La Bestia
En taparrabos andamos por estas selvas. No nos duelen los pies aunque los llevemos descubiertos, ni tampoco el alma por no tener cobijo bajo las lluvias monzónicas. El "marronverdoso" nos envuelve en el entorno más húmedo de la tierra, y los insectos devoran todo aquello que sea comestible: a los peces, los roedores, las aves... y a los hombres. Pero nada de todo esto nos asusta a los hombres de las selvas tropicales.
Pero "El hombre que no es humano" anda recorriendo, desde hace años, las boscosidades inescrutables, los agujeros de la tierra y las grutas que las aguas subterráneas horadan en el subsuelo arcilloso, recubierto de follaje y enredaderas asesinas. Y tenemos miedo. Solo quedamos veinte por estos lugares. Otros diez han sido devorados, sobre todo niños juguetones que se alejan de la aldea rudimentaria y arborícola, en busca de experiencias excitantes. ¿Debemos pedir ayuda al hombre que es civilizado?
Se le ha podido ver, (eso cuentan los vigías) con sus fuertes pezuñas y su cuerpo fornido, entre los árboles acechando, observando, calculando el próximo asalto asesino. Y se dice que un frenesí de carne humana se desató anoche a unas leguas de este asentamiento, devorando a toda la tribu de los Bunái-cosigüa.
Pero sé, porque sé lo que digo, que mis pezuñas no son las que pisan, que mis garras no son las que descuartizan, que mi antro bucal no mastica las entrañas... Lo sé.
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