CAPITULO 3
Durante mi tiempo en la cárcel, tuve la oportunidad de conversar con un anciano que, sorprendentemente, parecía tener una profunda comprensión del mundo que me rodeaba. Este anciano era el jefe del pueblo, o por lo menos fue así como se me presentó, muy venerado y respetado por su sabiduría, eso me hacia pensar ya que todos los que pasaban cerca de el le saludaban con reverencias e incluso le pedían consejos. En una conversación reveladora, pude escuchar como hablaba sobre la importancia de nuestras decisiones y cómo estas afectan nuestro bienestar. Para cuando la persona con la que estaba conversando se fue, me miro y me advirtió que las decisiones erróneas podían tener consecuencias graves, y me hizo reflexionar sobre las elecciones que me habían llevado a esa prisión. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue una frase que dijo: "El mundo real. ¿acaso existe?".
Estas palabras me inquietaron profundamente. Mientras reflexionaba sobre ellas, comenzaba a cuestionar si lo que vivía era un sueño largo y vívido. Los días pasaron mientras estaba encerrado, y mi mente se llenó de pensamientos sobre el adoctrinamiento y la posibilidad de que mi realidad pudiera ser solo una sugestión, otra posibilidad era que los demás pudieran estar bajo una forma de adoctrinamiento colectivo. Sentía que debía integrarme más a fondo en esta sociedad para descubrir la verdad detrás de todo esto, sin levantar sospechas.
Un día, tras salir de la cárcel, decidí explorar más a fondo el pueblo. Me dirigí al mercado, donde observé cómo los habitantes interactuaban. Lo que me sorprendió fue la forma en que hacían negocios: los tratos se llevaban a cabo con honestidad y consideración mutua. La gente no buscaba ganar a expensas de los demás; más bien, buscaban la justicia y la equidad en sus intercambios. Fue allí donde vi a alguien con ropa de color diferente al de los demás. Me acerqué sigilosamente y escuché cómo intentaba sobornar a un anciano.
El anciano, en lugar de reaccionar con ira, comenzó a hablar en voz alta, sentía que el gritaba para hacer preguntas que resonaran en mi mente: "¿Qué hace que una persona sea realmente un aporte al mundo, ya sea este real o ficticio? ¿Existen situaciones personales que nos perjudican sin que notemos el daño que hacemos a otros o a nosotros mismos? ¿Son las personas que no logran ser empáticas las que viven en un mundo ficticio?".
Estas preguntas me impactaron profundamente y decidí seguir al anciano por el pueblo. No paso mucho tiempo hasta que lo vi entrar en una choza precaria, pero bastante alta, o mucho mas que el resto, habían muchas personas ejercitándose y cada vez llegaban mas y mas, parecía una especie de gimnasio comunitario. Luego de ejercitarse un buen rato la gente se reunía en círculo y participaba en una actividad que me parecía mas bien un ritual. Desde una ventana en el tejado de la casa contigua, observé cómo todos comían algo antes de formar el círculo, cerraban los ojos y mostraban expresiones de felicidad. Sin palabras, su satisfacción era evidente en sus rostros.
Cuando el anciano se quedó solo al final del ritual, decidí entrar al aparente gimnasio. Me encontré con el anciano en una sala apartada. Como si el estuviese esperándome desde un principio. Él me miró con curiosidad y comenzó la conversación con una pregunta desafiante: "¿La supervivencia es netamente personal o existen ayudas imperceptibles?". No supe qué responder de inmediato.
Luego, el anciano continuó con otra pregunta: "¿Con qué aspectos personales tendrán que ver estas pruebas?". Esta vez respondí con confianza: "Con que estaré a prueba".
El anciano volvió a plantear una pregunta: "¿Las personas deben saber que están a prueba?". El silencio que siguió fue denso, y el anciano, en un acto de confianza, o al menos eso fue lo que me transmitió, me ofreció una sustancia similar a la que todos habían consumido antes. Vi que él la comía sin problemas, así que la acepté sin pensar que podría hacerme algún mal. Mientras me preparaba para dormir, el anciano pronunció una última pregunta: "¿Son las pruebas reales o solo pasan en la mente de las personas mediante estímulos?".
Las palabras del anciano retumbaron en mi mente mientras el sueño me vencía. Mi propósito ahora era claro: descubrir si el mundo en el que vivía era un producto de la mente, si todos los que me rodeaban estaban bajo un adoctrinamiento colectivo, y si podía, de alguna manera, influir en mi propio destino.
Después de comer la sustancia ofrecida por el anciano, mi mente se sumergió en un viaje onírico de la forma más vívida que jamás había experimentado. Lo que comenzó como una noche oscura, aparentemente solitaria y tranquila, se transformó en una serie de eventos tan surrealistas que parecían desafiantes de describir con precisión.
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