La boda
Aún no podía creer lo que estaba pasando.
Su mente se desenfoca del presente y va lejos de ahí, surca en memorias pasadas, desde su primer encuentro en la Academia Aihara, desde ese primer beso atronador, las luchas constantes por comunicarse y los malentendidos que amenazaron tantas veces su felicidad fantasiosa, las dudas e incertidumbres, y el amor que ambas intentaban cultivar, todo ese tiempo, todos los momentos más angustiantes y hermosos en la vida de Aihara Yuzu, se había ido por la borda al recibir la invitación para el casamiento de quien considera su único amor.
Fue sábado en la noche cuando revisó el correo, una carta dirigida a ella personalmente, extraño para alguien que no recibe correspondencia más allá de sus suscripciones a revistas mensuales. Abrió la carta y... la noticia le cayó como un balde de agua helada, con todo y cubos de hielo, para luego ser golpeada con el mismo balde vacío.
Dos nombres, una fecha, el sitio de reunión. Una estaca directo al corazón roto de Aihara Yuzu.
Sin embargo, es peor de lo que sentía. Estar en una habitación con su olor todavía presente en las sábanas y en la ropa, las últimas notas de su esencia; caminar por los pasillos de la academia y ver su nombre en vidrieras, o incluso escucharlo ser pronunciado por otras personas... Incluso estudiar traería a ella su recuerdo. Aihara Mei, el amor de su vida, estaba tan metida en cada aspecto de su día a día, tan calada en lo profundo de sus huesos hasta llegar al tuétano, y tanto dolía el hecho de que jamás estarían juntas ahora que se casara.
Seguirían siendo hermanas, las unirían los lazos familiares, pero el futuro juntas fue terminado antes de siquiera empezar.
El dolor se escurrió por todas partes, manchó su semblante, arruinó tantas horas de sueño, y ahora siquiera la podía ver caminar imponente por los pasillos de la academia porque se preparaba para su 'gran momento. Las lágrimas y constantes llantos por parte de Yuzu, a escondidas de su madre, se tornaron en lo cotidiano en las últimas semanas, la amargura se asentaba en su alma al no hallar consuelo alguno, porque ¿quién comprendería su relación tabú?, ¿quién aceptaría que amaba a su hermanastra como se ama a una pareja? Nadie entendería jamás eso.
Harumi intentó consolarle de la única forma que conocía, recuerda un viaje de compras y un intento poco servible de cambio de imagen, y Matsuri junto a Nene trataron de levantarle el ánimo mostrándole las últimas historias que Nene había ilustrado, pero siquiera el esfuerzo en conjunto de las chicas parecía funcionar. Yuzu no podía hacer más nada que sufrir en silencio mientras se convertía en testigo mudo del ajetreo por la boda de su hermanastra.
Si saber que la mujer que amaba ahora se casaba dolía, y no estar con ella quemaba con la intensidad de mil soles, ser llamada a ser la invitada de honor de la boda era la muerte en vida, su sentencia final. Aihara Yuzu no sobreviviría a ese día.
El desarrollo de la boda fue incómodo para ella, el catering había pedido su ayuda en cuanto a los gustos de la novia y, con ello, se venía la ayuda con los arreglos florales, la decoración en la iglesia (más al estilo occidental que el tradicional, extraño considerando los conservadores que eran los Aihara) e inclusive la comida para ese gran día. Ella estaba tan metida en ello, demasiado involucrada como para abandonar al último minuto. Pero, cuando la vio sostener un ramo de flores, fantaseó ser ella con quien Mei se casara, deseó con creces ella fuera su esposa y no Udagawa, deseaba que esa fuera su boda y no que Mei uniera su vida con alguien más.
¿Por qué tuvo que terminar así...?
Y la honda llaga, sin curarse del todo, siguió supurando aún más cuando fueron a ver el vestido de novia. Hace menos de medio año la escena de diversos modelos de vestidos de novia habrían hecho que su corazón latiera de prisa, hoy solo hace que un dolor sordo golpee en su pecho y que las lágrimas sean difíciles de disimular (Dios bendiga al maquillaje a prueba de agua). Su madre, Ume, estaba más que sonriente mientras ayudaba a Mei a medirse el vestido, junto a la asistente.
El vestido, el cuarto en ser probado y quizás el que se llevarían, la hacía ver como una deidad suprema, un bello ángel ante sus ojos mortales, un ángel libre de pecados excepto el de casarse sin amar a esa persona.
—Te ves hermosa, Mei-chan —le halagó Ume mirando a la futura novia con una grata sonrisa.
Mei se llevó unos mechones de cabello tras la oreja, su rostro no dejaba ver ninguna emoción (por todos años de ocultar cómo se sentía), pero Yuzu pudo ver más allá. Vio los nervios y el bochorno por el halago, vio la inquietud por las miradas.
—Yuzu también debería probarse un vestido —Miró a su hija con una sonrisa aún más grande que la anterior.
Le pidió a la asistente que buscase un vestido para la joven y la acompañó.
Yuzu miraba por el rabillo del ojo a ese bello ángel que tenía por hermanastra. Decir que ese vestido no le quedaba bien era una de las más grandes mentiras que se hubiesen inventado, una blasfemia total. Ella se veía hermosa, el diseño no era tan intricando ni la opacaba, es decir, ella se vería hermosa con cualquier vestido de novia, pero este resaltaba todos los rasgos de Mei, desde la fría mirada en sus ojos hasta su elegante pose.
El encaje bordado la hacía parecer la protagonista de un cuento de hadas, a la espera de su cabellero de brillante armadura o el héroe que la rescate, y los hombros descubiertos le dan el toque romántico que buscaba. Miles de novias buscan una sola cosa: satisfacción, belleza, comodidad, la alegría por su gran día, pero, Mei es diferente, busca algo que todavía Yuzu no comprende, sin embargo, será una princesa cuando entre a esa iglesia, el cómo se arrastrará la falda al caminar al altar y solo le falta el velo blanco traslúcido para completar.
La sola idea de sus propias manos acariciando el rostro abochornado de Mei, de sus labios compartiendo un tímido beso después de decir "acepto" frente a sus amigos y su familia cercana, hacía que sus mejillas se sonrojaran más de lo usual, por primera vez no se sintió medio muerta, por primera vez un rayo de esperanza traspasó las nubes grises.
Y así se visualizó con ella, con los vestidos perfectos, para su boda perfecta.
—Yuzu.
La suave voz de su hermanastra la sacó de su ensoñación, de su '¿qué pasaría si...?'. En otro momento se hubiese enderezado y se hubiese puesto nerviosa, en otra vida, no hubiera podido controlarse y se hubiera lanzado a ella para ceñirla en un fuerte abrazo, en un universo diferente, le estaría llenando la cara con pequeños besitos mientras Mei intentaba sacársela de encima. Pero hoy ella no es esa Yuzu, su rostro reflejaba una expresión adolorida, mientras sus manos, con perfecta manicura a pesar de lucir mordisqueadas, permanecían arrugando la tela de la falda que traía puesta.
—Te queda muy bien. Te ves hermosa —comentó, y tuvo que desviar la mirada hacia el otro lado de la habitación, lejos de Mei, para no estallar en horrorosos llantos.
Escuchó unas suaves gracias por parte de Mei que solo la hizo sonrojar y sonreír, pero la sonrisa se borró cuando recordó el motivo por el que estaban ahí. Se muerde el interior del carrillo.
Si sólo fuera nuestra boda...
— ¡Yuzu! —llamó Ume mientras venía con la asistente un vestido de falda larga descubierto en la espalda—. Pruébate este vestido.
—Está bien —dice, dejando escapar el aire por la nariz con resignación. Toma el vestido para ir al probador y medírselo.
Estando en el probador podía escuchar los halagos dirigidos a Mei. "Serás una buena esposa", ellas dicen, "eres la novia más hermosa de la temporada", halagos sinceros y felicitaciones silenciosas llegaron a la futura esposa, pero Yuzu, la desdichada invitada de honor, la mujer con el corazón roto, la alguna vez amante de Aihara Mei, sintió la abrumadora tristeza en su ser, como un puñetazo directo al abdomen.
Soltó un resoplido apenas se terminó de poner el vestido y salió del probador para escuchar las opiniones de su madre. Y, como esperó, su madre saltó de alegría al verla en ese vestido y de inmediato comenzaron los halagos por parte de ella y la asistente. Se sintió ligeramente avergonzada de tantas palabras bonitas, pero no había escuchado ninguna por parte de Mei.
Sin embargo, sabía que no hacían falta, el solo verla con color en sus mejillas significaba mucho.
Posterior al día de probarse los vestidos, llegó la recta final para el día de la boda. Una de las razones por las cuales le molestaba estar tan metida en el asunto era por trabajar junto al hombre con el que se casaría Mei. El hombre al que Mei iba a ser entregada por el resto de su vida, aquel hombre al que Yuzu tanto había admirado y al cual había estado trabajando para pagar los anillos que compartieron durante un lapso de tiempo.
Udagawa, ante sus ojos, no merecía a Mei.
Ninguna otra persona merecía a Mei.
Nadie la trataría con el mismo amor que Yuzu le profesaba, nadie la trataría como la preciosa joya que era, ni trataría de comprender su compleja y magnifica forma de ser. Pues, aun estando profundamente enamorada de ella, amaba cada rasgo que poseía Mei, cada defecto y cada virtud que conformaban su personalidad tan enmarañada, amaba cada parte de Mei, su inexpresividad, el brillo en su mirada, los ligeros cambios en sus rasgos fáciles (las pequeñas sonrisas que le regaló), su lado tierno y su gusto por los osos.
Amaba a Mei y sabía que más nadie la amaría como ella.
Llegó el día al que tanto odio le había profesado.
Odió ver la fecha en el calendario de su teléfono, odió tener que levantarse de aquella cama que, meses atrás, había compartido con Mei. Tenía la garganta seca y el férreo deseo de no levantarse en días, o quizás en meses, tal vez años (cuando considere que está lista para seguir adelante). No obstante, ella no iba a hacer eso, tenía que levantarse y arreglarse lo mejor que podía, fingir que la decisión de Mei no la rompió en un millón de pedazos y que desea huir con ella.
Pero no había vuelta atrás. La boda estaba planeada, los invitados esperaban, el vestido estaba listo. Ella había estado tan metida en el asunto de la planificación de la boda como para no ir, se repite constantemente frente al espejo mientras se arreglaba el maquillaje y luchaba contra las lágrimas, ella era la invitada de honor de la boda, se dice antes de tomar su bolso con todo lo necesario. Ella era la hermana de la novia y tenía que estar presente en el gran día de Mei.
Llegó antes a la iglesia, en compañía de Matsuri y de Harumi (fue una sorpresa ver que ellas también habían sido invitadas), quienes venían en la bicicleta de Harumi por la falta de dinero para el metro, dado que el lugar de reunión era lejos. La decoración era soberbia, frívola, observaron cómo llegaban los invitados, gente que Yuzu no conocía ni deseaba conocer (veía rostros llenos de arrugas y ambición, sintió asco al saber que ese es el tipo de gente con la que empezaría a rodearse su Mei).
Pronto llegó el novio y junto a él su familia, todos luciendo poderosos e inaccesibles, luego más miembros de la familia Aihara, y personas de alto renombre, entre ellos miembros de la junta directiva de la academia Aihara. Durante las primeras horas del evento, en la antesala, trató de estar sonriente, y permaneció junto a su madre y sus amigas, Matsuri intentaba animarla lo más que podía pero nada parecía funcionar.
Hasta que llegó ella.
La boda dio inicio, al más puro estilo occidental. La marcha nupcial, tocada en el órgano, comenzó a sonar por toda la iglesia mientras Mei entraba con aquel vestido blanco que la hacía lucir como un ángel. Yuzu no pudo evitar sonreír y ruborizarse por ver a su querida Mei, tan pura y libre de pecados. Pero la expresión en el rostro de ella la dejó desconcertada. Su rostro rígido mientras caminaba del brazo de Shou, quien estaba frunciendo el ceño, llevándola a donde estaba su futuro esposo.
Llevándola tan lejos de Yuzu.
Quería decirle algo a Mei, las últimas palabras (el final mudo de un amor manchado), pero ¿qué podía decir? Las palabras saldrían apresuradas, siquiera le daría tiempo para explicarse, y lo que más quería y anhelaba en ese momento era tomarla del brazo y escapar juntas a donde nadie las conociese a las dos. Sabía que Mei no amaba a Udagawa, no había otro motivo más que casarse para heredar la academia, no había sentimientos de por medio en esa unión, ¿no se supone que el matrimonio es la consumación de un amor?
Se sintió devastada al ver la sonrisa en el hombre próximo a ser el esposo de su amada, su voz suave mientras le decía "te ves hermosa" (las mismas palabras de Yuzu), el familiar escozor de las lágrimas la hizo parpadear. Se mordió el labio, apretó las manos y alejando la idea de hacer algo indebido, no quería causarle más problemas a Mei. La charla de inicio había sido larga, tediosa, todo era sobre el amor, la familia, la unión de ambas familias, la prosperidad y un largo etcétera. La misma perora de siempre.
La ceremonia real dio inicio—. Queridos hermanos, hoy estamos reunidos aquí para unir en sagrado matrimonio a este hombre y a esta mujer.
Yuzu tragó saliva con nervios, sus manos heladas, le faltaba el aliento y dentro de sí corría la idea de detener esta tragedia disfrazada de día especial. Si seguía este acto, la habría perdido para siempre, no habría otra oportunidad después de esta... Su futuro empezó a difuminarse, el dolor empezaba a enceguecerla. El discurso del sacerdote siguió, mientras Udagawa tomaba las manos de Mei y le sonreía.
—Si hay alguien que se oponga a esta unión, hable ahora o calle para siempre.
No pudo soportarlo más.
Su cuerpo se movió por puro instinto, su mano sobre el hombro de Mei, y su voz resonó en la iglesia—. Perdóname, Mei. ¡Pero me niego a perderte otra vez, y para siempre!
Las miradas de sorpresa y desaprobación de los presentes en primera fila se clavaron en ella, pero no le importaba. Lo único que le importaba era detener este matrimonio que la arruinaba por dentro. Ignoró al sacerdote que intentaba retomar el control de la situación y se acercó a Mei, tomando sus manos entre las suyas con desesperación.
— ¿Eh?
Un sonido confundido, tan impropio de Mei, fue lo que sus labios pronunciaron antes de empezar a reclamar silenciosamente al ver y sentir como Yuzu la jalaba del brazo obligándola a correr de ahí, bajando a trompicones por las escaleras del altar. La conmoción se formó en el interior de la iglesia, el horror en los rostros de la familia Aihara, el abuelo Aihara enardecido por el acto, su propia madre tan sorprendida y Shou riéndose de pura incredulidad, los invitados empezaron a murmullar en voz baja, se miraban los unos a los otros sin haberlo visto venir.
Sin embargo, Ume y Shou sonreían uno al otro, contentos de la decisión.
— ¡Deténganla!, ¡la invitada de honor se roba a la novia! —gritaba Udagawa Honke, el padre del novio, pero Yuzu ya se encontraba en la puerta de la iglesia, sintiendo la adrenalina por sus venas.
Bajaron de prisa las escaleras de la iglesia, su mano todavía aferrada a la muñeca delicada de su amada, los presentes murmuraban entre ellos, sorprendidos por el giro inesperado de los acontecimientos, a lo lejos escuchó los gritos de apoyo de sus amigas, la exclamación de Matsuri y el grito de su madre. La bicicleta de Harumi estaba aparcada muy cerca, instó a Mei a montarse con ella y así empezar a pedalear lo más rápido de que pudo, aunque sus tacones no le facilitaban el trabajo, mientras exclamaba "¡lo siento, Harumin!" a todo pulmón.
Aunque estaba bastante segura de que su amiga estaba levantándole el pulgar.
Sentía el viento en su rostro y el sonido de las ruedas sobre el pavimento, los brazos de Mei rodear su cintura como aquella vez que habían ido a despedir al padre de Mei, ella se aferraba con fuerza, sintió su aliento en su cuello. Era tan nostálgico recordar esos pequeños momentos, sus primeras veces; notó a un auto de la familia Aihara seguirlas, pero ella fue más rápida, encontrando calles más alejadas, perdiéndoles pronto de vista.
Ese día, el distrito Shibuya vio a una novia junto a su dama de honor montadas en una bicicleta, escapando de la infelicidad.
— ¿Qué estás haciendo? —cuestiona Mei tras largo rato de haberse marchado de la iglesia.
Yuzu rió con ganas, carcajadas sinceras, mientras dejaba confundida a Mei, las lágrimas al borde de derramarse de las esquinas de sus ojos. Lo había hecho, había arruinado la boda de su hermana, había salvado al amor de su vida de vivir un matrimonio infeliz e insatisfactorio, después de todo, Yuzu sabía que Mei no se estaba casando por voluntad propia, quizá sí lo hacía, pero no por amor.
—Te robo, como dijo el padre de tu prometido —contesta elocuente, sus labios curvados en una sonrisa amplia, las carcajadas todavía brotando desde el fondo de su garganta—. Bueno, tu ex prometido.
— ¿Por qué haces estas cosas sin pensar? —Los brazos de Mei se ciñen con más fuerza alrededor de Yuzu—. ¿Cómo se te ocurre arruinar el día de mi boda, Yuzu? —El tono de voz de Mei estaba muy lejos de expresar molestia y el rosa espolvoreado en su rostro contaban una historia diferente.
—Pienso mucho en ti, Mei —le responde Yuzu bajando la velocidad, encontrándose lo suficientemente lejos de aquella iglesia llena de seres tan mezquinos—. Además, podemos planear juntas una mejor boda que esta —argumenta—. La nuestra, por ejemplo.
Aceleró otra vez su pedalear, aunque le era difícil con los tacones que traía, dobló en un par de esquinas y alrededor de un parque hasta no verlos más. Podía sentir los brazos de Mei abrazándola con más fuerza mientras sentía ese sentimiento de paz y liberación tan reconfortantes.
—No podía dejar que te casaras, no quería perderte, me niego a verte en brazos de alguien a quien no amas... —gritó casi sin aliento— con alguien que quizás no te ama tanto como te amo yo. ¡Me opongo a ello!
—Creo que hubiese sido más normal que gritaras "¡yo me opongo!" a que me secuestraras —dice en su habitual tono estoico, el rosa iluminaba su pálido rostro.
— ¡Le quitas lo divertido a la vida! —exclamó Yuzu en risas—. Pero, ¿te molesta?
—Esperaba eso de ti. Que te opusieras, que vinieras a detener esto, pero no se me cruzó que vinieras a secuestrarme —contesta, apoyando su cabeza en la espalda descubierta de la rubia, sintiendo el viento mecer sus cabellos con violencia, lanzando lejos el velo de novia—. Supongo que es algo propio de ti. Nunca haces lo que yo espero.
Lentamente, la expresión de Mei se suaviza y una sonrisa tímida se forma en la comisura de sus labios. Yuzu sonríe, sintiendo una oleada de felicidad al escuchar esas palabras de Mei.
Yuzu toma un último desvío y se detuvo frente a un parque. Dejó la bicicleta de Harumi apoyada contra un árbol mientras tomaba la mano de su amada y la guiaba lejos de las miradas escrutadoras. Se sentía tan bien aquella sensación de libertad, el estar con la persona que amaba. Detener esa boda había sido una de las mejores cosas que había hecho en su vida. Detener aquel cruel evento y rescatar a su amada.
Detuvo su caminar, alertando a la novia. Tomó a Mei.
—Yo... Yo... Te amo, Mei —susurró— Te amo —repitió besando su frente y mejillas mientras acariciaba sus manos.
Yuzu la abrazaba con fuerza, como si temiera que en cualquier momento pudiera desaparecer.
—No podía soportar verte caminar hacia un matrimonio sin amor, sin esperanza, atada de por vida, o haciendo lo que viejos quieren, usándote hasta que ya no seas útil —Ella la miraba con ojos brillantes, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho—. Sé que dirás que esta es tu decisión, que es algo que ya has pensado, pero yo... yo no soporto verte con esa enorme carga sobre ti.
Sus labios temblaban, sin poder articular una palabra— Yo...—la voz de ella era baja, tan habitual, pero podía ver el comienzo de una sonrisa acuosa en los rosados labios de su hermanastra.
Cerró los ojos y se dejó envolver por el silencio del lugar, disfrutando de esos breves instantes de calma que tanto necesitaba. No importaba lo que pasara después. Quizás el mundo iría en contra de las dos, pero Aihara Yuzu podía admitir abiertamente que habría muerto siendo la persona más feliz en el planeta. Lo que más quería estaba a su lado en ese momento, lo más importante era el presente, el aquí y el ahora.
— ¿Por qué me amas? —preguntó Mei finalmente, con la voz un poco entrecortada.
Yuzu abrió los ojos y le sonrió—. Porque eres la razón por la que mi corazón late con tanta fuerza. Porque contigo siento que puedo ser yo misma, que puedo ser vulnerable y saber que estarás ahí para sostenerme.
Mei no podía contener las lágrimas que brotaban de sus ojos. Nunca se había sentido tan amada, tan protegida. Yuzu seguía acariciando su rostro con ternura, como si quisiera grabar en su memoria cada uno de sus rasgos, pensó en lo afortunada que era de tener a Mei a su lado, de poder compartir cada momento, tanto los buenos como los malos.
—No sé qué hice para merecer tu amor —murmuró ella.
—No has hecho nada... simplemente eres tú —responde, sintiendo que el nudo en su garganta se hacía más grande—. Puede que sea idealista, no me aferro a la realidad, actúo de inmediato sin pensar y probablemente sea una hermana mayor llorona, pero...
Vio algo sobresalir del escote de su amada, un colgante familiar... Tomó el anillo que Mei traiga como colgante, su tesoro más preciado; sabía que su relación no sería fácil, ambas tenían sus propios demonios que luchar, sus propias dificultades, estaban también las consecuencias de sus actos después de arruinar la boda, pero juntas se sentían invencibles.
Así que, pronunció aquellas palabras que tanto había querido decir:
—Prometo que te amaré más que a nadie en todo el mundo —y le extendió el anillo mientras se arrodillaba ante ella con una de las sonrisas más grandes que había hecho—. Entonces... por favor, cásate conmigo.
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Nota del autor:
Recuerdo este fic con mucho cariño, mi primer fanfic para Citrus, y es todo un placer traerlo de vuelta en una reedición; siempre amaré a este par de idiotas enamoradas y las lágrimas que me sacó su final. Espero les haya gustado, comentarios y votos siempre son bienvenidos.
¡Feliz día/tarde/noche!
-Jhoan.
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