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Capítulo 6

Oliver

Al salir del ascensor recorremos parte del pasillo, entramos por una puerta doble señalada con el número 7 y bordeamos parte del foro de grabación para llegar a mi nuevo camerino, lo que resulta terriblemente incómodo. Los otros competidores me están mirando como si les hubiera robado.

—Preferiría que cada uno tenga su espacio para prepararse —le comento a Karin, tratando de caminar rápido sin parecer desesperado. No quiero miradas inquisidoras.

—Que se lo pidan a Stuart—susurra ella, revisando su teléfono. Ha estado atendiendo llamadas desde que salimos de su casa. Alguien en su agenda le propuso que publique un libro de recetas y la idea me entusiasmó. Primera vez que estoy enteramente de acuerdo con algo.

—Sobre ayer...

—Me dijeron que estuviste bien, cari.

—Te mintieron.

—Supiste sobrellevar la presión.

Ayer jueves fue mi primera demostración pública a cargo de Aceites Primavera. ¿Por qué ponen a un mono a pilotar un avión?

Todo lo que tenía que salir mal, salió mal... fatal. Me colocaron sobre un escenario diminuto frente a un horno igual de diminuto. Un horno que no sirve para cocinar. Falló el sonido, por lo que tuve que forzar terriblemente mi voz para explicar cómo preparar costillas de cordero con pesto de menta y albahaca... y dos veces porque nadie escuchaba. Los ingredientes no estaban listos..., la gente no dejaba de gritar que querían ayudarme..., otros se quejaron de no poder ver qué estaba haciendo.

—La demostración de hoy en Panorama no salió tan mal pero necesito mejoras —pido a Karin mientras caminamos y ella asiente—. Mejor escenario, mejor estufa... Yo les diré cuál comprar y qué marca. Lo mismo con los utensilios. También sugiero colocar algo así como dos televisores grandes a los lados para que la gente que está muy atrás mire..., tampoco me vendría mal música baja, me ayudaría a relajarme. Y por lo que más quieran —Esto es importante— prueben el sonido.

—En cuanto lleguemos a tu camerino anoto todo. Y no te preocupes, tú tranquilo, por trabajo no pude pero a las presentaciones de mañana y el domingo sí te acompañaré yo.

Menos mal.

El foro de grabación es una cosa luminiscente que alberga doce estufas acompañadas con un fregadero, detrás de la escenografía está el pasillo que conduce a los camerinos. Los viernes, como hoy, grabamos la prueba de inmunidad, entrevistas y parte de la segunda prueba, en la que debemos preparar un plato individual: cómo cocinamos, incluyendo los inconvenientes que tuvimos y más entrevistas. Los miércoles, en el horario acordado, se transmite en vivo el resultado de esa segunda prueba y, de acuerdo al rendimiento, se elimina a otro participante.

—¿Estás menos enojado? —pregunta Karin, necesitando limar asperezas. Hasta hoy le volví a permitir llamarme "Cari".

—Esa es una forma amable de preguntarlo —Cuando llegamos al camerino, dejo caer en el piso la mochila con mis cosas y me saco la ropa normal para meterme el uniforme—. No vuelvas a hacer algo así, Karin —demando— y hablo jodidamente en serio.

Ella toma asiento frente a mí y me mira como si intentara elegir las palabras adecuadas para explicarse.

—Oliver...

—No voy a hablarlo antes del programa —decido, serio—. No es el lugar, no es el momento. Mañana me entregan el apartamento que pediste, ¿no? Ahí hablaremos.

—Te voy explicar mis razones personales para hacerlo de esa forma... —Ella luce nerviosa.

—Bien, pero no aquí —repito.

Conocí a Karin en la universidad, la UVO tiene la mejor escuela de cocina de la región y tuve la suerte de que mamá me ayudara a costearla. Empecemos por ahí. Aun así, quise buscar un empleo para no depender tanto de ella, lo que también me serviría para empezar a hacer carrera en el medio. El súper pollo. Ése es el nombre del restaurante de comida rápida que me dio trabajo. Tuve turnos en horarios diferentes, por lo que, algunas veces, llegué desvelado a clases. Ahí es donde entra Karin.

Estaba a la mitad del primer semestre cuando, en otro de mis momentos de estupidez, dejé caer una barbacoa a medio terminar. Me había desvelado la noche anterior y distaba de estar concentrado. El profesor daba algún tipo de información importante para el siguiente examen, de modo que ninguno de mis compañeros se aproximó a ayudarme. Además, una de las reglas era que cada uno se encargara de su propio desastre. El caso es que, para mi asombro, Karin sí se acercó.

Yo también dejo caer todo —bromeó, arrodillándose para ayudarme a limpiar las baldosas. Había salsa de tomate en el piso.

No es cierto —negué, indignado de que nos comparara—. Tú eres buena en esto.

Teoría confirmada —dijo entonces, al terminar de limpiar todo.

La miré preguntándome qué rayos. —¿Teoría confirmada?

Tendría que decirle que no soy bueno interpretando las señales de las mujeres.

—insistió, en todo coqueto, dando media vuelta para regresar a su lugar—. Teoría confirmada: No me pones suficiente atención.

Oh.

Dijo ese "suficiente atención" de una forma que no pude evitar sonrojarme, sonó a reclamo; y, en respuesta, la siguiente semana estuve pendiente de que ella. Se sentaba tres lugares delante de mí en la fila continua, por lo que, cada vez que se giraba un poco, le sonreía mostrando una actitud tipo "¿Ves que sí?", y la hacía reír.

Sin embargo, antes que Karin estaba El súper pollo. En un mes ya era un experto dorando papas, era tan bueno que mi jefe me dejó encargado específicamente de eso. A mí espacio en la cocina le llamaba Vaticano porque yo ahí era el señor de las papas, el papa supremo, papá de papas...

A mí sí me parecía gracioso, ¿de acuerdo?

El caso es que una noche sin nada especial, comparada a cualquier otra, mi jefe se acercó a mí con cara de póquer.

Alguien pidió felicitar personalmente al chef —dijo, no muy seguro, pues tal afirmación parecía una burla. ¿El chef?

Fue entonces cuando Karin salió detrás de mi jefe sonriendo de oreja a oreja, casi aplaudiendo. Yo quería meter la cara dentro de la freidora, el uniforme de El súper pollo era... Empecemos por el hecho de que la gorra, convenientemente, tenía forma de cabeza de pollo y en las mangas había alas.

Así que los rumores son ciertos, Oliver Odom —me saludó—. Eres chef en El súper pollo.

¿Rumores? —Ahí estaba yo queriendo matarme.

Algunos lo comentaron durante la clase de Higiene y sanidad.

¿Tenía que ser precisamente en Higiene y sanidad? —me quejé, dejando caer mi espátula. Oficialmente era un chiste en la UVO.

Por lo que, tratando de rescatar un poco mi dignidad, intenté sacarme la gorra... aunque de tal forma que parecía estar aleteando. Eso hizo reír a Karin. 

Oliver —escuché que me llamó de pronto mi jefe, señalando las papas. Confuso, devolví mi atención a la freidora.

¡Las papas! —grité, al verlas quemarse—. ¡Ay no, ay no...!

Clara evidencia de que mi situación solo podía empeorar.

Dos manos no bastaban, de modo que Karin cogió otra espátula y me ayudó. Así empezó todo. Una historia de amor más increíble que la de Peter Parker y Mary Jane.

Va a haber nuevo Cónclave aquí —gruñí, listo para que me lanzaran a la calle.

¿Nuevo qué? —preguntó Karin, liada, pero estaba riendo.

Cónclave —expliqué—. Porque yo soy el Papa supremo... Ya sabes, el sumo pontífice de... —Preocupado de que no le hiciera gracia, continué con lo mío—. Yo me entiendo.

Sin embargo, no hizo falta decir más, ella misma sugirió que como el humo que salía de la freidora era negro, aún tenía oportunidad.

No me echaron pero si tuve que pagar todo. Karin, sintiéndose culpable, me ayudó. En agradecimiento, le pedí esperarme y al terminar mi turno la invité a la pensión en la que vivía y ahí comimos todo con mucha kétchup. Una gran cantidad de papas no estaban tan quemadas.

Bonito lugar —me felicitó viendo mi amueblado: una cama, un armario y un escritorio pequeño.

No necesito más —comenté—. Mamá quería rentarme un apartamento pero no quise. Los fines de semana los pasó con ella. Entre semana solo necesito donde dormir.

Bastante limpio —aplaudió Karin, empujando la mayoría de papas hacia mí. Ella no come tanto—. Pensé que iba a encontrar un tiradero, pero eres ordenado.

Desde pequeño hago la limpieza de la casa yo solo —expliqué, orgulloso de uno de mis mayores logros a través de la historia, además de aprender a amarrarme las agujetas desde temprana edad.

Usualmente asisten a la UVO chicos que no tienen necesidad de trabajar —dijo, entonces, curiosa de mi situación—. ¿Tienes... beca?

No —reí, de que me creyera tan inteligente—. Mi mamá me costea la universidad. Yo... solo estoy intentando ser más independiente.

Oh —Ella no dejaba de mirarme con fascinación, lo que me recordó un poco a...—. Eso es admirable.

¿Admirable?

No, no lo es —negué—. Tener tu propio restaurante es admirable, lo mío es supervivencia.

Por algo se empieza, Oliver —me sonrió Karin en respuesta—. Por algo se empieza.

Y sí, "por algo se empieza". Y es que, aunque esa noche la dejé ir, los siguientes días de clase, sintiéndome menos cohibido, empecé a pasar más tiempo con ella en clase. Incluso almorzaba en El súper pollo para poder comer juntos.

En la universidad me costó destacar, a diferencia de otros compañeros que sí habían tomado cursos, mi preparación previa únicamente era autodidacta. Me sentí abrumado pero Karin creyó en mí, siempre lo ha hecho.

Me encantaría saber por qué tu fuerte son las sopas y las pastas —quiso saber un día, haciéndome tartamudear al responder.

Por papá.

A la hora de la comida para él era más fácil beber sopas y masticar pastas. Le platiqué a Karin de papá, aunque muy poco, no me siento cómodo explicando detalles a extraños y ella, en ese entonces, apenas dejaba de serlo...

La primera pauta que marcó de qué forma sería nuestra relación fue evidente un día que me pesé frente a ella. Había subido diez kilos desde que empecé a trabajar en El súper pollo. Karin, contrario a mí, iba al gimnasio y vivía con sofisticación, de manera que empezó a motivarme para que yo hiciera lo mismo. La filosofía empresarial de Karin es simple "Debes verte cómo quieres llegar a ser". Si quería ser un chef respetado primero tenía que creérmelo para comportarme a la altura.

Su padre es dueño una cadena de restaurantes Steak House, sin embargo, no por ser Karin su única hija le consiente. Ella empezó como mesera y lavaplatos para, según él, dejarle claro la importancia de iniciar desde abajo; no obstante, para entonces ya era asistente. Por ello también quiso algo mejor para mí.

Renuncié a mi empleo en El súper pollo, en el que ya me habían ofrecido llevar la contabilidad. También acepté que mamá me ayudara con la renta de un apartamento, aunque en calidad de préstamo; empecé a ejercitarme y, de esa forma, al distribuir mejor mi horario, avancé en clases. Karin tenía razón: Si quería ser importante debía comportarme como alguien importante. Por último, su padre me dio trabajo como Sous Chef y con los años llegué a Chef ejecutivo en el mismo restaurante en el que Karin ahora es gerente.

No vivimos juntos. El señor Becker quiere que su hija sea independiente y a mí me gusta tener mi propio espacio, desde niño disfruto de estar solo.

Un día vimos en televisión la convocatoria para participar en El chef de oro, una propuesta televisiva diferente, según los productores. Ellos querían mostrar "el lado humano" de la cocina. Yo no comprendí del todo eso hasta que me vi involucrado.

Pasé la primera fase, la segunda, la tercera... Karin se quedó en el camino, pero me apoyó. No obstante, los problemas surgieron cuando al iniciar el programa gente como Stuart y Candy pidieron a los y las concursantes cosas como: cocina un plato que te recuerde tu niñez y háblanos de eso. Todos accedieron. A eso le siguieron peticiones como: cocina algo que le guste a tu pareja...

Gracias a su personalidad Karin empezó a destacar. No me molestó. ¿Por qué? Es mi pareja. Sin embargo, todo se complicó cuando Stuart y Sergei descubrieron qué tan importante es su padre.

Contactos.

Publicidad.

Anunciantes.

A pesar de ser parte de El chef de oro continué trabajando para el señor Becker, hasta que un día los aclamados productores "me visitaron". Pidieron una mesa ahí en el restaurante y el mismísimo señor Becker los atendió. Ellos platicaron mientras yo leía un contrato.

"Esto es televisión, Oliver", dijeron, "hoy estás, mañana no. Por eso tenemos que aprovechar de tal modo que todos ganemos."

Todos.

Me hicieron destacar. De un día para otro comencé a recibir mejor trato que el resto de los concursantes, me volví su prioridad; y eso, gradualmente, me llevó hasta los acontecimientos del último programa: Mi compromiso público con la hija del señor Becker.

Ellos quieren que la gente me sienta cercano... que quieran comprar cualquier cosa que yo ofrezca.

Eso todo lo que dicen.

Como parte del contrato, la televisora también dará publicidad a Becker Steak House, lo que también me beneficia, pues el padre de Karin, a petición de ella, me hará socio.

Eso tiene Karin, como empresaria piensa en grande, es tenaz y, por lo mismo, a veces olvida que no soy parte de sus activos contables.

Quizá mi error fue pedirle ser mi representante, pero en ese momento me pareció una buena idea. Aún es buena idea. Lo que yo necesito es que ella tenga claro qué nos unió y que, antes que mi jefa, sea esa chica espectacular a la que le pedí ser mi novia mientras le preparaba su plato favorito.

Tenemos que hablar, ella lo dijo claro. Tenemos que parar un poco y dedicar tiempo a nuestra relación.

—¡Pero si es la estrella! —exclama Dante al resto de concursantes cuando me ve volver al foro. Todos ya visten su uniforme. Acto seguido, hace una reverencia ante mí.

Me irrita.

—Si no estoy mal ayer depositaron una buena cantidad de dinero en tu cuenta —le recuerdo para decepción de su séquito. No, él no es un héroe. Dante me mira con sorna—. Tú también haces tratos a puerta cerrada, compañero —le hago ver—. Tú molestia es que... no son tan buenos.

—Y los contratos de ambos incluyen una cláusula de confidencialidad —nos recuerda Karin, interrumpiendo el drama.

Dante, sin miedo de que algún cotilla le escuche, pasa de ella y se vuelve a aproximar a mí para murmurar:

—Haz caso, Oliver, no te sueltes de la correa.

Aprieto mis puños pero Stuart y Candy llegan justo a tiempo para empezar a grabar el programa.

Esta es la parte que no ve el público. Son testigos de rivalidades montadas, pero se pierden de las verdaderas. Las que sí tienen trascendencia.

Molesto, me preparo para la prueba que dará a alguien inmunidad, pese a que mi espalda duele al sentir las miradas de otros competidores sobre mí... murmurando entre ellos.

"Esto es televisión, Oliver, lo único que debe preocuparte es destacar", suele decir Karin y lo acepto. A fin de cuentas si yo sigo aquí es porque, de alguna manera, ya juego tan sucio como el resto.



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