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Capítulo 10

Capítulo dedicado a NattaLiiaEspiinOza. Al terminar de leer ella sabrá por qué :)

¡Hey! Quiero verles comentar mucho ♥

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Me reconoció.

Sus ojos son dos interrogantes ahora mismo y los mantiene fijos en mí mientras, puedo ver, muchas preguntas dibujándose en su rostro. Quiere hablar. Necesita hablar; más, como puedo comprender perfectamente, las palabras no llegan.

—Oliver —escucho que le llaman. Es la voz de Karin.

La miro. Está de pie a un lado tratando, inútilmente, de hacer reaccionar a Oliver. Entre el público ya hay gente riendo y preguntando qué sucede. "¿Por qué no comienza la demostración?", señalan. Oliver, en cualquier caso, continúa completamente perdido. Abre su boca y la cierra, una vez tras otra.

—¿Qué... —intenta formular, todavía mirándome, sin embargo Karin lo interrumpe sonando esta vez más demandante.

—¡Oliver!

Los murmullos a nuestro alrededor se incrementan. Al menos yo debo reaccionar, decido; por lo que hago carraspear mi garganta y esta vez observo a Oliver de forma significativa. Él vuelve a abrir su boca mucho; pero, más mesurado, la vuelve a cerrar cuando con un rodar de ojos le señalo a la gente. Estoy mirando de él a ellos, indicándole que debe continuar. De esa manera, sin apartar de mí su atención, deja caer un poco sus hombros, toma una bocana de aire, asiente tres veces y empieza a girarse para ahora ver al público.

—Entonces —continua, en un hilo de voz—. ¿Tomates?

Verdes fritos —añade alguien a lo lejos, lo que hace reír a todos.

Casi todos. Los únicos que no estamos riendo somos Karin, Oliver y yo. Ella en particular parece querer arrancarse el cabello.

Oliver apoya sus manos sobre el borde de la estufa y, en esa posición, hace un gesto de negación con su cabeza; hasta que, sin poder evitarlo, sus ojos vuelven a mí. No, yo no, concéntrate en la gente. De esa forma bajan de mi cara a mi antebrazo haciéndome sentir expuesta. ¿Qué intenta?

Luego dirige su atención a las gradas del entarimado, mirándolas tentativamente..., se incorpora y, para mi total asombro, está a punto de tomarme del brazo cuando Karin le vuelve a llamar.

—Oliver —exclama esta vez con un chillido. Él niega con la cabeza sin mirarla, con su mano todavía extendida hacia mí.

¿Va a cocinar o no? —grita alguien.

—Termina tu presentación —le susurro, tratando de evitar que el mundo se le venga más encima.

Y aunque él duda, finalmente pasa su mano sobre su cara y asiente. Eso es, eso es...

—Tomates —repite, haciendo que el público ría otra vez. Karin hace un ademan de quererse matar—. Y...

Pero Oliver no la está mirando a ella o a alguien más, aún luce un poco perdido. ¡Dios! Lleva una mano a su frente, la rasca ligeramente y continúa negando con la cabeza.

—¡La receta! —escucho que le indica Karin, y como él está ignorando cualquier instrucción, yo misma busco entre los utensilios.

Es la hoja de papel que le vi leer antes, concluyo, al verla cerca de él; la alcanzo y rápido la coloco en su campo de visión. Para mi alivio lo nota en seguida, respira fuerte y vuelve a mirar una vez más al público.

Ahora sí concéntrate...

—Un vaso de vino —comienza a leer, haciendo que mi ritmo cardiaco se normalice un poco, y busca el ingrediente. No lo encuentra. ¡Dios, no lo encuentra! Karin es consciente de que algo va mal y chasquea sus dedos en dirección a alguien del Staff exigiendo traer el vino. Mientras, Oliver hace torcer su boca en una mueca y continúa leyendo sin muchas ganas—: Una cucharada de ajos pica... —Intenta alcanzarla para mostrarla al público, pero la deja caer.

Ahora comprendo por qué estaba tan distraído al subir yo al entarimado, ¡intentaba preparar todo aquí!

—Pi... Pimienta, comino y sal —prosigue, afligido. Sus manos, frente y cuello están sudando.

—Aquí está el vino —escucho decir a alguien a mi costado y le veo extender su mano hacia mí sosteniendo en esta una botella, la alcanzo y aproximo a Oliver para que la vea.

—Buena idea —asiente él, atrapándola para, a continuación, abrirla y beber un trago.

Un largo trago.

Prácticamente la está empinando sobre su boca...

La gente continúa riendo.

—¡Es para cocinar! —rechina sus dientes Karin.

—¿Saben qué? —dice Oliver, terminando de beber. Otra vez mira a la gente—. A la mierda el pollo... —Las carcajadas no se hacen esperar—. En vez de eso vamos a preparar unos deliciosos huevos revueltos.

Llevo una mano hasta mi cara y Karin, de pie frente a nosotros, simplemente no puede creerlo.

—Sí —agrega Oliver, empezando a preparar todo—. Eso nos tomará cinco minutos o menos.

Yo soy un bulto a su lado, sin saber en qué intervenir. Simplemente miro su mundo caerse a pedazos sin –y me duele– poder evitarlo.

—Al menos pregúntale su nombre a la chica —le señala Karin a Oliver, ya molesta.

Oliver, ahora vertiendo aceite sobre una sartén, me mira de reojo y balbuceando un poco le contesta:

—Su nombre es Andrea.

Eso deja un poco estupefacta a Karin. Se preguntará cómo demonios lo sabe, creo. Por otro lado, escucharlo decir Andrea con tanta seguridad me hace querer verle otra vez, lo que atrae su atención, volviéndose a concentrar en mí y no en lo que está haciendo.

De pronto es como si el tiempo jamás hubiera pasado y ambos todavía estuviéramos en la cocina de su casa hablando sobre Cleopatra.

Me recuerdas.

¡ME RECUERDAS!

¿Le van a echar tomate? —escuchamos que pregunta alguien a lo lejos, distrayéndonos. La gente ríe otra vez.

Oliver vuelve a dirigir su atención a la sartén, dándose cuenta en el acto que prácticamente vació la botella sobre esta. Dios, no. Me apresuro a alcanzar un recipiente que veo cerca y le digo "Yo me ocupo", y vuelco la sartén sobre este para vaciarle otra vez.

—Claro que le vamos a echar tomate —dice Oliver a la gente, sonando un poco más tranquilo—. Cebolla también. Y procede a rebanar ambas verduras sobre una tabla.

Lo hace tan rápido que termina antes de que yo acabe con el aceite, de modo que ahora se ocupa en romper tres huevos sobre otro recipiente más pequeño, para luego batirlos con un tenedor.

—Aquí está —le digo, mostrándole la sartén ya sin mucho aceite. Él apretuja ligeramente sus labios denotando todavía nerviosismo, la toma y la coloca sobre el fuego.

Me da su atención a mí por momentos, como si constantemente quisiera asegurarse que no me he marchado. En respuesta, mi boca se curva hacia arriba en sonrisas suaves. Si pudiera reunir el coraje diría algo para alentarle.

En lo que Oliver se ocupa de empezar a mezclar todo, estoy pendiente de Karin. Ella ahora lo está mirando a él de forma diferente. Ya no hay ansiedad en su semblante. Esta vez le examina con aprensión. ¿Por qué le afectó escuchar "Andrea"? ¿Sabe quién soy?

—Esto es un desastre —escucho que le susurra a Karin un hombre que parece importante, situándose junto a ella. Ella, en respuesta, asiente sin apartar la vista de Oliver—. Si no va a cocinar el pollo, al menos que se tome fotos con la gente y firme autógrafos.

Si Oliver también está escuchando, lo disimula bien.

—Lo hará —resuelve Karin con Oliver todavía ocupado en colocar lo que preparó sobre un plato. Para que se vea bien, sobre los huevos revueltos añade unas hojitas.

—Es todo entonces —aplaude al terminar y la gente con él. El hombre de apariencia importante y Karin tuercen sus bocas en muecas de incomodidad—. Muchas gracias por haber venido...

Es entonces cuando a este señor le veo hacer un gesto con la mano al encargado de la consola que asiente y, en cuestión de segundos, la voz de Oliver deja de escucharse en el altavoz. Miro a Oliver. Él únicamente sonríe. No parece molesto por la acción. ¿Será la primera vez que sucede?

A continuación, el hombre de apariencia importante le pide al presentador que se acerque a él y a Karin, le da instrucciones y este se apresura a llamar la atención de la gente.

—Entonces, ¿cuántos quieren una fotografía con Oliver Odom? —les pregunta y brazos se alzan al instante.

—Vamos —me pide Oliver serio, señalándome las gradas del entarimado. Quiere hablar. No obstante, ni siquiera he dado un paso cuando Karin se aproxima a nosotros. Nos separa únicamente la estufa.

—No cocinaste —le reprocha a Oliver. Él aprieta sus labios en una línea, luciendo tenso—. Son patrocinadores, Oliver. Es tu obligación darles su lugar.

—Voy y vengo —dice él, colocando su mano en mi espalda para que avance. No puedo evitar estremecerme ante su toque.

—No —protesta Karin—. Vas a quedarte —exige. Los dos se miran con desafío.

Yo, por mi parte, cierro mis ojos y pienso en que nada salió cómo imaginé. Por mi mente jamás pasó que Oliver me diera prioridad. Ni siquiera pensé que fuera a reconocerme. En mis planes solo estaba saludarlo... No fue mi intención estropear todo.

—Bajaré a hablar unos minutos y regreso, cari —advierte Oliver, sonando amenazante.

Los dientes de Karin chirrean. —¿Y la gente?

—No esperarán mucho.

—¡Oliver! —insiste ella, golpeando con su mano la estufa. Después, todavía mirando a Oliver, chasquea sus dedos hacia el presentador que de inmediato corre hacia ella—. Baja a la chica —le ordena, señalándome.

—Nena, ven —me llama este.

—No soy tu mamá para recordarte que primero debes cumplir con tu contrato —escucho que reclama Karin a Oliver cuando empiezo a caminar. Me siento completamente apenada.

Al terminar de bajar me abro paso entre la multitud llevando en mis manos muestras gratis de aceite que me dieron por participar. Insisto en que me siento avergonzada y ansío alejarme para asimilar todo lo que pasó. Eso trato cuando vuelvo a escuchar la voz de Oliver en el altavoz.

—Vamos a continuar —dice a la gente, sonando más calmado. Al parecer Karin consiguió convencerlo de cumplir—. Ahora voy a... Voy a... Hagan una fila, ¿sí? —pide—. Cada uno tendrá un momento conmigo para que nos tomemos una foto.

Bien.

Y estoy por terminar de salir del bloque de gente cuando pienso en que quizá esta sea la última vez que le vea en persona. Y no pudimos hablar. Él eligió cumplir con lo que le pidió Karin, lo que está bien. No me atrevo a renegar de eso. A lo que me refiero es... ¿Es hora de dar por sentado todo? Por lo que me vuelvo a girar para verle...

Para verle aunque sea una última vez.

Sin embargo, no conté con que él todavía está mirándome. Lo hace desde su lugar detrás de la estufa mientras alguien del staff le da instrucciones y señala a la gente.

¿Ahora... qué?

En sus ojos hay pesar. Hay... duda.

No consigo descifrar lo que querrá decirme y yo no me atrevo a poner palabras a su expresión. No quiero. No debo.

Adiós.

—Andrea —escucho que me llama mamá y me volteo. Estaba detrás de mí.

—¿Me viste? —le pregunto sintiendo pena.

—Dios, sí —Ella me mira como si agradeciera al cielo verme sin un rasguño.

—Oliver... —empiezo.

Ella asiente. —Un desastre allá arriba, pero lo importante es que... Dios... —Mamá se detiene en seco mientras mira con horror más allá de mi hombro—. Oh, Dios —repite.

—¿Qué? —me apresuro a preguntar.

—No voltees —me advierte ella, obligándome a no hacerlo—. Es Oliver...

—¿QUÉ? —insisto.

—¡Qué no voltees! —repite, cuando una vez más intento hacerlo—. Viene para acá —explica con más cautela.

—¿Para acá? ¿Qué hago? —Estoy saltando con impaciencia—. No quiero causar más problemas.

—No te ha visto —asiente mamá—. Tú solo camina como si nada. Avanza.

—Como si nada —repito, asintiendo y eso es lo que hago. Paso de mamá y me dirijo hacia las escaleras eléctricas esperando que Oliver se dé cuenta de que no me voy a detener y regrese.

Doy quince pasos. Sí, los estoy contando. Doy quince pasos largos y llego, alcanzo el primer escalón y comienzo a subir repitiendo en mi mente el mantra de no mirar atrás. Siento la tensión en mis hombros. A lo lejos escucho voces llamando a Oliver, cada una expresando una emoción diferente: sorpresa, alegría, enojo frustración. Ése, en definitiva, no es el comportamiento que nadie esperó de él. Ni yo.

Al llegar al segundo piso salgo de las escaleras y, esquivando gente: ancianos, parejas con bebés y niños, camino rápido buscando a dónde huir. A la vez, el público que vio la demostración desde aquí también empieza a llamar a Oliver. Oh, Dios, ¿aún me está siguiendo? No me atrevo a girarme para confirmarlo.

—¡ANDREA! —le escucho gritar, llamándome.

Sí, me está siguiendo.

ME ESTÁ SIGUIENDO.

¿Es que acaso ha perdido la cabeza? Asumiendo que sí empiezo a caminar más rápido.

Cruzo la mitad del corredor y, en todo ese tiempo, los ojos de las personas a mi paso miran más allá de mí murmurando y señalando.

—¡Andrea, ya! —repite Oliver, sonando demandante—. ¡Alguien deténgala! —pide y más ojos voltean hacia mí.

Mi pulso aumenta y continúo corriendo mientras busco cualquier tipo de salida. Dejo atrás locales, bancas, kioskos, también personas y por los ojos alarmados de algunos concluyo que Oliver todavía viene detrás de mí. No se detendrá hasta que hablemos, asimilo. Por lo que, finalmente me detengo junto a un pasillo que indica que en esa dirección hay baños. Voy hacia allá... Dentro no hay nada, solo una planta y dos puertas que indican cuál es baño de hombres y cuál el de mujeres. Y no hay más salidas. Estoy atrapada aquí.

Me doy la vuelta pensando en que volver es mi única opción y... es ahí cuando lo veo.

Oliver.

Se halla de pie al comienzo del pasillo, consciente de que si quiero continuar escapando de él debo entrar a alguno de los dos baños. Pero no lo voy a hacer. Si quiere hablar, pues... hablaremos.

Aunque eso no impide que me sienta morir.

Sin importarle, en apariencia, el miedo que demuestro, empieza a caminar en mi dirección. Y como además nadie sale de ninguna de las dos puertas, por el momento solamente somos él y yo.

Él... respira fuerte, aunque dudo que se deba a que tuvo que correr. Tampoco puedo descifrar si me está viendo con enojo, demanda o simplemente anticipación, pero la forma en la que lo hace acelera mi pulso.

Inevitablemente doy dos pasos hacia atrás, lo que debería ser un indicio de que temo quiera embestirme cual toro bravucón. Y es que no lo culpo, lo acabo de hacer cruzar medio centro comercial siguiéndome.

—¿Qué hay? —saludo por fin, lo que parece molestarle más y así, sin apartar su mirada endemoniada de mí, me señala con su dedo índice.

—Tú —dice, como si estuviera a punto de dar un enorme discurso. Quizá eso hará. Oh, mierda.

Entonces lo miro con súplica. —Yo...

—Tú —repite, liberando aire que retiene.

—¡Oliver! —escuchamos gritar al mismo tiempo a alguien al final del pasillo. Es... Karin—. ¡¿Enloqueciste?! —le reclama a él, que continua mirándome como si alguna fuerza infernal le poseyera.

—Ahorita no —le pide a ella.

—¿Ahorita no? —El rostro de Karin es una oda a la ira—. Oliver, son gente que vino a verte, son anunciantes... Estás poniendo en riesgo tu buena reputación.

Oh, Dios...

—Que ahorita no, dije —repite él, también mirándola a ella con enfado, lo que lleva a Karin al borde de lo que parece un precipicio emocional.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que tienen que hablar? —exige saber, señalándome. Doble mierda—. ¿De dónde carajos...

—La prepa —la interrumpo, asumiendo que iba a preguntar de dónde carajitos me conoce Oliver y, evitando que el problema crezca, estoy respondiendo. Sin embargo ella me mira con rechazo—. Fuimos muy amigos en la prepa... —continuo explicando pese a que mi voz tiembla—. Tanto que yo le decía Bro y él a mí Sis.

Oliver lleva una mano hasta su cara mientras Karin continua viéndome como si no pudiera creer lo que dije. Y no lo cree, al parecer Es entonces cuando recuerdo su cambio de actitud al escuchar a Oliver decir mi nombre. ¿Qué tanto sabe de mí? De nosotros.

—No soy estúpida, nena —sisea, respondiendo en parte mi duda. También se acerca un poco más, clavándome sus ojos como si estos fueran dagas. ¡Qué teatral me pongo cuando estoy a punto de cagarme encima!

Oliver la detiene del brazo evitando así que nuestras narices topen.

—Solo necesito un momento —le insiste.

—No —repite ella, escrutándome.

Hace mucho no sentía tanta incomodidad.

E intentando conservar mi temple, empiezo a escuchar pasos. ¡Pasos! Miro más allá de Karin y Oliver y esta vez es mamá la que se está aproximando. Bien. No obstante, su expresión denota miedo. Debe estarse preguntando cómo demonios terminé acorralada en este pasillo. Oliver, advirtiendo también que alguien más se acerca, se vuelve para ver quién.

—Señora Evich —saluda, con cautela.

—Oliver —lo saluda mamá de regreso, viendo con especial interés a Karin—. Tantos años y... aún no consigues llamarme solamente Evelyn.

La presencia de mamá aligera el ambiente, por lo que tanto Oliver como Karin, que se coloca de pie junto a él, me miran menos desafiantes. Mamá es una mujer que impone. Claramente vino a defenderme de ser necesario hacerlo.

—Vamos —le repite Karin a Oliver. No es una jodida pregunta.

—Únicamente dime dónde encontrarte —me pide él a mí...

A mí.

—¿Es en serio? —le demanda Karin, pero Oliver no contesta nada.

Juega con fuego, pero si eso tengo que decir para que se vaya...

—Mi abuela tiene un local aquí —Mi voz es un susurro.

—¿El Cisne? —pregunta él, mirando de mí a mamá.

—Aún... Aún lo recuerdas... —digo, instantáneamente. Creo que quiero llorar.

Oliver asiente. —Organizan bodas, ¿no?

Dios, sí.

—Que conveniente —interviene Karin, dirigiéndose otra vez únicamente a Oliver—. Podrían organizar la nuestra, cari.

Una declaración. Un destino. Una fatalidad... si él acepta.

—¡No! —se apresura a responder mamá, sorprendiéndome. ¿No? Estoy segura de que, teme, no pueda con eso y más—. Ni somos tan buenas —añade, nerviosa—, de diez parejas que casamos nueve se divorcian.

¿Qué?

Las cejas de Karin se arquean, su expresión se asemeja a una burla... cosa que no estoy dispuesta a tolerar.

—En realidad si somos buenas —aseguro, llevando una mano a mi cadera, retándole—. Podemos encargarnos si quieres.

—Lo vamos a pensar —contesta ella en tono muy bajo, pero soberbio. Parece querer ponerme contra las cuerdas.

Miro a Oliver, su rostro no me dice nada.

—¿Por dónde está el local? —Es lo único que pregunta.

—Primer piso —explico, con reserva—, frente a la librería Café y letras —Él asiente conforme con eso y toma ligeramente del brazo a Karin para marcharse.

—Cuánta tensión —me susurra mamá mientras los vemos alejarse—. Van... discutiendo en voz baja —añade.

—¿En serio? —pregunto, también mirándoles, pero tengo tan buen oído como mamá—. ¿Qué dicen?

¿Estará bien querer saber?

Mamá frunce sus labios con disgusto. —Solo escucho susurros —se queja.

—Pero es más de lo que escucho yo.

Mamá resopla con fatiga y la miro sacar de su bolsillo su teléfono. Al mismo tiempo, al final del pasillo, mientras Oliver avanza, advierto que Karin se detiene para girar sobre sus talones... y así mirarme una vez más. Mirarme... de forma retadora.

—No le bajes la mirada —me advierte mamá, aparentemente dándole su atención al teléfono—. Bajo ninguna circunstancia le bajes la mirada, Andrea. Oliver te vino a buscar a ti, no tú a él. Habría que recordarle eso a ella.

Le hago caso a mamá hasta que Karin finalmente se marcha. ¿Qué intentaba?

—Aló, ¿Di? —pregunta mamá al teléfono—. Soy Eve. Necesitamos tu ayuda... Sí. A Su se la llevó la policía... Sí, otra vez.

Tía Su...

—Mamá... —Al menos con eso puedo intentar ayudar.

—Y Aaron está con ella... Sí, tu hijo... ¿Vas o voy yo? Bien. Llámame cuando sepas algo —Mamá cuelga y me indica que salgamos de aquí.

—Yo podía ayudar con eso.

—No —niega mamá mientras caminamos—. A tu tía Su le hace falta un buen sermón y Di es buena con eso.

—¿Cómo supiste lo del arresto? —pregunto ahora—. Yo subí al escenario y no supe más.

—Los policías pasaron frente al local —explica mamá, haciendo rodar sus ojos—. Los vi y, asumiendo que aún no podía hacer nada por Su y Aaron, y pensando qué quizá te había pasado algo más a ti, corrí hasta la demostración y ahí esperé a que bajaras.

Me acerco al bordillo del segundo piso y miro hacia abajo. Oliver está caminando entre la gente para volver al escenario, gente del staff le está dando instrucciones. No puedo ver qué tal lo está llevando.

—Ve a casa —escucho que sugiere mamá y la miro con duda—. Ya fue demasiado hoy —insiste—. Si quiere verte que llegue después al local, que primero aclare todo con... esa chica.

Esa chica.

—Pero...

Mamá se aproxima a mí y me abraza. —Es una orden, Andrea.

...

Estoy sentada sobre las escaleras de mi casa pensando en muchas cosas. Al llegar destapé una lata de atún creyendo que comer me haría bien para ya no sentir mi estómago retorcerse, pero no pude terminar. Me siento ansiosa. Muy ansiosa.

Yo también quería hablar con Oliver... Aunque en parte no...

¡Carajo!

A ver. Se supone que él no me reconocería. Se supone que cabía la posibilidad de que no le importara verme. Porque pese a que en el fondo siempre quise lo contrario, ni hoy ni nunca hubiera estado preparada para lo que sucedió.

Se supone que él nos pondría las cosas fáciles al ignorarme.

Se supone que él sería el firme al elegir continuar separados.

Se supone.

¿De qué querrá hablar?

Me pongo de pie, doy vueltas e inmediatamente me vuelvo a sentar pensando en eso. Y como ahora mismo no me queda más que esperar, la ansiedad me mata. De verdad me mata.

¿Quiere que continuemos?

¿Qué pasaría con Karin siendo ese el caso? Ellos se van a casar. Y no va a disolver su compromiso por mí. ¿O si lo haría? Hoy demostró que está dispuesto a saltar la barda, pero pudo haber sido la adrenalina, la simple emoción del momento.

¿Estará hablando con Karin? ¿Qué se dirán?

¿Qué tanto sabe ella de mí y por qué él decidió decírselo?

¿Por qué?

¿En qué te metiste, Andrea? Se supone que solo ibas a saludarlo.

Se supone.

Se supone...

¡SE SUPONE!

Cuando escucho que afuera aparca el coche de mi abuela, me incorporo y camino hasta la puerta principal para abrirla. El centro comercial cierra a las nueve, por lo que, desde que tenemos la tienda ahí venimos a casa a las diez y media o un poco más tarde.

—¿Y tía Su? —pregunto a mamá y a la abuela cuando se acercan a la puerta, entran a la casa y cierro.

—Di pagó la fianza de ella, Aaron... y la botarga —empieza a explicar mi abuela.

—¿También la de Botellín? —pregunto, asombrada.

—Tu tía Su le pidió el favor.

—¿Cómo?

—No quisimos saber más —dice mamá, sonando cansada. Hoy prácticamente solo atendieron el local ella y mi abuela.

—El caso es que, como Su y la botarga tienen antecedentes por desorden público —Mi abuela resopla—, les dejaran encerrados hasta mañana para que, según el encargado... ambos piensen en lo que hicieron. A Aaron sí lo liberaron hoy.

—Bien —suspiro, en parte más tranquila—. Y... perdón por lo de hoy —digo a ambas—. No volverá a pasar. Lo prometo.

—Ay, Andrea —suspira mamá esbozando al mismo tiempo una mueca. Algo pasa. Miro a la abuela para que ella me aclare qué.

—Oliver estuvo toda la tarde en la tienda —explica.

—¿QUÉ? —Tengo que colocar mi mano sobre la pared para no caerme.

—Quería saber dónde estás —continua explicando—, que le dijéramos dónde vivimos... Obviamente Eve y yo no íbamos a hablar sin tu autorización, así que solo lo puse a ayudarme a cambiar un bombillo, mover un par de muebles de aquí para acá y también terminó de preparar las cajas que tú empezaste en la mañana.

—¿Es en serio?

—No iba a quedarse solo mirando —se excusa mi abuela con actitud de dignataria—. Creo que pensó que al final le soltaría la sopa. Pero no. Nada de eso.

—Y como llamó la atención hasta nos consiguió clientes —agrega mamá y voltea a ver a mi abuela. Las dos están sonriendo—. Deberíamos pedirle que también llegue mañana.

—¡Mamá! —la regaño y ella alza sus hombros sin denotar culpa—. Bien —asiento—, lo importante es que se fue y no las si...

Las tres respingamos al escuchar el timbre.

—... siguió —terminó.

Mi corazón se acelera un poco. ¿Será?

Mamá y la abuela se miran. —Imposible —dicen las dos al mismo tiempo.

En cualquier caso, alguna tiene que ir a ver... Mamá es voluntaria y se acerca a la puerta tratando de no resonar demasiado sus tacones. Mira por el ojo de gato y, en menos de un segundo, se vuelve a girar hacia nosotras luciendo pálida.

Mierda.

—La camioneta que venía detrás era de él, ¿cierto? —le pregunta mi abuela.

¿Qué?

—Pensé que era del vecino —dice mamá.

—Yo también.

Volvemos a escuchar el timbre. Oh, Jesús. Le pido a mamá que se aparte y esta vez soy yo la que mira por el ojo de gato.

Sí. Es Oliver.

Mi estómago se retuerce en nudos.

—Le diremos que no estás —sugiere rápidamente mi abuela.

—No. Seguro me vio de pie en la puerta —recuerdo.

Ay, Dios

—¿Qué hacemos entonces? —pregunta mamá.

—Lo voy a enfrentar —decido, limpiando el sudor de mis manos en mi pantalón. 

—¿Segura? —insiste en saber mi abuela y asiento. Mamá y ella se miran y empiezan a subir las escaleras.

Oh, divino redentor...

Me giro otra vez hacia la puerta, golpeo un poco mi frente ahí, libero un un poco de aire y abro...

—Hola, Sis —me saluda Oliver, sonriendo.

En respuesta, esbozo una sonrisa que se asemeja más a una mueca y me aparto para dejarle pasar.


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No olviden que si publican en el grupo de Facebook Tatiana M. Alonzo - Libros deben agregar advertencia :)

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