El "hombre que no era humano" recorría los suburbios de esta ciudad, deshaciendo a su paso todo lo hecho, arrebatando las vidas de los que se cruzaban en su  camino de crueldad. Un insondable eco de terror se acumuló en nosotros, los habitantes. Nos escondíamos en las casas cerrando las puertas, las ventanas y las luces. Se negaba a todo extraño, e incluso a conocidos, la entrada en ellas.

 Si quedabas afuera eras devorado en cuerpo y alma. Y el ciclo de La Bestia se cumplía.

Aquel "hombre que no era humano" pisaba con pezuñas hirientes el asfalto, las aceras y el césped de los bonitos y pintorescos parques "verdiazules" tan concurridos bajo el sol. Sus garras, no humanas, dejaban huellas "negrorojizas" en las paredes de los edificios, en las carrocerías de los carros automáticos o, por azar, en algún gran cubo de basura reciclada.

Y sucedía, día tras día, una matanza a carne descubierta. Y sucedía, que nadie sobrevivía si La Bestia le cogía, y sucedía que nunca se le pudo ver.

Pero sé, porque sé lo que digo, que mis pezuñas no son las que pisan, que mis garras no son las que descuartizan, que mi antro bucal no mastica las entrañas... Lo sé.