no es normal que se vuelva todo tan tenso en el momento en el que cerramos la boca).

Aura fue quien rompió el hielo, que ya amenazaba con una nueva era glacial.

— Mejor dejarlo; no nos beneficia a ninguna de las dos seguir así— asentí, de acuerdo a esa afirmación.

Volvimos a quedarnos calladas, dando veda al silencio para continuar su invasión.

Bueno, supuse que era mi turno de derretir el ambiente.

— Emmm... ¿Aura?— lo sé, mis frases para comenzar conversaciones son ridículas, pero era lo mejor que había venido a mi mente en ese instante.

— ¿Sí?— preguntó, entre aburrida y curiosa.

Entonces se me ocurrió la jugada maestra.

— Estoy en pijama, y necesito vestirme antes de salir. ¿Podrías...?— dejé la pregunta en el aire, intuyendo que ella sabría lo que quería decir. Aplausos luego, por favor.

— Sí, sí claro; me voy— se dirigió a la puerta de lona, avergonzada según sus mejillas. Aún así, se detuvo antes de cruzarla. ¿Por qué? Pues porque quería añadir lo siguiente—. O sales en cinco minutos o te dejamos colgada; recuerda que tenemos al cronómetro viviente, así que no tientes a la suerte.

Según lo que Wes me mencionó después, tardé tres minutos y medio en ponerme la ropa y peinar mis ondas indomables (desde que he dejado el rizador ya no son rizos, como es obvio). Sé que la magia no se debe usar para frivolidades; sin embargo, tenéis que admitir que hacerlo convierte tus "desafíos" del día a día en tarea fácil (ni se os ocurra, que os he visto; dejad de apuntarme y soltad esos tomates ya, ¿entendido?).

Y así, en resumidas cuentas, es como reanudamos el viaje a la playa... Antzin, eso; a la playa Antzin.

Pasito a pasito, los días transcurrían. Poco a poco, se fue instalando una rutina de pausas.

Cada vez me cansaba menos, hasta el punto de poder prescindir de mi habilidad Espazio (a la que yo llamo tartejale, "come distancias" en arcaico; suena mejor así, no me culpéis si no lo entendéis a la primera) a la hora de alcanzar al resto. Ojo, he dicho poder hacerlo, no que no la siga usando.

Mis conjuros también mejoraron; no mucho, pero algo es algo. Antes me hubiera parecido antinatural (y seguro que raruno) usar la magia en general; ahora, mi perspectiva ha cambiado a tal extremo que ya me resulta impensable no utilizarla, incluso para la mayor nimiedad imaginada (¿qué os he dicho sobre los tomates? Al suelo, vamos, no quiero verlos más).

— ¡Qué no!— se escuchaba la voz de Gabe.

— Que lo niegues solo lo afirma en mi mente— soltó Shauna. Estaban discutiendo... otra vez. ¿Es qué no se cansaban nunca de tirarse los trastos a la cabeza? Pues yo sí me cansaba de escucharlos.

— ¿Cómo puede ser patear una piedra una señal para una emboscada? ¡No tiene ni pies ni cabeza!— exclamó el chico, ya fuera de quicio.

— Lo sabrás tú, que para algo eres el espía— respondió ella, con una sonrisa torcida en el rostro.

— ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?— cuestionó él al aire—. Yo. No. Soy. Ningún. Espía.

— Eso es justo lo que...— empezó Shauna, pero fue interrumpida.

— ¡Ya basta!— Aura, como no; ella era la encargada de podar las discusiones—. Muturretara, ahora.

Eso ya era costumbre. Tras cada pelea, Shauna retrocedía y se colocaba al lado izquierdo del camino, mientras que Gabe avanzaba torciéndose a la derecha; muturretara, a los extremos. Ese mecanismo servía para mantenerlos lo más alejados posibles el uno de la otra, para así evitar otra trifulca. Era en vano, por supuesto, solo retrasaba lo inevitable.

Por cierto, ¿adivináis quién aprovechaba esta mecánica anti disturbios? Exacto, mi hermano gemelo (algo tenía que haber aprendido de mí tras tantos años de convivencia).

Shauna caminó de morritos hasta su puesto. Allí, Wes la esperaba de forma "casual". Los primeros minutos eran silenciosos, pero eso acababa rápido; mi hermano sabía cómo borrarle el ceño fruncido y ponerle una sonrisa el el rostro. Esta vez, incluso se animó a pasar su brazo por los hombros de la chica; esa especie de abrazo los hizo sonrojar a ambos, pero no cambiaron de posición.

En serio, a quien diga que no son pareja lo asesino en un oculista por ciego.

Vaya, alguien me contagió su instinto sanguinario; cosas de familia, supongo.

— Se llevan bien, ¿eh?— habló Seth, señalando con disimulo a la parejita.

— Se quieren y punto— afirmé.

— ¿Cómo nosotros?— inquirió él, alzando una ceja (gesto que no lograba imitar, lo cual me hacía rabiar; quedaba genial, por lo menos en su rostro, y me frustraba no saber ejecutarlo).

— Como nosotros— sentencié, pegándome a él.

¿A qué os referís con que no entendéis nada de lo que acaba de pasar? ¡Ah, sí! ¡Menudo despiste! Se me olvidó contaros algo súper-mega-importante (o al menos así lo considero yo): Seth y una servidora hemos comenzado una relación informal. ¿Qué? El chico me gusta, pero no es que tenga muy claro si es amor; no tengo más referencias que los cuentos de hadas y las películas románticas poco verosímiles, ninguna experiencia propia (por ahora lo único que tengo claro es que simples ganas de acostarme con él no son, pues esas hubieran desaparecido ya; Seth era algo más que un ligue).

Transcurrieron muchos días como el que acabo de narrar; Wes dice que nueve, pero yo desistí en contar. El caso es que el tiempo pasó.

Al (según mi hermano/calendario) décimo día, se rompió la monotonía. Aura echó a correr como poseída; sin avisar, sin murmurar ni una sola palabra.

Bueno, es bastante obvio que fuimos tras ella a toda pastilla; con el historial de huídas que tiene, ¿quién no lo haría?

De repente, mis oídos captaron un ruido de succión, seguido de tres quejidos coreados. Mi vista voló a la tierra dejada atrás, donde Seth, Shauna y Gabe se encontraban; sentados, sobándose la zona magullada. De inmediato, me preocupé.

— ¿Qué demonios ha sucedido?— ya esperaba una emboscada o algo parecido; la paranoia de Shauna era contagiosa.

Seth colocó las manos frente a su cuerpo; una barrera azul fosforito las repelió.

— No podemos pasar— afirmó.

—Oh, no; de eso ni hablar del peluquín— negué yo, nada dispuesta a rendirme—. No pienso dejarte ahí.

Alargué mi brazo a la especie de pared traslucida, que atravesé con el mismo sonido de succión de antes; raro, pero ¿qué no lo era? Agarré su mano e intenté con todas mis fuerzas que cruzase a mi lado; todos mis esfuerzos fueron en vano.

— ¡Aish!— me quejé—. ¿Por qué narices no puedes traspasar el muro? Es más, ¿qué diablos hace aquí uno de estos?

Seth fingió estar pensativo un rato para luego soltar una respuesta que tenía formulada desde mucho antes.

— Quizá se deba a que no soy singular.

— ¿De qué hablas?— inquirí, en total desacuerdo—. ¡Eres único y especial y todo lo que viene después! Además, ¡eso no tiene nada que ver!

Ante mi reacción, él rió.

— Me refería a la magia, boba— explicó, disminuyendo sus carcajadas poco a poco—. ¿Acaso no ves quienes se han quedado a este lado? Sólo habéis pasado los legendarios.

Tenía razón, ni Aura ni Wes estaban a la vista; debían haberla atravesado ya.

— Sigo sin entender por qué está esto aquí, ¿quién es el idiota que se dedica a poner barreras al azar?— reflexioné en voz alta, cruzándome de brazos.

Seth se golpeó la frente. Más tarde descubrí que lo hacía por pura frustración; en ese momento estaba muy perdida como para percatarme.

— Tú... gira la cabeza— musitó.

— ¿Qué tiene que...?— la pregunta se quedó en el aire, pues mi mandíbula se había desplomado.

¿Alguna vez os dijeron que los sueños no se hacen realidad? Pues bien, mis ojos visualizaban la prueba de su equivocación.

Estaba allí. Llegamos al fin.

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