29. ¿No se suponía que la bella durmiente era Aura? (Shauna)
29. ¿No se suponía que la bella durmiente era Aura? (Shauna)
De todas las maneras que existían en el multiverso para despertar a un ente, ¿de verdad era necesario que se me cayera una lámpara encima? En serio, tener trozos de bombilla clavados en la piel nada más abrir los ojos no es lo más agradable que te puede pasar; es bastante molesto, y eso que mi resistencia a los golpes es alta.
Al reponerme de la sorpresa, me percaté de un detalle. ¿Cómo diablos había llegado a mi casa? Lo último que recuerdo fue caer rendida en casa de...
Gabriel Stone. Como no, el espía traicionero estaba metido en esto; seguro que me había rociado con algún mejunje somnífero.
La fecha de mi móvil (12/04/16) me dio la razón; dormir dos días al completo sin levantarse para ir al baño ni una sola vez era antinatural.
Ya estaba maquinando formas de vengarme de Gabe cuando un segundo temblor (sí, segundo ¿cómo creíais que se había caído la lámpara? No está encantada, que yo sepa al menos; aunque, con las prácticas de hechicería avanzada de Aura, a saber si lo está de verdad) sacudió mi casa, provocando que me cayera de pompis.
Me levanté lo más rápido que pude (obvio; me queda una pizca de dignidad aún, aunque os cueste creerlo) y me asomé a la ventana para descubrir qué demonios estaba pasando (ahora que lo pienso, eso fue muy arriesgado por mi parte; un temblor que derrumbara el marco y ¡plast! adiós cabeza). Lo que vi me dejó anonadada no, lo siguiente.
Fuego que recorría las calles como si tuviera un destino. Grietas abiertas de par en par, dividiendo la ciudad. Muchas explosiones localizadas aquí y allá, señales de pequeñas trifulcas dispersas.
En una palabra: ataque.
A ver, que quede claro, no caí presa del pánico porque no era la primera vez que sucedía; sino, la histeria de mi parte hubiera estado garantizada. Lo bueno (supongo) de haber vivido antes situaciones harto parecidas era el conocimiento (sin embargo, y aunque suene a contradicción, no os recomiendo para nada esta experiencia); sabía qué hacer.
Sin perder ni un segundo, salí de casa y lancé... ¿os acordáis de Optivi3? (sí, la bolita robot; sólo me aseguraba de que sabíais de que hablaba) pues a un primo suyo, ya perfeccionado y libre de fallos técnicos; el Optivi4. En realidad activé a dos: uno para que me indicara la batalla más cercana, para asistir de refuerzo, y otro para que buscara a los demás, pues quería saber si mis amigos y Gabe (él no es mi amigo) estaban vivos.
Uno de los bichitos de cromo esférico volvió rápido. Saqué de mi chaqueta lo que antaño fue un reloj de bolsillo, pero que yo había vaciado y reconvertido en un puerto O4 (no juzguen; es lo único que pude adaptar a mis androides); el Optivi4 en cuestión se posó en su hendidura y comenzó la lectura de datos. A la velocidad del rayo, el mapa de la ciudad se proyectó frente a mí cual holograma de las pelis de ciencia ficción, plagado de puntitos rojos que me revelaban todas las peleas en cinco kilómetros a la redonda. Como es natural, fui a echar una mano al más cercano.
La lucha que me encontré estaba bastante desigualada (tres encapuchados y, contándome, dos encadenados); miedo me da imaginarme lo que le hubiera sucedido a ese niño, que contaría aún con los tiernos once años, si yo no hubiese aparecido (porque, siendo francos, nadie hubiera ocupado mi lugar porque sí).
Sin embargo, no lograba luchar al cien por cien; aparte del hecho de que mis músculos estaban agarrotados en extremo por mi "extra de sueño", estaba preocupada. El segundo Optivi4 no había vuelto aún, por lo que, en mi cabeza por lo menos, estaría ocupado buscando cadáveres. No, tenía que ser positiva; el robotito solo se demoraba, nada más.
Una ráfaga de viento cortante azotó mi mejilla; me pasa por despistada. Por suerte, el encapuchado en cuestión no tenía mucha puntería que digamos; podría haber sido mucho peor (aunque crea que me vaya a dejar cicatriz, lo que no viene al caso).
El hechizo provenía de la retaguardia, por lo que me giré.
¿Es qué acaso me habían drogado? Por el infinito, no es normal estar tan dispersa. ¿Cómo se me ocurre darme la vuelta sin siquiera preparar un hechizo de defensa?
Para cuando me di cuenta, una columna de fuego carmesí estaba ya un par de centímetros de mis ojos. Esta vez, el maldito sombrío no estaba dispuesto a errar el tiro.
Cerré los ojos, además de en un intento (algo tonto, no voy a negar lo evidente) de evitar la ceguera que era probable que el impacto de esa luz incandescente me causara, para resignarme al destino de una tumba calcinada. No había salida, o eso parecía; no podía hacer nada para cambiar mi final.
Por mi mente cruzaron mil y un pensamientos.
Pensé en mi vida, en lo muchísimo que me quedaba por recorrer. Aún no había cumplido ni la mitad de las metas que me había propuesto: probar la traición de Gabriel Stone (confiad en mí, no estoy loca), patentar una invención, acabar con esta guerra de la que no sabía ni la causa (ya sea directa o indirectamente)... Ya sé, muchos proyectos, y está claro que no voy a tener tiempo de llevarlos a cabo; sin embargo, por soñar no muere nadie (yo estoy a punto, pero eso no tiene nada que ver).
Pensé en mi padre, conocido como el Entrenador por la mayoría. No poseía ni un rastro, ni una mísera pista, y por lo que descubrir dónde demonios se encontraba no era muy probable, y menos ahora.
Pensé en Aura, que estaba en paradero desconocido. ¿Por qué mi familia (ya que la rubita es como una hermana, salvo por las peleas y piques constantes que sí tiene con su hermano de sangre) tiene esa tendencia a desaparecer? Genial, otra incógnita más para rumiar.
Pensé en mi madre, en que por fin me reuniría con ella después de una década; al menos morir tenía su lado positivo.
Pensé en Wes. ¿Cómo había podido calarme tan hondo como para ser mi último pensamiento antes de fallecer? ¡No hacía ni una semana de nuestro primer encuentro! Por lo que se ve, el amor es lo más irracional que existe en el multiverso.
Un momento, un momento, un momento... ¿Cómo narices seguía pensando? Creo que es más que evidente que han transcurrido más de un par de segundos, ¿o no?
Con sumo cuidado, levanté mis párpados. El cielo típico de mi hogar me dio la bienvenida, tan normalito (desde mi perspectiva) como siempre.
— ¿Q...?— empecé a balbucear, a lo que un dedo posado sobre mis labios me enmudeció.
— Cállate; aún no se han ido— no estaba de acuerdo: yo quería hablar, quería saber cómo estaba viva, descubrir porque me encontraba tumbada en el pavimento... y había muchas otras preguntas sobre las que quería indagar.
Sin embargo, y aunque fuera en contra de mis principios, me callé la boca; no era momento de andar con exigencias y caprichos, y menos en la situación actual, en la que podrían localizarnos al más mínimo ruido (no me faltan tantos tornillos como para preferir respuestas a la propia vida). Por cierto, ¿alguien conocía a aquel chico? A mí por lo menos no me sonaba de nada su cara.
Pasaron como unos diez minutos más o menos. O quizá fuera apenas un minuto, o incluso una hora; tengo una noción del tiempo paupérrima. Bueno, el caso es que transcurrió un cierto periodo de tiempo hasta que el chico suspiró y retiró el dedo de mi boca.
— Ya puedes hablar; se han marchado— su tono de voz era neutro, con pausas dramáticas un tanto exasperantes. Me miró con sus ojos grises, igual de fríos que su manera de expresarse hasta ahora, esperando mi respuesta.
— ¿Qué demonios ha pasado?— esa pregunta resumía todo lo que había pasado por mi mente instantes antes, aún si era un poco ambigua.
— Te he salvado de morir a la brasa. De nada— chico, más seco y el Sáhara parecería un océano a tu lado. Aunque su risa, la que vino a continuación, me desconcertó bastante; lo que dijo después, aún más—. Por cierto, deberías apagar tu bota.
Mi vista se deslizó a mi calzado, confusa. Juro que solté una lista importante de exabruptos en ese momento (que no pienso transcribir; no soy de decir tacos y tampoco me gusta verlos escritos, menos en un papel con mi caligrafía), y eso que el sistema anti incendios de mi bota se activó apenas unos minutos después (sí, tengo un sistema anti incendios en mi calzado, ¿y qué? ¡Ni que vosotros no lo tuvierais! ¿Qué no? ¡Pues es de lo más normal! Vale, ni yo misma me creo que sea usual; aún así, acabáis de comprobar lo útil que es. ¿A qué esperáis para poneros uno?). Siendo claros, ¿quién no se pondría a insultar al viento con los improperios más horribles que se os ocurriesen si se os estuviera ardiendo el pie? Cualquiera hubiera reaccionado igual; parecido al menos.
— ¡Menudo vocabulario, chica!— rió. Ese chico, del que seguía sin saber nombre, tenía que ser bipolar o algo parecido, ¿cómo sino explicar sus cambios de humor?
— No eres quien para juzgar mis palabras; ni siquiera sé tu nombre— espeté, rodando los ojos.
— Soy el tío que te ha salvado la vida, eso es suficiente para darte cuenta de que soy de fiar— y otra vez volvía a su modo glacial; cada vez estaba más convencida de que tenía algún tipo de trastorno mental.
— Un nombre— ordené—; ahora.
— Vale, vale— levantó las manos, en un gesto de rendición—. Soy Nath, y no pienso dar ningún apellido.
— Shauna; lo mismo digo— me levanté, le tendí la mano y él la apretó, concluyendo el gesto.
— Por cierto, esto lleva tu nombre— depositó algo redondo en sobre mi mitón. Lo miré sorprendida. ¡Era el Optivi4 que que no quería aparecer! Sin batería, como no; debí haberlo supuesto (sé que afirmé que estaban libres de fallos; sin embargo, la pila era la excepción de la regla).
— Gracias— musité, guardándolo en el bolsillo.
— ¿Qué? ¡No te he oído!— gritó, como si de pronto necesitara un sonotone. Probabilidad que, como debéis saber ya (más os vale; no es un dato complicado), era bastante lejana; los aztis tenemos un oído mucho más fino que el de un gizaki medio y sería extrañísimo perder la audición de un momento a otro.
— ¡He dicho gracias! Y ve al médico, estar tan sordo a tu edad no es normal— gruñí. Ese... Nath me exasperaba.
Él, a modo de respuesta, ejecutó el gesto más cargante que ha existido en toda la historia del lenguaje corporal: se encogió de hombros.
— Fingiré que no lo has pronunciado como si quisieras arrancarme la cabeza de cuajo— sonrió, de la forma más enervante existente—. No olvides que me debes una. ¿Me puedo cobrar ya el favor?— asentí; no quería deudas. Él sacó un anillo de su bolsillo delantero, decorado con espirales plateadas sobre fondo negro y una pequeña piedra azul engarzada en el centro; una joya bonita, sin duda alguna—. Entrégale esto a Aurora Grace, e insístele en que no se lo quite.
En ese momento, logré traspasar la barrera de bipolaridad que lo rodeaba y apreciar algo más: un chico tierno que admiraba en secreto a mi mejor amiga, con un toque de romanticismo. Además, llevaba un brazalete de diseño parecido (sólo que con los colores invertidos), lo que no podía ser coincidencia.
Parecía mejor partido que Gabe (siendo sinceros, hasta una rata muerta lo era, pero eso no viene al caso).
— Entonces... ¿se lo doy y ya? ¿Empatados?
— Se lo das y le pides por favor que no se lo quite bajo ninguna circunstancia— puntualizó.
— Vale, vale— "quisquilloso", pensé—. Cuando la encuentre, se lo doy.
— ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!— esta vez, la personalidad que eligió fue enérgica en exceso. Sin embargo, ese entusiasmo se apagó como una velita de tarta de cumpleaños—. ¿No sabes dónde se encuentra? Eso está mal, muy mal...
Nath sin apellido comenzó a dar vueltas por el asfalto, pensativo de repente.
Miré mis manos, impotente; o eso creía, pues ese movimiento (provocado por la inercia) me recordó a un detalle que me podía servir. En un parpadeo, me saqué los mitones, dejando a la vista dos tatuajes en forma de ojo. Yo cerré los míos, concentrada en Aura; las imágenes de mis palmas brillaron de azul pastel, mostrándome el rastro de magia de mi amiga (solo visible por mí, claro).
Sin despedirme siquiera (aunque no tenía muy claro sí él seguía ahí o no), empecé a correr tras la pista.
Así continúe, hasta que caí en lo estúpido que era correr sin más, persiguiendo a alguien que me llevaba varios kilómetros de distancia.
Por suerte, tenía un último tatuaje bajo la chaqueta. Aún recuerdo la época en la que me lo trazaron; pasé semanas en cama, con la boca en la almohada, gimiendo del dolor. Pero vaya que había merecido la pena; tener alas en la espalda puede resultar muy útil.
Emprendí el vuelo, con el viento acariciándome el rostro. Era extraño lo mucho que podía diferirse un elemento de su versión mágica, diseñada para herir (en la mayoría de los casos). No lo voy a negar, di un par de piruetas por diversión, pero no me desvié.
El camino recorrido en tres días a pie se volvió un día y medio por el aire. ¡Como adoraba esas alas!
Claro, eso fue antes de que el cansancio las obligara a plegarse (o a desvanecerse; la verdad es que no sé cómo funciona el sistema de desaparición); entonces caí en picado y me desmayé. Visto lo visto, debí comer durante el viaje.
Desperté bajo la tela añil de una tienda de campaña, con un paño en la frente y un dolor de cabeza del copón. Wes dormitaba a mi lado.
Esperad un milisegundo... ¿Wes? ¿Qué hacía allí? No tenía claro si estaba vestida o no, por lo que no pude evitar que se me subieran los colores.
Me incorporé con parsimonia, sujetando lo mejor posible el saco de dormir. Por fortuna, mi ropa estaba intacta (sucia, pero allí seguía), así que suspiré. Al escuchar aquello, Wes se espabiló.
— ¡Está despierta!— exclamó, feliz, proyectando su voz hacía el exterior de la tienda. De lo contento que estaba por mi recuperación, incluso me abrazó y todo (mis mejillas estaban ya al rojo vivo, aunque sobre decirlo) —. ¡No sabes cuánto te he echado de menos! Digo... hemos; sí, hemos— ahora no era la única de la tienda que parecía un tomate, lo cual me alivió. De repente, su tono alegre se degradó a la preocupación—. ¿Cómo estás? ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está Jazz?
— Para el carro, que parece un tercer grado— le frené con humor. Sin embargo, mi semblante cambió al interpretar la última pregunta—. Espera... ¿qué?
— Dejamos a Jazmín a tu cargo— aclaró—. ¿Qué has hecho con ella?
No había visto a la primita de Wes desde que me desperté. Una extraña sospecha se extendió por mi pecho.
— Alcánzame el robotito del bolsillo derecho— le pedí. Aunque le extrañó, me hizo caso.
Rogué mentalmente que grabara algo antes de apagarse por falta de batería. Era mi única pista.
Puse el Optivi4 en el puerto, haciendo que un batiburrillo de imágenes apareciera frente a mí. Una de ellas me llamó la atención, y no precisamente por su belleza.
— No...— musité, mientras los otros llegaban a tiempo de ver la imagen: Jazz junto a un hombre encapuchado, disolviéndose en el aire.
Era imposible negar una verdad: Jazmín Runes había sido secuestrada.
¡Hola caracola! Aquí llegó el capítulo (que me quedó larguillo) de esta semana, mostrando todo lo sucedido en Katea mientras nuestros héroes (y nuestro villano encubierto, aunque eso dependa de la perspectiva) viajaban de camino a la playa Antzin.
¿Por qué Nath ha salvado a Shauna? ¿Y a qué venía lo del anillo? Juro por todo el infinito (que gracia, parezco una encadenada usando esa expresión) que tiene una explicación lógica. Os dejo rumiándola, a ver que teorías aparecen en los comentarios.
Se despide,
Mireia
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro