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CAPITULO 2


Días antes de los últimos sucesos, cuando me disponía a bajar de la montaña, llegue a un pueblo, en donde me encontré en una situación inesperada.

Al acercarme al pueblo, observé unas murallas precarias pero imponentes, rodeando una vasta área. Me encontraba en una zona cercana, tratando de idear cómo podría entrar. La sensación de estar rodeado por sombras me infundía un temor creciente, pero decidí avanzar. Cuando finalmente me acerqué a las grandes puertas del pueblo, estas parecían resistentes y robustas. Para mi sorpresa, las sombras que me rodeaban no eran más que guardianes del lugar. Me tomaron sin decir palabra y me guiaron a través de las puertas que se abrieron con un sonido fuerte y constante. Una vez dentro, me soltaron de manera brusca y se esfumaron con tal rapidez que olvidé de inmediato sus rostros y cualquier detalle de ellos que pudiera recordar.

Mientras me asentaba en el nuevo pueblo, no pude evitar notar que todos los habitantes usaban la misma ropa que me había dejado el señor en la montaña. Esta uniformidad me hizo reflexionar profundamente. Me preguntaba si estaba en un lugar donde la individualidad no tenía lugar, o si esta ropa era un símbolo de conformidad forzada. Aún me intrigaba la identidad del señor que había visto la noche anterior, alguien que parecía real, pero que se distinguía claramente del resto por su atuendo diferente. Era curioso que la ropa que llevaba la gente aquí se parecía a la que habían visto cerca de la playa, todo esto cuando recién desperté, solo que en colores distintos.

Al principio, intenté adaptarme a la vida del lugar con la esperanza de que la gente me aceptara, quizá estaba comenzando a asimilar que esta era mi nueva casa, aun era raro. Mi vestimenta solía incomodarme constantemente, y aunque similar a la de ellos, no fue suficiente para integrarme plenamente.

Recuerdo los primeros momentos intentando socializar en el pueblo. Hablaba con las personas, pero nadie me respondía. Comencé a sospechar que quizás nadie podía verme, ya que parecían ignorar mis preguntas sobre dónde encontrar comida, que era mi principal prioridad en ese momento. La sensación de invisibilidad y rechazo era desalentadora.

Fue entonces cuando un chico de mi edad se me acercó y me saludó amistosamente. Agradecido por la interacción, respondí a su saludo. Sin embargo, en lugar de ofrecerme información sobre la comida, que fue mi primera consulta, el chico me dijo: "No es tan difícil, ¿ya lo viste?". No entendía a qué se refería, así que le pregunté nuevamente dónde podía encontrar comida, ya que era nuevo en el lugar y necesitaba ayuda para orientarme.

El chico sonrió brevemente, pero luego su expresión se volvió tan seria que me contagió un sentimiento de inquietud. Me advirtió que en el pueblo no solía llegar gente nueva, que debía tener cuidado y evitar ser descubierto. Me aconsejó que intentara copiar las actitudes y la forma de ser del resto para camuflarme. Luego, señaló hacia un gran tejado en la distancia con su mano derecha.

Asustado por sus palabras, miré en la dirección que había señalado. A lo lejos, vi un gran tejado por donde entraba y salía mucha gente. Desde allí emanaba un aroma floral que, aunque no era el olor a comida, era tan atractivo que resultaba irresistible. Cuando volví a mirar al chico para agradecerle, descubrí que había desaparecido sin dejar rastro.

Quedé solo, reflexionando sobre sus enigmáticas palabras mientras me dirigía hacia la multitud que se congregaba alrededor del tejado. La combinación de su consejo y el misterioso olor me mantenía en estado de alerta, sin saber exactamente qué esperar a continuación en este extraño y desconcertante lugar.

Los habitantes del pueblo me miraban con desconfianza mientras entraba al lugar concurrido. Al ingresar, vi mesas llenas de comida y gente riendo y disfrutando de su comida. Todos se turnaban para comer y se mostraban amables y sonrientes, lo que resultaba contagioso a pesar de la extrañeza de la situación. Recordé mis intentos fallidos de conversación anteriores y el saludo del joven que me había dado algunos consejos. Decidí intentar seguir su ejemplo.

Entré saludando a todos, tratando de imitar su comportamiento amigable. Pronto me encontré rodeado de personas curiosas que me bombardearon con preguntas. Querían saber dónde me había estado escondiendo, si había sido secuestrado, y otras preguntas que me resultaban confusas. Sus risas eran espontáneas y contagiosas, pero a medida que mi incapacidad para responder aumentaba, sus risas se volvían menos frecuentes y más forzadas, hasta que solo quedaron preguntas incómodas que no supe cómo responder.

Entre las preguntas que me hicieron, una de ellas fue sobre lo que creía que podría estar haciendo nuestro rey. Tras pensarlo un momento, respondí con calma que "estaba comiendo, obviamente". La respuesta parecía evidente para mí, ya que era la hora de la comida. Sin embargo, mi respuesta provocó miradas extrañas y comentarios sospechosos sobre mi actitud ya que había respondido de manera inapropiada para ellos. Las miradas se volvieron aún más incómodas, y rápidamente me di cuenta de que no estaba pasando desapercibido, como debía ser parte de mi plan.

Las preguntas continuaron, pero eran cada vez más confusas, y no entendía bien a qué se referían. Finalmente, se me entregó un documento en el que se me informaba que estaba bajo vigilancia debido a que no había pasado las pruebas de reconocimiento que me habían impuesto. Sin más preámbulo, terminé siendo puesto en prisión, enfrentando un nuevo desafío en mi complicado intento de integrarme a esta enigmática sociedad.

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