Capítulo 8
Terminamos la cena en paz. Entre risas, aunque ya no tan naturales como antes. La tensión de mis últimas palabras aún reinaban en el aire. No estoy molesta con ninguna de las chicas, es solo que hubiera preferido que me dejaran hablar, y decidir si quería o no, conocer al dichoso fotógrafo.
Arthur tampoco ayudó mucho, si con su mera presencia ya me ponía nerviosa, el que su pierna no dejara de moverse de un lado a otro, y en algunas ocasiones rozara la mía no lograba hacer otra cosa que agitar mi corazón a una velocidad que nunca antes había experimentado.
—Jess, ¿puedes encargarte de llevar el vestido a tu casa? —Me pide April casi en forma de súplica. Sé que con Peter en el hogar de los Wheeler's, es difícil guardar algo referente a la boda allí, y menos una cosa tan importante.
—Vale. —Es mi trabajo después de todo.
—Gracias, y siento lo de antes. No fue mi intensión entrometerme en tu vida. —Me alegro que se disculpe, una cosa es aconsejar y otra muy diferente es presionar.
—Estamos bien. Sé que no lo hiciste por mal. —Le regalo una sonrisa y ella me abraza con entusiasmo.
—Bueno, nos vamos. Chao. —Se despide junto con Peter y sus padres.
—Yo también me voy, quiero escribir un poco. —Rose se levanta del sofá con su bolsa de viaje, pero antes de abrir la puerta del bar Penny la detiene.
—¡Espérame! —camina con sus pertenencias a toda prisa hacia la salida. —Jess, nos vemos en casa.
—¿Pero me dejarán sola? Tengo que llevar el vestido, y es de noche. —Dios, esa caja es incómoda de transportar, mis cosas del viaje son un peso más, y me da miedo caminar por el sendero sola.
—Yo te acompaño. —No, él no. —Pueden irse, chicas.
—Eh, mejor no... —Quiero protestar, pero Rose y Penny ya se marcharon. Genial, no tengo otra opción.
—¿Por qué? —Arquea una de sus cejas y me mira fijamente a los ojos. Odio cuando hace eso, nunca puedo sostenerle la mirada.
—Por nada. —Me encojo de hombros. Me niego a confesarle las inquietudes que causa en mí.
—El vestido está en mi oficina, puedes buscarlo. Yo le daré las últimas indicaciones a los empleados y sacaré la moto. —gruñe y me da la espalda. Alguien perdió su buen humor. Sin dudas su horóscopo no mentía, algo le debió de caer mal que tiene esa cara.
Subo las escaleras con prisas, solo quiero llegar a casa y dormir un rato. La caja está sobre el escritorio, la tomo con cuidado de no romperla, y justo antes de salir de la oficina me fijo en un pequeño cuadro con una imagen enmarcada que la primera vez aquí no había visto. Es una fotografía de Alf y Arthur de hace más de 6 años.
Recuerdo ese día, fue cuando el gato se escapó de casa y creímos que había desaparecido. Resultó que cuando fui a ver a April para los deberes, Alf estaba dormido en el regazo de quien creía era su dueño. La misma Martha fue la que capturó el momento, antes de que me lo devolvieran. Desde ese día Arthur comenzó a decir que mi gato también le pertenecía, que compartíamos mascota. Y yo, como niña tonta, comencé a imaginarme miles de escenarios románticos al creer que algo nos unía de manera sentimental como lo hacía Alf.
—¿Por qué tardas tanto? —Me sorprende su voz detrás de mí.
No sé cuánto tiempo me he quedado observando la imagen, pero no lo suficiente como para volver a dibujar en mi memoria cada uno de los rasgos de su rostro y el azul de sus ojos. Arthur, en aquella época lograba quitarme el aliento solo con una sonrisa, y ahora aunque lo quiera negar, también lo hace. Son cosas que por más que quiera no puedo evitar.
—Estaba viendo a Alf. —No miento, de vez en cuando también miré al gato en la foto. Pero es que de Arthur no tenía ningún recuerdo más que mis cartas y mi memoria.
—Ah. —Se coloca a mi lado y toma el cuadrito. —¿Tienes fotos de él? —Del gato tengo miles, pero de ese joven alegre no tengo nada.
—Sí. —respondo antes de decir alguna tontería.
—Esta es la única que yo tengo. —Me mira a los ojos y se acerca. —Eran buenos tiempos.
—Para ti sí que lo eran. Yo no la pasé muy bien en esa época. —Mis últimas palabras se escapan con cierta tristeza de mis labios y me aferro un poco más a la caja del vestido.
Arthur me mira confundido, y susurra con timidez.
—¿Por qué?
—¿Qué importa? —La conversación está tomando un rumbo que nunca desee que tuviera.
—A mí me importa, compartimos varios momentos juntos. —Se acerca a mí mucho más que antes, y toma la caja entre sus manos, sin apartar sus ojos de los míos. Por un momento quiero volver a tenerla, y utilizarla de escudo para que no note mi dolor, o mis nervios.
—Compartimos lo justo. No hablábamos casi y la mayor parte del tiempo ignorabas mi presencia. —Doy media vuelta para marcharnos de una vez, pero sus palabras me detienen.
—El día que yo pueda ignorarte te aseguro que todo será más fácil. —Mi corazón adopta un pulso acelerado y la dulzura de sus palabras se clavan en mi piel. Quiero girarme y preguntarle ¿qué significa eso? Pero no me atrevo. No tengo el valor, no después de todo lo que vivimos, y lo que yo sufrí.
—Tengo que ir a casa. —susurro y bajo las escaleras rápidamente dejándolo atrás. No quiero hablar más del tema.
Llego a la salida, y una vez fuera, dejo escapar el aire comprimido en mis pulmones. Es otra ocasión en la que Arthur me ha hecho estremecer. Estoy volviendo a experimentar esas sensaciones, ese afecto desenfrenado como adolescente sin rumbo, y no puedo, no me puedo permitir ahogarme otra vez en mi amor.
Lo escucho acercarse, y aprovecho para adelantarme un poco por el camino cargando mi bolsa de viaje.
—Espera, Jess. Nos vamos en la moto. —grita antes de montarse en ella y acomodar la caja al frente.
—¿En la moto? —chillo tan fuerte que hasta yo me asusto.
—No pretenderás que caminemos cargando el vestido, tu bolsa y arrastrando la moto también. —Se cruza de brazos y se apoya en la caja.
—Es que... —¿Cómo le digo que tiemblo de solo imaginarme la escena? —No tengo casco, sin seguridad no me monto, podrías ser un conductor loco.
—¿Quién ha dicho que no tengo uno para ti? —Me ofrece el casco que esconde en una de las maletas de cuero que cuelgan de los costados de la moto. Muy típicas en las de ese estilo.
No me queda de otra que subirme a ella, así que llevando mi bolsa a la espalda, me coloco el casco.
—¿Dónde está tu chaquetilla de cuero? —pregunto lo primero que se me viene a la cabeza mientras me agarro torpemente de los costados del asiento.
—¿Eh?
—Los chicos de antes que manejaban estas motos vestían chaquetillas de cuero.
—Ah sí, pero no tengo. —Me mira por encima del hombro, y sonríe. —¿No piensas sujetarte?
—Me estoy sujetando. —Me defiendo. No es muy seguro mi agarre pero por lo menos lo hago. —Y por cierto, eres muy aburrido, las chaquetas de cuero son lo más.
—Vale. —Arranca la moto de repente y pego un grito del susto que me llevo cuando siento una fuerza que me empuja hacia atrás. Por propia seguridad y sin darme cuenta, rodeo mis brazos en el torso de Arthur con vigor.
—¡Vas a matarnos! —chillo, y me doy cuenta que ni siquiera nos hemos movido diez centímetros del lugar.
—Ahora si que estás bien sujeta. —me guiña el ojo por encima del hombro, y se baja el cristal del casco antes de volver a arrancar la moto.
—Lo hiciste a propósito. —susurro pero no creo que pueda oírme. Mis palabras se quedan en el aire, y por primera vez entro en cuenta que lo tengo entre mis brazos.
El calor de su cuerpo me estremece, y el sentir sus respiraciones me relaja. Por un momento quiero quedarme así para siempre, sin esperar nada más. ¿Desear que este viaje sea eterno me hace egoísta? Si lo único que anhelo es que sea mío, y de nadie más. El mismo sentimiento que experimenté 6 años atrás.
Llegamos a casa más rápido de lo que hubiera querido. Desciendo de la moto con cuidado, y me quito el casco dejando al descubierto mis enredados rizos. Casi se me cae al suelo de los nervios cuando se lo entrego a mi acompañante que se apresura a bajarse de la moto.
—Muchas gracias por traerme. —alcanzo la caja que guarda el vestido, y la cargo para entrar por fin.
—Cuando quieras. —Se pasa la mano por su cabello, y me mira con timidez. —¿Qué tienes pensado hacer mañana?
—Tengo que buscar el sitio ideal donde realizar la celebración, daré un vuelta por los alrededores del pueblo. —¿Para qué quería saber? ¿Y por qué no tardé ni un segundo en contestar?
—¿Puedo acompañarte? —La caja del vestido se me resbala de las manos al escuchar su pregunta y me apresuro a levantarla del suelo. No está estropeada, solo tiene un poco de tierra por los costados pero nada que no se pueda disimular. Arthur se acerca para inspeccionarla también, pero al notar que los daños no son graves vuelve a centrar su atención en mí. Esperando una respuesta.
—¿Para qué quieres acompañarme? —Dame una buena razón para no rechazarte. Para creer en lo que me está sucediendo ahora mismo.
—Somos amigos, y desde que estás aquí no hemos hablado casi. Quiero saber qué tal es New York, lo que hiciste estos 6 años, quiero que me cuentes todo lo que me perdí de tu vida. —No sé si es por mí, pero el ligero rubor de sus mejillas me impiden negarle mi compañía, incluso escuchado la palabra amigos de sus labios. Termino accediendo, solo porque negarme me parecería una locura.
—Paso a buscarte a las 9 am. Buenas noches, Jess.
—Buenas noches, Arthur. —susurro aún nerviosa y confundida por lo que acaba de pasar. Entro a casa con el corazón cargado de emociones y la mente enfocada en una única sonrisa.
Si estoy soñando por favor no me despierten, y si es real espero de verdad que mi alma no termine hecha pedazos. Arthur y yo tendremos una cita, o eso me pareció cuando me lo pidió de una manera tan formal. Si bien quería pasar tiempo conmigo, no me cerraría a esa idea, por más que sabía que dentro de 5 meses volvería a New York.
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