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Capítulo 24


—¿Son amigos? —pregunto mirando del pato a Oliver.

—En realidad nuestra relación es un poco tensa —explica él disimulando con una tos que lo iba a cocinar.

—Oh —Me acerco al pato y le acaricio a manera de consuelo. Tiene plumas suaves.

—Esperaba que me ayudaras a bautizarlo.

—Veamos —De pie en mi vestíbulo me inclino hasta quedar a la altura del ave. Ahora estamos frente a frente—. Oliver te iba a cocinar y escapaste, ¿qué nombre te queda? —Froto mi barbilla pensando—. ¿Andrea Evich? No, ése ya está —Oliver finge reír—. ¿Es pato o pata? —recuerdo preguntar.

—Pato.

—¿Le preguntaste? —Mi duda es esbozada con seriedad.

—Quien me lo entregó me lo dijo —aclara.

—Ah —Devuelvo mi atención al pato—. El caso es que siendo ahora compañero de Batman..., y sospechando que te convertirás en su aliado, en su incondicional...

—¡Andrea, no! —Oliver da dos pasos hacia atrás anticipando lo que viene—. ¡No!

—Oh, sí —Le sonrío—. ¿Qué mejor nombre que Robín?

—¡Pensé que dirías Donald!

—Pero yo soy Donald —Le recuerdo haciendo la imitación de Donald con mi voz, y al menos eso le hace sonreír.

—¿Hace mucho no lo imitabas? —pregunta con ilusión. Le gusta regresar a lo que fuimos.

—Digamos que es especial cuando lo hago para ti.

Y a mí también me gusta volver ahí.

Nos miramos un par de segundos sin añadir nada.

—El caso es que lo estaba llamando Cleopato —explica cambiando de una mano a otra a Robín para esta vez colocar frente a mí las rosas.

—Pero merece algo más heroico. Sobrevivió.

—Bien... Robín será entonces —Hace girar sus ojos y acerca un poco más a mí las rosas para que las tome. Es que estoy dudando... Las miro.

—¿Eso...?

—Para ti.

—Si mal no recuerdo tenían que ser peonias —Le recuerdo.

—Las rosas tienen un significado más apropiado esta vez.

Más apropiado.

Wow.

No obstante, finjo que no me mueven un pelo sus palabras aunque en el fondo esté «Awww» y continúo viendo con duda las rosas.

—¿Y qué significan? —Las acepto y rozo superficialmente con las yemas de mis dedos—. ¿«Perdón por ignorarte»? ¿«Lamento haber sido tan frío en los últimos días»?

—Significan te extrañé —dice y ahogo un nuevo «Awww» disimulando aclarar mi garganta—, y...

Sus ojos brillan...

Y no puedo ponerme difícil si sus ojos brillan.

No importa. Nos vemos interrumpidos por Robín atacando a picotazos las rosas.

—¿No le das de comer?

—Ya te dije que él iba a ser la comida.

Le devuelvo las rosas y le quito al pato.

—Tranquilo —Lo abrazo—. No voy a dejar que ese hombre malo te haga daño.

—En realidad lo iba a hacer Confit. El caso es que... —Oliver se tiene a olisquear algo por encima de mi hombro.

Huele a...

Me paralizo al recordar qué se está quemando.

—¡La cena! —grito corriendo hasta la cocina. Al llegar coloco a Robín sobre la mesa, apago las dos hornillas y con la espátula empiezo a sacar todo de la sartén. Oliver, a mi costado, está a punto de decir algo—. No —Lo callo—. Es suficientemente vergonzoso ya. No necesito acotaciones de un experto.

Quiero lloriquear...

—Si los colocas así no se nota, ¿ves? —dice tomando la espátula para acomodar cada medallón a modo de ocultar el lado que se quemó.

Me cruzo de brazos. —¿Eso aprendiste en la escuela de cocina?

Aunque no es mala idea.

—En la vida, Andrea. La vida... Ahora déjame terminar —Indica con un gesto que debo alejarme—. Las papas son mi fuerte.

—A un lugar tenía que ir tu destreza para tratar con mujeres —opino.

—Ya van tres —Se queja manteniendo su atención en las papas—. Pero ya que lo mencionas... —Mueve sus hombros como si quisiera liberar tensión—: Sé que Karin habló contigo.

—¿Qué tiene que ver Karin con el tema «papas»?

—Hablo del tema «Mujeres»

—Oh... Sí. Habló conmigo —confirmo, aunque no muestro interés en hablar de ello.

—Entonces ya sabes... —Espera a que termine por él.

—Sí.

Se relaja.

 —Que podemos ser amigos mientras termina El chef de oro —explico. Y aunque no dice nada la forma en la que hace rebotar las papas sobre la sartén me hace dudar sobre qué tanto debería medir su paciencia—. Inclusive podríamos utilizar pulseras que digan «BFF»

—Pásame la sal —pide sin siquiera mirarme.

Lo hago. Aunque al acercarme aprovecho para abrazarlo por la espalda.

—¿No quieres ser mi BFF? —susurro en su oído. No contesta—. ¿No? ¿Al menos me das una papa?

Saca una de la sartén, la sopla dos segundos y me la da.

—La soplaste para que no me queme. Eso quiere decir que me amas —cuchicheo y doy un beso a su oreja—. ¿Verdad que me amas?

Asiente.

—¿Entonces? —Nos regresa al tema principal cansado de mi divague.  

Regreso a la mesa para acompañar a Robín.  

—¿Entonces... qué? —Finjo no saber de qué me habla. Lo voy a cansar.

—Lo que te dije.

—¿A mí?

—No, al pato, Andrea —dice, enfadado, y señalando con la espátula a nuestro compañero. Después se gira para mirarme—. Mira, sé que...

—Si me preguntas —Lo interrumpo cogiendo a Robín de la mesa para volver a acariciar su plumaje—, te mira de forma extraña, como si te odiara.

—Todavía tengo un horno y cuchillo cerca —Lo amenaza Oliver.

Cubro los oídos del pato para alejarle de ese nivel de hostilidad.

—¡OLIVER!

Todavía no respondo nada a su petición de querer estar conmigo y eso le pone tenso. Lo estoy pensando... No hay dudas sobre querer estar con él. Siendo franca ya le hubiera saltado encima. Es la bruma la que me incomoda, disgusta y hace dudar. ¿Por qué nunca es fácil? ¿Por qué siempre tenemos que cuidarnos de no enfadar a alguien?

 —Eres bueno haciendo papas —Lo felicito al salir de la sartén la primera porción.

—Pasé muchas horas practicando.

—Vamos a hacer lo mismo con las relaciones de pareja.

—Van cuatro —Me indica con sus dedos sin querer verme.

Voy a donde está para masajear su espalda y hombros.

—Relájate... Primero cenemos —propongo—. Tú al menos sabes en dónde estás parado. Para mí todo esto es tan... No me gusta que las cosas sean así, Oliver.

—Yo sé —dice, exhausto—. Pero es temporal —Se gira para darme un pico—. Te prometo que es temporal... Un par de semanas. 

Un par de semanas.

 —Tengo una idea —suspira advirtiendo que es mejor esperar a que las cosas se den—. ¿Aún tienes aquella bolsa de Cheetos?

—Sí —digo, yendo por ella. La saco del escondite y se la entrego preguntándome si el menú cambió.

—También tráeme tazas, una tabla para picar, cuchillo, cebollas, harina y un huevo —pide, mirando la bolsa de Cheetos con entusiasmo. La abre, coloca en un plato la mitad del contenido y lo que queda dentro lo apretuja con sus manos—. En la universidad mezclaba casi todo con Cheetos —explica—. Llegó a ser mi sello personal. Lo llamaba comida a la... —Deja en el aire sus palabras.

—¿A la qué? —pregunto terminando de buscar lo que me pidió.

No contesta.

—Le va a hacer daño —dice, dirigiendo como evasiva su atención a Robín. El pato está picoteando los Cheetos que quedaron. 

—Hace un par de horas te quería cocinar y ahora le preocupa que no te alimentes bien —digo yo a Robín—. ¿Te das cuenta? Así es, Oliver, primero te repele luego te trae flores.

—Cinco —musita Oliver con actitud glacial.

—Me lo debes —Me apresuro a señalarle—. Sabes que me lo debes.  

Me pone a cortar en rodajas las cebollas en lo que él prepara lo demás. Mis ojos no tardan en irritarse. 

—No llores, no me estoy yendo.

Le arrojo un aro para que se calle. 

Una vez más prepara la sartén y uno tras otro unta cada aro de cebolla con harina, huevo y Cheetos triturados para luego dejarlos caer sobre el aceite.

—Con buena comida si me vas a convencer —Lo felicito.

—Prepara la mesa —indica el enojón viendo que de nuevo estoy sin hacer nada.

Busco platos, vasos...

—¿Qué huele tan bien? —escucho decir a tía Su que entra a la cocina seguida por mamá y la abuela. No les sorprende ver a Oliver tanto como a Robín.

¡Cua!

—¿Qué hace un pato en la cocina? —pregunta mi abuela.

—Es amigo de Oliver.

—Oh.

Creo que empiezan a dudar de su salud mental.

—¿Interrumpimos algo? —pregunta tía Su preparada para marcharse de ser necesario. Oliver espera mi respuesta.

—No, quédense... Ya... está lista la cena.  

No lo miro a él cuando respondo pero sí que percibo su decepción, es San Valentín, deberíamos estar solos. Me arrepiento de invitar a mi familia a quedarse en cuanto las palabras terminan de salir. ¿Por qué lo hice? Él no demuestra nada, sin mirarme sirve cada plato, vaso, toma asiento en la mesa y come y platica con nosotras. Es amable a pesar del chasco. Al terminar coge a Robín y se despide sin pedirme hablar a solas.

Se marcha sin darme un segundo más de su atención.

Díganme que soy una tonta.

Es que...

Él.

Yo.

¿Acaso... ¡Dios!

Termino de comer en silencio sintiendo las miradas de mamá, la abuela y tía Su sobre mí. Arruiné todo.

Insisto en que...

Basta.

—¿Me prestas tu coche? —pregunto a mamá.

—Claro —Ella me entrega las llaves.

Me levanto de la mesa, pido de favor a tía Su lavar mi plato y aviso que volveré tarde.

—¿No me van a preguntar a dónde voy? —recuerdo, dudosa. Es extraño que no cuestionen.

—No es necesario.

OH.

Subo a mi habitación a prepararme.

Sé llegar al edificio de Oliver porque Joseline y yo le dejamos ahí el otro día. Aparco el coche de mamá donde el encargado de seguridad indica e igualmente llama a Oliver para preguntarle si tengo permitido entrar. Él dice que sí.

Dentro del elevador canto Somebody to love de Queen para darme valor en lo que subo cada piso.

Sin embargo, cuál es mi sorpresa cuando al ingresar al apartamento encuentro a Boris moviendo el trasero al ritmo de Anaconda de Nicki Minaj mientras Oliver le mira cómodamente desde un sofá. De acuerdo... me obligo a no hacer preguntas, aunque no hace falta, Boris explica rápido:

—Se supone que tendría que estar listo. ¡Es San Valentín!

—¿Listo para qué? —Miro de Boris a Oliver. El segundo no parece ni molesto ni feliz por verme. ¿Eso es malo?

—Reconquistar a ese nabo que llamo ex.

—¿Bailando Anaconda?

Boris saca el pecho.

—Gran idea, ¿no?

Supongo.

—No olvides que Andrea es profesora de danza —Le recuerda Oliver.

Los ojos de Boris brillan.

—¿Me ayudas?

¿Me a...?

—¿A bailar Anaconda?

Soy invitada a dar una clase de baile antes de si quiera recibir la invitación a sentarme o beber algo, de no haber venido por iniciativa propia sospecharía que fue planeado.

—Andrea, ayuda a una pareja a pasar bien su Valentín —dice Oliver tomando del piso una Coca-Cola para acto seguido beber de esta sin dejar de mirarme. ¡Ah, está enojado!

Lo miro seria unos segundos antes de devolver mi atención a Boris.

—Claro, ¿por qué no?

Tengo suficiente espacio en la sala pero elijo quedarme frente a Oliver.

Elegiste retar a Andrea Evich, amigo. ¡A Andrea Evich!

Empiezo a mover mis articulaciones calentando.

—Sabes, Boris, no debes complicarte tanto —Muevo mis brazos hacia los lados y le pido poner la música—. Divide el baile en tres pasos: Lo que mueves de cintura para arriba —Le indico cómo. Él asiente—. Lo que mueves de cintura para abajo... —Hago un paso sencillo coordinando ambos pies—. Aunque más importante que eso es... —Me coloco a modo de dar la espalda a Oliver— que tan bien mueves tu trasero.

Y en esa posición apoyo mis manos sobre mis rodillas y empiezo a mover mi culo al ritmo de My anaconda don't, my anaconda don't.
My anaconda don't want none unless you got buns, hun

—Ahora desde el inicio —digo a Boris y lo coloco a mi lado para que imite mis movimientos—. Hombros, brazos, cintura, cadera... Culo —repito con él siguiéndome.  

My anaconda don't, my anaconda don't.
My anaconda don't want...

—Culo... Culo... Culo...

Todo marcha de maravilla hasta que escuchamos una puerta cerrarse estrepitosamente. Nos giramos. En donde hace un segundo estaba Oliver solo queda una Coca-Cola desparramada.

—¿Oliver, estás bien? —pregunta Boris en voz alta—. Esa fue la puerta del baño —Me explica a mí.  

—Oh. 

¡POR QUÉ, DIOS! —escucho gritar Oliver.

Intento ocultar mi sonrisa.

—Este... 

Siguiendo la sugerencia de Boris de ir a ver qué pasa, camino hasta la puerta del baño y golpeo.

—¿Dios? ¿No eras ateo? —Le pregunto.

¡Ni iris itii!

Está molesto pero esta vez sí me echo a reír.

—Yo solo digo.

Hay que dar gracias al cielo por los buenos culos.

—Eres cruel, Andrea.Muy cruel.

—Tú me pediste hacer una demostración, yo solo estaba haciendo mi trabajo —justifico pegando mi boca a la puerta—. ¿Acaso yo te pido que no cocines porque me dará hambre?

Lo escucho mascullar otra maldición.

Después de decir eso emite un sonido agudo que me saca otra risa al mismo tiempo que hincha mi pecho de orgullo.

Rasco mi cabeza.

—Anda, abre la puerta para que te ayude.  

No he terminado de hablar cuando el seguro de esta cede.

 Wow.

Me cruzo de brazos. —Seee, un poco de agua fría ayudará.

La puerta se vuelve a cerrar.

—No aguantas ni una broma —Me quejo y lo espero.

Cuando sale no me quiere dar la cara.

—¿Cuánto tiempo más seguirás enfadado?

—¿Cuánto tiempo más seguirás alejándonos?

Auch.

—Oliver, para mí es difícil.

Aunque debería añadir que ya tomé mi decisión.

—Pues para mí no —No importa. Está tan molesto que empuña sus manos—. Por eso soy el único de los dos que busca al otro —Señala la puerta—, que intenta besarlo, que le dice cuánto...

Y por quejón me abalanzo sobre él para callarlo con un beso.

Me recorre con sus manos, respira contra mi piel y pronto está jalándome lo más que puede hacia su pecho en tanto yo me cuelgo de su cuello.

Ninguno se cohíbe y por ello confirmo que ya no somos niños. Necesitamos el uno del otro.

Rompemos el beso porque es necesario arbitrar qué sigue.

—¿Qué? —pregunta Oliver.

Limpio con mis dedos sus labios. Estoy sonriendo.

—También me prendí y no puedo correr al baño —digo.

—¿Sí? —Me besa otra vez.

Respiro contra su boca. 

—Vamos a tu habitación.

La forma tan directa de pedir las cosas le sorprende.

—A... —Pasa una mano sobre su cara y jadea como si en lugar de darme un beso hubiera corrido una maratón. Me recuerda nuestra primera vez juntos.

—Vamos.

—Te juro que si esta es otra de tus bromitas... —Está levantando su dedo índice.

Alcanzo su mano y la coloco sobre mi pecho izquierdo para que vea que voy en serio.

—... no te voy a perdonar —termina en lo que mira cómo desabrocho los botones de mi blusa.

—Vamos —repito.

Pero como una vez más me mira sin agregar algo, me giro y camino hacia donde sospecho es la dirección correcta. En el trayecto me saco la blusa y la arrojo al piso.

Me detengo al final de un pasillo.

—¿Entonces... cuál es? —le pregunto a Oliver, señalando las puertas a mi izquierda y derecha.

No le he dado la cara desde que me saqué la blusa.

—Izquierda —Le escucho decir con voz ronca. Abro la puerta a mi izquierda y entro.

Me alcanza por la espalda, me rodea y besa la barbilla en lo que nos aproximamos al pie de la cama. Ahí me doy la vuelta y le hago girar a modo de que sea él quien caiga sobre el colchón.

Está sonriendo.

—Como quieras.

—Yo estoy a cargo —Le advierto adoptando una actitud felina para a continuación colocarme a horcajadas sobre él. De esa manera empiezo a desabotonar su camisa—. No voy a permitir que sigas pensando que no te quiero —Lo miro a los ojos—, que no te busco, que no te extraño... Mucho menos que no te deseo.

Se apoya en sus codos lo suficiente para aproximarse a darme otro beso.

En esa posición, le saco la camisa, la camiseta debajo de esta y luego voy a los vaqueros.

—Esta cama es nueva —Me avisa con una sonrisa.

Finjo indignación.

—¿Tanto llevas sin sexo? —bromeo, porque él tenía novia—. Dios, Yo también.

—¿Siete años? —No deja de sonreír.

«¿Yo, siete años sin sexo?»

—Nah, tampoco tanto —Le saco los vaqueros mientras juega a intentar darme de nalgadas.  Lo que sigue es otro beso que termina con los dos dándonos de cabezazos solo porque... así somos nosotros—. Así que prepárate, cama —digo, golpeando el colchón—. Creemos en ti.

—¿Resistirá? —Oliver se muestra escéptico.

—¿No crees en ella?

—Son siete años de deseos reprimidos, Andrea. Incluso estoy preocupado por ti.

Mi cae abierta.

—¡Yo estoy preocupada por ti! —Lo golpeo y él no deja de reír en lo que me saca el sujetador de encaje blanco. Después me acaricia y pellizca un pezón sin apartar la sonrisa de triunfo.

—Hermosa vista —halaga.

Levanto los brazos para que me aprecie hasta cansarse. Y en adelante, con la misma sensualidad, coloco mi espalda recta, echo hacia atrás y me acomodo sobre sus muslos. En esa posición paso una mano por encima de su bóxer notando que el bulto ahí tiene buen tamaño.

—Hazme lo que quieras —pide... ¡No! ¡Lo suplica!

Le hago levantar el trasero para sacarle el bóxer.

—Round 1: El Joker puede hacer lo que quiera con Batman —anuncio.

La buena noticia es que la cama aguanta. Lo mismo nosotros. Lo llamo a gritos Oliver, Oli y mi amor cuando pierdo el control. Parece un sueño que vuelva a ser mío.

Una hora después, el marcador indica Joker 1 Batman 3.

«¡3!»

—¿No te molesta que esté ganando?

QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉEÉÉÉÉÉ

—¿Me estoy quejando? —Lo hago reír

Quiero que siga ganando.

Estoy rodeando su cintura con mis piernas permitiéndole estar encima de mí. Lo más cerca posible de mí. Hay calor, sudor...

¡Pelea!

—Bésame —le pido acercando mis labios a los suyos.

Él se detiene y toma aliento de mi boca.

—Suficiente —lo detengo cuando se vuelve necesario continuar—. Ahora asesina al Joker.

En la cama extiendo mis brazos hacia los lados lo más que puedo.

—Acribíllalo, despedázalo... ¡Hablo en serio! —grito al escucharlo reír. Sin embargo, antes de continuar se impulsa hacia arriba para besar mi frente y susurrar en mi oído un «Te amo».


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