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11. Cartas al firmamento (Aura)

11. Cartas al firmamento (Aura)

He sido entrenada para defenderme y estar alerta en todo momento, ¿creíais que no me iba a despertar con Layla merodeando por mi cuarto? Ni que estuviera sorda.

Aún así, esperé con los ojos cerrados, pensando que en algún momento recuperaría la decencia y se marcharía a dormir.

Como si no conociera a Layla.

Al tocar mi mesilla cruzó la línea. Ése era mi baúl de los recuerdos (ajá, como el de la canción) y ella no tenía derecho a tocarlo. Oí como abría el cajón, como fisgaba entre mis cosas.

Ya no aguanté más; encendí la luz. Ella soltó la carta y cubrió sus ojos con el móvil, supongo que deslumbrada por la repentina luminosidad (un poco boba sí que es; puso la parte de la pantalla en dirección a su cara).

La carta; de todo lo que tenía ahí dentro, tenía que coger la carta. Desde luego, esa chica tenía olfato para encontrar el objeto más vergonzoso del montón.

— ¿Qué diablos haces con mis cosas?— pregunté; cualquiera en un kilómetro a la redonda habría notado la magnitud de mi enojo (también contribuía el hecho de haber alzado la voz). Recogí la carta de inmediato; no quería que leyera ni media palabra.

Sin embargo, cuando Layla se recuperó del estupor no dudó un segundo en replicar:

— ¿No es obvio? No puedo dormir— bajó las cejas, como si fuera la respuesta más sencilla del mundo y no una chorrada que no tenía nada que ver. Acto seguido, su curiosidad natural hizo acto de presencia y preguntó por la carta—. ¿Qué pone ahí?

— Nada que te interese— repliqué a toda velocidad, más seca que el Sahara. Ella no había sufrido en la vida. Bueno, quizá empezara a hacerlo ahora; pero, durante quince largos años, el mayor drama de su vida habría sido romperse un tacón o suspender algún examen. Una chica cuya vida comenzaba a desmoronarse no puede entender lo que es vivir entre ruinas. No puede entenderme a mí—. Ahora vete; puede que tú no seas capaz de pegar ojo, pero una de nosotras quiere dormir por primera vez en ocho meses.

Iba a protestar (después de todo, es una niña pequeña, por mucho que insista en ir vestida como alguien mayor de 18), pero creo que pensó en mi desmayo de antes y se resignó. Abrió la puerta y desapareció detrás.

Pasé un par de horas dando vueltas después de aquello. ¡Maldita sea! Su visita a las tantas de la noche me había desvelado. Bueno, eso y el tema de la carta.

Escribí ese documento en 2006, cuando estaba a punto de cumplir la media docena. La he revisado tantas veces que me la sé de memoria; palabra por palabra. Aún así, volví a encender la luz y releí aquellos casi inteligibles garabatos de una niña que apenas había comenzado primaria:

"Queridos papi y mami,

¿Qué tal por allí arriba? Debéis tener una vista impresionante de los barrancos turquesa.

Os echo muchirrísimo de menos. Aquí abajo todo es tan aburrido como siempre. Bueno, no del todo; hace un par de días una estrella cayó del cielo y explotó. No he visto a la señora Collins desde entonces, ¿está con vosotros? Si es así, Shony le manda un besazo enorme.

En aquel momento yo no sabía que era una bomba y, como la explosión brillaba a la par de la luz de mil soles, decidí que era una estrella (no critiquéis ¡tenía cinco años y medio, más o menos!).

Por cierto, ¿sabíais qué el papá de Shauna me deja vivir con ellos? Me han dado un cuarto para mi solita. Es de color azul y tiene una ventana que da al jardín; ojalá pudierais ver lo bonito que es.

¿Os duele la tripa aún? La última vez que os vi parecía que era muy doloroso; había mucho rojo. Ya no puedo mirar a un cuchillo sin temblar como un flan. ¿Es eso normal?

Por si quedaba alguna duda: sí; mis padres están muertos (¡Hala, ya lo he dicho!).

Los mataron cuando yo apenas tenía tres años; una puñalada en el estomago a cada uno con una daga de plata. Yo estaba en casa aquel día; les escuche gritar y vi la sangre.

En ese cuarto, donde ellos fueron asesinados, oí la frase: "La cosa más pequeña puede atraer los desastres más grandes". También desarrollé allí mi fobia a las dagas, como es obvio.

Me llevan al psicólogo una vez a la semana desde el accidente. En la última sesión, la señora Vásquez me dijo que os escribiera. Yo no sabía que se podían enviar cartas al cielo; la psicóloga dice que sí y espero que tenga razón.

Quiero hablar con vosotros; oír vuestras voces y abrazaros por última vez. La gente dice que es imposible, pero ya me conocéis; para bien o para mal, soy muy cabezota.

Solté una carcajada amarga; en lo que a personalidad respecta no he cambiado ni un ápice.

Respondedme si es posible (no sé si se pueden enviar cartas desde allá arriba; ni siquiera estoy segura de que ésta llegue) y, si al final está con vosotros, decidle "Hola" a la señora Collins de mi parte.

Os quiere muchirrísimo,

Aura.

Posdata: os mando un millón y uno de besos dentro del sobre."

Recuerdo que me pasé un día dando besos al aire y metiéndolos en el pequeño sobre. Me miraban raro, pero yo seguía igual de ilusionada. Que fácil era la felicidad en aquel entonces...

Al final del escrito, las lágrimas asomaban por mis ojos azules y alguna que otra rebelde rodaba por mi mejilla.

En aquel momento lo último que me esperaba era lo que pasó a continuación. Un pañuelo de seda secó mis lágrimas.

¿Acaso estaba tan absorta en mi tristeza que no me di cuenta del momento en el que Layla volvió a allanar mi cuarto? Al parecer, sí; y, al parecer, me había visto llorando.

— ¿Qué narices haces aquí otra vez?— pregunté, intentando parecer enfadada. No me salió muy bien que digamos; parecía una niña enfurruñada porque le habían quitado su juguete como mucho.

—Llevo tras la puerta todo el rato— explicó—. Te he oído llorar y he entrado.

Después de un instante en el que ni el grillo se había atrevido a cantar, Layla afirmó:

—Aura, si te pasa algo puedes contármelo; al fin y al cabo, somos familia.

No soy tan tonta como para decir "estoy bien" cuando tengo los ojos enrojecidos y las mejillas algo húmedas. Además de que no dejaría de insistir ante una respuesta evasiva. Así que, sin otra escapatoria posible, tuve que responder:

— ¿Te acuerdas de lo que sentiste cuando te enteraste de la muerte de tus padres?— la chica asintió, cabizbaja; el acontecimiento en cuestión era muy reciente—. Coge ese sentimiento, insértalo en un corazón doce años más joven y multiplícalo por el hecho de presenciarlo; suma la sangre y eleva al terror de ver al asesino y te diga que es culpa tuya para después soltar una frase que sonará en tu cabeza cada vez que tus ojos encuentren una daga. El resultado es trauma de por vida, Layla. He ido a psicólogos, a grupos de apoyo, etcétera; la imagen sigue en mi retina y no puedo hacer nada para evitarlo.

Ella no sabía qué hacer; me da que el papel de "hermano mayor" lo suele adoptar Wes.

Se decidió por un abrazo. Aquello me pilló desprevenida; los únicos abrazos que recibo son de Shauna, que no son muy frecuentes, y alguno que otro de Sergio.

¿Qué no sabéis quien es Sergio? Es el chico rubio de la foto. ¡Qué nadie saque conclusiones raras! Es mi medio-hermano; solo hay que ver el parecido. Él vivía con su madre, pero eso ya es el pasado; su relación madre-hijo es un poco... tensa. Solo sabed que no debéis acercaros a ella con un mechero encendido o podría arder de tanto combustible que bebe; sí, me refiero al alcohol.

¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí; el abrazo! El caso es que me sorprendió. Y lo que dijo después me dejó atónita:

—Lo siento, no lo sabía. Perder a tus padres es duro y más con la edad que tenías— la chica se enderezó—. Ahora formas parte de una familia: Wes, Shauna, Jazz y yo— "y Sergio" pensé, pero no parecía el momento de interrumpirla; iba lanzada—. Cuidaremos los unos de los otros y yo personalmente me encargaré de que no haya más muertes. Aura— me levantó el mentón para que yo la mirara a sus ojos avellana—, no puedo hacer nada para cambiar el pasado; aún así, juntos, evitaremos que se repita, estoy segura.

Menuda promesa vacía, ese acuerdo era imposible de cumplir; nadie es inmortal aquí. Yo, a mis quince años, lo tenía bastante claro; ver morir te hace darte cuenta de que la muerte es algo muy real y puede venir en cualquier momento. Aún sabiendo eso, le tomé la palabra.

Layla se volvió a ir y, a partir de ese momento, dormí de un tirón lo poco de noche que quedaba. ¿Será posible que, después de dormir por primera vez en mucho tiempo, esa situación no fuera a aguantar?

En mi caso, claro; tengo peor suerte que un gato negro cubierto de sal tumbado de una grieta frente a un espejo roto. Y no, no exagero.

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