20. El brazalete maldito (Nathan)
20. El brazalete maldito (Nathan)
Arcadas. Eso era lo que sentí al abandonar aquella plaza.
¿Tocarle la cara? ¿Besar su mano? ¡Cómo se me ocurre! Enfermo sólo de pensarlo. Mis labios tocando esas mugrientas manos de ladrona... ¡Puaj! ¡Qué asco! Iba a restregarme la boca con papel de lija y jabón cuando llegase a casa.
Tampoco es que ayudase mucho el que mis arterias ardieran como si, en lugar de sangre, mi corazón bombeara lava hirviendo; un efecto secundario (algo retardado) de acercarse hasta ese punto a esa mocosa ladrona.
De verdad, deseaba con toda mi alma transformarme en aire y alejarme del "radio Aura" lo más rápido posible; sin embargo, no podía usar hechizos. Todo por su culpa. La culpable es Aurora Grace.
Mi teléfono vibró en el bolsillo de mi camisa. ¿Qué por qué lo tengo en vibración? No me gusta molestar a los transeúntes... Además, Bel me puso Let it go de sintonía y no sé como cambiarla; no quería que me tomasen el pelo por aquello.
Lo cogí de mala gana. Estaba ¿cómo decirlo? ocupado con mi huida. Menos mal que tenía muy buen oído; si no, mi tapadera (conocido como Gabriel Stone) me hubiera visto, me habría interrogado (preguntas tan simples como ¿Quién eres? y otras por el estilo) y adiós muy buenas. Estaría muerto en menos de lo que canta un gallo (no es broma; la asquerosa de Aura ya me había amenazado con hacerlo).
Lo dicho, que acepté la dichosa llamada.
— ¿Quién narices me molesta ahora?— por si no se notaba, no estaba de humor; culpad a esa maldita ladronzuela de tres al cuarto apodada Aura. Lo último que necesitaba era a alguien dándome la tabarra al teléfono.
Me arrepentí nada más escuchar su voz. De todos los contactos que tenía en aquel móvil, aquel era el único al que no le podía hablar de esa manera.
— ¿Qué manera de hablarle a tu superior es esa, agente Jones?— habló una voz mecánica, procedente de un simulador de voz. Nunca entenderé porque no quiere mostrar su verdadero timbre ni a sus subordinados; no es por ofender, pero exagera un poco a la hora de proteger su identidad. Es decir, máscaras, simuladores de voz, un nombre en clave (para más confidencialidad, escrito en arcaico)... etcétera, etcétera. Se nota que Itzal es hijo de Nagusi; comparten manías.
Porque estaba claro de que de él se trataba.
"¡Tonto! ¡Tonto! ¡Tonto!", me recriminé. Me iba a caer una buena después de aquello; era una realidad.
— Lo... lo siento, Itzal— tartamudeé, intentando arreglarlo; Aura no es la única capaz de asesinarme—, no... No sabía que era usted, lo juro. Yo jamás le hablaría a usted de esa manera siendo consciente de ello, mi señor— aún si él no podía verme, me incliné en señal de respeto; nunca se sabe, podría estar espiándome en aquel mismo instante, desde las sombras (de ahí el nombre en clave).
— Te tomaré la palabra... de momento— contuve un suspiro de alivio; sobreviviría un día más—. Ahora, dime como ha ido la misión. ¿Has entregado el objeto?
El objeto... saqué la pulsera que llevaba Aura de mi otro bolsillo, la que había intercambiado por la otra. Fue una extraña coincidencia que se parecieran tanto; supongo que no notará que le han dado el cambiazo hasta que sea demasiado tarde.
— La misión ha sido un éxito— afirmé—; no se dará cuenta. Además, creo que me he ganado algo de su confianza— bueno, siendo justos, sin la calcomanía hubiese muerto allí mismo; suerte que la pude engañar.
— No está mal para alguien con la boca tan sucia— su tono denotaba humor; me pareció extraño oírselo a una maquina. Contuve una carcajada; seguro que se lo tomaría mal.
Sin embargo, me tomé la libertad de preguntarle algo que me carcomía el cerebro desde que empecé a trabajar en esta misión. Consideré oportuno preguntar, así que lo hice.
— ¿Está usted seguro de que esto funcionará?
Si oír un matiz humorístico en su voz mecánica era para partirse, al escucharlo reír ya era imposible reprimir la risa. ¿Alguna vez has escuchado a una maquina reírse como si le fuera la vida en ello? ¡Parecía que se le fuera a soltar un pistón! Era demasiado gracioso como para no soltar una risilla. Menos mal que sus carcajadas ahogaron las mías; podría meterme en un lío (lo sé; hay muchas cosas que pueden provocarme problemas).
— Puedes estar seguro de ello. Recuperarás tus poderes; esas dos pagarán por lo que te hicieron sufrir— afirmó, recuperando parte de su seriedad habitual; no toda, ya que aún quedaban rastros de aquel extraño humor del que había hecho gala hacía poco.
Sin poder evitarlo, mi mirada se deslizó a mi muñeca derecha.
Allí, escondido bajo la manga de la camisa, se encontraba un brazalete de plata. Adornado con hermosas filigranas, parecía un accesorio común y corriente. Nada más lejos de la realidad.
Primero, ¿me veis con cara de que me guste usar accesorios? Si es así, estáis muy ciegos. Si lo llevo no es por elección.
Segundo, ese brazalete tan "bello" y "costoso" estaba encantado. Hechizado. Maldito. Como queráis decirlo, el resultado es el mismo.
Para explicarlo mejor tendré que retroceder ¿cuánto? ¿Siete años? Siete años, hasta aquel día del demonio en el que me desperté con aquella cosa en el brazo.
Aquella nefasta fecha en cuestión me desperté a las diez. Eso ya era raro, pues, a mis ocho años, sufría de insomnio; me costaba conciliar el sueño y nunca aguantaba con los ojos cerrados hasta más allá de las cinco de la mañana. De inmediato supe que me habían sedado.
La verdad, no me sorprendió lo más mínimo; no era la primera vez que los profesores me aplicaban somníferos sin mi consentimiento. Es que, si no, me paso la noche armando jaleo y despierto a todo el orfanato; la única manera de dormirme es con anestesia, pero no significa que me agrade.
A estas alturas ya habréis adivinado que soy huérfano. Mis padres siguen vivos (creo; la verdad es que no los conozco); me dejaron en la puerta y se fueron tan panchos. Eso es lo único que supe de ellos; ni nombres, ni caras... sólo esa horrible sensación de abandono.
Bueno, que me desvío; esto no es lo que tenía que contaros y tampoco es plato de buen gusto compartiros ese dolor que me acompaña desde siempre.
El caso es que me sedaron anoche y no me pareció raro.
Sin embargo, sí que sentí algo extraño al levantarme; estaba más débil de lo normal. Pensé que estaba deshidratado, por lo que intenté elevar una botella de agua hasta mi posición; digo "intenté", pues no lo logré.
Entonces noté que algo iba mal, muy mal. A ver, no es por alardear, pero era bastante poderoso para mi temprana edad; ese hechizo en particular debería haber sido pan comido. Algo muy malo tenía que haber sucedido para que fallara de forma tan estrepitosa.
En aquel momento aprecié la presión metálica que era ejercida sobre mi muñeca. Mis ojos grises corrieron hacia ella y se encontraron con el maldito abalorio.
Me lo intenté quitar, sin éxito; es más, tras mis intentos fallidos el brazalete parecía estrecharse.
Si solo fuera por eso... bueno, sabría sobrellevar el hecho de llevar un brazalete por toda la eternidad. Sin embargo, desde que el maldito está ahí, el brazalete no me deja hacer magia. Así, como si fuera tan fácil; bloquea mis poderes como si fuera un pulpo portero (es lo primero que me vino a la cabeza; no juzguéis).
Aquel ente desconocido me quitó lo único que consideraba de mi propiedad, lo único realmente mío. Durante los próximos siete años viví de prestado, sin nada que me perteneciera, sin nada que me pudieran quitar.
Desde aquel aquel día, sólo he buscado una respuesta: ¿Quién fue el maldito (por no usar otra palabra más fuerte) que me puso ese brazalete? Mi único deseo es encontrar al culpable y hacerle pagar por lo que me hizo pasar; y, de paso, obligarme a retirarme las esposas (porque era como llevan unas malditas esposas anti-magia).
Supongo que debo agradecerle a Itzal el haber encontrado a las culpables. Sí, dos ladronzuelas; Aura Grace y Josephine Corlan (seguro que la última no os suena de nada; es que son muy astutas y actúan como si no se conocieran). Esas dos, malditas fulanas, robaron mi poder a través de la joya y ahora lo utilizan en su beneficio; eso, creo, no es legal (tampoco es que haya estudiado derecho, pero hay cosas que se saben; es sencillo deducirlo usando un poco de lógica).
Colgué el teléfono, ya que ninguno de los dos habíamos hablado en un largo periodo de tiempo. Casi seguro que él había finalizado la llamada hacía rato y yo ni cuenta. Es lo malo de tener esta facilidad de perderme en mi mundo.
Devolví el teléfono a su sitio; no tenía sentido tenerlo en la mano.
Antes de reemprender mi "huida" del escenario del crimen, me di el gusto de fulminar con la mirada a aquel brazalete y proferir las siguientes palabras:
— Pronto, muy pronto, Aurora Grace, sufrirás como yo lo hice y yo recuperaré lo que es mío. Palabra de sombrío.
¡Hola caracola! ¿Sorpresa? ¡Os traigo un maratón! Como premio por mantener este libro en vuestra biblioteca mientras yo no estaba. (Se suponía que el maratón era para la semana pasada, pero no tuve tiempo con todo eso de la maleta y demás; necesito organizarme mejor).
Bueno... los que les cayó bien Nath en el capítulo anterior me querrán matar ahora ¿verdad? Creo que sí, pero habrá que esperar a los comentarios.
Una cosa más que quería mencionar sin falta... ¡Dadle la bienvenida, desde los comentarios del Ocaso de la realidad, a Sofeels! Es broma, yo sé que estás en más sitios, pero... se entiende; fuiste la primera desconocida en comentar allí y me alegra un montón que te hayas unido también a esta aventura.
Ojalá hayáis ¿disfrutado? No, esa no es la palabra. ¿Gustado? No, tampoco es esa. Bueno, que no hayáis odiado el capítulo (creo que así está mejor).
Mejor me callo, que me enrollo como las persianas.
Hasta otra,
Mireia
P.D.: ¿Creéis qué Aura es culpable o a Nathan le han comido el coco?
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