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I "El inicio"

Sus puños golpeaban con fuerza el saco de arena, las vendas de sus manos no aminoraban la ruptura de la piel en sus nudillos, el sudor resbalaba por su cuerpo, deslizándose entre las líneas tatuadas en su espalda. En aquel gimnasio resonaba el sonido de cada golpe entremezclado con jadeos inconexos, gruñidos bajos por momentos y las suelas de las zapatillas chirriando.

Sus ojos se mantenían fijos en el cuero negro. Sus golpes impactaban a la altura de su rostro, justo donde su mente evocaba la imagen de aquellos ojos verdes en contraste con la nívea piel, enmarcada por el cabello negro. Las palabras de aquella noche haciendo eco en su mente, grabadas como un mantra de tortura que la impulsaba hacia adelante.

—Morgan —Dio un último golpe seco contra el saco antes de detenerse—. Jasper está aquí —avisó Carla, sus suaves manos con manicura rosa acomodando los rubios mechones que escapaban del moño sin forma que traía casi siempre.

Morgan la había visto sin este peinado, con su cabello desperdigado por las sábanas blancas, su rostro contraído de placer, rojo ante la expectativa y culminación; pero hacía mucho que ella había terminado eso y Carla seguía apareciendo en búsqueda de alguna esperanza para retomarlo. No la había.

—Dile que ahora voy —espetó, su vista devolviéndose hacia el saco, sus puños regresando a los golpes inmisericordes contra un objeto inanimado que nada hacía por aplacar su ira trabajada por los años.

—Claro —dijo Carla con un notorio tono de decepción. Morgan la ignoró.

Un suspiró dejó sus labios cuando escuchó la puerta de metal cerrarse lentamente, asegurando que volvía a estar sola. Sus golpes cesaron y su mirada de fijó en el cuero desgastado después de largas jornadas de arduo entrenamiento. Tenía que cambiarlo de nuevo.

Negando suavemente con la cabeza en un regaño mental hacia ella misma y su falta de autocontrol, Morgan caminó hacia los bancos, quitándose las vendas de las manos y dejando su piel herida expuesta. Tendría que pasar a la enfermería para curar sus nudillos y oír a Jada quejarse sobre su falta de cuidado y autopreservación una vez más.

Tiró las vendas sobre su hombro de forma descuidada, tomando la botella de agua que estaba en el banco y vaciando parte de su contenido sobre su rostro y cuello para aplacar el calor abrazador que las últimas dos horas en el gimnasio habían dejado en su cuerpo; llevándolo luego a su boca y degustando el refrescante líquido, hasta que sintió su cabeza lo suficientemente estable como para salir al encuentro con Jasper.

El ruido fue llegando a sus oídos mientras sus dedos retiraban la goma negra que sostenía su cabello castaño sujeto en un moño, soltándolo para que cayera liso hasta cuatro dedos por debajo de la línea de su mandíbula. El sol golpeó su rostro con sus rayos, haciéndola entrecerrar los ojos unos segundos antes de ser capaz de ver apropiadamente de nuevo, observando al hombre rubio de aspecto sereno que se acercó a ella con una sonrisa relajada.

—Tengo noticias que te gustarán —aseguró Jasper, dándole un abrazo como saludo y devolviéndole las palmadas que Morgan le daba en la espalda.

—Pasemos a un sitio más privado en ese caso —exhortó ella, iniciando una caminata por el campamento hacia el área de los dormitorios: cabañas pequeñas de dos plantas que contenían cuatro habitaciones en cada una.

Habían construido los campamentos posterior a la Gran Guerra: un evento bélico apocalíptico que en su época fue conocido como la Cuarta Guerra Mundial, donde todas las naciones de antaño se habían enfrentado con bombas atómicas y cañones, destrozando la Tierra y la vida en ella. Los refugiados, aquellos bastardos con suerte de haber sobrevivido en búnkeres subterráneos, se alzaron cuando la destrucción terminó y crearon un orden nuevo. Se suponía que fuera un sistema que permitiría a las naciones resurgir con el tiempo, pero eso no pasó.

La misma naturaleza codiciosa del ser humano hizo que los terrenos perdidos en los bombardeos jamás se recuperaran, y aquellos que todavía tenían salvación fueron disputados como carne en una guarida de leones hambrientos, hasta que el caos volvió a reinar. De esa manera, una nueva guerra empezó, pero fue tan corta que ni siquiera era considerada como tal. Duró apenas tres días y el resultado fue la concentración de la humanidad restante, y toda vida salvable, en aquella gran extensión de tierra que alguna vez formó parte de un continente; si Morgan no recordaba mal sus clases de la infancia, le llamaban Europa.

Para asegurar la supervivencia, tan débil como la mente de los humanos, se crearon los campamentos y allí las personas se refugiaron para rehacer sus vidas mientras los grandes líderes, hambrientos de poder, luchaban entre ellos, creando guerrillas armadas en constante disputa. Todos buscaban una mejoría, más fuerza para combatir a los demás, derrocarlos y quedarse con todo. Fue así que el mundo restante; sin nombre, escudo o bandera, apátridas totales; se vio sumido en una organización oligárquica que se sostenía en un delicado equilibrio entre cuatro clanes.

Las personas en los campamentos no pertenecían a ningún clan, eran los que habitaban al margen del sistema, en un intento casi vano de no ser afectados; pero el daño colateral existía. Por eso Maxwell había creado aquella organización. Los demoledores eran la unión de los que estaban en contra del sistema y preferían luchar antes que bajar la cabeza; ellos eran la mayoría en los campamentos en el mundo actual.

Morgan lo entendía. Muchos querían una vida donde salir a buscar comida de entre los poblados todavía fértiles no significara un riesgo, con la incertidumbre de volver a casa, porque una batalla entre clanes te podía rodear y tu vida dejaba de ser tuya.

—Aquí estaremos cómodos, nadie nos interrumpirá —aseguró Morgan, abriendo la puerta hacia su habitación y avanzando mientras escuchaba a Jasper seguirla dentro.

Todas las residencias eran iguales, con el mismo tamaño y diseño: un recibidor; un área de cocina donde no se podía cocinar, pero permitía mantener una nevera pequeña y un calentador en caso de necesitarlo; un pasillo que daba hacia el baño y una habitación con el espacio adecuado para una cama mediana y un armario en la pared. Todos veían diariamente esas paredes amarillentas y sábanas blancas, sin individualismo ni realce de lo personal.

—Estuve vagando por las afueras del lado Sur, limitando el territorio de los Azules Inferiores —explicó Jasper, sus manos rebuscando en su chaqueta con parches de cuero hasta extraer el hológrafo: un tubo delgado similar a un lápiz, que proyectaba sobre cualquier superficie la imagen designada—. El escáner registró esto.

Jasper depositó el hológrafo en la mesa que abarcaba parte del recibidor de Morgan, encendiéndolo hasta que una imagen en cibernéticos tonos verdes brillantes se proyectó sobre la lisa superficie metálica. Morgan miraba con detenimiento las secuencias de imágenes de montañas de nieve, que en esos tiempos solo se podían ver al Norte o al Sur, en los clanes Azules Superiores e Inferiores.

Solían ser un gran clan antes, según la historia narraba, pero hubo discordias por el poder y terminaron dividiéndose en dos clanes de una misma estirpe. Los del Norte, conocidos como Superiores, avanzaron con el tiempo y engrandecieron su poder. Los del Sur, Inferiores, fueron mermando hasta casi desaparecer; nadie les daba importancia ya. 

Las imágenes de repente mostraron una irregularidad, una mancha subterránea sin forma que se extendía hasta abarcar lo que, acorde a la escala al borde de la imagen, equivaldría al doble de la ciudad de Azules Inferiores. Eso hacía la mitad de la cuidad de Azules Superiores.

A Morgan le tomó unos minutos más de observación para darse cuenta de lo que estaba mirando. Sus dedos detuvieron la imagen al tocar la mesa, los sensores captando el movimiento y dejando fijo el escaneo grabado en el momento en que figuras rojizas y azules se mostraban como puntos entre el verde de la forma subterránea.

—Es una ciudad bajo tierra —afirmó Morgan sin vacilación, sus azules ojos alzándose hacia aquellos más oscuros que la miraban con orgullo y un reto impuesto bajo llamas controladas.

—No parece estar tan habitado como para eso. Tenemos la idea de que pudiera ser una de las antiguas fábricas, esas a las que los rojos le dieron caza durante los cinco años posteriores a la Rebelión —comentó Jasper, explicando la perspectiva de él y sus hombres respecto al descubrimiento.

—¿Cómo podríamos asegurarnos? —preguntó Morgan con sus ojos fijos en las figuras de colores contrastantes contra el verde, su expresión determinada y mortal.

—Desde aquí no podemos, pero si vamos en un grupo pequeño, quizás pasemos desapercibidos —respondió Jasper, mostrando una mirada divertida mientras veía a Morgan chasquear la lengua y asentir con expresión derrotada.

—Preferiría no poner a nadie en riesgo, pero si estás seguro —accedió ella con una expresión frustrada—. Prepara la menor cantidad posible, no quiero muchos enterados sobre esto.

—Mi equipo más selecto, lo prometo —aseguró Jasper mientras apagaba el hológrafo y se retiraba, dejando a Morgan sola con sus pensamientos, los cuales ella dispuso clarear bajo el agua caliente de la ducha.

                             ♦️

Sus tacones hacían eco en el pasillo silencioso, su cuerpo moviéndose con la firmeza y arrogancia de una mujer que gobierna todo, que mueve el mundo con hilos amarrados a sus finos dedos. La puerta cedió ante su mano cuando tomó la manilla y la giró. La gran sala de colores entre dorados y rojos se mostró ante ella y la figura vestida de negro salió a su encuentro, ofreciéndole de inmediato un cigarrillo y el encendedor. Johana dejó que el humo impregnara sus pulmones, con ese ardor característico que ni los años de costumbre quitaban, y luego lo expulsó lentamente, girando su cuerpo hacia Bruno.

—Esa cara me dice que hay problemas —comentó ella en un lamento suave. Bruno se mantuvo impasible ante su mirada desganada—. Está bien, infórmame.

—Nuestros hombres localizaron una brigada en movimiento por el límite del Clan Azul Inferior, parecían estar escaneando el terreno y por la reacción de quien creemos que era el líder, puede que hayan encontrado algo interesante —notificó Bruno, tomando el control remoto y encendiendo la pantalla para que mostrase la imagen de las grabaciones de seguridad. Johana observó el grupo de diez personas que se movían en motos de nieve a propulsión y daban tres vueltas sobre la misma área con los escáneres antes de irse.

—¿No hicieron el mismo procedimiento en ningún otro terreno? —preguntó Johana, tomando asiento en el sofá dorado que estaba justo en frente de la pantalla y alcanzando una copa de vino; el líquido de los dioses en opinión de muchos, siendo una de las bebidas más raras desde hacía siglos. La guerra había erradicado los viñedos y el vino no era prioridad.

—Los seguimos en un rango de veinte kilómetros. No volvieron a hacerlo —contestó Bruno, cambiando las grabaciones por las de las cámaras de seguridad de sus propias motos de nieve.

—¿Y el área? —inquirió Johana, espirando parte del humo estancado en su garganta.

—Regresamos para escanearla y este fue el resultado —anunció el hombre, pasando a imágenes que mostraban el área debajo de esa zona, simulando una instalación subterránea gigantesca que todavía tenía vida dentro, considerando las figuras de forma humana que deambulaban en colores cálidos en la pantalla.

—Prepara a los hombres, un equipo mediano adecuado, iré a ver esto por mí misma —ordenó Johana, dándole un largo trago a su copa hasta vaciarla.

—Sí, mi señora —accedió Bruno, inclinándose hacia adelante un instante, con sus mechones castaños cayendo frente a su rostro antes de que se reincorporase.

—Bruno —llamó la pelinegra cuando este se hallaba a dos pasos de la puerta—. ¿Seguimos sin tener rastro de ella?

—Eso me temo —afirmó Bruno con pesar—. Después de la desaparición de su nombre hace seis años, toda señal de su existencia se desvaneció. Ni siquiera hemos logrado obtener el nombre por el cual se hace llamar ahora.

—Entendido. Puedes irte —indicó ella y Bruno obedeció de forma inmediata—. Ya no debes ser una niña, tendrás unos 20 o 21 años ahora. Ciertamente te has tomado tu tiempo para mejorar —murmuró Johana, dándole una calada final al cigarrillo y dejando el humo salir hasta elevarse, haciendo espirales visibles contra el fondo rojizo del techo—. Me pregunto cuánto tiempo más tardarás —cuestionó, sus dedos presionando el cigarrillo contra el cenicero, apagándolo.

*******
Finalmente traje una actualización de este libro, me tomé el tiempo de editarlo todo lo mejor que pude gracias a los consejos de una persona amable, que se tomó la molestia de señalarme errores. Sé que aún me quedan, pero poco a poco vamos mejorando.

No es el capítulo más estimulante, pero no podía arrancar con balas y explosiones. Independientemente de todo, me gustaría saber vuestras opiniones al respecto.

Dicho esto, nos leemos en unos días, besitos. ♥️♥️♥️.

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