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LA BRUJA DE SALEM

Estoy colocando el último pasador que estará sujetando el moño de trenza que vi en una revista y que supuestamente era un peinado común de Salem en el siglo XVII.

Observo mi disfraz en el espejo de cuerpo completo y quedo maravillada.

El saco negro tiene botones dorados en la parte de enfrente y en mis muñecas. Sobre mis hombros llevo una capa blanca en forma de triángulo. La falda cubre mis piernas, pero los zapatos en punta sobresalen y sé que de todas maneras tendré muchas miradas sobre mí.

Lastimosamente el sombrerito de tela cubrirá el precioso peinado que tanto me costó hacerme, pero es parte del atuendo de bruja de Salem.

– ¡Margaret! – escucho a mi hermana llamarme desde la planta baja – ¡Samuel está aquí!

Al escuchar el nombre de mi novio, me apresuro a ponerme el guardapelo en forma de corazón que me regaló –  tiene en el centro una cruz plateada y adentro una foto de los dos en cada lado – luego bajo corriendo las escaleras.

– ¡Samuel! – digo al tiempo en que me abrazo a su cuello –.

– ¡Buenas noches, Margaret! – contesta con un hilo de voz por mi fuerte saludo y lo suelto – ¡Estás preciosa!

– ¡Gracias! – le digo tímidamente –.

Samuel se despide de mi hermana y juntos nos encaminamos a la fiesta que organizaron nuestros compañeros de universidad.

El camino no es tan largo, pero Samuel siempre es muy platicador y me causa extrañeza que no esté hablando hasta por los codos.

– ¿Te pasa algo, Samuel?

– Margaret, eres importante para mí, sin embargo...

– ¿Sin embargo? – hice la pregunta, pero algo me dice que la respuesta no va a gustarme –.

– Tu alma está en el cuerpo equivocado.

– ¿De qué rayos estás hablando? – me alteré porque era lo más estúpido que pudo decirme, pero luego lo pensé mejor y me empecé a reír – ¡Eres un tonto!, casi caigo en tu bromita.

Samuel no dijo nada y mantuvo su semblante serio los escasos metros que nos faltaban para llegar al lugar de la fiesta. El problema es que sería en la casa de un pequeño bosque y la oscuridad que lo rodeaba me causo mucho miedo –sobre todo por la manera en que mi novio se estaba comportando –.

Caminamos hasta la mitad del camino y frente a mí se hallaba una cabaña rustica de un piso que además no evidenciaba que tuviera personas adentro.

– ¿Qué es esto, Samuel? – mi voz tembló por el miedo que me producía su actitud y el lugar tan lúgubre –.

– Aquí vivía con mi amada Ann.

– ¿Amada, Ann?... Samuel, te estás pasando con tu broma y como no estoy dispuesta a soportarte, ¡me largo!

Di la vuelta y caminé unos pasos, pero una intensa neblina cubrió el lugar y un viento helado me hizo castañear los dientes.

De pronto la neblina hizo un remolino y mis ojos vieron con horror cómo se empezaba a formar la silueta de lo que supuse era una mujer, pero aunque al final mantuvo las formas femeninas, su cara de cráneo y un corazón sangrante en el interior de sus costillas, le daba un aspecto grotesco.

– ¡Ese es mi cuerpo! – la mandíbula se abrió, pero la voz que salió de ella no era la de una mujer, si no la de un ser espectral –.

Su dedo huesudo me apuntó y supe que se refería a mí.

– ¡No! – grité desesperada – ¡éste es mi cuerpo!

– En realidad no lo es, Margaret – respondió Samuel a mi espalda – ese cuerpo le pertenece a mi esposa y esta noche lo vamos a recuperar.

La mano de Samuel sujetó mi brazo y de un tirón me obligó a girar en su dirección. Lo único que alcancé a ver, fue su otra mano empuñando una daga que se hundió en mi pecho y después la oscuridad me absorbió.

Al abrir los ojos me vi junto a Samuel.

Él me admiraba y me hizo dar unas cuantas vueltas antes de tomarme entre sus brazos y besarme, pero algo en esa imagen no cuadraba, y al mirar mis manos huesudas supe que ya no me encontraba en mi cuerpo.

Ambos me miraron con una sonrisa siniestra. La mujer se quitó el gorro y liberó su cabello del peinado elaborado que tanto me costó hacer.

– ¡Te agradezco el haber cuidado de mi cuerpo durante veinte años! – pronunció ella sin dejar de sonreír – tu regalo es un pago justo por lo que tus antepasados me hicieron.

– Debes estar preguntándote de qué habla mi adorada, Ann – continuó Samuel – verás, tus antepasados la condenaron a morir en la horca supuestamente por ser una bruja... bueno, eso sí era cierto, pero sólo hacía hechizos de separación de almas y gracias a ese don, pudo separar la suya. El problema fue que su odio la ató a su verdugo y solamente una descendiente de esa sangre maldita, podía ser usado.

– Esta noche de Halloween decidí reclamar la deuda de tu familia, pero como no puedo perdonarlos, serán eliminados para siempre.

– Entonces, ¿me estuviste engañando para poder devolverle la vida a esta bruja asesina? – le pregunté a Samuel –.

– Este es mi esposo, niña – aventó en el suelo el guardapelo que me diera mi amado – el alma de tu novio debería estar vagando en algún lugar de este bosque, pero como no sabe controlar sus movimientos, lo más seguro es que el viento se lo llevó lejos.

Mi alma lloraba mientras esos dos sonreían y finalmente se fueron dejándome sola en ese lugar oscuro.

Supe unos años después que mi familia no sobrevivió esa noche.

Los lugareños cuentan que la hija menor los asesinó con ayuda de su novio – y a ninguno arrestaron –.

Mi odio ha empezado a surgir conforme mi mente rememora el instante de mi muerte.

Apenas he conseguido moverme unos kilómetros. Mi forma espectral asusta a muchos y no puedo esconderme porque no he logrado acostumbrarme a flotar, ni a usar las ventiscas a mi favor.

Cada noche grito el nombre de mi novio con la esperanza de volver a verlo para estar juntos – aunque sea de esta manera – pero entre más pasa el tiempo, menos confió en que eso suceda.

Un día de Halloween maté accidentalmente a un anciano. El pobre caminaba por el bosque cuando me le aparecí y su corazón no resistió, sin embargo su muerte trajo algo muy beneficioso; un músculo en mi pie me mostró que puedo recuperar mi forma humana y desde ese momento atemorizo intencionalmente a personas perdidas que se adentran en mis dominios.

En un lago observo mi figura y aunque me siguen faltando partes de piel, ya puedo trasladarme gracias a que mis pies están completos.

En mi mano sostengo la daga con la que me mataron y en la otra el guardapelo que me dio mi novio.

– No te preocupes, Samuel, pronto te encontraré... Y ustedes malditos, morirán en mis manos.

Me dirijo a la entrada del bosque. A lo lejos miro a un grupo de adolescentes acercándose y mi esquelética mandíbula se abre en un intento de sonrisa porque esta noche recuperaré otra parte de mí.

– ¡Lo siento! – ese susurro lastimero es lo último que escuchan los jóvenes antes de entregar su alma a la oscuridad –. 

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