Capítulo 5: El viaje
Ximena cruzaba, con mucha preocupación y prisa, entre la relajada multitud en la recepción, haciendo que se llevara más de una mirada de desentendimiento. Llegó hasta la recepcionista y le contó acerca de lo que le había pasado a John. La joven, tras oír todo lo que la nerviosa Ximena apenas pudo contarle, sin pensarlo dos veces llamó al médico del hotel, el cual no podría presentarse hasta más tarde pues estaba atendiendo a unos huéspedes.
Al oír la noticia Ximena no pudo ocultar la frustración en su rostro y soltó un pequeño resoplido mientras pasaba sus manos por la parte inferior de su coleta. De repente alguien se acercó desde atrás y tocó en el hombro a Ximena para llamar su atención.
Aquello le tomó por sorpresa por lo que dio un pequeño saltillo e inmediatamente después se volteó con la pequeña esperanza de que fuese John, pero como era de esperarse era alguien más. Aquel amable hombre dijo preocupado y dispuesto a ayudar:
-Srta. veo que necesita de un médico, yo le podría ayudar.
A Ximena le tomó unos segundos reconocer aquel rostro que tan familiar se le hacía. Cuando finalmente logró averiguar de quien se trataba, no pudo contener su emoción y le dijo muy entusiasmada:
-Usted…usted es el Dr. Dubois, he leído acerca de su trabajo. Su investigación sobre la tuberculosis ayudó mucho a mi madre. Y sí, en este momento me vendría muy bien su ayuda.
-¿Dónde está él?- preguntó mientras recogía su maletín de la recepción.
-Por aquí por favor.
Aquel servicial galeno era el Dr. Bernard Dubois, un hombre que rondaba los 60 años, relativamente alto para su edad y cabello canoso con algunos mechones rubios. Llevaba un costoso traje y un pequeño maletín donde al parecer tenía sus implementos médicos. Era reconocido en Europa por ser un doctor muy exitoso y certero en cuanto a las enfermedades de sus pacientes por lo que Ximena tenía esperanza de que él pudiera averiguar que le ocurrió a John.
La habitación no estaba lejos pero aun así Ximena pudo contarle todo lo que sucedió al doctor, quien se notaba pensativo ante la situación. Cuando ya casi llegaban a la habitación, ella decidió decirle algo al Dr. Dubois que hizo que el semblante y la situación cambiaran repentina y drásticamente:
-Dr. Yo le he dicho que lo encontré desmayado pero la verdad… no sé… si ha muerto.
-No ha comprobó su pulso ¿cierto?- preguntó el Dr. con un poco de preocupación, después de todo, esa era una posibilidad.
Ximena negó con la cabeza y señaló la puerta de John en el pasillo. Al hacer el gesto el Dr. Bernard pudo notar como su mano temblaba de los nervios así que para tranquilizarla dijo mientras giraba el pomo de la puerta:
-Todo va estar bien, tranquila.
Entraron y llegaron hasta donde se encontraba John. Seguía ahí, inmóvil lo que hizo que se pusiera aún más nerviosa, sentía como si su corazón fuese a volar por los aires en cualquier momento.
El doctor fue hacia él y comprobó su pulso. Se giró hacia Ximena y ella notó una sonrisa en su rostro por lo que dedujo lo que diría pero no quiso apresurarse así que espero que el marsellés hablara:
-Está respirando… solo debemos esperar a que despierte.
Una sonrisa de felicidad inundó su rostro y su mirada era de alivio puro. Entonces fue hasta donde se encontraba el Dr. Bernard y le dijo desbordando gratitud:
-No sé como podré pagárselo, de verdad muchas gracias por lo que ha hecho, si no hubiese sido por usted y hubiese tenido que esperar a que el médico del hotel se desocupase, creo que me habría vuelto loca pensando en todas las cosas que le hubieran podido haber pasado para terminar así.
- No hay de que, lo hubiese hecho por cualquiera que me necesitase.
El doctor tomó asiento en uno de los butacones de la sala de estar y puso su maletín en la mesa de té vacía. Ximena quedó confundida, ella supuso que él estaba de salida así que como no quería causarle molestias, le dijo:
-No es necesario que se quede, no quiero que pierda su transporte.
-Otro viaje no, por favor, ya he tenido suficiente por hoy- añadió con una pequeña carcajada.
-Entonces… ¿no va de salida?
-Todo lo contrario, vengo llegando. Estaba en la recepción preguntando si mi habitación estaba lista ya.
-Es que como lo vi con su equipaje asumí que…
-Está bien- agregó mientras se servía un poco de agua en el bar.
En ese momento John comenzó a abrir los ojos lentamente y pestañeó varias veces para ajustarlos a la luz de la habitación. Ximena lo ayudó a levantarse y sentarse encima de la cama. El doctor fue hasta él para examinarlo a lo John aún algo aturdido le respondió:
-Estoy bien, no se preocupe.
-No estás bien…cuando te encontré parecías muerto, deja que te examine- añadió Ximena mientras se cruzaba de brazos.
-En serio, estoy bien, solo debió darme una crisis de narcolepsia.
-¿Está seguro, sabe que la pudo haber provocado, recuerda algo en específico?- añadió el doctor tratando de averiguar que le había causado el desmayo ya que pudo no haber sido precisamente la narcolepsia, después de todo muchas enfermedades podrían causar uno.
-Siempre lo he padecido, desde que era niño y ahora que lo menciona creo recordar que pudo provocarlo.
En ese momento llegaron a su mente unos borrosos recuerdos de su habitación y de una figura enfrente de él. Estaba aturdido y no podía recordar ni siquiera si era hombre o mujer pero unas palabras vagaban por ese recuerdo haciéndose más fuertes a cada vez: No te respondió porque no le importas, entiéndelo. A pesar de ser solo eso lo que escuchaba una y otra vez, él sabía claramente a que se refería. Volvió a la realidad cuando Ximena tocó su hombro y le dijo:
-No tienes que contarnos si no quieres.
-La verdad es que siempre he sido muy vulnerable al estrés, debe ser eso.
-Es probable. Este es mi número de habitación por si vuelve a suceder, entonces podría ser algo más. Si necesitan algo, no duden en llamarme.- añadió es escribiendo algo en una hoja de su agenda.
-Muchas gracias doctor por venir- añadió John cuando este se acercaba ya a la puerta.
-Bueno creo que yo debería irme también- agregó Ximena levantándose de la butaca y caminando a la salida.
-Ximena… ¿qué venías a decirme cuando me encontraste?
Aquella pregunta hizo que girara sobre sus pies y mirara a la mesa de té de la habitación de John. Suspiró de alivio al ver que la nota de Peter estaba todavía allí y rápidamente la recogió antes de la olvidara. Fue hasta donde estaba John y le dijo mientras le entregaba el mensaje de Peter:
-Venía a mostrarte esto. Recuerdas que Peter ni siquiera fue hoy a desayunar con nosotros-él asistió y comenzó a leer- lo que ocurrió fue… que se marchó.
-Pero ¿Por qué? Aquí no da razón alguna- agregó devolviéndole la nota a Ximena.
-Antes de irse también nos dejó la respuesta del acertijo de Andrea.
-Eso es estupendo pero... ¿donde está?
Ximena desdoblo la parte trasera del papel y lo volteó hacia John quien comenzó nuevamente a leer. Al terminar dijo recogiendo todas sus cosas de la habitación:
-¿Cuándo parte el próximo tren hacia Moscú?
-Espera John, debemos esperar unos días, ya escuchaste al Dr. Dubois, puede que no haya sido una crisis de narcolepsia.
-Bueno…esperaremos hasta que termine la reservación, que si mal no recuerdo, es dentro de cinco días, entonces partiremos a Moscú en el primer tren.
Mientras en el puerto de Calais, el clima se había estabilizado y los servicios habían sido reanudados. Peter estaba a punto de abordar el barco a Inglaterra pero simplemente no podía abandonar a Ximena de esa forma. Dejó la zona de abordaje y fue a la taquilla a cambiar su pasaje, se dirigía al Imperio Ruso, hogar de la Catedral de san Basilio.
Afortunadamente el pasaje que le fue dado era para un barco que partía en 15 minutos. No volvió con Ximena y John porque supuso que ellos ya habrían partido a la estación a tomar el tren que le llevaría al Imperio Ruso, y aunque ellos deberían hacer escala en el Imperio Alemán, debían llegar antes, así que mientras más rápido abordara, sería mejor. Estaba listo para enfrentarlo todo de una vez.
Aproximadamente 15 minutos después, se encontraba por segunda vez en el día en la zona de abordaje, esta vez tranquilo porque sabía que estaba haciendo lo correcto.
Su travesía sería larga: debería cruzar el Canal de la mancha, el Mar del Norte y el Mar Báltico para luego tomar un tren desde San Petersburgo hasta Moscú pero no sentía molestia alguna, después de todo disfrutaba tanto de los viajes como Ximena. John los toleraba pero prefería estar en un lugar el mayor tiempo posible.
Uno de los empleados del navío le mostró su camarote, era el 81. Tenía una cama individual en el centro de la habitación y a los costados de esta unas mesitas de noche. Estaba pintado de azul marino lo que hacía que resaltara el color blanco del armario de abeto. Había unos estantes igualmente de abeto encima una mesa de cristal. Peter tomó asiento en la silla que se encontraba frente a la mesa y comenzó a colocar algunas de sus cosas encima de ella. Después de acomodar sus pertenencias, tomó una pluma y comenzó a escribir algo en su agenda.
Ya habían pasado los cinco días acordados por Ximena y John por lo que recogieron sus cosas y se dirigieron a la estación de trenes para comenzar su viaje al Imperio Ruso. La brisa de otoño entraba por la ventana de la locomotora y ambos disfrutaban de la bella vista de la ciudad.
Después de media hora aproximadamente, mientras hablaban pudieron observar un globo aerostático en el cielo adornado por algunas nubes, que parecía que navegaba por los arboles cercanos a la carretera. Ximena tenía su mano derecha sobre el borde de la ventana del tren y su cabeza apoyada sobre su puño. Estaba inmersa en aquella bella escena. De repente volvió a su mente un recuerdo que le hizo pensar en Peter, ¿Dónde estaría en estos momentos? ¿Habría llegado ya a casa? Pero de pronto otra pregunta rondó su mente: ¿Había tomado la decisión correcta aceptando la propuesta de John, habrá sido un impulso?
Pasaron los días y finalmente llegaron a su escala en el Imperio Alemán: Berlín. Todos los pasajeros estaban fascinados por la belleza de la ciudad. No pasó mucho tiempo hasta que llegaron a la estación y justo cuando el tren se detuvo se escuchó un estruendo y este se tambaleó un poco.
Después de que avisaran que podían descender del ferrocarril, Ximena y John bajaron entre los primeros. Ya en suelo alemán, tomaron asiento en un banco de la estación y pusieron su equipaje junto a ellos. El personal pidió que los pasajeros que se mantuviera cerca hasta que averiguaran qué había sucedido con el tren. Los mecánicos en la estación se dirigieron hasta el vehículo y comenzaron a revisarlo.
Después de unos minutos el maquinista se acercó a los pasajeros y les contó acerca de la gravedad de la avería del tren, al parecer tendrían que esperar más que unas horas porque era grave pero nada que no pudiese solucionarse. También les explicó que todos los trenes de la estación estaban ocupados y no podían modificar su horario cuando se trataba de viajar tantos kilómetros.
Las caras de frustración, enojo y tristeza no se hicieron esperar entre los pasajeros pero en cambio John soltó un suspiro y dijo con tono irónico:
-Nuestros viajes son los más normales del mundo.
Aquel comentario de John hizo que comenzaran a reír y se aligerara el ambiente en la estación. A pesar de Ximena se notaba tranquila, no podía dejar de pensar tanto en Andrea como en Peter. La verdad, ella sentía que debería estar enojada con él por abandonarla y ni siquiera despedirse en persona pero no podía, sentía que había algo más detrás de esto y que Peter no la dejó sola en este momento tan importante y confuso de su vida.
Mientras, en el frío San Petersburgo, Peter se encontraba esperando la salida de su tren hacia Moscú que no partía hasta dentro de una hora. Se dirigió a la cafetería de la estación y pidió un café, había subestimado el viaje en barco, verdaderamente había sido agotador. Después de recuperar fuerzas decidió dar un paseo por los alrededores. La estación estaba en un lugar céntrico de la en aquel entonces capital según lo que le dijeron los empleados de la cafetería, así que decidió aprovechar su corta estadía allí al máximo.
Caminó unas cuantas calles y llegó hasta la Plaza del Palacio donde pudo presenciar con sus propios ojos la majestuosidad del Palacio de Invierno, residencia de los zares. Revisó su reloj y se dio cuenta de que aún le quedaban al menos 30 minutos así que decidió visitar la Catedral de San Isaac, sabía que sus frescos eran hermosos y no podía perder la oportunidad de verlos en persona. Después de terminar su visita decidió volver a la estación, su tren salía en 10 minutos.
Transcurrió una corta espera hasta que el ferrocarril llegó. Tomó asiento cerca de una ventana y puso su equipaje en el asiento junto a él. Observaba la vista de la ciudad y de la estación alejándose. Estaba haciendo este viaje a ciegas, sin saber si reencontraría con Ximena en Moscú o si todo su esfuerzo fue vano. Sabía en qué hotel probablemente ella se hospedaría: World Traveler. Siempre le fascinó ese hotel y más de una vez había dicho que si alguna día podía ir a Moscú se hospedaría allí, además de estar muy cerca de la Plaza Roja.
Después unos escasos días finalmente había llegado a Moscú. El anochecer estaba cerca y la luces de la ciudad comenzaron a iluminar haciendo que luciera aún más hermosa. Se dirigió al hotel a registrase, debía probar suerte, quizás estaba de su lado.
En la capital alemana, la avería del tren había sido reparada y un empleado de la estación les informó que partirían mañana en la mañana. Ximena y John estaban aliviados por la noticia y comenzaron a hacer nuevamente su equipaje para dejar el hotel lo más rápido posible. La noche pasó volando y aproximadamente a las 7:30 am ya estaban rumbo a Moscú, donde se encontraría con su hermana y quizás con alguien más.
Peter también decidió despertar temprano e ir a la Catedral de San Basilio a ver si encontraba algún indicio de que Andrea estaba o había estado allí para hacérselo llegar a Ximena. Llegó a la Plaza Roja y pudo apreciar la majestuosidad de la catedral y también su gran tamaño, lo que sería un impedimento para él, no sabía por dónde empezar.
Revisó en algunas capillas y no pudo encontrar nada así que recordó la pista: …mas allá de su interior…Realmente no sabía que quería decir con eso, acaso estaba en algún tipo de sótano o pasadizo debajo de la Catedral, era imposible de averiguar. Después de revisar en la quinta capilla, había dado por hecho que Andrea no estaba allí, a pesar de que faltaban cuatro capillas más. No tenía sentido hacerlo tan difícil, se suponía que para cuando llegaran ella ya los estaría esperando.
Pasó con su rostro lleno de frustración y sin mirar mucho a su alrededor por su camino hasta la sexta capilla pero algo en una de las paredes hizo que retrocediera unos pasos y le prestara atención a un ladrillo en especial. Tenía tallada una rosa muy similar a la que Andrea había dibujado en la nota. Decidió mirarlo desde un ángulo diferente y encontró que, en efecto, no estaba alineado con los demás. No podía arriesgarse a intentar sacarlo puesto que había mucha gente y no sabía si alguno de esos hombres de la Torre Eiffel lo había seguido, así que decidió ir cuando la catedral estuviera cerrada.
Caía la noche en el Imperio Ruso y Peter se disponía a volver a la catedral. En su visita diurna había analizado la ruta de los guardias que podrían verlo así que esperaba no ser descubierto. Llegó y fue directamente hasta el ladrillo sin ser visto por ninguno de los guardias.
Intento sacarlo y, para su sorpresa, fue más fácil de lo esperado. Cuando lo sostuvo pudo notar que no se notaba como un ladrillo real sino que era más ligero, parecía de arcilla. ¿Cómo pudieron intercambiar un ladrillo por un trozo de arcilla en la catedral sin que nadie lo notase? Aquella pregunta daba vueltas en la mente de Peter una y otra vez, estaba seguro de que era una historia interesante.
Luego de colocar el falso ladrillo en el suelo, miró dentro del espacio vacío pero no lograba distinguir que había dentro por la oscuridad de la noche. Entonces decidió introducir su mano solo para encontrar un pequeño trozo de papel doblado. Sabía que era de Andrea porque en una de las caras exteriores estaba escrito “hermana”.
Al simple vista parecería imposible reconocer a que pertenecía aquella nota pero Peter notó un pequeño detalle: la persona que hubiese escrito esto fue quien escribió las notas anteriores, sus caligrafía eran idénticas. Volvió a colocar el ladrillo en su lugar y se marcho de allí lo más rápido que pudo, por suerte los guardias no lo notaron.
Cuando iba ya a unos pocos metros de la catedral, miró la nota y sus manos y se dio cuenta que ninguna estaba empolvada. Supuso que el lugar donde Andrea había dejado la nota solo lo conocía ella así que se sorprendió, el papel no tendría porque tener polvo en la parte de arriba pero por debajo debería haber algún resto de suciedad y si introdujo su mano allí, se suponía que tendría algún resto de polvo en ella. Era muy extraño, era como si constantemente estuvieran depositando cosas dentro lo que no dejaba que el polvo pudiera crearse.
Caminaba ya más tranquilo observando la belleza de la Plaza alumbrada por los faroles. De pronto apareció una voz detrás de él que dijo:
-Disculpa, se te cayó esto.
Al voltearse para verificar si hablaban con él encontró a una joven rubia de ojos color miel aproximadamente de su edad sosteniendo su agenda. Llevaba un vestido floral hasta las rodillas y su cabello lacio caía sobre sus hombros. Se acercó hasta él y le dijo:
-Soy Francesca Rossini aunque todos mis amigos me llaman Fran, ¿y tú? si no es mucha molestia, claro- agregó devolviéndole la agenda.
-Soy Peter Adams.
-No tienes pintas de ser de aquí -dijo la lugareña examinando su vestimenta.
-No, en realidad soy de Inglaterra.
-Creo que estás apurado así que mejor me voy, pero si quieres puedes venir a tomar un café conmigo mañana, conozco un sitio en el preparan el mejor de todo Moscú.
-Claro después de todo lo que he pasado estos últimos días me vendría bien alguien con quien conversar tranquilo.
-Bueno entonces te recojo mañana en la mañana aquí mismo.
-Me parece bien.
Siguió su camino al hotel pensando cómo pudo perder su agenda, si no hubiese sido por esa joven nunca la hubiera recuperado y eso no sería para nada bueno.
Llegó a su habitación del hotel y puso la nota en una de las mesas de noche, aún sin abrir, tomó una ducha y se fue a la cama, el día sin dudas había sido agotador.
A la mañana siguiente se dirigió a la catedral para encontrarse con Francesca y además escanear la zona para ver si John y Ximena ya habían llegado, conociendo a su mejor amiga, sabría que ni siquiera iría al hotel a registrase primero.
Buscó entre la multitud en la Plaza pero no logró verlos así que supuso que no habían llegado aún. Mientras los buscaba notó a Francesca sentada en unos de los bancos y fue hacia ella. Cuando llego esta se levanto y le dijo:
-Hola, pensé que no vendrías.
-Hola Francesca, ¿nos vamos ya?
-Claro, es por aquí.
La cafetería estaba a unas cuantas cuadras de la catedral y muy cerca de la estación de policía. Estaba decorada con tonalidades cálidas que la hacían un lugar acogedor con unas vistas increíbles. El dueño del lugar, el Sr. Dimitri les atendió personalmente puesto que el lugar estaba muy lleno y todos los camareros estaban ocupados. Pidieron unos cafés como habían acordado y en lo que esperaban la orden Francesca preguntó con mucha curiosidad:
- Y… entonces, ¿qué te trae por aquí?
-Nada importante ¿Y tú, supongo q siempre has vivido aquí, verdad?
-En realidad yo no soy de Rusia, nací en Italia pero mis padres se separaron y vine a vivir aquí con mi madre. Algún día me gustaría ir a Londres, dicen todos los marinos que es hermoso: sus calles anchas, sus fuentes en cada parque…- agregó con un pequeño suspiro.
-Quizás algún día podamos ir, mi padre, mi madre y yo solíamos vivir allí– agregó Peter con una sonrisa.
Su conversación fue interrumpida por el camarero quien les entregó los cafés. Era uno de lo mejores que había probado en su vida así que decidió proponerle a Francesca de ir juntos al día siguiente. Ella aceptó y al mirar su reloj, se levantó con rapidez y recogió su bolso. Peter la miró extrañado y ella le dijo:
-Lo siento, me tengo que ir al trabajo, nos vemos mañana.
Peter solo sonrió y volvió su vista al delicioso café.
Al día siguiente volvieron a ir a la cafetería y al siguiente también, se había vuelto costumbre en los pocos días que llevaba en el país. Peter le había contado algunas cosas acerca de la búsqueda a Francesca, quien parecía estar interesada en cada detalle. Era su cuarto día en Moscú y estaban en la cafetería de Sr. Dimitri tomando su habitual café:
-Creo que el jefe se llamaba Steve o algo así- dijo Peter mientras hablaba de aquella especie de asalto que habían sufrido en París.
Su conversación se vio interrumpida por el sonido de un disparo. Todos en la cafetería gritaron e incluso algunos corrieron lejos de allí. Francesca se levantó y le dijo muy asustada a Peter:
-Vino de la catedral.
-No, no puede ser. – agregó él un poco nervioso mientras tomaba sus cosas de encima de la mesa
-¿Qué pasa?
-Es ella, está aquí.
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