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CAPÍTULO 2

6, 7 y 8 Escena, Historia y hechos.

Secuencia de Escena./
Distracción.

Quince años atrás la isla fue abordada por un grupo de pescadores extranjeros que solían sacar el oro de una mina desconocida. Algunos dueños de los barcos más grandes de la isla tuvieron que huir para que no les fuera robado sus riquezas. Las familias poderosas de aquella época eran los que generaban trabajo a los habitantes de escasos recursos, incluso; por la seguridad de sus familias tuvieron que enfrentarse a fuego cruzado con los españoles, guerra que perdieron y tuvieron que ceder sus terrenos hasta quedar en quiebra total. De esta manera, españoles tomaron gran parte del oro de la isla y anduvieron un par de años construyendo sus casas hasta que ya nadie podía enfrentarlos para que se fueran y no volvieran jamás... ahora, después de tanto tiempo se ha sabido que habría una venganza ruda y sangrienta, cuya explosión se suponía que era el comienzo de otra vida.

La gente poco a poco comenzó aglomerarse. En medio de la impresión todavía seguía con la adrenalina en mi cuerpo. Un par de policías agregados a la isla, un grupo de bomberos voluntarios llegaron a apaciguar el fuego. De inmediato las autoridades pusieron el área en peligro. Me senté justo al frente del hotel a esperar a que alguien me atendiera. Desde allí se podía ver en el tercer piso el fuego que surgía desde adentro, uno de los bomberos al parecer el jefe, daba la orden de poner dos mangueras de agua en frente mientras los que intentaban controlar desde adentro con ilusión podían determinar el punto de inicio. Me llamó la atención una niña que abrazaba a su madre y ésta de rodillas pidiéndole al cielo piedad, ambas lloraban sin culpar a nadie. Pero sentía que debía hacer algo fuera de mis principios, no sé qué buscaría, no sé en dónde ni cómo, podía recordar al recepcionista hablando por la radio sudando hasta por los codos, podía haber escuchado a alguien que bajaba las escaleras y despedirme de la rubia.

- ¿Señorita, se encuentra bien? -

Uno de los bomberos se me acercó. Pero todavía con resaca en la cabeza le vi el rostro desconfiada, insinuando que podía hacerme más daño del que ya padecía, - ¿Señorita, disculpe, está bien, señorita? - insistía, mientras me alejaba de él, de la gente que preocupada por lo que ocurría se amontonaba con más frecuencia.
Corrí hasta la esquina quizás pensando que la oscuridad ya no me importaba, seguí hasta la otra, a una calle y a diez pasos de mi casa. Caminé al mismo tiempo que miraba hacia atrás para descartar que alguien me perseguía. De repente, un tipo frente a mí, ocultando su rostro con una capucha negra, con una botella de alcohol en la mano derecha y en la izquierda llevaba un cigarrillo consumido a la mitad. No sé por qué me fijé tanto en los detalles, mi corazón no dejaba de latir compulsivamente, fui dejando al hombre cada segundo, perdiéndose en la oscuridad que me acechaba. No dejaba de buscar mis llaves frente a mi casa, pero me aconteció el temor aún más cuando del jardín salieron sapos y cucarachas, un cangrejo justo en la puerta sin saber por dónde escapar, la puerta semi-abierta. Entré a la casa y la alarma desactivada y rota. En el piso un martillo de cacha de madera, dos monedas de 500 al lado y el cuadro que adopté por todo este tiempo ya no estaba. En la sala el mueble boca abajo con todo el algodón por fuera, - ¿Dios mío, ¿qué es esto? - exclamé agitada. Me dirigí a la cocina y la caneca de basura llena de ropa interior, donde estaría la argolla que había dejado quién sabe cuándo. Los cajones abiertos y sin el arma, cubiertos incompletos, toda la alacena vacía. Y ¿Moisés? ¿Mi bolita de pelos? -

Corrí hasta el cuarto y no lo vi en ningún lado, al contrario, toda mi ropa en el piso, zapatos y accesorios, aquel vestido de baño que me puse en el río, el mismo que portaba en el cuadro, manchado de sangre junto a la cama. - ¿Pero, y Moisés? - Me pregunté por su vida nuevamente.
Salí del cuarto y lo busqué en el baño, ya no estaban los cepillos ni los cubiertos, el espejo roto como si le hubiesen dado un punzón en el centro. Sin imaginar lo que podía ver en el patio, el último lugar a dónde me encontraría escondida, ver la reja con el candado abierto decidí solo devolverme a la sala. Me paré frente al mueble, busqué entre el algodón, pero no había nada ni siquiera la cáscara, la radio apagada, me olvidé de Calamaro, volví a la cocina con la esperanza de verla igual, pero encontré sobre el Mesón un masmelo, quizás no lo vi cuando vine la primera vez, quizás había alguien todavía en casa y me asustaba que se apareciera conmigo adentro. En ese momento recordé donde dejaba las cosas siempre, si quien hizo esto sabia mi rutina, sabía dónde podría buscarme y herirme, tanta seguridad y para qué... nada de esto me pasaría si aquella rubia no tocara mi puerta. Entonces decidí ir al patio, me asomé un poco pero no veía nada sino la oscuridad misma que tapaba mis ojos...

Salí de la casa con miedo de que alguien me esperara afuera, miré alrededor y solo veía un par de árboles moviéndose con la brisa, la muralla con una luz dejaba ver al vigilante caminando con su perro y con un pito en la boca. Volví al hotel y ya no había nadie, no estaban los bomberos ni la Policía, aunque ya el fuego había cesado no conseguí ver a alguien husmear por aquí, - ¿dónde iría la gente? - Me asomé un poco al hotel y vi tres cuerpos en donde había dejado a la rubia a esperar, se escucharon disparos lejos de allí, corrí nuevamente hasta la casa, pero ahora con las luces apagadas. - ¡Qué rayos está pasando! - me auto cuestionaba, consternada a una coalición, si era maldición entonces era la isla embrujada, ya estaba pensando en cosas abstractas e incoherentes. Entré a la casa con desazón y fobia, una vela encendida en el piso junto al mueble fue lo último que vi despierta.

Ext. Muralla/ día.

El charlatán discutía con un turista sobre el precio del hotel donde los llevaría. Éste en posición de conseguir algo a cambio, le apostaba a ganar al menos cien mil por día más lo que el administrador del hotel le daría por llevarle huéspedes. El turista aceptó la oferta y tomó de la mano a la que parecía su esposa y a sus dos hijas que parecían estar más ocupadas en mirar sus teléfonos que el paraíso donde pasarían el fin de semana juntas. La que parecía mayor guardó su teléfono en una de las maletas y por fin observó el panorama. El charlatán a su paso, la veía con abuso, con perversidad y antojo. El sostén azul agua marina la hacían atractiva, sus labios rosados, su cabello negro hasta la cintura, más por su cuerpo alineado con una perfecta curvatura mientras caminaba delante de él.

Charlatán por su parte, no tenía familia y vivía en una cabaña cerca de las parcelas donde se cultivaba hortalizas, frutas y plátano. Era un vividor que le gustaba mostrar una apariencia sarcástica y de fantasía con la que ocultaba sus sentimientos hacia la vida. Muy difícilmente creció bajo una estrecha infancia, debido a que sus padres adoptivos lo tuvieron a punta de palo y humillaciones. Viéndose tan agobiado por sus sucesores de hogar, decidió irse y hacer su vida solo, pero en cuya vida nunca consiguió cumplir sus sueños de ser capitán de barco.

Deprimido o no, seguía sus intuiciones de Galán, asumiendo así que podía atraer a la gente fácilmente. Su manera de acechar al turista era algo diferente de cómo acostumbraba alguien en su misma posición, hablando de aquello que solía hacerse en la isla los fines de semana en algunas tabernas o los lugares donde un grupo folclórico tocaban el tambor, la guacharaca y el acordeón. Obviamente, al turista le llama la atención la fiesta, la forma de distraerse más allá de bañarse en el mar o mirar las especies de mar que se exhibían en los acuarios del puerto. Pero tanto él como a otros le importaba que los visitantes se fueran con las ganas de volver, valía mucho su trabajo como para intentar hacerles algún tipo de broma, o tomarlos en secuestro por dinero. Al contrario, siempre observaba que sus colegas abusaban de vivos, quienes poco les interesaba que los turistas gozarán de unas buenas vacaciones.

Charlatán, aunque era un vividor ya sea por su forma de coquetear y aparentar una lujosa vida, era un hombre muy dispuesto a defender la isla y daría su vida sin dudarlo.

Aun impresionado con la simpática chica, se adelantó para hablarle aprovechando que sus padres iban un poco más lejos adelante.

- Ahorita en la noche habrá un baile en el mirador de la montaña, pueden ir con sus padres y tal vez bailes conmigo. -

- Podrías solo no hablarme, me gusta escuchar el sonido del mar. - Dejándose ver nuevamente sus labios, llamó a sus padres y corrió hacia ellos junto con su hermana. Llegaron al hotel después de caminar calles de arena, pasando por esculturas de barro, pinturas de lienzo, floreros, flores, ropa interior. Pasaron por el mercado de frutas, algunas chozas y casas de bahareque donde vendían comidas típicas. Los instaló en el hotel y recibió su paga. Camino a la muralla, se fijó que la casa de Abigail tenía la puerta abierta, así que pasó a la casa y llamó a la puerta mirando de reojo que estaba la alarma rota. - Tite, estás? - y nadie le respondía, - Tite - insistía desde afuera. Sabía que Abigail no le gustaba que ingresaran a su casa sin permiso, pero Charlatán, al ver que la puerta estaba abierta más la alarma destruida, entró para buscar respuestas. - Tite, llegaron turistas para la guía, estás? - Como nunca antes había visto tanto desorden junto, revisó la cocina y encontró un masmelo a medias, como si le hubiesen dado el primer mordisco, la ropa interior en la caneca y encima una argolla. Asumiendo que Abigail se estaba deshaciendo de sus pertenencias viejas y que ya no usaría inclusive, la argolla. Salió de la cocina y tomó la primera puerta donde se encontró con un cuarto totalmente organizado, con la alfombra que Abigail tenía en la sala, sobre la cama había una soga y una cinta de enmascarar todavía sellada. En la mesa de noche un teléfono, pensó que sería el de ella, pero estaba apagado. En ese instante creyó que ella estaría haciéndole arreglos a la casa y salió con la intriga de saber dónde estaba. Afuera se encontró con los muchachos que había recibido la noche anterior. Éstos, arremetieron contra él con fuerza preguntándole por la rubia, Cuya respuesta para él era la misma pregunta.

El que portaba el collar lo tomó de la camisa y preguntó por su hermana Emily.

- Espera, espera, no sé dónde diablos está su hermana. ¡Suéltame! ¡Rayos! ¿Por qué vienen a mí a preguntar por ella? -

- Mi hermana vino a donde le indicaste y no la vimos más... Anoche sentimos que hubo una explosión por aquí cerca y fuimos a ver qué pasaba, pero ya no había nadie. Hemos preguntado por todas partes y no la encontramos. ¿Sabes cómo podremos hallarla? -

- No sé, no sé, cómo podría saberlo. Apenas los dejé me fui a mi casa y no sé nada de alguna explosión. - Charlatán, asume que podría estar con Abigail. Pero definitivamente Abigail no era de rodearse de personas extrañas. A lo mucho, los guiaba a conocer la isla y seguramente venía a su casa como siempre. Tal vez, podía estar buceando que era para lo único que le gustaba salir de este encierro. Llevó al galán y a la otra pareja al puerto para averiguar si su amiga estaba o estuvo allí, con tan mala suerte que no consiguieron nada de respuestas. Pasaron al mercado, a las parcelas, nuevamente al puerto y a la muralla, pero no dieron con el paraje de ambas. El hermano de la rubia pensó que debía ir a la policía y hacer la demanda correspondiente a la desaparecida. Aunque charlatán no haría lo mismo, creyó que podía esperar hasta la noche para volver a su casa y hablarle. Tenía que irse a servir de guía a los recién llegados. aparte, que había encontrado a la chica que podría ser su pareja en el baile. Dejó a los muchachos en la estación y fue al hotel el Descanso a buscar a la familia.

Int. Cabaña/ día.
(Abigail.)

Me desperté con las piernas atadas a unas cadenas, tenía los ojos vendados y olía mucho a excremento de vaca. Sentía que no estaba sola, había al menos dos mujeres más que lloraban sin alivio. El rostro me duele, la boca y los cachetes pareciera que los tuviera inflamados de tantos golpes, recuerdo solo la vela, no recuerdo el destino, pero sí el olor a orina de la cajuela de un carro y metida en una bolsa de basura. Alguien se acerca a pasos ligeros, se escuchaba como si pisara sobre latas de cualquier especie y botellas. Al entrar la puerta se sintió traquear como si se tuviera que jalar hacia arriba para girarla hacia adentro o afuera. Es como si estuviera caída al piso incluso por sus años. Tomó a alguien a la fuerza seguramente para separarnos, pero su voz no era de una mujer, era de una niña, salvo la reclamación de una voz gruesa y perturbada. - Déjala, desgraciado. Ten piedad de mi hija. - posiblemente de un papá angustiado e impotente de no poder cuidar y proteger a su hija, de quién aún sin distinguir su olor, su voz o su objetivo estaba obligándola a algo para su placer. Sentí miedo de ella y de mí si fuera la siguiente, pero más me aterraba que nadie pudiera darse cuenta de mi desaparición, me culpé a mí misma porque no solía socializar mucho con las personas. Por cualquier motivo que haya hecho privar de mi libertad o de mi vida en su defecto; corría el riesgo tanto como ellas o quién sabe cuántos más estuviéramos en esa situación sin salida. Buscando solo una luz para ver o una salida para correr como anoche lo hice. Sentí el quejido de un gato, como cuando le pisan la cola y salta del dolor... ¿Sería Moisés, mi bolita de pelos? -

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