V "La determinación"
Los guardias del Clan Azul Superior habían tomado el lugar para cuando Johana y su equipo regresaron. Johana ordenó que encerraran a los retenidos en las celdas de la nave y que guardaran las motos, pues se irían pronto. Dejó a Morgan junto con Brandon y Alí, llevando consigo a Sebastian y Bruno para hablar con el general de las tropas del Clan Superior, aun cuando no se habían limpiado la sangre y suciedad del altercado en La Fábrica.
La conversación fue relativamente rápida. Estimaron el límite donde el Clan Rojo todavía dominaría parte del territorio del Sur, dejando una frontera a medio terreno del antiguo territorio perteneciente Clan Azul Inferior, de forma que ambos clanes quedaran con ganancias de aquel trato y desapareciera el Clan Inferior para siempre. Cuando Johana regresó, el equipo se estaba limpiando con toallas antisépticas dentro de la primera plataforma de la nave, ya todo estaba cargado y esperaban solo por ella.
—Sebastian, quédate en el timón con Bruno; el resto vayan a darse un baño y a descansar. Haremos el cambio de mando en cuatro horas, cuando caiga la noche —ordenó Johana, tomando una de las toallas y limpiando la sangre negra de su cuerpo.
—¿Quién tomará el mando nocturno? —preguntó Bruno, cambiándose de pulóver y quitándose la sangre del cabello. Los ojos de Johana recorrieron la habitación, encontrando la mirada azul que buscaba, refugiada en una esquina y apoyada contra la pared, una pierna cruzada delante de la otra.
—La haremos Morgan y yo —afirmó, tirando la toalla al cesto de basura y avanzando hacia ella, negando la oportunidad de protestas por parte de Bruno, y disfrutando de la incredulidad de Morgan ante sus palabras. Sus mirada se desvió hacía el improvisado vendaje en el sucio cuerpo de la joven—. Ven conmigo, necesitas curar eso.
Avanzó a paso firme fuera de la primera plataforma, recorriendo un pasillo largo iluminado con luces rojizas, el sonido rítmico de sus pasos contrastando con el ruido arrastrado de las botas de Morgan.
La enfermería estaba en la primera planta porque Johana se negaba a hacer esforzar demás a los heridos a través de los ascensores, solo porque los jefes preferían tener la armería en esa zona en las naves convencionales. Había tenido una experiencia mala en el pasado por acceder al diseño usual; no cometería el mismo error dos veces. Empujó la puerta con firmeza, haciendo que Morgan entrecerrara los ojos ante la intensa luz blanquecina de la enfermería, que aumentaba con las paredes blancas.
—Quítate la ropa y siéntate —indicó, señalando a la camilla a su derecha mientras buscaba los medicamentos y vendajes en el armario sanitario.
—Eres mandona —comentó Morgan, aprovechando que Johana estaba de espaldas para quitarse el traje y quedarse en ropa interior, dejando las botas en una esquina y tirando el ripio restante del traje encima de una silla. Tuvo la precaución de sacar el dispositivo USB del bolsillo interno antes de hacerlo, guardándolo en el borde de su sujetador.
—Es lo que hago —explicó Johana, cargando lo necesario y girándose, encontrando a Morgan sentada en la camilla, en ropa interior, mirándola determinada—. Recuéstate.
Morgan obedeció, acostándose en la camilla y dejando que Johana se acercara; viendo como sacaba de la caja un algodón y una botella de alcohol y notando la mirada matizada con una luz sádica momentos antes de que la pelinegra vertiera parte del líquido en la herida. Johana esbozó una sonrisa al ver a Morgan gruñir por lo bajo ante el ardor. Colocó el algodón encima, limpiando a consciencia toda la herida antes de tomar la iodopovidona y empezar a aplicarla.
—Pudiste haberme pedido misericordia para tus amigos —comentó Johana, sus ojos fijos en la herida, pero su cuerpo entero atento a la tensión que corrió por los músculos de Morgan ante sus palabras.
—¿Lo sabías? —preguntó ella, consternada, alzando la cabeza.
—Sé muchas cosas —aseguró Johana, presionando un poco más en una de las heridas que no había dejado de sangrar totalmente.
—Supongo que no les tengo mucho afecto —respondió Morgan, dejando caer su cabeza en la camilla nuevamente.
—¿Por qué pedir trabajar conmigo, de todas las cosas? —cuestionó Johana, tomando el lapicero láser para cerrar las heridas—. Quemará un poco.
—Porque… ¡joder! —se quejó Morgan al sentir el dolor del láser cerrando las heridas—. Porque… quería sal…ir de… los campamentos —respondió entre dientes, gruñendo ante el dolor.
—Me parece buen motivo —dijo Johana, cerrando la última herida y tomando una toallita antiséptica para limpiar la zona, apreciando las cicatrices claras que cruzaban la piel olivácea oscura.
—Otras más para la colección —comentó Morgan, haciendo que Johana deslizara la vista por los definidos músculos marcados, algunos con trazos de piel cicatrizada desdibujados encima. Sus ojos llegaron a la mirada azul confusa, que intentaba descifrar la forma en que Johana la observaba.
—Hay ropa en el armario del fondo y tú habitación está en el piso de arriba, la número 3213. Sube por el ascensor al final del pasillo —indicó Johana, recogiendo las cosas usadas y desechándolas con movimientos precisos, pero apresurados—. Deshazte de la bata de laboratorio rota y el traje rasgado, cada quien limpia su basura solo. En los armarios de las habitaciones hay ropa estándar que te servirá, se ajusta a su portador, y un ordenador holográfico, por si quieres revisar la información del dispositivo USB que tienes en el sujetador.
—¿Qué…? —Morgan calló al ver la mirada autoritaria de suficiencia de Johana, que le sonreía de forma ladina.
—Nos vemos a las 2000 en punto. El salón de control está en el cuarto nivel, que es el último, y eso es lo único que hay allí. No te lo perderás —ordenó Johana, saliendo sin decir más nada y dejando a una Morgan atónita mirando hacia la puerta.
💙
Morgan entró en la habitación observando analíticamente las paredes grisáceas, las luces en baja intensidad, la nevera pequeña en la esquina y el armario al fondo. Había una segunda puerta a la izquierda de la cama y una serie de ranuras para diferentes dispositivos de almacenamiento de información en una esquina, donde había una silla y un panel que se deslizaba desde la pared, haciendo función de mesa plegable.
Revisó primero el armario, tomando unos pantalones negros y una camiseta azul oscuro, junto con un juego de ropa interior lisa, antes de entrar al baño.
La ducha caliente reorganizó sus ideas, dejándola sentir el dolor de traicionar a los suyos. Recordó vívidamente la mirada dolida e incrédula de Jasper cuando vio que Morgan no hizo nada por detener su arresto; él debía de entenderla, pero no lo hacía.
Morgan no podía permitirse perder esa oportunidad: Johana en persona se le había presentado delante, no la había reconocido y le había permitido unirse a ella. Si quería una oportunidad para matarla, no había una mejor que esa. Se preguntó por qué no la había matado apenas la vio, pero la respuesta era fácil. Hacerlo significaba matarla rápidamente, y ella quería que Johana sufriera, que supiera quién la estaba matando, que entendiera que la mujer que estaba delante suyo era la niña que años antes la había visto matar a su hermano.
Dejó escapar un suspiro cuando empezó a cuestionarse sus decisiones, admitiendo que la traición a su equipo había sido una decisión tomada a última hora y de forma apresurada; pero lo que más la lastimaba era saber que, incluso teniendo tiempo para meditarlo, no hubiera elegido diferente. Salió de la ducha y se paró delante del espejo del lavamanos, limpiando con su mano el vaho que empañaba el cristal y observando su reflejo: sus ojos brillaban emocionados, un matiz casi sangrienta. Finalmente tenía la oportunidad de vengarse, pero tenía que ser inteligente.
Se vistió de forma apresurada, regresando a la habitación y sentándose en la silla, encendiendo el panel de la pared e introduciendo el dispositivo USB mientras desplegaba la mesa. Una pantalla holográfica apareció delante de ella, con un teclado de igual compuesto siendo iluminado sobre el metal de la mesa. Morgan tocó el aire, señalando al dispositivo de almacenamiento, que se abrió mostrando una única carpeta. Entró en esta, observando el programa que se ejecutó casi de inmediato, apareciendo una ventana emergente que le indicó que el sistema estaba listo para la búsqueda.
Durante algunos segundos se quedó pensando qué buscar, hasta que en su mente aparecieron las palabras de Issac. Tocó la barra de búsqueda y tecleó en ella “medidas de emergencia ante una infiltración”. El sistema operativo de inmediato procesó la petición de búsqueda, mostrando una serie de documentos que detallaban el protocolo de emergencia activado desde que las fábricas fueron abiertas.
Cada científico que trabajaba en ellas tenía un dispositivo de almacenamiento insertado en el cuello, conectado por sensores internos a su memoria anterógrada, guardando toda la información y transformándose en una segunda memoria retrógrada.
Estos mismos dispositivos estaban protegidos por una cápsula con tetrodotoxina manipulada, acumulada en una concentración específica que lograba causar la muerte en una hora o menos, en dependencia de la resistencia del organismo.
Dichas cápsulas estaban protegidas por un sistema de nanómetros que se conectaban inalámbricamente por subondas al sistema informático de las fábricas. De esta manera, si ocurría un ataque y el proceso se veía comprometido, las computadoras borrarían toda la información de inmediato, apagándose de forma permanente y liberando el contenido de las cápsulas internas en los científicos.
Debido a esto, los dispositivos de almacenamiento dejarían de registrar información, desvinculándose del sistema nervioso del humano portador y asegurando fallas en su memoria que protegerían sus experimentos de las confesiones bajo presión o tortura. Ante la muerte del huésped, los dispositivos se autodestruirían en una pequeña explosión que causaría la ruptura de los grandes vasos, músculos y tejido subyacente del cuello, creando una apertura al exterior en el cadáver en un lapso de tiempo postmorten de una treinta minutos.
En conjunto con todo esto, los prototipos serían liberados. Estos eran el resultado de la utilización de la dosis máxima recurrente de Trioviolet 21, una fórmula desarrollada bajo el máximo detalle para crear criaturas entrenables a raíz de fetos humanos. Los prototipos obedecerían las órdenes previamente indicadas de aniquilar a cualquiera que no tuviera el olor que ellos habían registrado durante su maduración y crecimiento, teniendo así al soldado perfecto.
Cuando Morgan terminó de leer, tenía un dolor de cabeza intenso. Se sentía aliviada de saber que ella no había matado a Issac, pero no significaba que no estuviera turbada por lo que había leído. Experimentos en fetos humanos, fórmulas que deformaban a los fetos hasta convertirlos en criaturas asesinas, científicos que de forma voluntaria se hallaban trabajando en eso; simplemente era demasiado. Apagó la computadora, viendo como los hologramas desaparecían, antes de tomar el dispositivo y guardarlo en el bolsillo interno del pantalón que había tomado, tirándose desmadejada en la cama.
«¿Qué debo hacer?» Se preguntó mentalmente, un suspiro escapando de su boca y el cansancio apoderándose de su cuerpo.
En ese momento no podía saberlo, no podía pensarlo siquiera. Su plan de infiltrarse podía salir exitosamente, al menos hasta matar a Johana; pero tenía las mismas probabilidades de fallar, ser descubierta y asesinada. Morgan no temía a la muerte, pero quería estar viva lo suficiente para matar a Johana. Ya se encargaría ella misma de terminar con su vida posterior a eso. No tenía motivos para estar viva, su venganza era el combustible del motor que eran su cuerpo y mente. Su objetivo era uno solo, y al cumplirlo no tenía más motivos por quedarse en el plano terrenal nunca más.
Sus ojos fueron cerrándose, su mente evocando el recuerdo de la primera vez que aquella mirada verde iridiscente se posó sobre ella, aquel fatídico día en que su hermano fue asesinado por esos mismos ojos inmisericordes. Cuando su conciencia dejó su cuerpo, y sus músculos se relajaron, todo lo que quedó en su mente fue el fantasma de aquel recuerdo y la presencia imperante de Johana Tyson, con un fondo rojo sangre y fuego quemando sus memorias, destrozando sus vidas. Las llamas avivando el hambre por venganza que no era saciada nunca. Morgan iba a matarla, y lo haría pronto.
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Ya sé, se preguntarán por qué una actualización tan pronto. Es sencillo, quiero que La cacería participe en un concurso y necesito un mínimo de palabras para entrar, así que adelanté las actualizaciones.
¿Qué les parece el capítulo?
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