Capítulo 19
Emprendieron el viaje aquella misma tarde, dejando a Axael y a Abadón al mando de la ciudad. Inicialmente, la idea de Mael había sido la de dejarlo todo en manos de su guardián. Estaba preparado y sabía lo que tenía que hacer. Sin embargo, para mayor seguridad, Créssida había propuesto que Abadón le acompañase, y que se apoyaran en Adriano. Aquella decisión, como era de esperar, no había gustado al Duque, pero teniendo en cuenta su posición como consejera, no había tenido más remedio que aceptarla. Si lo que quería era viajar con ella, iba a tener que aceptar ciertas condiciones, y mantener a Messina en Turín era una de ellas.
Así pues, por primera vez en muchos años, la bruja inició un viaje sin Abadón como montura. Subieron a lomos de dos sementales negros de ojos rojos que el propio Mael había traído del Inframundo y se pusieron en marcha.
Mael resultó ser mejor compañero de viaje de lo que Créssida esperaba. Aunque durante las primeras horas apenas hablaron, demasiado concentrados en el camino, durante las paradas en las posadas resultaba agradable su presencia. Era fanfarrón y a veces incluso algo pedante, pero resultaba agradable no viajar sola. Créssida tenía la sensación de que de un momento a otro la iban a apuñalar por la espalda, que en cuanto bajase la guardia alguien la traicionaría, y poder contar con un par de ojos adicionales resultaba reconfortante.
La primera jornada fue especialmente cansada, con varias horas de lluvias y el suelo enfangado. Créssida se había propuesto llegar a la frontera con Francia, convencida de que aquellas monturas infernales serían capaces de aguantar el ritmo, pero las condiciones climatológicas les obligaron a parar más de lo que hubiesen querido. Así pues, aquella noche quedaron a cierta distancia del país vecino, pero estaban lo suficientemente cerca como para no sentir que habían perdido el tiempo.
Pidieron alojamiento en una de las posadas del Parque Natural Gran Bosco di Salbertrand, donde se protegieron de la intensa tormenta que sacudió la zona toda la madrugada. Empezaron la noche en habitaciones separadas, cada uno metido en su propia cama con un puñal entre manos, y la acabaron en la habitación de Créssida, de espaldas el uno contra el otro, creyéndose así más seguros.
El círculo de protección que había dibujado la bruja alrededor de su cama también ayudó a que pudiesen descansar algo más tranquilos.
Llegado el amanecer, desayunaron, tomaron sus monturas y volvieron a ponerse en camino, con la ciudad de Briançon como objetivo. Volver a pisar su amada Francia era vigorizante, pero incluso así Créssida no logró volver a sentirse del todo segura. Ni esa noche, ni tampoco las tres siguientes. Tampoco cuando atravesaron la frontera con España, ni mucho menos la noche que un error de cálculo les obligó a dormir al raso, en las ruinas de una antigua ermita cristiana. La ciudad de Teruel no quedaba demasiado lejos, a menos de cien kilómetros, pero tal era el agotamiento de ambos que no se veían con fuerzas para seguir adelante.
—En cuanto llegue al castillo de tu amiga me voy a dar un baño de ocho horas —exclamó Mael, tumbado en el duro suelo.
Estaba encima de su propia manta de viaje, con la de Créssida cubriéndoles a ambos la cintura y las piernas. Al menos a ella, claro, a él le quedaban las botas al aire. Por tamaño, no daba para más. Tras ellos, a no demasiada distancia, los equinos descansaban, lanzando profundos ronquidos que no resultaban en absoluto tranquilizadores. Al menos, su presencia aseguraba que ninguna bestia salvaje se atrevería a acercarse.
—Mi amiga, como tú dices, vivía en una catedral —respondió la bruja, dedicándole una mirada fugaz—. Así que dudo mucho que encuentres una bañera de tu tamaño.
—¿Por qué será que no me sorprende? —repuso Mael con fastidio—. ¿Por qué os gusta tanto a las brujas llevar vidas tan humildes? Podríais estar rodeadas de lujos. De hecho, Eva lo hacía. ¿Por qué el resto no lo hace? Dudo mucho que a nadie le guste vivir aislado en una iglesia.
—Bueno, habla por ti —replicó Créssida con convicción—, a mí me gustaba mi Catedral de las Rosas. Vivía muy bien. Además, aunque no tenía bañera, sí tenía una laguna subterránea. Me la regaló el Maestro Oscuro hace doscientos años, una auténtica maravilla.
—¿Pero por qué? —insistió él—. Es que no lo puedo entender. ¿Qué encanto tiene vivir aislada de la sociedad pudiendo ser una reina?
Créssida se encogió de hombros.
—No puedo hablar por el resto, pero yo tomé esa decisión hace muchos años, cuando abandoné Turín. Es la forma más sencilla de evitar estrechar vínculos con nadie.
—Solo con Hades, claro... —Mael asintió con lentitud—. Cierto, lo había olvidado. Vosotras y vuestras normas absurdas. ¿Por qué lo hizo? ¿A qué se debe esa ley? Entiendo el peligro de que os encariñéis con alguien, pero me parece un poco extremo. Te enviaba a matar a todas las brujas que lo hacían, ¿verdad?
Créssida asintió con desgana. No eran sus mejores recuerdos precisamente. Se había manchado las manos en tantísimas ocasiones de la sangre de sus hermanas que incluso había perdido la cuenta.
—Me encargaba de ellas, sí.
—Porque tú eres una especie de líder espiritual, ¿verdad?
—Algo así, sí.
—Interesante... la verdad es que te pega. Empiezo a entender por qué te ha elegido para tu transmutación. Vas a ser una diablesa de lo más eficiente.
—¿Diablesa? —Créssida puso los ojos en blanco—. En serio, tengo cosas mejores en las que pensar que en vuestros experimentos... como en que no nos maten, por ejemplo.
—Pero eres consciente de que es muy probable que esas mujeres que intentan matarnos sirvan al dios que está intentando impedir tu transformación, ¿verdad? —Mael cruzó los brazos tras la nuca—. Todo está ligado.
Créssida no respondió. Mael tenía razón, todos los últimos sucesos parecían estar relacionados y le preocupaba no entender el motivo. Podía comprender que intentasen acabar con las brujas, no era la primera vez que el enemigo se enfrentaba a ellas, pero la implicación del aprendiz de Hades en todo aquello no tenía sentido. Cabía la posibilidad de que quisieran eliminar los pesos pesados del Dios del Inframundo para así intentar debilitarlo, pero resultaba sorprendente que lo hubiesen hecho con tanta rapidez. Al fin y al cabo, ¿acaso no había sido todo demasiado repentino?
Y lo peor de todo era que el paquete que había salido de Macello. No de Turín, ni tampoco de cualquier otro pueblo: había sido de Macello. Aquel maldito pueblo que ni tan siquiera siglos después lograba desterrar de su recuerdo.
Era estremecedor. De no ser porque sabía que estaba muerta, Créssida hubiese creído que en realidad era la propia Caeli la que había regresado de entre los muertos para vengarse de ella...
Pero aquello era imposible, por supuesto. La respuesta estaba tardando en llegar, pero pronto la obtendría, estaba convencida. Y entonces, todo encajaría. Absolutamente todo...
Llegaron a Sevilla tres días después, bien entrada la madrugada y con una torrencial lluvia helada cayendo sobre ellos a plomo. Tras ocho largas jornadas de viaje estaban agotados y calados hasta los huesos, pero también más decidido que nunca a descubrir la verdad. Y es que, incluso con la climatología en contra, no fueron capaces de esperar al siguiente amanecer para adentrarse en la ciudad milenaria. Cabalgando a toda velocidad por sus calles, con los caballos relinchando y los vecinos saliendo a las ventanas para asistir a la llegada de los imponentes corceles demoníacos de ojos rojos, y no se detuvieron hasta alcanzar la catedral gótica de mayor tamaño de toda la vieja Europa. Un majestuoso edificio de grandísima belleza, con paredes oscurecidas por el paso del tiempo y grotescas esculturas demoníacas cubriendo toda su fachada y torres, que se alzaba en el centro de la ciudad como su gran corazón.
Como el lugar de salvación de las almas de sus malévolos habitantes.
Presa del nerviosismo, Créssida desmontó y corrió a una de sus entradas cuchillo en mano, donde rápidamente saltó la verja. Recorrió el patio y se plantó frente a su imponente puerta verde.
Sobre su cabeza, la Puerta del Bautismo presentaba en su tímpano un impresionante relieve en que Hades había corrompido la escena del bautismo de Cristo que previamente había habido, haciendo tallar su rostro burlón en todos los personajes.
Créssida lanzó un fugaz vistazo a los relieves, tanto a las imágenes centrales como a los tabernáculos llenos de ángeles caídos que las rodeaban, y lanzó una rápida oración. Acto seguido, hundió el arma en la cerradura, creyendo por alguna estúpida razón que serviría de algo.
Por suerte, un simple golpe le bastó para comprender que era inútil.
—Aparta —ordenó Mael, adelantándose hasta quedar a un par de metros de la puerta.
Un chasquido de dedos después, el candado cayó pesadamente sobre el suelo encharcado y la bruja se abalanzó sobre la puerta. Dentro les recibió un potente olor a flores que nada bueno parecía presagiar. La bruja recorrió el vestíbulo a la carrera, esquivando una gran estatua de Hades danzando con varias diablesas, y se adentró en la lúgubre nave central. Una sala de dimensiones titánicas llena de columnas y bancos de madera en cuya penumbra cientos de estatuas e imágenes de Hades y sus demonios llenaban de tinieblas el lugar.
Era impresionante.
Lamentablemente, Créssida no tenía tiempo que perder. Una vez dentro, corrió entre los bancos a la carrera, encontrando cientos de velas y ramos de flores a su paso, y no se detuvo hasta alcanzar el altar de piedra. Lo bordeó y descubrió con horror que, tras él, rodeada de cientos de flores de colores, la imponente estatua que ahora era Beltaine se alzaba ante ella con la mirada fija en el vacío y las manos unidas en el pecho, allí donde un cuchillo yacía hundido en su corazón. Tenía lágrimas en los ojos y los labios entreabiertos en un grito. Los dedos manchados con gotas ya petrificadas y en el semblante una expresión de dolor infinita.
En la frente una corona de flores.
Incluso sin vida, estaba bellísima.
Profundamente impactada, Créssida se quedó muy quieta, con la mirada perdida en su hermoso rostro de piedra, y sintió que algo se rompía en ella. Sintió que las rodillas le cedían y, con el alma partida en mil pedazos, se precipitó al suelo, donde la desesperación le arrancó un grito de rabia y de dolor.
Un grito de furia. Un grito que resonó por toda la catedral, arrancando aullidos a los espectros que habitaban entre sus muros de piedra. La bruja se llevó las manos al rostro, consciente de que aquella imagen quedaría grabada en su memoria para el resto de su vida, y dejó caer la cabeza al suelo, con una única lágrima recorriendo su mejilla.
Apretó los puños con fuerza. Era insoportable... era asfixiante.
Era atroz.
Volvió a alzar la mirada, sintiendo ya la presencia de Mael a su lado y el peso de su mano sobre su espalda, y se puso en pie. Y fue entonces cuando, al volver a mirarla a los ojos, vio el reflejo de las llamas. Sintió el fuego crecer tras ella, y al volver la vista atrás descubrió que alguien había derribado las velas de los bancos, provocando que las llamas empezasen a extenderse velozmente por los ramos de flores y los bancos. De hecho, se extendía por toda la galería, creando nuevos focos que, arrasando cuanto les rodeaba, formaban un arco frente a ellos, cerrando por completo la entrada.
Y entre las llamas, con los ojos rojos encendidos en un rostro de piel morena y largo cabello negro, había una mujer. Alguien que los miraba con desafío, con un ramo de flores en la mano derecha y los dedos de la izquierda manchados de pintura verde. La misma pintura verde que las llamas revelaban repartida por todas las paredes y columnas, llenándolo todo de runas de poder.
Runas cuyo brillo cegador quemaban el alma marchita de la bruja.
La mujer de los ojos rojos ladeó ligeramente el rostro, clavando la mirada en Créssida, y dibujó una media sonrisa. Vestía totalmente de rojo, con unos ceñidos pantalones de cuero y un corpiño que dejaba a la vista los cientos de tatuajes rituales del mismo color que le cubrían la piel. Símbolos arcanos que se cruzaban entre sí, dibujando flores y ramas de las que fluía la magia que en aquel entonces alimentaba el fuego.
Una magia totalmente diferente a la de Créssida, mucho más salvaje, mucho más viva... mucho más letal. Pero también más incontrolable.
Trataba de asustarla. Trataba de impresionarla para obligarla a escapar, probablemente para darle caza fuera. O quizás peor, para que transmitiese el mensaje de lo ocurrido al resto de brujas... puede incluso que a su superior.
Sin embargo, Créssida no iba a morder el anzuelo. No después de lo que le habían hecho a Eva. No después de lo que le habían hecho a Beltaine.
—Tenemos que irnos, Créssida —advirtió Mael tras ella, retrocediendo hasta alcanzar la estatua. El fuego se acercaba peligrosamente—. No quiero morir carbonizado, te lo aseguro.
Pero a aquellas alturas Créssida ya no le escuchaba. La bruja se agachó para coger el cuchillo que había dejado en el suelo y se encaminó hacia la primera línea de bancos, sin temor alguno al fuego. Con la mirada clavada en los ojos rojos de la bruja, ya no había nada que la intimidase.
Ya no había nada a lo que temiese.
—¿Quién te envía? —preguntó, deteniéndose a apenas unos centímetros del fuego. Las llamas se alzaban ante ella como un muro impenetrable, sin llegar a tocarla. Danzaban a apenas un palmo de su rostro, sin atreverse a lamerle la piel—. ¿Quiénes sois? ¿A quién servís?
La determinación de la bruja de ojos rojos se debilitó al ver a Créssida acercarse tanto. Apretó los dientes, sintiendo el corazón acelerarse en su pecho, y lanzó las flores a sus pies, donde rápidamente empezaron a arder. Esperaba que retrocediese: que el fuego la asustase. Créssida, sin embargo, ni tan siquiera se inmutó. Sintió las llamas lamer sus botas y lo apartó de una fuerte parada con desprecio.
—Vas a necesitar mucho más —le advirtió.
—Se acabó el tiempo para el Círculo de Hades—respondió la otra, desafiante—. ¡Es el inicio de una nueva era! ¡La era del Círculo de Medusa!
—¿El Círculo de Medusa?
Ansiosa por saber más, Créssida avanzó varios metros entre los bancos sin temor al fuego, ganándose un grito de advertencia por parte de Mael. El Duque de Turín le ordenaba que retrocediese y que buscasen la manera de salir de inmediato, pero ella no le escuchaba. En su mente solo estaban los ojos rojos de la bruja y el lamento de su propio corazón por la pérdida de sus hermanas.
Se detuvo a apenas diez metros de ella, logrando con su ausencia de miedo al fuego que la inquietud de la bruja aumentara. Seguidamente, sin romper el contacto visual, apretó los dedos alrededor del cuchillo y lo alzó, amenazante.
—¿Qué es el Círculo de Medusa? ¡Responde de una vez! ¿¡A quién sirves!? ¡Vamos! ¡Escúpelo de una maldita vez! ¿¡Quién es tu señor!?
—¡Su nombre no importa, tan solo su Gran Verdad! ¡La Verdad de que este es vuestro final, bruja! ¡Ha empezado la cuenta atrás!
—¡¡Crésida!! —insistió Mael, acercándose tan solo unos pasos. A diferencia de a la bruja, a él sí parecía asustarle el fuego—. ¡¡Tenemos que irnos ya!!
—¡Vete tú si quieres! —replicó ella, dedicándole una única mirada—. Mi sitio está aquí.
Y tal y como acabó de pronunciar aquellas palabras, hundió la mano libre dentro de los pliegues de la falda y sacó un único tubo de ensayo en cuyo interior la sangre del infierno ardía con virulencia. Un poder abrasador que hacía tiempo que almacenaba, esperando el momento oportuno.
Aquel momento.
Lo lanzó a los pies de la bruja de la mujer de ojos rojos, que rápidamente retrocedió al ver el cristal romperse. Un charco de sangre roja se formó ante ella, y de su interior empezaron a surgir figuras oscuras. Siluetas cambiantes llenas de tentáculos y bocas babeantes que, recién salidas de las profundidades del Inframundo, se adentraron en la catedral, sofocando el fuego con su propia sombra. Créssida extendió los brazos, canalizando su poder a través de palabras mágicas, y un círculo de sombras de gran tamaño se materializó en el pasillo central, devorando cuanto estaba a su paso. Era como un agujero negro que arrastraba al Inframundo todo aquello que encontraba a su paso.
Que destruía todo.
Perpleja, la otra bruja se apresuró a retroceder hasta el vestíbulo, sin atreverse a darle la espalda a Créssida. Estaba perdiendo el control de la situación. Inicialmente había creído que le fuego podría controlarla, pero parecía inmune a él. Sus temores habían dejado de ser tan mundanos siglos atrás.
—¡No te atrevas a huir! —gritó Créssida. Acto seguido, haciendo desaparecer el globo de oscuridad, dirigió la mano derecha hacia ella y la señaló con el dedo índice—. ¡¡Traedla!!
Las siluetas volvieron sus cabezas deformes hacia Créssida únicamente para obedecer. Asintieron al unísono y abandonaron los bancos para perseguir a la bruja, la cual había optado por retirarse. Créssida intentó unirse a la persecución, pero las llamas rápidamente formaron grandes muros ante ella, obligándola a retirarse. Tan pronto las sombras habían abandonado su posición, el fuego había vuelto a hacerse dueño de cuanto le rodeaba, destruyéndolo todo a su paso.
Retrocedió hasta el altar, donde Mael la cogió del antebrazo y tiró de ella para apartarla de las llamas. Inmediatamente después, consciente de que el tiempo se les acababa, buscaron el acceso a la planta superior, el cual se encontraba oculto tras un confesionario. Corrieron hacia allí, sintiendo el calor abrasador del incendio avanzar a gran velocidad a sus espaldas, persiguiéndoles de cerca, y ascendieron a la planta superior. Allí, sumido en la penumbra, aguardaban varios pasadizos llenos de columnas que conectaban con distintas salas. Un espacio mucho más grande que la Catedral de las Rosas, pero con una arquitectura parecida. La bruja barrió la zona con la mirada, aún demasiado alterada por lo que estaba pasando como para poder reaccionar con lógica. Su mente seguía en la planta de abajo, donde una bruja huía mientras que la otra ardía transformada en piedra. Por suerte, Mael no permitió que perdieran ni un segundo más. Tiró de ella hacia el pasadizo izquierdo, al final del cual había una vidriera entreabierta por la que empezaba a salir humo. Corrió a toda velocidad hacia allí y, a punto de alcanzar la ventana, cogió a la bruja en brazos, como si de una niña se tratase, y se la cargó a la espalda. Acto seguido, saltó al vacío.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro