Capítulo 32
Andrea
Oliver murió ese viernes...
Okay no, chistín xD CHISTÍN *la matan* JAJAJAJAJJAA Perdón.
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Andrea
La sala de espera de la clínica tiene suficientes sillas, en una estoy yo, en otra mamá, en la continua a esa Magda; pero de pie, caminando de esquina a esquina, se encuentra Karin. Parece ser la única al tanto de todo y aunque le insisto no ha querido sentarse. Byron está adentro con Oliver.
—¿Cuándo empezó? —Le pregunta mamá a Karin que parece agradecer ocupar su atención en algo.
—No tengo idea, cuando lo conocí vi los síntomas pero no le di importancia hasta que tuvo un episodio en la universidad —dice. ¿Un episodio?—. No quería ayuda pero insistí, visitamos un médico que general, que luego nos envió con psiquiatra y este revisó la historia clínica de Oliver. Él ya había intentado tratarse.
—Lo llevamos con un psicólogo cuando pasó lo de su papá —cuenta Magda—, pero no lo medicaron. No... —Comienza a llorar—. No recuerdo que...
—Eso fue después —explica Karin—. Una maestra lo llevó con amigo psicólogo.
—¿Una maestra? —pregunto.
—Sí, ella... No recuerdo el nombre.
Miro con duda el piso.
—¿Su apellido era Pratt? —dudo.
Karin respira más tranquila.
—Sí. Ella... Pratt.
¿La señora Pratt llevó a Oliver con un psicólogo?
—Fue quien me convenció de meter a Oliver a la preparatoria —cuenta Magda—. Antes estudiaba en casa.
Eso lo recuerdo.
—Experimentó sentimientos de soledad, abandono —Karin mira con culpa a Magda por tener que contar esto—, falta de energía, ningún interés en especial... Depresión. Le trataron muchas cosas.
Magda lleva una mano a su pecho. —Él no estaba deprimido, él...
—No salía de su casa —La confronta Karin—. Oliver me platicó que esa señora empezó sacándole a hacer las tareas al patío trasero, después lo llevó a un parque... De esa experiencia recuerda que vieron a un muchacho paseando a su perro, se acercó a saludarlos y la señora Pratt animó a Oliver a acariciar al perro pese a que sentía miedo de que este lo fuese a morder. Oliver no olvida que respiró fuerte, su ritmo cardiaco se aceleró y la sensación de que el perro lo iba a morder continuó incluso cuando este se marchó.
—No sabía eso —dice Magda.
—Y la señora, al ver lo difícil que también resultaba para él compartir con más gente, empezó a llevarlo a cafeterías, centros comerciales... Oliver primero se sentía incómodo pero aprendió a manejar el miedo. Dice que vivía con la constante preocupación de algo malo fuera a pasarle —Entre más habla Karin más llora Magda—. Esa maestra platicaba con él... Se hicieron amigos. La única amiga que tuvo tu hijo hasta su adolescencia fue una mujer de setenta años, Magda.
—Ella era buena persona —digo.
—Yo... —Magda no sabe qué decir.
—Te convenció de que lo inscribieras en una preparatoria para que socializara. ¿Te explicó eso?
—Sí, ella habló conmigo; pero no lo pintó tan grave. Yo... Dios —Magda saca pañuelos de su bolso—. No recuerdo...
—Le costó adaptarse —continúa Karin—. No hablaba con nadie. Dice que prefería pasar desapercibido.
Luego de decir eso la atención de Karin se posa en mí, más no añade nada de inmediato; parece querer decir algo, pero calla.
—A la señora le preocupaba que no intentara socializar con nadie —termina de explicar.
—¿Qué dijo el médico? —pregunto.
—¿Por dónde empiezo? Poca tolerancia al estrés, incapacidad para concentrarse, alteraciones del sueño..., depresión —La atención de Karin regresa a la madre de Oliver—. La lista es larga, Magda. El diagnostico final fue TAG.
—¿TAG? —repito.
—Trastorno de Ansiedad Generalizada. A todo lo anterior súmale apatía, cambios de apetito..., desesperanza. Oliver toma antidepresivos —Me pongo de pie—. Lo anoté en clases de yoga pero las odió. Pero aceptó ir al gimnasio y más o menos en algo, espero, también ayuda esa bendita adicción a la Coca-Cola.
—No sabía nada —insiste Magda.
—No quiso preocuparte. Dice que no eres buena manejando situaciones que te saquen de tu zona cómoda —En las palabras de Karin hay acusación. Eso termina de tirar abajo a Magda.
—¿Qué le pasó en el elevador? —pregunto.
—Un episodio. No es la primera vez que venimos a una sala de emergencias. Con El chef de oro aumentó el estrés —Ahora es Karin la que parece sentirse culpable.
—No ha dormido bien —recuerdo.
—Es parte del problema. Hay que insistirle que tome sus medicamentos.
—¿No sería más fácil que deje El chef de oro? Es que no debió participar en... —No sé cómo decirlo.
—¿Un fraude? —termina ella por mí—. Lo hizo por ti.
—¿Por mí? —Dejo en claro cuánto me indigna escuchar eso—. No me importa que sea famoso, tenga dinero...
—Quería salir en televisión —Me interrumpe ella—. Televisión —Después me pide tomar asiento—. Ya dejamos claro que no le gusta la atención, la gente, el ruido... Por eso, cuando me enteré de las audiciones y lo animé participar se negó. Dijo que se sentía bien siendo jefe de cocina. No aspiraba a más. Hasta que... Fue en las vísperas de Año Nuevo. Le dije « Ese programa llegará a muchas personas. Quizá... Quizá ella te vea». No dijo nada en el momento, pero algo cambió... Algo cambió en su mirada. Ya no puso atención a cualquier otra cosa que dije. Le podía estar hablando acerca de matar a una persona y no se hubiera dado cuenta. Estaba lejos... Pensando... Después supe que, una vez nos despedimos, corrió a su casa a revisar apuntes, recetas, investigó lo que fuese respecto al programa... Practicó.
»No dejó de mostrarse negativo, pero vi su emoción, su anhelo por estar ahí, su... No dejaba de hablar de eso.
»El día de la audición pasó por mí, hicimos cola..., vimos de lejos a otros candidatos que, era evidente, estaban mejor preparados. Oliver sintió pánico: empezó a sudar, respirar fuerte..., tosió. Le dolía el pecho. Le pregunté si prefería irse y dijo que no. Ahí estaba otra vez esa mirada. Esa... determinación.
»A todos asombró que los jueces nos pidieran cocinar algo sencillo: macarrones con queso. Muchos, de hecho, se sintieron insultados... Incluyéndome. Pero Oliver lo tomó con humor. Se relajó. Creo que si le hubieran pedido Coq au vin no lo hubiera hecho tan bien; porque, en parte, su buena actitud, comparada a la de otros, le ayudó a ganarse a los jueces. Preparó él mismo la pasta, el queso..., todo mientras el resto hacíamos lo propio con caras enfadadas.
»Ambos pasamos de la primera fase pero yo me quedé en la siguiente. No fui finalista. No me importó. Amé... verlo feliz. Todos lo abrazaban, felicitaban...Fuimos a celebrar a un restaurante, uno elegante con vista a toda la ciudad. Néstor, Magda, Byron... Estábamos todos, pero Oliver se tomó su tiempo para alejarse y ver desde ahí la ciudad. Vi en él una emoción nueva para mí —Karin suelta una risa triste—. Hasta le pidió a Byron acompañarlo a comprar ropa.
»No tienes idea de la cantidad de veces que lo descubrí mirando con diversión un estúpido llavero del Pato Donald. No sabía que significaba. Aún no lo sé... Pero algo dentro de mi corazón, una voz, un dolor insistente en mi pecho, me dice que tiene que ver contigo.
Dejo caer mis hombros.
—Karin, yo...
—Siempre fue sincero. Recuerda que empezamos como amigos. Yo sabía de ti y quería eso —Ella aparta lágrimas de su cara—. Quería que él me amara así. Pero tú te le metiste hasta los huesos —De nuevo ríe—. Fuiste... Fuiste un recuerdo difícil de borrar, un vació difícil de llenar, un estandarte... demasiado alto.
»Antes de tener yo una oportunidad lo vi intentarlo con otras. Hablaron, salieron..., pero fue como si él esperara a que en cualquier momento se pararan a bailar I want to break free —Las dos reímos—. Sí, me contó eso —admite—. Para él fue como —Los ojos de Karin miran el techo unos segundos—. Como Navidad, Andrea. Lo cuenta como si en lugar de bailar hubieras encontrado la cura al cáncer. Lo impresionaste mucho.
—Debiste callarlo «Ya para de hablar de esa maldita Andrea».
—No. Era lindo escucharlo. Te lo dije aquella tarde en la cafetería: eso fue lo que... me enamoró de él. Por eso insistí en estar con él —llora—. Yo quería... eso. Y lo intenté. Dios sabe que lo intenté. Pero no fue buena tratar de ocupar tu lugar. Me volví un «Mientras tanto», un «Es buena opción» al ser la única que sí soportaba el fantasma de Andrea... que se acostumbró al fantasma de Andrea.
—Por eso dijiste ser Annie —recuerdo—. Cuando hablamos de Sintonía de amor, ¿recuerdas? —Ella me mira con duda—, y te dije que entonces yo era la esposa muerta, pero sin estar muerta —Ella continúa sin comprender cuál es mi punto—. Olvídalo —Me siento avergonzada—. Continúa.
—Su participación en el programa inició bien. Desde el inicio fue un favorito. Yo... lo acompañaba. Esperaba tras las cámaras. Y escuchaba... Escuchaba a los productores comentar a quién les convenía dejar avanzar o sacar para mantener interesada a la audiencia, a la par que su propósito siempre fue encontrar a alguien con imagen rentable para presentarle con patrocinadores. Yo escuche... En silencio puse atención a cada plática.
»El primer candidato de los productores fue Dante. Él, a diferencia de Oliver, demostró querer pasar sobre quien sea. Oliver no. Nuestro chico solo preguntaba por las llamadas del público, parecía querer revisar cada una para leer él mismo quien llamó, qué preguntó..., por quién preguntó; ponía atención a quienes visitaban el foro, comenzó a pedirle a Stu que enfocaran su rostro lo mejor posible y que repitieran su nombre hasta cansar. Él mismo lo repetía. Parecía tonto repitiendo una vez tras otra «Yo, Oliver Odom» «Mi nombre es Oliver Odom» «No olviden que soy Oliver Odom»
Pero una noche le dije todo:
—Los productores del programa quieren sacar provecho a la imagen del ganador. Quería encontrar un «ganador»..., alguien para vender y el mejor candidato es Dante. No hay que tomárselo personal, esto es televisión.
—¿Entonces... en cualquier momento me sacarán del programa?
—No pronto porque eres uno de los favorito. Pero dudo que llegues a la final. No querrán que opaques a Dante.
Lo vi dejarse caer en su silla, en su acostumbrado negativismo..., y fui clara con él:
—Podemos intentar negociar. Dante no sabe nada. Podemos... adelantarnos. Le puedo a hablar a Stu de mi padre, de la influencia que tenemos en el círculo, convérselo de que, para sus propósitos, conviene más hacer el trato contigo que con Dante.
Lo analizó unos segundos. Sé cuánto le molesta trabajar para mi padre, seguir sus reglas..., quería independizarse. Pero fuiste parte del motivo para tomar una decisión:
—Bien. Hagámoslo.
—Hagámoslo. Nómbrame tu representante y me encargo.
También estaba de por medio el sentimiento de culpa. Se sentía en deuda conmigo por ser quien insistió en entrar al programa y no estar ahí ganando. Y sabía que podía con el paquete. Siempre preferí los negocios a cocinar.
Me acerqué a Stu, lo invité a tomar un café en Becker Steak House, le presenté a mi padre... Le vendí un mundo de posibilidades con Oliver como imagen principal de El chef de oro.
—Dante es engreído, pesado, difícil de tratar. La gente se identifica de mejor manera con Oliver, aman su timidez..., tiene un encanto natural, Stu. Además que, con los contactos que tiene mi padre, podemos llevar esto más lejos. Mucho más lejos. Piensa en grande, Stu. Yo tengo a la gente, tú el medio..., Oliver es tu chico de oro.
Pronto firmamos el contrato.
También fue ahí cuando comenzaron los problemas.
A Oliver le fue desanimando no saber de ti. Con los días le encontró menos sentido a estar ahí a cambio de... ¿Qué? Mayor estrés, atención, responsabilidad. Me empezó a ver con odio. Porque claro ya no era la novia dulce. Era el capataz, la «quítale la diversión a todo», la jefa. Nuestra relación se fue deteriorando. De estar juntos por costumbre, por admiración, por respeto..., pasamos a odiarnos, atacarnos..., lastimarnos. Salieron a relucir muchas cosas, resentimiento que siempre estuvo ahí.
—¡No soporto trabajar para tu padre, detesto a tu madre, todo lo que tenga que ver con Becker me produce nauseas!
—¿Incluso yo, Oliver? —Se lo pregunté llorando.
—Tú solo dime a qué hora es mi sesión de fotos de mañana, cari.
Se volvió insoportable estar cerca de él.
Hizo «amistad» con Viana y terminamos.
—¿Te engañó con Viana? —pregunto. Necesito saberlo.
—No solo con ella —confirma y... me duele saber. Guardaba las esperanzas de que ya hubieran terminado, estuvieran en un break, tuvieran una especie de relación abierta—. Ama darme razones para que lo odie, para que me aleje, para que sea yo quien lo termine... Para que lo deje de querer. Se enredó con Viana, que sí lo quiso, que hubiera hecho cualquier cosa que le pidiera.
»Pero a Oliver no dejó de estresarle tanta atención. Entonces sucedió: su primer ataque de ansiedad como participante de El chef de oro. Corrimos a la sala de emergencia, lo evaluaron y el médico insistió, una vez más, en que no debe dejar sus medicamentos. Eso nos acercó de nuevo. Oliver, como siempre, prefirió estar conmigo que acepto sus demonios, que no pido más porque tengo claro que no sirve de nada, que me acomodo..., que seguir con Viana.
»Te lo dije: Calabacitas iban y venían, pero pasada la emoción regresaba conmigo. Y durante años confundí eso con amor. Me engañé a mí misma. Me dije «Al final te elige a ti». Porque eso me hacía sentir bien. Y los periodos de reconciliación eran buenos.
—Entonces no debiste decirle que participara en el programa, acercarlo a mí...
—Necesitaba saber... —explica—. Necesitaba saber qué pasaría al estar cerca de ti. Si el fantasma de Andrea, al enfrentársele, se volvería desencanto. Si es mejor como recuerdo que como realidad. Esperaba alejarte acercándote a él... No sé si tiene sentido.
—Lo tiene —contesto. Aunque al parecer fui yo la que se desencantó.
—Tenía la esperanza de que ibas a pesar trescientos kilos —Suelto una carcajada. Después miro a Magda, ella también está prestando atención pese a que no dice nada—, ibas a ser odiosa..., casada, tres hijos.
—E iba a oler a ajo —agrego.
—Que comer tanto en McDonald's iba a hacer lo suyo.
—Pues sí tengo un poco de celulitis por acá —admito apretando un poco mis muslos, lo que hace reír a Magda... Wow. Magda rio por algo que yo dije. ¡Alguien llame a las cámaras!
—El periodo de paz me dio la confianza para dar el paso que faltaba... que según yo faltaba —continúa Karin—: comprometernos. ¿Por qué no? Siempre volvía a mí. Y una vez más necesitaba saber qué tan importante era. Y se lo dije «Llevamos mucho tiempo juntos, confías tanto en mí como para nombrarme tu representante» Quería... ver su reacción. Busqué confrontarlo con la posibilidad de estar juntos para siempre. ¿Qué caso tenía seguir de no querer ambos lo mismo? No éramos una pareja más. Muchas cosas nos unían. Y una vez pasó la sorpresa, el enojo por no avisarle, y le dejé en claro mis motivos..., lo pensó, ¡se estaba resignando, Andrea!..., se adaptó —Ella suelta otra risa triste—. Él mismo empezó a tocar el tema, estuvo de acuerdo en considerarlo... pensarlo... Hasta que... Hasta que...
Aparta su mirada de un punto lejano y me ve otra vez.
—Nunca voy a olvidar la forma en la que lo dijo —Sus ojos se tornan melancólicos.
—¿Dijo qué?
—Esa tarde durante la demostración de cocina, cuando al verlo no saber qué hacer le aconsejé «Al menos pregúntale su nombre a la chica». Trastabilló, ajó su mirada denotando culpa y contestó... contestó... «Su nombre es Andrea» No sé qué significó para ti —La voz de Karin se quiebra— pero en mi caso... desde el punto de vista de la perdedora... supe que no había más para hacer.
»Tenía la esperanza de que fueras odiosa, él no te importara..., el desencanto. Pero no pasó. Canceló la cita que teníamos para esa tarde, dejó de contestar llamadas, empezó a mentir... Por cierto —intenta sonreír—, nunca olvides que Boris no tiene apéndice.
»Comenzó a mirarme con pena —vuelve a llorar—, como si esperara que yo misma me diera cuenta de... las cosas. Porque lo sabía. Me lo anticipó desde mucho antes. El mensaje fue claro, Andrea «Esta vez no voy a volver»
—El tiempo que no separamos... —Trato de encontrar una explicación a todo.
—Se derrumbó —contesta ella suspirando—. Al ya no tener una razón para hacer bien las cosas empezó, de nuevo, a comportarse como un completo idiota. Cumplió porque tiene un contrato. Pero de mala gana... Nos trató mal a todos. Por eso te pedí volver con él. ¿Por qué no? —Ella limpia su nariz—. De todas formas ya lo había perdido. Solo me quedaba no terminar con alguna demanda. Opté por hacer lo mejor para todos... Pero pediste subir al foro de grabación para ver qué pasaba y viste por fin al Oliver que todos conocemos.
—¿Qué todos conocemos? —pregunto.
—En la cafetería te dije «¿Siempre piensas tan bien de él?» y me contestaste que sí, que no tenías razón para no hacerlo. Lo defendiste.
—Creí conocerlo. Pero no sé quién es ahora. Porque todo eso que tú me dices, que nunca me olvidó, que siempre me extrañó..., a pesar de todo —Estoy enojada—, poniéndome en tu lugar, me parece una canallada.
—Andrea...
—Y no lo defiendas.
—¿Ahora soy yo la que lo defiende? —Ella ríe—. Solo digo que conocemos a un Oliver distinto...
—Además...
—Déjame terminar. Y para mí que solo debes preguntarte cuál de los dos es el verdadero.
—Hizo mal.
—Sí. Es lo que siempre te dije: el chico no es perfecto.
—Pero tú... —No puedo creer que permitiera tanto.
—Yo estoy bien. Es claro que me duele —reconoce—. Pero aunque me cueste admitirlo es la primera vez que sé dónde estoy, que me siento libre, que puedo decidir. Hoy no voy a volver a casa de mi padre. No voy a seguir viviendo con el miedo de dejar a Oliver porque a él le beneficia, ya no seré su empleada. Tú quizá te llevaste un desengaño hoy pero yo recuperé mi vida.
—Karin...
—Hace un rato Oliver le dijo algo a mi padre. Algo que me abrió los ojos. Algo que necesitaba escuchar. Durante mucho tiempo utilicé el poder de mi padre para mantener a Oliver conmigo... quedar bien con él... comprometerlo conmigo: le di trabajo, le presenté personas, le ayudé a sobresalir; y no me di cuenta de que, con el tiempo, no fue el único que empezó a sentirse dentro de una prisión... Ya no puedo seguir con el teatro. Ya no puedo fingir que no tengo miedo. Ya no quiero comprar afecto.
—Pero igual no quita que él se haya comportado como un imbécil.
—Díselo —Me ánima—. Lo mata cada cosa mala que le dices. Te lo dije: saltaría de un edificio por ti... Posiblemente también sin ti —Escuchar eso vuelve a poner en alerta a Magda.
—¿Sabes qué? Ya sé porque siempre vuelve contigo —señalo—. Eres una alcahueta. Porque conmigo sabe que...
—Te ama.
—Y es que.... —No he terminado.
Ella niega con la cabeza.
—Ese estúpido llavero del Pato Donald ya hasta olía mal —asegura.
—Pero... —¡Que me deje terminar!
—¿Una vez le regalaste una Coca-Cola? La guardó.
—Deja que...
—Hasta yo me sé cada línea de esa bendita carta.
¿QUÉ?
Aparto la mirada.
—Hablen —insiste—. Para que al menos el hecho de pasar yo por tanta mierda haya valido la pena. Dale significado a esto.
—Pues... —Estoy decidiendo.
—Él no quiere verla —escucho decir a Byron. Miro hacia mi izquierda. Él está de pie ahí. ¿Cuánto tiempo lleva ahí?—. De hecho, a la única que quiere ver es a Karin.
¿A Karin?
—Tal vez quiere que vuelvan —musito.
Ella saca de su bolso el par de lentes estilo mariposa. Todavía recuerdo cuanto me impresionó vérselos puestos aquella primera vez que nos vimos en persona. Tan elegante... Tan pulcra... Aparentemente sin ningún problema a cuestas.
—No lo creo —dice poniéndose sus lentes—. Con suerte recapacitó y se dio cuenta de los problemas que nos ocasionará si no cumple el contrato. Porque sí, Andrea —Me mira—. Al marcharte tú mandó al carajo todo y si no entra en razón nos hundirá a ambos.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? —pregunto para tener claro el panorama.
—¿Además de una demanda por incumplimiento de contrato? Desprestigio que es mucho peor. No es la primera vez que esa televisora hunde a alguien.
—Trataré de hablar con él —dice Byron indicando hacia dónde caminar para llegar a donde está Oliver.
Me pongo de pie. Es hora de irme.
—Por cierto, de nada —se despide Karin, sonriéndome. E intento decir algo pero me detiene—. No. Esta déjamela ganar a mí —exige. SÍ, EXIGE—. Sabes que me la merezco.
Levanto mis manos rindiéndome.
—Está bien..., disfruta tu triunfo.
Y así se marcha.
—¿Por qué no quiere verme? —Le pregunto a Byron.
—No me lo dijo.
¿Le creo o no le creo?
—¿Sabías algo de lo que dijo Karin?
—Tengo una mejor versión de esa historia —asegura—. Aunque algo sí te digo —Es el turno de Byron para ponerse cómodo—. En la mía Oliver también comete errores... Muchos errores.
—¿La pasó muy mal? —pido saber.
—Mira... también me sé de memoria lo que dice esa carta.
—Dios, ¿todo mundo se aprendió esa carta? —Dejo caer mis brazos y miro a Magda. Ella suspira.
—«Oli —comienza—, escribo esto con el lápiz y papel que pedí a la recepcionista de la clínica...»
—Está bien, ya entendí el punto —La detengo. Ella vuelve a bajar su mirada—. Por cierto, sé lo que es querer volver el tiempo atrás —Le digo—, desear haber hecho las cosas diferente.
—Pasa que... —La voz de Magda sale tan aguda que parece estarse quedando afónica.
—Y yo... —Me señalo.
—Andrea...
—Y yo no soy quien para juzgarte —termino.
Ella me mira:
—¿Por qué nunca le dijiste a Oliver la verdad... que yo te exigí que te alejaras?
Tomo asiento frente a ella.
—Porque él necesitaba a su mamá... Yo fui testigo de lo que Karin dijo: la soledad, el abandono... Lo estaba matando odiarte, Magda.
—Lo hice todo mal —llora.
—Y él te perdonó.
—No me dijo nada esto. No creyó capaz de... de ayudar.
—Demuéstrale que sí.
—Y no es solo tu culpa lo del TAG —agrega Byron—. Él también estuvo a mi cargo. Fui negligente con muchas cosas.
Los dejo hablar. Al ya no tener una invitación para quedarme, teniendo, cuando menos, la tranquilidad de que Oliver está bien, elijo darle tiempo, darme tiempo. No... No sé qué pensar. No sé de qué manera sentirme. Es mucho para procesar.
Demanda. Tampoco dejo de pensar en eso. Desprestigio. ¿Debo ser yo la que le convenza de cumplir ese contrato?
Busco el móvil dentro de mi bolsillo para preguntarle a mamá dónde está. Se marchó cuando estaba hablando con Karin y pensé que iría al baño o por café, pero no la encuentro por ningún lado.
Andrea: ¿Dónde estás?
Mamá: Estacionamiento.
¿Por qué no escuchó la conversación? La necesitaba ahí. Quiero su opinión.
Salgo de la clínica intentando recordar dónde aparcamos el coche. Recuerdos de estar en este mismo lugar la primera vez que dejé a Oliver vuelven a mí como una bola demoledora.
Sigo buscando a mamá. La veo de espalda platicando con alguien frente a nuestro coche. Avanzo.
—¿Podemos pasar por algo que tenga azúcar? —Le pregunto—. Necesito azúcar.
Ella se hace a un lado cuando me acerco y, de esa manera, con ella pendiente de mi reacción puedo ver con quien platica.
Mi papá.
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Casi 4k palabras. Oficialmente el capítulo más largo del libro :') Y la pinche Tati lo vuelve a dejar en la parte más emocionante :O xD
OLIVER presenta sítomas de TAG a lo largo del primer libro. Al inicio del Capítulo 2, de hecho, está por tener un ataque :'(
KARIN. Un personaje complicado. Pero algo si dejo en claro, y espero se notara: nunca fue del todo la victima ni victimario. En general yo no tengo personajes negros o blancos, trato de plasmar a personas reales ♥
¿Qué va a pasar ahora? ¿PERDONARÁ ANDREA A OLIVER? ¿POR QUÉ OLIVER NO QUIERE VER A ANDREA? :O
¿PODRÁ THANOS... AH NO xD Eso no es aquí.
Y VOLVIÓ EL PAPÁ DE ANDREA :O
UNA COSA SÍ ES CIERTA: LA COSA ESTARÁ CARDIACA EN LOS CAPS QUE FALTAN :O
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