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Capítulo 2

Glash Village, es un pueblo muy colorido del sur de Inglaterra. Conocido por sus impresionantes campos de flores, calabazas, y su maravilloso entorno. Con una población menor de 500 personas, y un lago espectacular a la vista de todos, atrae de vez en cuando a poco más de mil turistas al año, y hoy, yo me había convertido en uno de ellos.

Mi antigua casa se encuentra en las afueras del pueblo, algo alejada del centro. Mis padres habían decidido mantenerla durante todos estos años. Aún tienen la esperanza de volver, pero supongo que nunca han encontrado una excusa para hacerlo. Ahora están bien en New York. Mamá tiene su propia florería, y papá aún trabaja como ingeniero agrónomo en uno de los mayores Viveros de la ciudad. Además, Joan ya tiene una familia. No creo que a mi hermano mayor le guste la idea de alojarse nuevamente aquí.

El autobús se mueve más despacio de lo que desearía. Estoy ansiosa por llegar de una vez a casa. Las chicas prometieron que nos veríamos en el Bar Bells una vez que pusiera un pie en el pueblo. La última vez que tuve señal en el teléfono, Penny había llegado sana y salva, y me pedía que no tardase. Si supiera que mi transporte no va a mayor velocidad que la de un caracol.

Al leer el cartel de bienvenida no puedo evitar que se me pongan los pelos de puntas. Glash Village, guarda más que mi simple infancia, esconde entre sus calles los suspiros de mi corazón, colecciona las lágrimas de mis ojos, y el dolor de mi primer amor. Un secreto que solo este pueblo y yo sabemos, y que no estamos dispuestos a revelar.

Mi última parada, y la que un día fue mi primer destino. Aún me sorprendo como pasan los tiempos. Si antes sus calles desprendían alegría, ahora no dejan de gritar a los cuatro vientos que este es el sitio perfecto para encontrar la felicidad. La mía no, de eso estoy segura.

Desciendo del autobús con mi maleta en mano. Más de 9 horas de viaje te hacen plantearte si de verdad vale la pena todo esto. —Piensa en April. Hazlo por ella. —me repito en mi mente para no cometer la locura de volver a New York. ¿Tan malo es volver? —No, no, hace años que no sientes lo mismo.

Retoco mi maquillaje antes de salir en busca del Bar. Necesito por lo menos dar una buena imagen de la nueva Jess. Aunque estoy segura que la mitad de los habitantes no se acuerdan de mí, y los que lo hacen, no creo que sea porque yo les agrade.

Camino por las calles casi desiertas, y trato de ubicarme para encontrar la dirección correcta. Si mal no recuerdo en la 16th Street, se encuentra el único y centenario Bar Bells. Perteneciente a los Pratts, grandes amigos de mis padres. De aspecto tosco y rural, con estructura de piedra y adornos de madera, se alza frente a mí, el famoso lugar. La de domingos que pasamos en familia disfrutando de las delicias de la casa. Son de los pocos recuerdos felices que me quedan del pueblo.

Me interrumpo a inspirar el perfume de pino tan característico de la zona. Es la primera vez desde que volví que me detengo a olerlo. Es relajante, natural y adictivo. Sin dudas, mi fragancia favorita.
Después de lo que parecen ser cinco minutos, me dejo de tonterías por una vez, y me lleno de valor para entrar por fin.

Está repleto de gente, y no reconozco a nadie. Ha dado un gran cambio desde la última vez. Tiene un aire juvenil, y despreocupado. Ya no parece un restaurante para familias. Esto es un lugar de recreación y diversión. Con una mesa de billar en el centro; unos sofás muy acogedores en una zona mucho más privada, las típicas mesas de café para aquellos que vienen solo de paso, y una barra que es lo único que me parece que estaba desde antes.

—¡Jess! —Oigo a Rose gritar desde algún lugar que aún no logro descifrar, y camino por donde creo que podría estar.

—¡Aquí! —Veo a April agitando sus manos, y me apresuro a su encuentro.

Casi creo estar a salvo del caos cuando una bandeja cargada con jarras de cervezas se interpone en mi camino, y termino estrellándome con ella. —Estamos bien ¿no? Nada peor nos puede pasar...

Humm... si que nos puede pasar.

—¡¿Qué demonios?! —Hace seis años que no escucho su voz, pero sin ver su rostro, estoy 100 % segura de saber de quien se trata, y aún no estoy preparada para hablarle.

—Lo siento. —susurro. Estoy empapada, mi blusa está hecha un desastre, y huele a cerveza con demasiada potencia. Esquivo al camarero, tratando de huir de su lado con la intención de que no me preste más atención.

—Tú, vuelve. —Le escucho decir, pero no me detengo a voltearme. No llevo ni dos minutos en este sitio, y ya estoy haciendo el ridículo.

—¿Jess, estás bien? —Penny se acerca a mí para tratar de ayudarme a limpiar con una servilleta mi atuendo, pero no sirve de mucho.

—¿Jess? ¿Eres Jess? —No, esa voz otra vez no.

—¡Arthur, mira lo que has hecho! Tienes que tener más cuidado. —April reprende a su hermano mayor, y yo sigo sin encontrar el valor para voltearme a verlo.

—Yo... no te vi. —susurra y casi no logro escucharlo. Sí, lo sé. No es la primera vez que no me ven. Ya estoy adaptada.

—No pasa nada. —respondo con sequedad, y trato de sentarme en el sofá junto a Rose que rebusca en su maleta, para después ofrecerme una de sus camisetas. Le agradezco con la mirada, y trato de controlar mis nervios. Que desde el pequeño incidente parecen haberse disparado sin intensiones de volver a lo que eran antes.

—Jess, ¿Qué haces aquí? —Me pregunta sorprendido, pero no como una linda sorpresa, sino como una no deseada. Me debato en si contestarle groseramente o por fin mirarlo a la cara, pero cualquiera de las dos opciones me parecen demasiado.

—Vino por la boda, ella será quien la planeará. —responde April por mí al ver que tardo en contestar.

—Entonces ¿te vas cuando termine la boda? —vuelve a preguntar en tono brusco.

—Acabo de llegar, y ¿ya quieres que me vaya? —Le respondo, y busco su rostro enojada. Si supiera que en mis planes está quedarme aquí por lo menos por un año. Dios, si que ha cambiado. Sus facciones están mucho más marcadas que cuando era un adolescente de 17años, y pequeños mechones de su cabello castaño caen sobre su frente. Esta muy serio, y sus ojos azules no dejan de mirarme fijamente. Ya sé que mi presencia no es grata para él, pero no creí que lo expresara de esa forma tan descarada.

—Bienvenida a casa. —murmura antes de dar la espalda, y perderse tras de la barra.

—Bien... eso fue incómodo. —comenta Penny intrigada.

—Creo que nunca le he caído bien. —Cierta tristeza acompañan mis palabras, pero trato de despejar mi mente cambiando el tema. —Chicas, ¿un abrazo?

—Ay, sí. Eso era lo que se supone que debíamos haber hecho desde el principio. —Rose es la primera en levantarse para achucharnos a las demás en un cálido abrazo, yo aún con mi blusa manchada.

—Me alegra tanto que estén aquí. —confiesa April emocionada.

—Y a nosotras. Debemos celebrar que estamos juntas otra vez. Una fiesta sería estupendo. —Penny fija sus ojos en mí, y sé muy bien lo que quiere.

—No, es muy pronto. Aún no me ajusto al cambio de horario, y vengo de un vuelo de 7 horas y dos en viaje en autobús. No me hagas trabajar desde ya. —hago una súplica para que no me obligue, y justo iba a decir algo cuando April anuncia.

—No se deben preocupar por esas cosas. Esta noche cenarán en mi casa, ya está todo listo.

—Uf, que alivio. —Me dejo caer nuevamente en el sofá, y recuerdo que necesito cambiarme de blusa con urgencia. —Ahora vuelvo.

Pregunto a un chico que me parece más menos cuerdo dónde puedo encontrar el baño de mujeres, y este me indica una puerta a la derecha, justo debajo de unas escaleras. Afortunadamente Rose y yo tenemos la misma talla de ropa, y aunque la camiseta que me prestó no es para nada mi estilo, se ajusta bastante bien a mi delgado cuerpo.

Salgo del baño dispuesta a encontrarme con las chicas y avisarles de que me marcho a casa. Aún tengo muchas cosas por hacer, y entre esas esta tomar un baño.

—Estás irreconocible. —Doy un brinco cuando lo encuentro a mi lado con otra bandeja llena de cervezas, parece enojado. Espero que esta vez no terminen encima de mí.

—Sí, Arthur, en 6 años todo puede cambiar. —respondo con rudeza, no quiero demostrarle que estoy nerviosa.

—No creí que tú lo harías. —clava sus ojos en los míos, y yo no aparto la vista con la esperanza de encontrar en su mirada algo más que un rechazo.

—Arthur, no tengo 15 años. No sé qué te pasa, pero me está empezando a preocupar tus ganas de que me marche. Que yo recuerde la última vez que nos vimos ni siquiera hablamos. Así que por favor, no estoy para tus bromas pesadas. —Paso por su lado con la cabeza en alto, dejándolo con la palabra en la boca. La Jess adolescente estaría feliz sólo porque él le dirigiera la palabra, pero la
Jess de ahora ya ha sufrido suficiente por amor.

—Chicas, necesito dormir, instalarme en mi cuarto, necesito tiempo para darme cuenta de que estoy de vuelta. Necesito chocar con la realidad, por lo tanto, me voy a casa. —agarro mi maleta y me dirijo a la entrada.

—Bien, a casa, por fin. —Rose alza las manos al cielo e imita mis acciones.

—Ya era hora. —Penny nos sigue con una sonrisa.

—Esperen un segundo. ¿A qué casa van ustedes? —las señalo a las dos entrecerrando mis ojos.

—A la tuya. No puedo quedarme en casa de mis padres, después que me marché hicieron un gimnasio en mi habitación. —responde Penny.

—Y en la mía están mis sobrinos. No puedo concentrarme para escribir con tantos bebés llorando a cada hora. —Se justifica Rose, y yo me quedo pensando. ¿De verdad quiero hospedar en mi casa a una fanática de los deportes, y a una loca de la limpieza?

—Venga, Jess. Yo las hospedaría con nosotros, pero no tengo espacio, y Arthur no querrá cederle su habitación. —al escuchar su nombre me tenso, y trato de disimular mi rubor. El hermano de April no es muy amante de las visitas.

—Está bien. Pero traten de no romper nada. —Les advierto.

Las cuatro juntas atravesamos el pueblo mientras charlamos de todo un poco, hasta llegar al sendero del campo. A lo lejos, unas cinco casas casi idénticas nos regalan la más bellas de las vistas, contrastando con un lago próximo que se encuentra a unos metros de estas. April se queda en la primera de ellas, y nos recuerda que a las 8 es la cena.

Nos detenemos en la última casa, y me apresuro a abrirla. Está impoluta, papá se preocupa porque una vez por semana venga una asistenta a limpiarla, y una vez al año porque un pintor le dé una mano de pintura, para evitar que se deteriore.

—Hogar dulce hogar. —Penny arrastra su maleta dentro del recibidor, y yo me dirijo hasta el salón principal. La extrañaba, extrañaba cada pequeño rincón de este sitio. No son solo los recuerdos de un tonto amor lo que me une a Glash Village, esta es la casa donde fui feliz miles de veces, y donde el mundo exterior no importaba, cuando estábamos todos juntos en familia. Sin las prisas de New York.

Rose también se detiene a mi lado, antes de preguntar.
—¿Cuál será mi habitación?

—Puedes elegir entre la de mis padres y la de Joan.

—La de Joan no, seguro que tiene posters de chicas colgados. —Hace una mueca, y yo me rio con su reacción.

—Es en el segundo piso, la primera puerta a la derecha. —Le indico.

—¿Y la mía? —pregunta Penny.

—La del medio.

Las tres subimos las escaleras con nuestras pesadas maletas, aún no tengo ni idea de cuánto tiempo estaré en el pueblo, supongo que esa será una de las cosas que aclararemos en la cena de esta noche.

Me despido de las chicas, y entro en mi antigua habitación. La nostalgia de encontrar a una niña enamorada se apodera de mí, y recorro con mis dedos cada mueble que años atrás me parecían feos y ahora, no hacen otra cosa que pedirme que les dé calor, que me tumbe sobre ellos y les recuerde quien soy.

Me detengo a observarlo todo, me inclino en la ventana y contemplo la maravillosa vista. Nunca antes me había sentido así, tan acogida. Como si cada rincón de este cuarto reclamara mi presencia, como si me necesitara como yo a él.

Me tumbo en la cama pretendiendo quedarme dormida, pero un estante con decenas de libros me llama la atención. No lo pienso dos veces cuando me lanzo a cogerlos, y oler cada una de sus páginas. Entiendo por qué siempre fui tan apasionada para esto del amor, solo leía novelas románticas. Una risa nerviosa se escapa de mis dientes y justo cuando me dispongo a volver encuentro varios sobres de cartas nunca enviadas.

Me tiemblan las manos antes de agarrarlos, sé bien para quién son, y leerlas no hará otra cosa que abrir esa herida que por años ha estado bajo llave.

Recorro con mis manos el borde, parecen escritas hace cien años, el desgastado papel y el olor a guardado les da ese toque antiguo que tanto misterio me causa, miro las fechas y las ordeno. Luego de más de 10 minutos mirándolas, encontrando el valor para leerlas, abro la primera de todas, y me pierdo entre sus letras.

🍃🍃🍃

20 de septiembre de 2014

Esto es raro, muy raro, no puedo creer incluso que me atreva a hacerlo. Nunca había pensado en escribirte una carta, supongo que será porque hoy más que nunca me he permitido mirarte con cierto descaro. Ayudé a mamá a ordenar el desván, y me regaló estos sobres con papel. Dice que los compró cuando conoció a papá, y comenzaron a enviarse cartas, hace ya más de 15 años. Son tan finos y delicados que tengo miedo de que se deshagan antes de llegar a tus manos, si es que me atrevo a enviártelos. No sé ni siquiera por qué te cuento esto. Pero tengo miedo de decir tantas cosas, cosas de las que quizá tú ni te imaginas. Como que deseo tanto que nosotros podamos llegar a tener un amor como el de mis padres, que encontremos esa manera mágica de pertenecernos el uno al otro.

Algo dentro de mí sabe que sería imposible. Soy invisible para ti, Arthur. No te importo más que como aire, ese que despeina tu cabello, que te golpea en la cara cuando vas a toda velocidad en tu bicicleta, ese que rechazas sin importar que puedas sentir su frescor y alivio. Lo ignoras porque no puedes verle, y para ti yo soy solo eso, aire.

Pero no creas que te culpo porque no puedas notar mi presencia, o mi mera existencia. Siempre he sido la sombra de todo el que está a mi lado, me di cuenta hace días de eso. La tarde en que llevé a Alf al veterinario fue como una revelación para mí. El doctor Mark se acercó a su asistente mientras ambos me miraban con curiosidad, les escuché cuchichear entre ellos que yo era la dueña del gato Alf. Ahí supe que mi nombre no importaba más que ser la dueña de Alf; o la hermana de Joan, o la nieta de Vicky, o la hija menor de los Roth's, o la mejor amiga de April. Al mundo no le importa si me llamo Jess.

Me pregunto cómo me ves tú, si como la amiga de tu hermana, o la dueña de Alf. Ese gato te adora tanto como yo, está obsesionado contigo.

Creo que después de todo no te enviaré esta carta, quizás otro día te haga otra más bonita, me distraje contándote muchas tonterías. Igual te mando besos.

Con amor Jess.

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