Por suerte la biblioteca real del palacio de Asgard tenía también una entrada pequeña, poco conocida y siempre abierta, porque las grandes puertas principales solían estar cerradas a todo aquel que no fuese un miembro de la familia real. Ni ahora ni en mil años hubiesen dejado pasar a alguien como Alexa, eso era claro, y por eso estaba ella allí de noche con una lámpara de llamas de Muspellheim en su mano y escabulléndose por la entrada secundaria a la inmensa sala.
Las estanterías llegaban al techo, tan alto que se perdía en una oscuridad impenetrable, aunque la luna llena iluminase grandes franjas de blanco en el suelo y los libros. Era sólo de día y con todas las lámparas del techo encendidas que se podía ver la verdadera magnitud de la sala. Ahora, sólo iluminado por la lámpara de Alexa y unas pocas más en las paredes, el lugar era tenebroso.
Sin importar cuántas veces hubiese ido antes, seguía dándole miedo y creía ver un monstruo en cada esquina, detrás de cada libro que sacaba de su lugar. No era como si tuviese otra opción excepto no leer, y eso no estaba en sus planes. Era sólo en esa hora y en esa situación que podía entrar a esa sala prohibida para los plebeyos y los sirvientes, y todo bajo el riesgo de que alguna vez la descubrieran por casualidad, en cuyo caso no quería ni pensar en las represalias.
Respiró profundo para relajarse y avanzó despacio entre las estanterías sosteniendo la lámpara tan alto como podía, para iluminar la mayor cantidad de libros posible. Llegó a la sección de aventuras y epopeyas, y se estiró para alcanzar el tomo que había estado leyendo las noches anteriores. Logró sujetar el cuero de la portada entre sus dedos y casi perdió el equilibrio al sacarlo de su lugar, pero logró estabilizarse y abrazó el pesado libro con firmeza mientras caminaba hacia uno de los asientos junto a las ventanas.
Dejó la lámpara en el borde de la ventana y se cruzó de piernas apoyando el libro sobre ellas. La iluminación era perfecta, y no tardó nada en encontrar el capítulo donde había tenido que dejar de leer la noche anterior. Se abstrajo completamente en la lectura de la historia del héroe y se olvidó dónde estaba, hasta que alguien habló sobre su hombro y le dio lo más parecido a un infarto que había tenido en toda su vida.
—¿Qué se supone que haces?
Alexa soltó un grito agudo por instinto y se llevó una mano al pecho, sintiendo que se le iba toda la sangre del cuerpo. Temblaba mientras daba vuelta la cabeza para ver a su interlocutor, y si creía estar en una mala situación, ahora estaba peor. Era Su Alteza el príncipe Loki Odinson. La estaba mirando con completa seriedad, frialdad incluso, los hombros encuadrados, la espalda derecha, los brazos a sus lados y un aire de autoridad que hacía sentir a Alexa más pequeña que una hormiga.
Era obvio que no podía responder porque su lengua parecía haber desaparecido, así que se quedó mirándolo por tanto tiempo que él enarcó lentamente una ceja con todo el desdén que ameritaba la situación.
—¿Sabes hablar? —interrogó el príncipe en el mismo tono calmo y helado.
—Sí —susurró Alexa con un hilo de voz.
—¿Entonces me puedes responder la pregunta?
—Estoy... leyendo... —contestó ella, como si no fuese obvio. No era quién para discutirle al príncipe, ni en sus sueños.
—Eso es obvio —la cortó él—. No necesito que me digas lo obvio. ¿Me estás insultando?
—No... no...
—Entonces, dime, ¿qué se supone qué haces?
—No comprendo —respondió Alexa a punto de llorar de los nervios.
—¿Tienes una pequeña idea de qué es eso? —inquirió él ahora con un tono ligeramente exasperado, señalando a la ventana con un movimiento de su mentón. Alexa se giró a mirar y tardó un momento en darse cuenta de que se refería a la lámpara que había traído ella.
—¿Una lámpara? —intentó.
—¿De qué? —continuó el príncipe, ahora cruzándose de brazos.
—¿De fuego de Muspellheim?
—¿Y sabiendo lo que es, se te ha ocurrido traerla a la Biblioteca del Palacio Real de Valaskjalf? ¿Sabes qué pasaría si se rompe? ¿Si se te cae? ¿Si el cristal tiene aunque sea una pequeña grieta? ¿Te das cuenta de que por un error podrías reducir esta sala entera a cenizas?
Por instinto Alexa se puso de pie abrazando el libro contra ella y se alejó varios pasos de la luz como si fuese a explotar. El príncipe Loki dejó salir un pesado suspiro y avanzó para tomar la lámpara. Hizo un movimiento de manos, y de pronto ya no estaba más y se encontraban casi a oscuras. Escuchó un susurro que no pudo comprender, y un orbe de luz clara como la del día surgió de la nada al lado del príncipe.
—De todos modos —dijo él después de unos instantes de silencio—, ¿qué haces aquí a esta hora?
No había mucha más opción que decir la verdad, a esas alturas. Alexa miró el suelo para cobrar el valor y hablar en voz baja.
—No me permiten entrar aquí, y de día está todo vigilado o hay gente dentro. La noche es el único momento en que puedo venir a leer.
—Eso significa que estás incumpliendo tres normas. Primero, el fuego de Muspellheim está prohibido aquí. Segundo, sólo la familia real o alguien autorizado puede entrar y siquiera tocar estos libros. Tercero, hay toque de queda para los sirvientes a menos que se requiera su presencia de parte de un superior.
—Lo sé —contestó Alexa, deseando que la tierra se la tragase.
—¿Vale la pena transgredir tres reglas del palacio y merecer un castigo ejemplar, sólo por leer un libro? —preguntó el príncipe sin dar rodeos, y ella alzó la mirada para verlo a los ojos. Podría jurar que no se veía enojado, en absoluto.
Apenas tuvo que pensarlo un segundo.
—¿Sí? —respondió, con duda pero desafiante a la vez.
Para su sorpresa, los labios del príncipe Loki se curvaron en una sonrisa divertida, y sus hombros se relajaron un poco. Con paso felino y silencioso se acercó a una estantería a espaldas de Alexa, haciendo que ella se girase sobre sus talones para seguir sus movimientos. El orbe de luz iluminaba tanto como las llamas de Muspellheim, pero en un tono frío y claro en lugar de cálido. El príncipe acarició los lomos de los libros con las puntas de sus dedos, casi como si fuesen seres vivos que dormían en ese momento.
—Mundos enteros encerrados entre páginas, atrapados en signos de tinta. Es una maravilla, ¿no opinas lo mismo? —murmuró él, en un tono lo suficientemente alto como para que Alexa lo oyera. No esperó respuesta y se dio la vuelta para mirarla—. ¿Te interesan sólo las epopeyas de héroes?
—Me interesa todo —respondió Alexa, cobrando más valor ahora que parecía que no iba a ser castigada.
—¿Todo? Eso es ambicioso —terció el príncipe Loki, levantando las cejas y mirando a su alrededor—. ¿Política? ¿Lenguaje? ¿Botánica? ¿Astronomía? ¿Astrología? ¿Magia?
—Todo —repitió ella, encogiéndose de hombros.
—Y arriesgas tu seguridad por la aventura de un héroe que no hizo más que matar unos monstruos. Ocupa tu tiempo, ya que vas a infringir reglas, en aprender algo más productivo —la reprendió él. Sin pedir permiso ni avisar, dio un paso hacia ella, le sacó el libro de las manos y lo hizo desaparecer igual que la lámpara. Luego miró a Alexa de pies a cabeza, como midiéndola, y chasqueó la lengua—. Oratoria y declamación, para empezar —dictaminó, dejándola perpleja. El príncipe cerró los ojos un instante y tendió las manos con las palmas hacia arriba. De un momento para el otro, tres libros se apilaban perfectamente en sus brazos, y se los tendió a Alexa. Ella los tomó sin entender nada. Él sonrió—. En tu bolsillo encontrarás una nota firmada por mí que te autoriza a entrar aquí y retirar libros, pero yo te diré cuáles. Sólo así llegarás lejos, empezando por el hecho de que no pareces saber hilar ni dos palabras juntas y eso no te llevará a ninguna parte. En cuanto hayas terminado estos tres libros, espero que hayas aprendido a expresarte un poco mejor, y seguiremos con la etiqueta y los modales. Desde que me viste, no me has hecho ni una sola reverencia, ni me has llamado "Su Alteza". Te lo dejo pasar porque no tengo ganas de discutir, peor no es forma de dirigirse a un príncipe.
—Lo siento... Su Alteza —dijo Alexa, poniéndose roja hasta la raíz del cabello e inclinándose como pudo con los tres libros en sus brazos. Cuando se levantó de nuevo, vio que él estaba riéndose en silencio y le ardió más el rostro si eso era posible.
—Te daré la educación de una princesa. Veremos cómo lo manejas. A la primera muestra de pereza o insolencia te quitaré todo privilegio, así que utiliza bien esta oportunidad.
La vida entera se le había dado vuelta, y estaba con la cabeza en las nubes. Debería ser un sueño, seguramente despertaría en su cama y nada sería real. Era demasiado extraño.
—¿Por qué haría eso por mí, Su Alteza? —preguntó, acordándose a tiempo del título.
—Te he estado observando hace tiempo —dijo él, dejándola aún más desorientada—. Te observé venir a leer por un largo tiempo antes de formar mi opinión sobre ti. Rastreé tu origen. Hace dos generaciones, tu sangre era de la nobleza de Asgard, pero hubo bastardos de por medio e infracciones a la ley, y de ahí tu lugar entre los sirvientes y el hecho de que eres huérfana. Tienes potencial, muy oculto pero lo tienes, y yo tengo tiempo libre. Si haces las cosas bien, puedes recobrar un título nobiliario cuando seas mayor de edad, o antes si eres aplicada.
—Pero usted es el príncipe y... —comenzó Alexa, intentando encontrar alguna falla en su lógica porque todo era muy irreal y no quería ilusionarse. Él torció el gesto.
—¿Y qué? Mi hermano es también el príncipe, y tiene guerreros bajo su tutela porque es bueno en combate. ¿No puedo hacer yo lo que me plazca con mis conocimientos? ¿Rechazas mi oferta? No tengo problema en retirarla.
—¡No, no, no! —se apresuró a decir ella, tan atropellada que él volvió a sonreír. Abrazó los libros contra su pecho—. Acepto, Su Alteza. Gracias. Muchas gracias. No sé cómo agradecerle, yo...
—Ve a dormir. Desde mañana te transferirán al servicio de mis cámaras, y tendrás el tiempo libre suficiente para estudiar —la interrumpió él, señalándole la puerta con una mano. Ahí ella se dio cuenta de que él también había entrado por la puerta secundaria, igual que ella.
Inclinándose otra vez, ella fue hasta la puerta y notó que él no la seguía. Se paró en el umbral y se giró a mirarlo.
—¿Usted no va a dormir también? —inquirió.
—¿Sugieres que debemos dormir juntos? —replicó él, con tono inocente y ladeando la cabeza.
Alexa abrió mucho los ojos y se le atascó el aliento en la garganta.
—Yo... —empezó con voz estrangulada, y él soltó una risa limpia y clara que reverberó en las paredes.
—Ya vete a dormir, Alexa.
Ella inclinó la cabeza con respeto y cuando estaba cerrando la puerta alcanzó a verlo. El príncipe tenía el cuerpo totalmente relajado, tanto que se veía aplastado por el agobio, sin nada de su postura erguida. Su rostro acusaba de pronto un gran cansancio, como si no durmiese hacía semanas.
No se atrevió a abrir de nuevo la puerta para confirmarlo. Tal vez se lo había inventado. Tenía sueño. Podía estar viendo cosas raras. Alexa se alejó por el pasillo con los libros en sus manos, y cuando se metió en su cama se durmió enseguida a pesar de la emoción.
Una nueva vida la esperaba.
* * *
¡Feliz Navidad (atrasada), E1AN13 ! Este one-shot va para ti, con mucho amor.
Esta historia también puede encontrarse en mi libro "Daño mental".
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