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14. Espazio... mejor ve más despacio (Layla)

14. Espazio... mejor ve más despacio (Layla)

¿Qué había pasado? Lo último que recordaba eran gritos y pasos; no distinguía las palabras, pero sonaban furibundos. Después, creo que perdí el conocimiento.

Desperté en una playa... ¡no! en la base de un árbol... ¿o era el cráter de un volcán? A cada parpadeo mío, el lugar en el que estaba alternaba entre esos tres sitios; era muy pero que muy frustrante, como cuando te dicen que les choques la mano para luego moverla en todas las direcciones posibles (broma que Jazz hacía a veces; yo la acababa empujando para que dejara de hacer chorradas) solo que mil veces peor.

— Da dolor de cabeza, ¿a qué sí?— una voz masculina hizo que me levantase y pegase un salto digno de un canguro con saltador que había bebido cafeína.

A mi lado, sentado en una roca (medio derretida, cubierta de musgo o plagada de lapas, pero en una roca; daba igual en que escenario estuviéramos), había un chico de pelo multicolor. Sí, multicolor; parecía que un unicornio le había potado encima. Dejando a un lado ese detalle, era bajito, mas sus músculos se hacían notar bajo su camiseta. Su mirada, color chocolate, era seria.

Lo admito, el que estuviera teñido me dio ganas de reír; echaba a perder el conjunto de "chico serio".

— Yo que tú no reiría; acabarás como yo o peor— afirmó.

¿Soy la única que se ha llevado la mano al pelo por instinto? Menos mal, mi cabello seguía siendo de su castaño natural; de verdad que su afirmación me asustó.

Claro que se lo dije, ¿es qué no me conocéis?

— ¡Me has pegado un susto, so memo!— le pegué tal bofetón que casi le tiro de la roca. Torta que me dolió a mí—. ¡Auch!

— Esto es de lo más entretenido— sólo le faltaban las palomitas a ese idiota. Eso sí, la diversión no traspasaba su mirada (¿es qué este chico está siempre serio? ¿Qué tendrá en la cabeza?) —. Bueno, dejemos la comedia; tengo algo que contarte, pequeña.

¿Cómo se atrevía a llamarme pequeña? ¡Él debía tener mi edad, un año más como mucho!

— ¿Pequeña? ¡Ni que tuvieras mil años!— le solté, satisfecha por lo dicho.

Desde luego, no esperaba esa respuesta:

— Tantos como mil, no; sólo unos cincuenta y pocos— me dejó a cuadros. Es decir, ¿cincuenta? ¡No parecía tan mayor! ¡Tenía pintas de adolescente!

Bueno, Layla 0- Chico sin nombre 1 supongo. Me dejó a cuadros y tenía que reconocérselo.

Interpretó mi silencio como sumisión (que, sin duda, no era; solo me había dejado muda de la impresión), por lo que sonrió y se puso a hablar:

— Seamos profesionales, ¿vale? Soy Alberto, tu antecesor— me tendió la mano en señal de tregua. Yo no sabía que era "antecesor", pero acepté el apretón—. Debes de ser Layla, ¿me equivoco?— negué con la cabeza—. Siempre me ha gustado ese nombre; ironías de la vida que seas tú, la actual "espazio", quien lo porte.

Ya me había "acostumbrado" (todo lo que uno puede hacerlo) al constante cambio de escenario; sin embargo, esa palabra me logró descolocar de nuevo. En apariencia era la palabra espacio de toda la vida, pero el hecho de que fuera dirigida a mí y su forma de pronunciarla me hacían pensar que era un título. ¿Un título a qué? ¿A la qué ocupa más espacio? Espero que no. ¿De qué narices estaría hablando?

Debo ser muy obvia cuando me confundo, porque el tal Alberto se dio cuenta enseguida:

— "Espazio" es el nombre de un espíritu legendario. Junto con su opuesto, "Denbora" y las tres giltz crearon este universo, utilizando una explosión a la que los gizaki se refieren como Big Bang; esto, claro está, según la leyenda Denborazioa— explicó, aunque después se apresuró para corregir—. Bueno, las originales eran dos giltz; pero una de ellas se dividió cuando su comunidad hizo lo mismo. Bah, eso no te incumbe; lo importante para ti es que tienes que estar a salvo y que no te maten. No te enojes, pero no estás lista para ser mentora aún.

Mi cabeza daba vueltas más rápido que el paisaje. Algo me decía que debía tomar apuntes de lo que Alberto decía; sin embargo, no conseguía aclararme. Esto era muy confuso; quería mi casa, mis amigos, mi familia, mi vida sencilla... lo quería todo de vuelta. Necesitaba volver a cuando todo era normal. ¡Maldita sea! ¡Antes mi mayor problema era despeinarme! Hablando de eso, seguro que todo mi cabello está enredado. ¡Necesito un cepillo! ¡Necesito algo que no sea mágico! ¡Me estoy volviendo majareta!

Me sorprendió el bofetón cuando la mano de Alberto impactó contra mi mejilla:

— No te equivoques; a mí también me ha dolido, pero era un mal necesario— afirmó, masajeándose el pómulo. Me di cuenta de que, además, tenía marca del golpe de antes—. Eres mi reencarnación; pegarte es como golpearme a mí mismo— explicó y, por primera vez, vi un asomo de mirada tierna en sus ojos—. Estabas entrando en pánico y tenía que hacer algo para impedirlo, ¿entendido?— intentó volver a su pose seria, pero no le funcionó. Tampoco es que hiciera mucho efecto antes, con lo del pelo arcoíris y eso.

Y, como no tengo pelos en la lengua, decidí comentarlo:

— Sabes que aquí estamos solos y que yo soy tú, ¿verdad?— me hice la tonta un segundo—. Claro que lo sabes; me lo has contado tú. A lo que voy es que no necesitas la máscara.

Mientras pronunciaba esto, el escenario de mi alrededor desaparecía; pedacitos de lava, o arena, o trozos de tierra, o lo que sea que tocase en ese momento, se desperdigaban por un sueño cada vez más borroso. Aún así, alcancé a oír las últimas palabras de Alberto:

— Cuando tú la retires, haré igual; hasta el próximo sueño, Layla.

Me desperté en una cama de hospital, con la mano derecha vendada y un aparato midiendo mis pulsaciones. Puse una mueca; hospital significa agujas en mi diccionario y las odio por asustarme. Aunque no era igual que un hospital normal; este tenía dibujitos raros por todas partes.

Estaba sola (sola del todo; no como en mi sueño, que estaba con una presunta vida pasada), así que me puse a pensar (así es, yo sé pensar ¿cómo creéis que planificaba las salidas nocturnas a espaldas de mis difuntos padres sino?). La máscara de Alberto y la mía son completamente distintas; la suya es para aparentar la seriedad de la que carecía (aunque actuaba bastante bien su papel) y yo ¿qué quería aparentar? ¿Superficialidad? Mi máscara era un escudo más bien; no quería esconder al mundo real mi verdad, quería ocultar el mundo real a mi lado sensible para no desmoronarme.

"Lo lamento, Alberto; no puedo renunciar a ella aún", pensé; creo que, desde algún lugar de mi subconsciente, él logró escuchar y comprender mis palabras.

La puerta de la habitación se empezó a abrir; un ojo azul comprobó que no había moros en la costa (creo; es lo más lógico que se me ha ocurrido) y abrió la puerta del todo. La propietaria de ese ojo era Aura, seguida de Seth; mi corazón dio un vuelco al verlo. Eso sí, me confundió el hecho de que esos dos vinieran juntos. ¿Estarían saliendo? Sería mucha casualidad, pero no voy a descartar nada; vigilaré a la rubita con ojo de halcón.

Se acercaron a mi cama, serios los dos (no era una fachada, eso estaba claro). No entendía muy bien a que venían esas caras, por lo que opté por quedarme en silencio.

— Ya has visto que está viva, ¿no?— preguntó Aura a Seth, a lo que éste asintió—. Bien. Ahora márchate; es algo entre ella y yo.

Muy a mi pesar, Seth abandonó la habitación, dejándome a solas con la chica de ojos brillantes.

Ella me escaneó con la mirada; no sé que buscaba, pero se lo tomaba muy en serio. Aún así, desistió a los cinco minutos.

— Pareces una aztierdi normal y corriente— afirmó con un suspiro, típico en ella. Después, optó por preguntar directamente—. Sé que no es verdad, así que desembucha; ¿quién demonios eres?

Maratón 1/2

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