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La Fuente C

Capítulo 1

—¡Alto! —vociferó Paul, el agente especial de FACTORY, mientras recorría con su mirada el boscaje de Vancouver en el que se encontraban.

Oryn McFLowers sentía cómo su corazón latía con rapidez. Sus ojos se movían de un lado a otro, explorando cada árbol con una gota de sudor que descendía por su frente. Al igual que el resto de sus compañeros, vestía un traje de combate negro, fabricado con fibra de carbono resistente y flexible, brindándole tanto protección como movilidad. En su cinturón portaba un arsenal de armamento tecnológico, pero el arma principal que sostenía en sus manos era una Hayet, diseñada para inmovilizar al oponente con descargas eléctricas que se adherían a la piel y lo dejaban inconsciente.

—Tenemos compañía —añadió en un susurro el agente especial, sus palabras resonando en los transmisores de todos los presentes.

Eran un centenar de agentes barriendo toda la zona. Las miradas curiosas y vigilantes, como los de Oryn, miraban en el entorno con precaución y con los sentidos alertas.

Aquel bosque, se desplegaba ante ellos como un escenario de contrastes, donde la frondosidad de los árboles se entrelazaba con la penumbra de un cielo gris. Susurros de hojas mecidas por el viento añadían un murmullo inquietante a la atmósfera. Las copas de los árboles apenas permitían filtrar la luz solar, creando un juego de sombras y destellos que parecían moverse por su cuenta.

La niebla se arremolinaba en algunos rincones, agregando un velo etéreo que ocultaba los detalles, en conjunto a aquel olor a humedad y moho, mientras que las siluetas de ramas retorcidas se alzaban como dedos acusadores hacia el cielo encapotado. Y el crujir de ramas secas bajo los pies, solo añadía más tensión. Cada agente se movía entre los árboles, listos para el combate, las armas dispuestas a desenfundarse en cualquier momento.

Por supuesto, el bosque parecía jugar a favor del enemigo, era perfecto como refugio, pero también como escenario principal para una cacería. Solo que la presa no era precisamente aquella criatura mutante, sino todos ellos.

Oryn se había detenido, justo cuando vio sombras desplazarse por encima de ellos. Fue en un instante, pero pudo ver que se desplazaba de un lugar a otro.

Con los ojos bien abiertos y el arma apuntando, miró hacia arriba, buscando la fuente de aquella sombra por encima de él. ¿Habría sido una ilusión del mismo escenario? No lo creía. Paul había dicho que el enemigo estaba con ellos, pero ¿En dónde?

Entonces, con el quejido de uno de sus compañeros detrás de él, se giró, y vio como la criatura había saltado sobre uno de sus compañeros. Tenía el cabello castaño, la piel pálida, olivácea y con algunas verrugas, con ojos amarillos y profundos, era delgado, lo cual era útil para los movimientos que parecía hacer. Pero, lo terrorífico de ver fue, como abriendo su boca vomitó sobre el casco protector del agente. Todos sabíamos que aquella sustancia gelatinosa era ácida.

Fue cuestión de segundos para que la fibra de carbono se corroyera para abrir paso al rostro del agente. Sabía que pasaría mucho para dejar de oír los gritos martirizados, en el infortunado que se cruzó en su camino.

Por supuesto, todo se volvió un caos: Los disparos a discreción iniciaron, pero el mutante era realmente ágil. Se movía de un lado a otro con rapidez, como si viera las mismísimas balas, como si fuera una réplica de Neo en la Matrix.

Allí, bajo un escenario frenético propio de un enfrentamiento, el mutante con habilidades anfibias desplegaba su agilidad, saltando y estirando la lengua con una destreza letal. En un momento, entre patadas y lengüetazos, derribó a una docena, y con tres escupitajos directo al casco, asesinó en un instante a tres hombres.

De inmediato, Paul, rugió con intensidad y su cuerpo adquirió fuego, como si fuera un combustible andante. No solo su ropa no se quemaba —lo que hablaba de que esta había sido diseñada con tecnología especial para su genética—, él mismo no sufría quemaduras.

Desde ese inicio, Paul comenzó a mover sus brazos de un lado a otro, y con cada movimiento esferas de fuego se arrojaban, intentando alcanzar al chico sapo. Eran ráfagas, tras otras que, por un momento, todos los agentes se apartaron, sabiendo que no solo estaban en peligros por el chico sapo, sino por su propio comandante.

Por encima de la vida de todos ellos, estaba la misión de detener al chico, vivo o muerto.

—¡Maldito fenómeno! —bramó Paul, mientras iniciaba una carrera para alcanzar al saltarín.

Pero cuando una de las bolas de fuego de Paul impactó contra una de las bolas ácidas del chico, Oryn entendió que estaban en completa desventaja. Su ácido, siendo una sustancia viscosa y, al parecer más denso, fue capaz de apagar el fuego de su adversario.

Sin embargo, Oryn no había sido el único que había previsto tal razonamiento. Paul, por eso, juntos sus manos, y esta vez, en vez de enviar esferas de fuego, se convirtió en un lanzallamas viviente que desprendía una oleada mortífera de fuego, que no solo comenzó a calentar el entorno, sino que distorsionaba ilusoriamente el aire por la intensidad de sus llamas. Fue cuestión de tiempo que olor a chamuscado invadiera el terreno.

Todos los agentes, incluyendo a Oryn, retrocedieron. Sabían que era una batalla que estaba lejos de sus capacidades. No obstante, debían estar allí para funcionar como apoyo.

Los pensamientos de Oryn divagaron, en breves instantes hacia Dana, su prometida desaparecida desde que se determinó infectada por el virus que transformaba el código genético de la gente y los convertía en seres dotados, pero que representaban peligro para la humanidad. ¿Podría ella haberse transformado en algo parecido? El terror lo invadía ante la posibilidad de encontrarla así.

Todavía recordaba la última vez que le vio. El sol se colaba entre las cortinas, tejiendo patrones dorados sobre las sábanas revueltas de la cama. Ambos yacían en un remanso de calma, risas y complicidad envueltos en el abrazo del momento. Las conversaciones triviales, las bromas y los roces llenaban el espacio con una familiaridad reconfortante.

—¿Cómo te sientes con solo tres días faltando? —preguntó Oryn, su tono entre juguetón y ansioso.

Dana alzó la mirada hacia él, sus ojos verdes brillando con una mezcla de emoción y melancolía, que hacía juego con aquellos cabellos dorados, y aquel lunar en la clavícula que enloquecía a Oryn.

—Me siento... como si estuviera dentro de mi propio cuento, pero no uno de hadas. Es más, como el cuento de La Puta Vida, ¿sabes?

—¿El cuento de La Puta Cida? —Oryn sonrió, acariciando su mejilla. —¿Y cómo es ese cuento?

—Lleno de giros, sorpresas y, a veces, un poco de caos, pero siempre con momentos mágicos vsoltó con un brillo juguetón en sus ojos—. Y tú, ¿cómo te sientes?

Oryn se quedó en silencio por un momento, sus dedos jugando con un mechón de cabello de Dana.

—Estoy... aterrado, en pánico. ¿Y si fallo? No quiero fallarte.

Dana le dedicó una sonrisa tierna, acercándose para besarle con suavidad:

—No vas a fallar. Confía en ti mismo, en nosotros.

Ella se levantó con gracia, estirándose antes de dirigirse hacia el baño. En ese instante, Oryn, con una mezcla de curiosidad y preocupación, no pudo evitar preguntar:

—Por cierto, ¿cómo te fue en la evaluación del censo de FACTORY?

Dana se detuvo en el umbral, su silueta iluminada por la luz que se filtraba desde la ventana. Le miró por un instante, detalló la complexión atlética que le hacía más seductor entre las sábanas. Era alto, y a diferencia de ella llevaba el cabello oscuro, corto y desordenado. Pero eran sus ojos avellanos, expresivos y determinados, los que más encanto le daban.

—Supongo que bien —sopesó, pensativa—. Si hubiera habido algo malo, me lo hubieran dicho, ¿no crees?

Con una sonrisa nerviosa, Oryn asintió antes de verla desaparecer tras la puerta del baño.

Sobre el propio reflejo de su casco, Oryn observó el inicio de su cicatriz en la mejilla derecha, resultado de una confrontación durante su entrenamiento como agente de FACTORY, trayéndole de vuelta al presente y recordándole la razón por la que estaba en ese lugar y porque había sacrificado todo con la intención de hallarle.

Respiró profundamente, viendo como el chico sapo, ágil y mortífero, se abalanzaba sobre los agentes. Cuatro cayeron con un solo movimiento, incapaces de anticipar sus saltos y látigos de lengua, mientras otra bola de ácido lanzada sin piedad acabó con otro agente. Cada vez, estos retrocedían más, mientras que Paul, tratando de controlar el fuego que danzaba en su cuerpo, intentaba detener al mutante, pero sus bolas de fuego eran esquivadas, una y otra vez, por los saltos precisos de su oponente. La lucha era intensa, impredecible.

Pero algo ocurrió, cuando el chico sapo al esquivar una llamarada de Paul, sintió el roce eléctrico de una de las balas en su costado izquierdo. Allí, su vista se clavó en Oryn. De haberle dado, la batalla había acabado. Al igual que el resto, este no era reconocible por el traje de seguridad blanco que le cubría por completo y le hacía indistinto al resto.

Decidido en acabar a ese que, pacientemente había esperado que se descuidara para atacarlo —lo que habla de que podía ser un peligro para el momento—, decidió saltar de un lado a otro, esquivando la llamarada con facilidad, en dirección a Oryn.

Lo que no se dio cuenta, es que, en medio del frenesí de la batalla, Oryn trazaba mentalmente el patrón del ataque de su enemigo, observando cada movimiento en zigzag del mutante. Y justo cuando el mutante se preparaba para el ataque final, Oryn tomó una rápida decisión: apuntó con precisión y disparó la Hayet, enviando una descarga eléctrica directa a la frente del chico sapo.

Chilló de dolor y cayó al suelo, mientras su cuerpo convulsionaba por la descarga. En un instante, sus ojos se emblanquecieron, y al otro se cerraron, inconsciente.

La mirada de Paul se dirigió hacia Oryn en medio del humo y el caos. Aunque no sabía determinar quién estaba detrás del traje blanco, Paul reconoció la astucia y valentía de su colega.

—Bien hecho, agente... Oryn —vio la placa en su pecho, felicitándole—. Volvamos a la Fuente.

Oryn asintió, mientras veía como otros agentes se acercaban al cuerpo del chico.

—Le dejó incluso vivo, ¿quién es el? —Oyó discutir a quienes levantaban el cuerpo del chico.

—No lo sé, pero quién sea, tiene habilidad —escuchó a otro.

—¿Qué crees que harán con este?

—Seguramente seguirán experimentando hasta sus cuarenta días. Lo que sea que suceda, Qarukkin Minninsha, lo sabrá.

No iba a mentir, aquel nombre llamó la atención a Oryn, porque era la primera vez que lo escuchaba. Claro, apenas había llegado hace una semana a la Fuente C de FACTORY. Pero durante su entrenamiento no le dijeron, específicamente, que hubiera por encima de Garden, otro agente especial que representaba la cúspide en este lugar.

El Corralito.

Oryn tenía 22 años de edad cuando decidió enlistarse al reclutamiento de agentes de FACTORY con la finalidad de llegar al Corralito, después de haber tenido un entrenamiento arduo de seis meses en Venezuela. Apenas observó que sería llevado a la acción, pidió a sus superiores que lo trajeran a la Fuente C, en Vancouver, Canadá.

El motivo por la que decidió enlistarse fue para conseguir a su prometida, Dana Fallin. Se suponía que faltaban tres días para su matrimonio cuando la pandemia sacudió los cimientos de ellos, y justo cuando creían que nada podía salir mal, FACTORY encontró a Dana infectada. No solo la separaron de él, sino que no tuvo oportunidad de verla nunca más.

Por eso, Oryn se convirtió en agente de FACTORY y pidió traslado a la Fuente C en busca de su prometida desaparecida. Aunque sus compañeros decían que la estancia máxima era de 40 días, escuchó sobre una chica, Ransell Notherway, que había permanecido un año antes de escapar con su hermano y otros mutantes.

Además, sabía que el tiempo de Dana se había cumplido, pero no había vuelto a casa, tampoco aparecía en los registros de quienes habían sido llevado a Macao. También sabía que no se había encontrado cura, así que Dana debía estar en algún lado. 

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