Capítulo I
Si le preguntas a cualquier aficionado a las letras, cuál es la forma más cliché de comenzar a narrar una historia posiblemente conteste que el despertar del protagonista, pero yo difiero en eso, como experta en los viajes en el tiempo puedo asegurar que en cada época es una experiencia totalmente distinta y que en efecto, sí vale la pena ser narrada.
Así que, para dejar mi peculiar precedente, en perfecta sincronía con el primer rayo de luz que se atrevía a cruzar por el ventanal, la alarma del celular sonó aclamando el inicio de un nuevo día.
Emití un pequeño quejido de molestia.
Tan estruendoso y repetitivo.
¿Hasta cuándo me decidiré a cambiar el horroroso tono de la alarma?
Aquí, no hay sonido de pájaros para despertarme, ni las risas de mis compañeros de la academia, lo que hay, es el ruido salvaje de la ciudad y claro, de este aparatito moderno de quince por siete centímetros denominado iphone, bastante adictiva y costosa, por cierto.
Estiré la mano al otro lado de la cama y rebusqué debajo de la almohada.
Yo, y la mala costumbre de dejar este aparatejo botado donde fuera, juro que a veces le salen patas o hay duendes en este departamento.
Con los ojos entrecerrados y el cuerpo trabajando en automático, pulsé la pantalla del dispositivo móvil, seis y media de la mañana, le di stop y la habitación volvió a quedar en silencio. Paz.
Por unos segundos, quizás minutos, me quedé mirando fijamente el techo blanco del apartamento.
¿Realmente valía la pena levantarme? La pelea interna de cada mañana hasta que las ganas de hacer pipí son mayores a mi deseo de seguir acostada poniéndole pausa a la vida.
Desde que me asenté en esta época, así iniciaba los días, sonaba la alarma, saludaba René, me quejaba de mi existencia un rato hasta levantarme al baño y ya ahí, comprobar frente al espejo si tenía un nuevo granito o si mi cabello con electricidad decidiría cooperar, por último, para enfrentar al mundo como se debe, me lavaba los dientes.
Al salir del cuarto de baño iba derechito a abrir las cortinas del ventanal que daba al balcón. Nada como una habitación iluminada con luz natural para alejar las malas energías y los espíritus.
En automático mis pies se giran con urgencia y me conducen a la barra de la cocina. Mi cuerpo adicto a la cafeína aclamaba su dosis matutina, así que, coloqué agua en la jarra eléctrica, posiblemente uno de mis inventos favoritos en los últimos años en esta época, mientras hierve, disfruto de molestar un poco a René y, claro, conversar, debatir quién tuvo el sueño más interesante, qué desayunaremos y fijar nuestro importante itinerario para el resto del día.
Con una taza de café bien cargado con un chorrito de leche entre mis manos, opto por sentarme en el escritorio a hacer hambre y revisar la bola de cristal. Sí, literalmente una bola de cristal, en pleno siglo veintiuno todavía existen brujas con bolas de cristal, hechizos y todo el kit mágico. La gente piensa que la brujería es un arte olvidado, mejor dicho, eso queremos que piensen.
Las brujas siempre hemos tenido fama de tener un carácter fuerte, vestir ropas oscuras y hacer maldades, a decir verdad, lo del carácter es algo hereditario, las ropas oscuras son por gusto, una tradición irrompible, que, además, vaya que nos da clase, y por lo de las maldades...podríamos destruir el mundo con un chasquido de nuestros dedos si eso quisiéramos, pero, algunas de nosotras optamos por ser chicas buenas, o por lo menos lo intentamos.
La bola de cristal me ata con mi época, a la línea correspondiente al año de nacimiento y me indica trabajos mágicos que envía mi cuidadora para no volverme una simple mortal. Son tareas variadas, hacer un hechizo de amor para algún corazón roto, pasar un mensaje del más allá a un desconocido, una pócima para la abundancia, hasta darle su lección a cualquier chico que intente pasarse de listo jugando con los sentimientos ajenos.
No lo voy a negar, algunas labores son bastante complicadas, pero, mantienen mis poderes en forma y no me dejan tiempo para malos pensamientos ni aburrirme.
Pasé la mano por el cristal de color morado, apenas y se iluminó, se sentía diferente, frío al tacto con mis manos cuando por el uso la magia, es todo lo contrario, suele emanar calor y energía, algo no andaba bien. Esperé a que se formulaba una petición, pero nada, no hubo respuesta ni señal de vida.
—Está vieja bola de cristal es una cascarrabias—señaló René antes de dar un salto ligero y elegante para subirse al escritorio.
Solté una risita nerviosa al escuchar su comentario.
Porque sí, René es un gato, y sí, puedo escucharlo y entenderlo a la perfección.
Uno podría pensar que es de locos tener la habilidad de hablar con los gatos, pero la verdad es, que estos pequeños al tener nueve vidas tienen mucho por decir, experiencias de vida inigualables y una percepción del mundo como si fuera una pieza de arte.
Cierto es, que a René la mayor parte del tiempo se le olvida que es un gato, le encanta quejarse, es como un viejito exigente y cascarrabias, pero en cuatro patas y de pelaje negro brillante. Desde mis primeros recuerdos de la infancia él ha estado acompañándome, mi espíritu familiar, mejor amigo y cómplice en los viajes en el tiempo,
—Volveré a intentarlo—indiqué.
Cerré los ojos para concentrarme y volví a pasar la mano por la bola de cristal, esperé, abrí los ojos y nada.
Me pasé una mano por el cabello ansiosa, confundida y un poco frustrada, nunca antes había sucedido algo igual.
—Creo que deberías de hablarle a tu cuidadora, Verónica—argumentó René sin dejar de acicalarse—, eso no es normal.
Hice una mueca con los labios no muy convencida con la idea.
Comencé a tamborilear los dedos en el escritorio pensando una solución.
Cuando decidí abandonar la academia de magia (por no decir que me escapé en una muestra de rebeldía), porque uno a los veinticinco años de edad quiere ver y conocer más, explorar y potencializar sus poderes de bruja, en mi caso, mejorar mis saltos a través de las líneas temporales y viajar de aquí para allá sin las limitaciones de mi cuidadora.
Bueno, siempre y cuando no ocasione desastres, provoque una guerra o en su defecto el apocalipsis.
Solamente en una ocasión René ha tomado la decisión, sin mi consentimiento, porque mi orgullo no me lo permite, de llamarle a mi cuidadora y fue cuando incendié la cocina tratando de hacer una receta de galletas que encontré en internet y los vecinos no se decidían entre lincharme o echarme del apartamento. Un hechizo del olvido resolvió la aparatosa situación.
—Eso significa que el cristal se quedó sin energía—lo detuve tratando de sonar lo más segura y convincente posible—, no hay porque hacer tanto drama, René.
Foco rojo, mentía, ¿qué estaba pasando? ¿Cómo era eso posible?
Le di un trago al café, sentía a boca seca por los nervios.
—Quita esa cara—me pidió dándome un golpecito en el rostro con una de sus patas delanteras—. Demasiados años llevamos juntos como para no conocer esa expresión tuya de cuando no tienes ni la más mínima idea de lo que está pasando.
Tragué saliva, me descubrió.
—No porque sea un artefacto mágico significa qué no se canse, Verónica—me explicó—. Tú más que nadie por la alquimia sabes que todo tiene un ciclo, cada cosa pasa por un proceso. La bola de cristal absorbe y se alimenta de tus poderes mágicos, al parecer, tienes que recargarlos. Ley de equivalencia.
— ¿Qué hago para recuperarlo, René? ¿Con un hechizo? ¿Tengo que hacer un ritual o qué? —lancé las pregunta una tras otra.
—Simplemente tienes que descansar, relajarte y disfrutar tu día con cosas simples.
— ¿Qué? —solté incrédula— Y eso ¿qué demonios significa? —dejé caer las manos en el escritorio inconforme.
—Esa lengua...—me reprendió.
Puse los ojos en blanco.
—Significa que por unas veinticuatro horas no vas a poder usar tu magia y tendrás que estar tranquila sin meterte en líos, ver las cosas de la perspectiva de una chica humana, común y ordinaria.
Para qué fingíamos, tanto a René como a mí se nos erizó el pelo de solo escuchar eso.
—Eso es imposible—me negué haciendo un gesto con la cabeza—, he sido bruja antes de nacer, no sé ver las cosas sin un lado mágico.
—Tendrás que intentarlo, primero es la bola de cristal, luego perderás la habilidad de hablar conmigo, ¿correrías ese riesgo?
¿No volver a hablar con René? Primero muerta.
Entonces, la decisión está tomada.
Hice mi silla para atrás y me dispuse a pararme.
—Si la magia quiere que me tome un día de descanso, no se lo voy a debatir—dije con determinación mientras me dirigía al closet.
—¿Qué?—cuestionó detrás de mí confundido—; ¿Cambias así de rápido de opinión?
—Sí—afirmé rebuscando entre las prendas el outfit perfecto—, nos vamos a la calle René, a recargar energía.
—Eres una descarada.
—Lo sé—admití y reprimí una sonrisita—. Soy ese tipo de bruja.
Con mi guardarropa intentaba no entrar en conflicto, de cualquier forma, cuando viajamos en el tiempo al cambiar de lugar y época, llevar equipaje no es una opción, solo lo esencial, aun así, tengo trucos para darme uno que otro lujito y verme bien, porque sí como bruja he fallado, si fuera humana pecaría de vanidosa, y en este año, dos mil veintiuno, vaya que me cuesta dejar de comprar cosas, es solo que las veo en los aparadores y necesito tenerlas.
Sí, esa soy yo, Verónica compartiendo algunos de sus sucios hábitos.
Opté por unos botines rojos de charol, un suéter de lana blanca con cuello de tortuga súper suave y calientito, encima me puse un vestido negro que me llegaba unos dos dedos encima de la rodilla y, como la Madre Naturaleza puede ser berrinchuda e inesperada, un abrigo largo de color negro que, según yo, me daba un aire de misterio, para complementar, elegí un collar y unos pendientes pequeños dorados a juego.
El maquillaje no podía faltar, así que, para darle vida a mi rostro paliducho, me coloqué un poco de rubor, mascara de pestañas para resaltar el color ámbar de mis ojos y tinta para labios de un tono entre anaranjado y rojizo.
Lista.
—Vámonos, René.
—Si yo te estoy esperando—rezongó.
—Se me olvida que tú vas desnudo por la vida—me burlé.
Me soltó un manotazo en la pantorrilla clavándome un poco las garras, movía su cola de lado a lado con rapidez molesto, pero no dijo nada, el silencio que significaba que se las iba a cobrar en la noche maullándole a la luna para no dejarme dormir.
Antes de partir, tomé mi bolso y comprobé que llevaba las llaves del departamento, es un drama cada que se me olvidan y a mi pesar, es algo recurrente.
Cuando salimos al pasillo, René y yo nos desconcertamos al toparnos con una revolución de cajas de cartón de todos los tamaños, hule espuma, papel periódico y piezas regadas de lo que parecía un librero y ese peculiar olor de cuando algo lleva guardado mucho tiempo.
—¿Qué es todo esto?—saltó René encima de una de las cajas selladas con cinta—. ¡Parece un basurero!—exclamó molesto—. Nosotros no pagamos una renta tan alta para vivir en un basurero—olfateó un poco la caja y contrajo la nariz con asco—. Pero qué gente, Verónica, qué gente, ya me van a escuchar. Tanto que molesta la señora Robinson con la política de mascotas en el edificio y ve esto, es absurdo. Solo espero que un vagabundo no se haya colado al edificio.
—Un gato negro—mencionó una voz varonil detrás de una pila de cajas.
René pegó tremendo brinco despavorido y corrió con la cola erizada a ponerse entre mis piernas.
En cambio, a mí, el acento de la voz me pareció curioso, no era de por aquí.
—Que observador—mencioné a la nada, porque literal, no veía a nadie.
Entonces, mis deseos fueron órdenes y de detrás de la pila de basura (según René), salió a nuestro encuentro un joven sonriendo de oreja a oreja, parecía divertido, como si acabara de escuchar un chiste. A primera vista nada feo debo aclarar.
Dejó la caja que traía cargando sobre una pila de cosas, se llevó las manos a su pantalón de mezclilla deslavado y se restregó las manos para quitarse el exceso de polvo, luego, esquivando las cosas en el suelo como si fueran minas, caminó hasta ponerse frente a mí.
Me sacaba como cinco centímetros de altura aun con los botines puestos, bronceado como de pasar horas bajo el sol en la playa, ojos de color café oscuro y profundo, grandes y brillosos, cabello negro, lacio en un corte despreocupado, algunos mechones le caían revueltos por la frente empapados de sudor. Por alguna razón, su aspecto me recordaba a un cuervo.
—Me sorprendió bastante ver un gato negro salir de la nada—admitió fascinado buscando con la mirada a René quien se encontraba escondido entre mis piernas descubiertas, desnudas, a la intemperie.
Asentí incomoda.
—Disculpa—dijo volviendo a posar su mirada con urgencia en mis ojos. Un evidente sonrojo se asomó en sus mejillas cuando captó lo que sucedía—. Me presento—extendió la mano para saludarme—, me llamo Mateo Vitale, acabo de mudarme, seremos vecinos—giró la cabeza hacia la puerta justo al lado de mi departamento.
El vagabundo atractivo es mi nuevo vecino, qué divertido.
—Mucho gusto, soy Verónica—tomé su mano con un leve apretón correspondiendo su saludo.
— ¿Sin apellido?
Me encogí de hombros y desvié mi atención a René.
—No necesitas saberlo—expliqué con media sonrisa—, de cualquier forma, no pienso quedarme por mucho tiempo.
— ¿Solo de paso? —quiso saber.
Viajando en el tiempo, vecino.
—Sí, algo así...—me limité a decir.
—Qué no seas un hombre tan entrometido y chismoso, dice—se quejó René.
A los oídos del joven fue un simple maullido, pero yo, tuve que morderme la lengua para no reírme.
Vaya momento incomodo de silencio me hizo pasar el minino.
—Bueno Mateo, un gustazo, gran edificio para vivir—hice un gesto de pulgares arriba, él levantó lo mano como si fuera a decirme algo más, pero lo corté de tajo, me parecía rarito la verdad—. Voy algo tarde, ten un buen día, luego nos vemos—me rasqué la nuca dudosa— o ¿no?, quien sabe, adiós.
Me di media vuelta y hui.
———————☾✩☽——————
Doblamos en la esquina y antes de que el bullicio de gente nos atrapara, tomé a René en brazos. Ya nos ha pasado que por gente que no sabe despegar la cara del celular lo pisan y bueno...evitar que él o yo se les vaya encima para sacarles los ojos es una tarea imposible, y como ya no estamos en un pueblo en medio del bosque donde la ley la hacen las brujas y los hechiceros, de tener que hacer un hechizo del olvido cada que un accidente sucede a ponerlo seguro conmigo dentro del bolso, la segunda opción es la mejor.
René se acomodó y dejó su cabeza asomada, no le gustaba perderse ni del más mínimo detalle y cuando ojos curiosos o malvibrosos lo veían, bastaba con gruñido para ponerlos en regla. Viejito salvaje, le dicen.
—Es extraño, ¿no, René?
— ¿Qué? Esta época—señaló—la gente es como gallinas, no se detienen a ver lo que tiene en las narices.
—Además de eso—afirmé y no pude evitar reírme—, me refería al nuevo vecino.
—Huy sí, un hippie sin modales. Esos pantalones medio rotos, sus botas sucias y ese suéter gris aguaducho...No, no me cayó bien—sentenció.
—Te veía como si fueras un mono de circo—me burlé.
René me clavó los ojos cual cuchillos.
—No vuelvas a hablarle, Verónica—me advirtió—, ese humano apesta a problemas.
Asentí.
Con que, ¿problemas?
Sacudí la cabeza, adiós impulso de idiotez.
Pasamos por una cafetería bastante pintoresca a la vista y no pude evitar detenerme a echarle un vistazo, el logo tenía unas mariposas y por el ventanal el interior del lugar parecía acogedor.
—Nabi Café—leí para mí misma—. Luego hay que probar algo de aquí, ¿te parece? —le pregunté a René.
Él asintió con la cabeza.
—Ya no te distraigas, Verónica—me pidió—, que la panza me gruñe.
— ¿Ahora quién es el descarado? —lo miré con los ojos entrecerrados y reanudé el paso—. Si comiste en la casa, René, no es posible que de nuevo tengas hambre—debatí.
—Una empanadita de atún nos hará recuperar nuestros poderes más rápido—argumentó—, no podemos volver a viajar en el tiempo así de débiles.
Exhalé.
—Es verdad—me encogí de hombros—. ¿Crees que deberíamos de regresar a la academia? Últimamente extraño a Melissa y los demás.
—Aquí no tienes a nadie con quien compartir tu magia, o por lo menos no hemos conocido a ninguna bruja o hechicero legítimo, lo que sí, es que hemos comido cosas deliciosas y que en nuestra época no existen.
Solté una risita.
—Tienes razón, nos estamos poniendo gorditos—señalé mi estómago.
Cuando llegamos al restaurante pedí una caja de empanaditas para llevar, dos de atún para René y dos de dulce de leche para mí.
Fuimos a nuestro parque favorito he improvisamos un pequeño picnic cerca de la fuente principal. El viento soplaba con fuerza, bastante fresco, este invierno pegaría con fuerza. Cuando se nos bajó la comida, nos dirigimos a la librería más cercana para ver si encontraba alguna novedad, ¿qué puedo decir? soy una mujer débil ante los libros, me encantan, me han hecho la mejor compañía cuando no he tenido a nadie al lado, así que al pasar delante de la sección de novedades terminé comprando uno, el título y el diseño de la portada me atraparon, "Polvo de estrella".
En nuestra última parada, fui una bruja responsable y pasamos a una pequeña tienda naturista, era nuestro lugar recurrente y mejor elección para comprar suministros, me hacían falta algunas hierbas, amuletos y unas velas blancas, satisfactoriamente, conseguimos todo.
El regreso al apartamento fue tranquilo, sin darme cuenta pasamos todo el día fuera de casa, ya estaba por caer el sol. Me sentía algo cansada y los pies me rogaban por unas sandalias o calcetines.
Mientras subíamos por el elevador de nuestro edificio, recordé el peculiar encuentro de la mañana, ¿Mateo, seguiría guardando cosas de la mudanza?, mi alma rebelde tenía curiosidad de volver a topármelo, pero mi lógica me exigía que fuera razonable y precavida, cualquier día de estos viajare en el tiempo ciento noventa y dos años atrás y una de las reglas de oro es no atarse demasiado a otra época, no podemos dejar huella.
La puerta del elevador se abrió y deje salir a René del bolso.
— ¿Te parece si tomamos una siesta?—me preguntó estirándose.
—Sí—afirmé enternecida, mi bebé estaba cansado.
Caminamos por el pasillo y al llegar a la puerta de nuestro apartamento ya no había rastro de cajas ni muebles, si acaso un poco de basura y polvo, pero nada más.
———————☾✩☽——————
—Verónica—escuché a lo lejos a René, pero estaba demasiado cómoda como para abrir los ojos—. ¡Hey!—volvió a llamarme—, Verónica, despierta.
Sentía su nariz húmeda dándome golpecitos en la cara para despertarme.
— ¿Qué sucede, René? —le pregunté sin abrir los ojos—. Dijiste que debía de descansar.
—Es que algo pasa—me advirtió—, puedo olerlo.
Abrí los ojos de golpe alarmada y parpadeé para poder acoplar la vista a la oscuridad de la habitación.
— ¿Le sucedió algo a la bola de cristal?—me senté de golpe frenética—. No quiero quedarme atada a esta época—dije con el corazón en la boca.
—No...—se rio por debajo—, hay algo afuera en la balcón—volvió a insistir.
— ¿En el balcón?—pregunté aun somnolienta— ¡Ay no!—me queje a la vez que me tallaba los ojos—. No me digas que me despertaste para cazar una paloma del barandal.
— ¡No! —negó—, y eso solo sucedió una vez—refunfuñó—. Mueve el trasero y ven a averiguar a lo que me refiero.
Con el pesar de mi alma, mi cuerpo tuvo que despegarse de la deliciosa y cariñosa cama.
Me acerqué primero al interruptor de luz para encenderla, bonita cosa sería que cayera de boca al suelo ¿verdad?, luego, arrastrando los pies como si trajera cadenas amarradas a los tobillos, hasta el mismísimo fantasma de Canterville sentiría pena por mí, fui a revisar la escena del crimen.
— ¿Qué es, René? —le pregunté sin ver nada evidente al asomarme. El viento fresco hizo que me abrazara a mí misma y las piernas descubiertas se me pusieran de piel de gallina—. No veo nada.
— ¿Es que no lo hueles?—me preguntó sorprendido colocándose a mi lado.
Me concentré en detectar el olor y en efecto, mis fosas nasales y mi estómago no tardaron en percibir el delicioso aroma a comida, vergonzosamente me descubrí salivando.
— ¿Abrieron un restaurante cerca?
— ¡No!—negó René emocionado—. Eso es lo más curioso de todo, es el vecino vagabundo cocinando—señaló con su cola al departamento de al lado.
Pestañeé confundida.
—Un segundo, y tú ¿cómo sabes eso?—cuestioné.
René se relamió los bigotes.
—Me asomé a su balcón—confesó presumiéndome su hazaña
— ¿Qué hiciste qué?—lo reprendí.
—Solo un poquito—me dijo cantoneándose por mi pierna para aligerar la situación.
—René...—me crucé de brazos indignada.
Su nivel de descaro nunca dejaba de sorprenderme.
—Es que tú no sabes lo que yo vi, Vero, está cocinando un salmón. Un salmón enorme—enfatizó—, como los que cazaba en el lago del pueblo, huele exquisito y se ve que ese vagabundo sabe lo que hace.
—Eres un sinvergüenza—lo contradije—, primero me dices que solo le ves cara de problemas y ahora, es un héroe culinario—rodé los ojos—, quien te entiende...
Hubiera terminado la oración, pero, fui groseramente interrumpida por el chillido del timbre.
Me giré en dirección a la puerta atónita.
¿Subí de más el volumen de mi voz?
No estaba de humor para pelearme con los vecinos chismosos del edificio.
—¡Mira lo que hiciste! —reprendí a René tratando de modular el tono de mi voz.
— ¿Yo?—preguntó ofendido.
—Justo hoy que no puedo usar mi magia, ni estoy de humor, René, ¿cómo demonios voy a borrarle la memoria a quien sea que esté detrás de la puerta? —señalé con el brazo la entrada.
—Siempre queda la opción de ser amable—me aconsejó ladeando la cabeza.
Ni él se creía sus palabras.
El timbre volvió a sonar con insistencia.
Puse los ojos en blanco.
— ¡Voy!—grité.
—Ni creas que dejaré pasar esto—lo amenacé.
De dos zancadas me coloqué frente a la puerta, exhalé con pesadez y abrí apenas lo suficiente para asomarme a ver quién era.
Demonios.
—Hola Mateo—lo saludé incomoda y con cierto asombro.
—Hola vecina—me saludó agitando la mano—, creo que nuestra primera impresión no fue la correcta—comenzó a decir titubeante—, ya me he instalado—se pasó una mano por el cabello. ¿Acaso estaba nervioso?, porque se veía nervioso—, bueno, casi—se corrigió a sí mismo—, pero todo lo del área de cocina está listo y me las ingenie para conseguir un salmón increíble—hablaba rápido y con su acento extranjero tenía que prestarle toda mi atención para entenderle—, hasta he horneado un poco de pan con ajo—puntualizó orgulloso con una sonrisita que le marcó los hoyuelos—, quería saber si estas libre esta noche y si te gustaría cenar conmigo—hizo una pausa incomoda de segundos que se sintieron como horas, solo faltaba que sonara un grillo—, no como una cita ni nada—soltó negando con las manos—, apenas me estoy acoplando a la ciudad así que no conozco a mucha gente—se miró cabizbajo, entendía perfecto ese sentimiento—...igual si no puedes esta noche tampoco es problema, puedo traerte en un refractario para que lo pruebes.
—Mmm...—murmuré procesando—. No lo sé, Mateo—la desconfianza de bruja siempre por delante—, justo estaba dormida y—me quedé muda al sentir a René cantonearse entre mis pantorrillas. Quería hacer acto de presencia a como diera lugar—. ¡René!—lo llamé irritada.
Y por el pequeño espacio de la puerta, se escabulló fuera del departamento.
—No lo regañes—me pidió Mateo inclinándose para acariciarlo—, seguro debió oler lo que estaba cocinando y le dio curiosidad—argumentó rascándole la barriga.
—Tienes razón, vecino vagabundo—dijo René dejándose tocar por conveniencia—. Dile que sí Vero, hazlo por el salmón y por mí, solo será esta vez y no volveremos a hablarle.
Era de poco creer.
—Está bien—pronuncié mirando hacia los lados por si algún vecino metiche estaba presente.
— ¿Sí?—me miró sorprendido y como resorte se puso de pie.
Asentí con la cabeza no muy convencida de mis palabras.
—Me pongo zapatos y voy a tu departamento.
—Va, está perfecto, puedes traer a René también si quieres, me encantan los animales.
— ¿Animal?, ¡Yo no soy un animal!—exclamó indignado René.
—Ahorita nos vemos—afirmé.
Tomé en brazos con rapidez a la pantera negra y me metí al apartamento.
Sin demora, corrí al baño para comprobar mi aspecto en el espejo.
Mateo, ¿estaba coqueteando? Imposible, ni me conocía, solo quería ser amable, pero, ¿y si no?
Me sentía confundida, esta era una de las cosas que solo había visto en las películas de amor y chick flicks de Netflix, yo soy bruja, viajo en el tiempo, no un tonto querubín con arco, lo más cerca que he estado de chicos son mis compañeros de academia que, no cuentan, son como mis hermanos.
Espera, ¿por qué demonios dije que sí? y más importante, ¿por qué pensaba en coqueteo?
No usar mi magia seguro me afectó una neurona o algo.
Pero, como en las películas, trataría de verme presentable...o lo que estuviera cerca.
El espejo me regaló la imagen de una Verónica con el rostro hinchado y el lado izquierdo de la mejilla repleta de líneas marcadas y de color rosáceo por la almohada. Mi cabello es ondulado, casi rizado y por naturaleza rebelde, bueno, en este instante parecía un monstruo que quería comerme por lo enmarañado que se está y, cerca de la comisura de los labios un rastro de saliva seca que mejor me moría de la vergüenza de una vez.
Me cubrí el rostro con las manos y reprimí un grito.
¡¿Cómo permití que me viera así?!
Solucioné mi desastroso aspecto lo más rápido que pude y por supuesto me cambié, seguía con la ropa de la mañana y la verdad, olía feo, a calle y sudor. Nada extravagante, unos jeans de corte alto, converse de botita blancos, un suéter negro holgado y ¡vámonos! Partimos a la cena.
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¡Hola, extraño! Que gusto verte de nuevo.
Si has llegado hasta aquí, te lo agradezco infinito. El easter egg, ¿qué les pareció?
Espero que hayas disfrutado leer el primer capítulo de esta interesante y divertida cena, ¿qué pasara en la cena?, ¿Cómo se comportaran Verónica y René?, ¿Mateo será un buen anfitrión y vecino? Uff, estoy muy emocionada por la siguiente parte.
Si les gustó la historia, compartanla con amig@s me encantaría ver a gente nueva por aquí.
Si todo sale conforme a lo planeado, nos vemos la próxima semana. Ya sea con un nuevo relato (¿tal vez una deliciosa actualización en Nabi Café?), o un nuevo capítulo.
Recuerden mis redes sociales, intagram, twitter, tik tok me encuentran como: chris_hevia
Mientras tanto, te invito una taza de café (preparada por Charlie por supuesto) y los leo en los comentarios, ¡Amo saber lo que opinan!
Todo mi cariño, Chris.
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