Capítulo 17
Créssida volvió a la fortaleza con la caída de la noche, cuando las calles estaban ya vacías. Se había planteado esperar hasta la siguiente mañana para ir, pero tal era su ansia por descubrir los secretos de la caja que no fue capaz de reprimirse. Despertó a Abadón de su letargo, cenaron más de lo habitual para recuperar fuerzas, y juntos se pusieron en camino.
Al llegar a la fortaleza descubrieron que nuevos guardias vigilaban el patio de armas. Se trataba una veintena de hombres vestidos con armaduras negras cuyos yelmos no dejaban ver sus rostros. Su mera presencia resultaba intimidante, y no solo por el fulgor azulado que escapaba de su visor, sino por la extraña aura de violencia que les rodeaba.
Parecían estar a punto de entrar en combate de un momento a otro.
Su visión logró incomodar a Créssida, que prefirió no dedicarles ni un segundo. Pasó de largo y se internó en la fortaleza, en cuyo vestíbulo se respiraba un silencio tenso. El ambiente era diferente. La bruja no sabía exactamente a qué se debía, pero percibía un vacío que hasta entonces no había sentido. Era como si, en cierto modo, la fortaleza hubiese perdido parte de su esencia. Como si no fuera la misma.
Poco después, descubrió el motivo: además de los guardias, habían sido muchos los sirvientes que habían sido expulsados aquella misma tarde del castillo. Hombres y mujeres que habían dejado allí parte de su vida, pero que, a su vez, se habían llevado una porción del alma del castillo al abandonarlo.
—Parece que alguien se ha puesto nervioso —ironizó Abadón desde el hombro de la bruja, lanzando un silbido agudo—. Ha echado a todo el mundo.
—Eso parece... ¿será por lo de antes?
Sin una respuesta clara que ofrecerle, el guardián prefirió guardar silencio mientras se adentraban en la fortaleza. Recorrieron la planta baja con paso rápido, sin encontrar a nadie a su paso salvo algún que otro guardia, y optaron por regresar al lugar donde aquella misma mañana Adriano le había dejado el paquete al Duque. Créssida daba por sentado que no la encontraría allí, pero confiaba en que, al menos, habría dejado parte de su huella.
Entraron en el salón y cerraron tras de sí. Seguidamente, la bruja se encaminó hacia la mesa central y se agachó para comprobar la suave polvareda gris que había dejado el cofre sobre su superficie. Pasó el dedo para recoger una pequeña muestra. En apariencia, parecía yeso, aunque su textura era algo más rugosa.
Se lo acercó a la nariz para comprobar el olor.
—Ceniza —sentenció Abadón.
—No es ceniza —replicó ella—. Tiene un tacto totalmente diferente.
—Es ceniza, te lo aseguro —insistió él—, pero está mezclada. Deberías hacer un análisis de sus componentes. Yo diría que cayó de la tapa cuando se abrió.
—¿Tú crees? Puede que estuviese adherida a la parte baja.
Abadón saltó sobre la mesa para seguir olisqueando.
—Podría ser, pero el nivel de humedad es elevado... demasiado para llevar solo doce horas al aire. —Negó con la cabeza—. Tengo mis dudas.
Créssida metió parte del polvo en un pañuelo que se guardó para analizarlo posteriormente. A continuación, pensativa, retrocedió unos pasos para observar el escenario desde la distancia. Aquella mañana había pasado todo demasiado rápido como para fijarse en los detalles, pero en aquel entonces, con algo más de calma y tras unas horas de reflexión, había llegado a la conclusión de que el hechizo de la caja no podía haberse activado solo: algo le había hecho reaccionar. La cuestión era, ¿el qué? ¿La luz del sol? ¿El aire? Era tentador pensarlo, pero teniendo en cuenta las condiciones de la caja, era dudoso. Para estallidos de magia activados con oxígeno o luz solar se necesitaban depósitos cerrados herméticamente.
Así pues, quedando aquellas opciones descartadas, se planteó distintas alternativas.
—Lo más rudimentario y efectivo es un círculo de magia —reflexionó Créssida—. Es lo que yo haría.
—Pero para eso necesitas cierta preparación —respondió Abadón.
—¿Y quién dice que no la hubo?
Créssida se metió bajo la mesa para comprobar que no hubiese ninguna inscripción debajo. Habría sido demasiado obvio, pero podría ser. Seguidamente, empezó a registrar la habitación en busca de alguna marca sospechosa. A simple vista era una salita cualquiera, con estanterías y cuadros en las paredes. Las ventanas tenían los cristales algo sucios, como si alguien los hubiese estado manoseando, y el suelo estaba cubierto por una alfombra de pelo gris rectangular.
Créssida volvió a la puerta para observar la sala desde debajo del umbral y se agachó para cambiar la perspectiva. El crepitar de la luz del candelabro, la mirada perdida del retrato de la pared derecha, las sillas alrededor de la pesada mesa...
Y la alfombra ligeramente doblada, pisada por una de las patas.
De hecho, estaba algo torcida.
La bruja la observó con detenimiento, tratando de calcular su posición correcta, justo en el centro de la sala, y descubrió que había sido movida al menos medio metro hacia la derecha. Distancia más que suficiente para tenerlo en cuenta.
—Gato, ayúdame.
—¿A qué?
—Tú solo ayúdame, anda.
Se arrodillaron junto a la alfombra y la levantaron por una esquina, descubriendo lo que Créssida ya sospechaba. Debajo, inscrito en el suelo con pintura verde, había un complejo grabado rúnico del que emanaba una luminiscencia sospechosa.
La bruja acercó los dedos a una de las líneas y al tocarla sintió que las yemas le ardían. Estaban cargadas de energía mágica.
—Y aquí lo tenemos... —exclamó para sorpresa del guardián—. Esto activó la caja.
—¿Cómo lo has sabido? ¿Has percibido residuos de magia?
La bruja negó con la cabeza.
—No es la primera vez que veo que usan una alfombra para esto —respondió con sencillez.
Se llevó la mano al tobillo, donde llevaba el cuchillo, y lo sacó para romper el trazo con el filo. Una vez profanado uno de los símbolos, el hechizo se desactivó, acabando así con el brillo tenue de la pintura.
Volvió a tocar las líneas para asegurarse.
—Vale, fin de la historia. Está inactivo, aunque te recomiendo que no lo toques demasiado, por si acaso.
—Ni muerto.
—Necesito verlo entero, ayúdame a destaparlo.
Abadón miró con cara de circunstancias la alfombra.
—¿Es necesario?
—¿A ti qué te parece, gato? Esto es grave.
—Lo es, sí —intervino Axael desde la puerta, libreta en mano—. ¿Os ayudo? Buenas noches, por cierto, es de mala educación presentarse en la casa de alguien y no pasar a saludar. El Duque está ofendido.
—El Duque me debe la vida, así que tendrá que aguantarse —respondió la bruja con acidez—. Venga, no perdamos más tiempo.
Entre los tres apartaron la mesa y la alfombra, dejando a la vista un impresionante entramado de símbolos rúnicos y formas geométricas que, unidas entre sí por filigranas, conformaban un impactante círculo de magia arcana. Una obra maestra hecha con cuidado y dedicación cuya creación había comportado como mínimo dos horas. Además, estaba hecha con pintura, no con tiza, con lo que aquello significaba. Además de dibujarse, había tenido que secarse, lo que disparaba el tiempo a al menos tres horas de trabajo.
Tres largas horas en las que alguien había estrado preparando la sala para atacar al Duque...
—¿Es por esto por lo que habéis echado a todos? —preguntó Créssida con inquietud—. No lo habíais visto, ¿no?
—No lo habíamos visto, no —confirmó Axael—. Después de que os fuerais, el Duque entró en cólera y los expulsó. Cuando vea esto, se va a volver loco del todo, y no sin razón.
—Ya... ¿Qué sabes de la caja? ¿Hace cuánto que la trajeron? Es más, ¿a quién pertenece? ¿La trajo algún mensajero? Messina podría respondernos, estoy convencida... aunque claro, todo dependerá de lo que hayáis hecho. ¿Le habéis expulsado también?
—¿A Messina? —El guardián sacudió la cabeza—. Fue al primero al que echó el Duque. A él y a su hija.
—Ya... buen ojo. —Créssida lanzó un último vistazo al círculo, memorizando los signos, y se volvió hacia Abadón—. Localízalos y tráelos de inmediato. Él estuvo en el castillo durante estos cinco días, con suerte habrá visto algo. Y tú, Axael, te recomiendo que levantes todas las alfombras y quites los cuadros. Es más, ¿dónde está la caja?
Mael llevaba horas analizándola y extrayendo muestras de todos los componentes que había dentro cuando Créssida irrumpió en su sala de estudio como un torbellino. La bruja se detuvo bajo el umbral de la puerta, miró la mesa, la alfombra que había debajo, la caja y, finalmente, al Duque.
—¡No toques nada! —gritó.
—Llevo horas haciéndolo —replicó él, ignorando su petición—. Si no ha explotado nada aún, no lo va a hacer ahora. Por cierto, hola, ¿eh?
Créssida se adentró en la sala con paso rápido y se apresuró a arrodillarse junto a la mesa para levantar una esquina de la alfombra. Tiró de ella, logrando con ello ganarse una mirada de desconcierto por parte del Duque, y al descubrir lo que aguardaba en el suelo palideció.
—¡¡Ciérrala!! —le gritó de nuevo, esta vez con mayor nerviosismo—. ¡¡Ciérrala ahora mismo, por tu alma!!
Confuso, Mael dudó, pero obedeció. Cerró la caja y retrocedió, dejando espacio para que la bruja apartase la silla y dejase la caja a cierta distancia. Seguidamente, se apresuró a mover la mesa con su ayuda y levantar por completo la alfombra. Debajo, grabado en el suelo, había otro círculo de magia muy parecido al de la otra sala, con la diferencia de que parte del grabado se había borrado.
La bruja se agachó junto a la zona dañada, pasó los dedos por encima, para asegurarse de que realmente estuviese descargado, y respiró aliviada.
—Te ha ido de poco, Mael. De muy poco.
Perplejo, él tardó unos segundos en reaccionar. El tiempo suficiente para que su corazón se acelerase y las manos le empezasen a temblar de puro nerviosismo.
—¿¡Qué significa esto!? —quiso saber—. ¿¡Qué demonios es eso!?
—Ese círculo de magia está preparado para activar el hechizo de la caja. Desconozco si una vez o varias, pero no quiero comprobarlo. —La bruja negó con la cabeza—. Es decir, que has estado a punto de seguir mi destino.
—No hablas en serio.
—Lo hago, sí. —Respiró hondo—. Joder, esto es grave. Sea quien sea que te ha mandado el paquete, se ha pasado un buen rato saboteando toda la fortaleza. He encontrado otro círculo como este abajo, en la sala donde la abriste por primera vez.
La noticia impactó de tal forma al Duque que no supo ni qué decir. Simplemente fijó la mirada en el suelo, con una extraña expresión de confusión en el rostro, y durante unos segundos se quedó en blanco. Parecía superado por las circunstancias. La inexperiencia, pensó la bruja.
Se acercó a él y apoyó la mano en su antebrazo para captar su atención. No era momento de quedarse de brazos cruzados ni perder la cabeza.
—He ordenado a Abadón que traiga a Messina, él podrá decirnos quién trajo el paquete y, con suerte, quién podría haber hecho todo esto. Además, le he pedido a Axael que retire todas las alfombras y los cuadros, es probable que no se hayan limitado a estas dos salas.
—Pero para hacer esto han necesitado mucho tiempo... ¿Cuánto? ¿Una hora? ¿Dos? —Mael respiró hondo—. Y pasa justo durante nuestra ausencia... no puede ser casualidad.
—No lo creo —coincidió ella—, y aunque me alivia saber que la asesina de Eva también ha ido a por ti, no llego a entender el motivo. ¿Acaso buscan apoderarse de Turín? —Negó con la cabeza—. No sé qué pensar, la verdad, no le veo el sentido. Esta ciudad es lo que es. Sea como fuera, por el momento me llevaré la caja, necesito analizarla. Después...
—No la vas a sacar de la fortaleza —le interrumpió Mael de repente, con el ceño fruncido. Parecía en completa tensión—. Si quieres analizarla, hazlo aquí, pero no quiero que cruce las puertas.
—¿Por?
El aprendiz de Hades endureció la expresión.
—Simplemente no lo hagas. No quiero que esto salga de aquí, ni lo que ha pasado, ni mucho menos lo de las marcas. Esto es... es... —Se llevó la mano a la nuca, repentinamente lívido—. Qué raro... creo... creo que me estoy mareando.
—¿Mareando?
Desconcertado, Mael parpadeó un par de veces, como si de repente tuviese la mirada turbia, y se llevó la mano a la nariz. Había empezado a sangrarle. Se miró los dedos ahora rojos, retrocedió un par de pasos y, sin previo aviso, se derrumbó en el suelo, blanco como la nieve y la mirada perdida.
—¿¡Mael!?
Perpleja, Créssida se arrodilló a su lado para comprobar que simplemente se había desmayado por la mezcla de tensión y los productos químicos de la caja. Llevaba demasiado rato respirando el aire contaminado. ¿Y qué decir del estado de nervios en el que se encontraba desde hacía horas? La presión había podido con él.
Una lástima.
Tras asegurarse de que estaba relativamente bien, la bruja lo contempló durante unos segundos, preguntándose si podría mover un cuerpo tan pesado como el suyo. Su habitación estaba en la planta superior, por lo que tan solo tendría que arrastrarlo por las escaleras.
Solo las escaleras.
Lástima que Mael fuese tan enorme. De haber sido algo menos voluminoso, lo habría intentado. Seguramente no habría podido con él, pero al menos habría hecho el esfuerzo. En aquella ocasión, sin embargo, ni tan siquiera lo intentó. Sabía que no iba a poder con él, así que no perdió el tiempo intentando un imposible. Sencillamente recogió la caja de la cama, la depositó sobre la mesa y empezó a examinarla.
—No me lo tengas en cuenta —dijo en voz alta, con la mirada ya fija en el polvo que quedaba en el fondo de la caja—. De ahí no vas a pasar, así que puedes dormir tranquilo.
Una hora después, Abadón regresó a la fortaleza en compañía de Adriano Messina. Tras ser expulsado del castillo, el antiguo consejero de Eva había estado buscando alojamiento en las posadas de los alrededores junto a su hija. Lamentablemente, por orden del Duque, no había encontrado ningún sitio donde fuese aceptado, por lo que había acabado oculto en uno de los edificios abandonados de las afueras, planteándose qué iban a hacer a partir de entonces. Quedarse en Turín no era una opción.
Y había sido precisamente durante una de esas reflexiones, mientras contemplaba las llamas de la pequeña hoguera que había encendido para protegerse del frío, con la cabeza de Bianca reposada en sus piernas, cuando la sombría figura de Abadón se había materializado ante ellos como un emisario del infierno.
—Casi me da un infarto —confesó Adriano a Créssida tras reencontrarse en la salita donde se había abierto la caja por primera vez—, pero ha valido la pena. Me alegra ver que se encuentra bien. ¿Lo del brazo tiene cura?
Si lo tenía o no, no era una cuestión que le preocupase en exceso a aquellas horas de la madrugada. Tarde o temprano tendría que buscar una solución, era evidente, tener parte del antebrazo y el hombro petrificados le reducía su movilidad, pero en aquel entonces había cosas más importantes a las que atender.
Cosas como el círculo de magia que tenían ante sus ojos.
—Confiemos en que sí —respondió la bruja, restándole importancia, y señaló el suelo con el mentón—. ¿Lo había visto antes? Hemos encontrado ocho repartidos por toda la fortaleza, y es probable que haya más.
—La verdad es que no —admitió Adriano—. De hecho, las alfombras se retiran cada dos meses para su lavado. Hace tres semanas de la última vez. Si anteriormente hubiesen estado ahí, los habríamos visto.
—A decir verdad, creo que son bastante recientes. La pintura está casi perfecta en todos los casos a excepción del estudio del Duque, que tiene un lateral ligeramente borrado. Creo que lo cubrieron antes de que acabase de secarse.
—Es muy extraño, la verdad, estoy muy sorprendido.
Se agacharon para comprobar de cerca las marcas. Bianca, que se había quedado fuera, les miraba desde el otro lado del umbral con una mezcla de curiosidad y miedo. Cada dos por tres miraba hacia atrás, creyendo sentir la presencia de los vigilantes cerca. Aquellos enormes y horripilantes vigilantes de yelmo negro que tanta inquietud despertaban en ella.
Ni tan siquiera creía que fueran de aquel mundo.
—¿Sabe si vino algún extraño en la fortaleza durante nuestra ausencia? ¿Cuándo le trajeron el paquete?
—Fue unas horas después de su partida. Lo trajo un mensajero cualquiera... aunque estaba algo asustado. De hecho, logró transmitirme su miedo desde el principio. Al parecer, el paquete se lo entregó una chica en su oficina de Macello, no muy lejos de aq...
Un escalofrío la espalda de Créssida al escuchar aquel nombre. Apretó los puños instintivamente, sintiéndose vulnerable por un momento, y respiró hondo.
Necesitaba volver a escucharlo para asegurarse.
—¿Lo entregaron en Macello?
Adriano asintió con gravedad.
—Sí, ¿lo conoce? Es un pueblo no demasiado grande situado a unas cuantas horas. Ahora está prácticamente vacío, pero en otros tiempos fue un lugar muy importante. Allí se fundó la primera iglesia en honor a Hades de la zona.
—Lo recuerdo, sí —confirmó Créssida—. Un día peculiar.
—Ah, cierto... a veces se me olvida que ustedes lo han visto todo. —Sonrió sin humor—. La cuestión es que el mensajero dice que la chica que le trajo el paquete le pidió que lo entregase en mano al Duque de Turín. Al no estar presente, me lo dejaron a mí, pero con la condición de que no se abriese bajo ningún concepto. El mensajero tuvo un mal presentimiento desde el principio, decía que la chica le había provocado escalofríos, por lo que me pidió precaución.
—¿Dijo algo más de la chica?
—Solo que tenía los ojos muy bonitos, de color gris, y una especie de tatuaje en forma de luna en la frente. Por lo demás, era bastante normal... —Adriano se encogió de hombros—. No me dijo más, lo lamento. Y sobre las marcas del suelo... sinceramente, no sé quién está detrás. De hecho, hasta donde yo sé, nadie ha visto nada sospechoso.
Créssida asintió con desagrado. Hubiese deseado escuchar otra respuesta, pero no le sorprendía que no supiera demasiado. Aquel lugar era demasiado grande como para tener un control absoluto de todo lo que sucedía las veinticuatro horas del día. Además, desde la muerte de Eva la perspectiva de los habitantes del castillo había cambiado. Sabiendo que tarde o temprano iban a ser expulsados, era complicado mantener el mismo nivel de motivación para cumplir con su deber. Mael se había equivocado al tomar aquella decisión.
Lanzó un profundo suspiro, las cosas empezaban a complicarse demasiado.
—Ya veo... de acuerdo, gracias por su ayuda.
—No hay de qué, mi Señora. Si puedo ayudarle en algo más...
Una punzada de amargura se clavó en el corazón de Créssida al mirar a Adriano. Le entristecía el destino que le esperaba. Uno que probablemente no merecía pero que Mael le había asegurado tratando de borrar el legado de Eva. No podía culparle por ello, ella misma habría apartado de su camino a los antiguos seguidores de su predecesora, pero habría hecho una excepción con Adriano. La mirada de aquel hombre era tan transparente, tan sincera, que dudaba que pudiese haber maldad alguna en ella.
¿Y qué decir de Bianca?
Dejó escapar un profundo suspiro, recordando las últimas palabras que le había susurrado Eva antes de despedirse de ella para siempre. Su amiga le había pedido que cuidase de su familia, y Créssida, aunque no le había respondido, se había prometido a sí misma que lo haría.
Y no iba a traicionar su palabra.
—No necesito nada más por el momento, Adriano. Eso sí, si se entera de algo, le agradecería que me lo dijera. Sé que el nuevo Duque no es especialmente popular, y mucho menos después de la decisión que ha tomado respecto a ustedes, pero cuentan con mi apoyo. Los amigos de Eva son mis amigos.
Profundamente agradecido por las primeras palabras de cariño que escuchaba desde hacía días, el antiguo consejero de la duquesa sonrió.
—Muchas gracias.
—No hay de qué... —Créssida desvió la mirada hacia la puerta, pensativa, desde donde Bianca la miraba con los ojos muy abiertos. Más que nunca, la hija de Adriano le pareció especialmente joven e inocente. Tanto que no pudo reprimirse—. De hecho... bueno, en realidad no me vendría mal tener algo de ayuda en la iglesia. No es el lugar más amplio y cómodo del mundo, pero al menos tiene techo. —Le dedicó una sonrisa escueta a la niña—. Podrían quedarse conmigo hasta que encuentren algo mejor.
—¿De veras? —Los ojos del hombre se encendieron—. Vaya, eso sería... sería...
Antes de que pudiese acabar la frase, Bianca irrumpió en la sala y se abalanzó sobre la bruja, para abrazarla en un gesto tan cálido como inesperado. Sorprendida, Créssida dudó por un instante en qué hacer, pero no tardó en rodearle la espalda con el brazo.
—Pediré a Abadón que los acompañe —sentenció—. Eso sí, agradecería un poco de discreción. El nuevo Duque tarde o temprano lo descubrirá y no le va a gustar.
—¿Y no le asusta que se enfade? —preguntó Bianca, alzando la mirada hacia la bruja—. Ese hombre es peligroso.
—Hasta cierto punto. Si te soy sincera... yo soy muchísimo peor. —Créssida le guiñó el ojo—. No te preocupes, Bianca, yo me ocupo de él. Eso sí, tenéis que aseguraros de que nadie entra en mi iglesia, no quiero ninguna sorpresa como esta. Empiezo a creer seriamente que alguien quiere matarnos, tanto al Duque como al resto de brujas y a mí misma, y me preocupa.
—Nos encargaremos de ello, mi Señora, tiene mi palabra —aseguró Adriano, llevándose la mano al pecho—. Puede confiar en nosotros.
Créssida les entregó la llave de la iglesia con total confianza y se despidió de ellos con un ligero ademán de cabeza. Seguidamente se encaminó de regreso al centro de la sala, donde el grabado seguía fijo en el suelo.
Un grabado que, antes de retirarse, Bianca miraba con cara de circunstancias. Su padre le tendió la mano para que salieran, pero ella dudó. Volvió a mirar el suelo, donde la bruja ya se había arrodillado para tocar la inscripción, y rompiendo la promesa que había hecho de guardar silencio, dijo lo que hasta entonces había estado callando.
Algo que lo podía cambiar todo.
—A decir verdad, yo sí sé quién ha hecho esos dibujos...
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