Hace miles de años, en los albores de la creación, una diosa llamada Aline dio a luz a dos gemelos: Azael, la personificación de la luz y el amor, y Isael, la encarnación de la oscuridad y el odio. Estos hermanos, aunque nacidos del mismo vientre divino, eran opuestos en todos los sentidos.

Desde su infancia, Azael e Isael se enzarzaron en feroces disputas. Sus enfrentamientos resonaban en los cielos y la tierra, causando estragos en la creación misma. Aline, preocupada por el equilibrio del mundo, decidió intervenir. La solución fue separar a los gemelos y les encomendó una tarea: Azael gobernaría el lado derecho de la tierra, bañándolo en luz y amor, mientras que Isael gobernaría el lado izquierdo, sumiéndose en la oscuridad y el odio.

Ambos hermanos aceptaron el acuerdo, y pronto tomaron esposas divinas para poblar sus respectivas regiones. Los hijos de Azael eran numerosos y llenaban el mundo con risas y esperanza; incluso los árboles parecían tener más vida. En cambio, los descendientes de Isael enfrentaban dificultades. La oscuridad no era propicia para la vida, y la magia que fluía de ellos se volvía cada vez más tenue.

Pasaron siglos, y los hermanos se encontraron en secreto. En un claro oculto bajo la luna, discutieron el desequilibrio que afligía a la creación. Isael, con ojos sombríos, propuso un pacto: "Cada cierto tiempo, un ser de luz se casará con uno de oscuridad. Así, mantendremos el equilibrio y restauraremos nuestra magia".

Azael asintió, no quería más guerras, él siempre procuraba la paz. —Te enviaré a mi hija— así comenzó el ciclo de los matrimonios mixtos entre la oscuridad y la luz.

Un pacto que cada 25 años debía llevarse a cabo y si alguien fallara a su pacto, entonces se desencadenaría una guerra.