La bendición de Amaterasu
Año 2122, Japón
Vivíamos sumidos entre desastres; los tifones, los maremotos y las grandes inundaciones formaban parte de nuestras vidas.
La escasez se percibía en el ambiente, el semblante de la población japonesa mostraba precariedad, miedo y angustia mezclados en una batalla en la que era en vano seguir luchando según la sociedad.
El cambio climático había hecho mella en nuestras vidas. Nuestro día a día dependía de como decidiese actuar nuestro planeta, ahora a míseros milímetros de colisionar y dejar atrás lo que no habíamos estado valorando durante siglos. Días de intenso calor reinaban las calles de la provincia de Ise y noches de tifones azotaban los santuarios de la ciudad.
La vida, aquella vida de luz, oasificación y grandes glaciares que surcaban nuestros salinos mares había desaparecido. La pobreza, la escasez de alimentos y la sequía eran palabras que formaban parte del vocabulario de cualquier persona. El desequilibrio de nuestro planeta era más que palpable; la sequía se vislumbraba en cada pequeña zona de nuestras tierras aun cuando los ríos aumentaban su caudal por instantes, todo debido a que las temperaturas alcanzaban lo inimaginable para el ser humano.
—Vamos, Kairi, tenemos que llegar antes de que suba la marea.—llamé a mi hermana limpiándome las múltiples gotas de sudor que surcaban mi frente.
Nos encontrábamos a escasos metros de llegar al templo Amanu Iwata. Grandes nubes cubrían el cielo de Ise mientras la calor nos asfixiaba a cada pequeño paso que dábamos en dirección al lugar sagrado.
—No entiendo porque venimos cada día al templo, Kibou.
—¿No te acuerdas, Kairi? Si la leyenda de Amaterasu la contaba siempre el abuelo.—le recordé a mi hermana pequeña mientras colocaba un pequeño tronco para poder cruzar uno de los riachuelos.
Los años habían pasado y con ello acarreábamos las consecuencias de la gran contaminación y el cambio de nuestro planeta. El templo, que años atrás se mostraba imponente, con su tejado a dos aguas y sus paredes de madera; ahora, años después, era cubierto por una densa vegetación. Las lluvias torrenciales y vientos huracanados habían despedazado gran parte de su superficie de madera haciendo parecer aquel lugar uno sin vida y sin una mera importancia.
Una amplia vegetación se extendía, grandes árboles que salpicaban pequeñas gotas de humedad nos acariciaban las mejillas a medida que nos aproximábamos a nuestro destino. La gran densa marea verde nos acompañaba durante nuestro camino. Las altas temperaturas acompañadas de la gran humedad habían convertido aquel lugar en una amplia fauna de vegetación de colores verdes brillantes y de grandes hojas que goteaban como si de cuentagotas se trataran.
Una pequeña brisa nos removió los cabellos siendo agradecida por nuestros pulmones por poder inspirar un ápice de aire vacío de humedad asfixiante. Nuestras ropas se arremolinaban a nuestra resbaladiza piel, mientras nuestros poros trabajaban sin cesar tratando de expulsar de nuestro organismo la contaminación y el sofoco que el ambiente suponía.
Seguimos avanzando entre la maleza hasta que tras minutos de caminata bajo el nublado cielo de Ise, cubierto por la densa vegetación, pudimos divisar el esperado templo de Amaterasu ante nuestros ojos.
Por más que fuese un lugar al que acudiésemos día sí y día también, era un retiro en el cual todo parecía encontrarse en paz. Sin la necesidad de la apabullante inquietud por nuestro desamparo como terrestres ni la agonía por nuestro final, que se encontraba a la vuelta de la esquina.
—Kibou, ¿me cuentas otra vez la leyenda?—me insistió Kairi una vez nos pudimos sentar en la entrada destartalada de madera del templo.
Nos quitamos nuestros zapatos embarrados tras nuestros andares entre caminos enfangados y nos sentamos contemplando el interior deteriorado del templo. El suelo de madera se encontraba derrumbado en algunas zonas haciendo que plantas verdes crecieran para rellenar los huecos, las lluvias constantes habían estropeado las maderas haciendo que el tejado, que tiempo atrás se había levantado de un color negro brillante, se encontrase ahora a pedazos entre la maleza que crecía en el suelo. Unas pequeñas campanillas de viento seguían manteniéndose en su lugar haciendo que pequeños sonidos harmoniosos hiciesen de aquel paraje un lugar más cálido y agradable. Aun con todo, aquel lugar seguía siendo el santuario que siempre había relatado nuestro abuelo.
—Todo comenzó cuando Izanagi, después de fracasar intentando rescatar a Izanami, se purificó del inframundo.—comencé a relatarle a mi hermana pequeña recordando la historia que múltiples veces nos había contado nuestro abuelo.—Amaterasu, diosa del Sol, nació cuando Izanagi se lavó su ojo izquierdo; Tsukuyomi, dios de la Luna, cuando se lavó el derecho y Susanoo, dios de las tormentas y el mar, cuando se lavó la nariz.
—¿Y que pasó después?
—Susanoo no estaba satisfecho con su poder, consideraba que merecía algo mejor. Por ello, se dedicó a atacar a Amaterasu hasta que un día, la diosa del Sol asustada y cansada decidió encerrarse en una oscura cueva mientras que ha Susanoo lo desterraron.
—¿Por eso dejó de haber luz y se morían las cosechas?
—Exacto, el mundo se quedó sumido en la oscuridad ante la pérdida de Amaratsu. Y, con el destierro de Susanoo, los tifones y las tormentas fueron mucho mayores haciendo que se perdieran cosechas y reinase el caos entre la población.
—¿Cómo ahora?—preguntó dubitativa.
—Fue...—intenté buscar las palabras adecuadas para que entendiese la complicada situación en la que nos veíamos sumidos.—Fue parecido.
—¿Y cómo lo solucionaron?, ¿Cómo consiguieron que Amaratsu saliese de la cueva y Susanoo dejase de atacarla?
—Muchos campechanos y ciudadanos fueron hasta la cueva donde se había recluido pero ninguno consiguió sacarla de allí. La sociedad seguía sumida en la oscuridad y la desdicha debida a la falta de cooperación de estos dioses. Por ello, muchos otros dioses se pusieron de acuerdo para sacarla. Fueron hasta su cueva y empezaron a alabarla y, finalmente, tras dejarle un espejo a la salida de la cueva la convencieron.
—¿Cómo?—estaba estupefacta.
—Amaterasu quedó fascinada ya que nunca se había admirado en el espejo. Al ver su reflejo envuelto en el halo de luz que emanaba quedó maravillada y entonces el resto de dioses aprovecharon para tapar la entrada de la cueva. Tiempo después, Susanoo y Amaterasu llegaron a un acuerdo para velar por la sociedad japonesa y mantener la harmonía.
Nos quedamos en silencio durante unos instantes, contemplando la espesa vegetación que nos cubría. La campanilla de viento se mecía de forma lenta y pausada con las pocas corrientes de aire que llegaban hasta ella haciendo que débiles sonidos musicales se formaran en el aire.
—La leyenda cuenta que la cueva en la que estuvo Amaterasu está cerca de este santuario.
—Entonces, Amaterasu y Susanoo se han vuelto a enfadar, ¿no? Por eso ahora hay tantas lluvias fuertes y a veces hay demasiado sol y otras no.—No supe como contestarle, nunca había pensado en aquello de aquel modo.—El abuelo siempre decía que venir al templo Amano Iwata nos ayudaría con nuestros problemas. Debemos ir a la cueva para que vuelvan a ser amigos y el planeta vuelva a ser como era.
—No creo que sea tan fácil, Kairi.
Ignoró mi comentario y se levantó decidida a ir en busca de la mencionada cueva. Sabía que cerca de aquel lugar se hallaban diversas cuevas pero desconocía cual era la mencionada en la leyenda.
Anduvimos durante horas, el sol se ponía en el horizonte y las temperaturas se notaban en un mínimo descenso. Nos encontrábamos en una zona de altos árboles verdes y tupidas plantas vegetales que dificultaban nuestro camino. Seguimos avanzando entre la maleza, sin seguir ningún camino marcado, movidos por nuestras ansias de encontrar la famosa cueva.
—¡Allí está, Kibou, la encontramos!—exclamó emocionada Kairi
Estaba sorprendido, realmente no había esperado encontrar la susodicha cueva. Una entrada picada en piedra se presentaba ante nuestras emocionadas miradas. Estaba situada a cierta altura, lugar donde la vegetación no había podido alcanzar. De igual modo, como nos había relatado nuestro abuelo, aquella cueva estaba cubierta por grandes rocas que impedían su paso hacia el interior. Nos aproximamos como pudimos hasta la entrada teniendo que escalar entre las rocas que sobresalían del pequeño montículo para poder llegar hasta la emparedada entrada.
—Debemos dejar un espejo para Amaterasu.—afirmó mi hermana decidida.
—No tene...—
—No es verdad, siempre llevas uno en la mochila cuando venimos al templo. Sé que el abuelo siempre te decía que era importante llevar uno para mostrarle respeto a los dioses.—en aquello tenía razón, no había día en el que olvidase un pequeño espejo para ir a nuestro derruido santuario.
Hice lo que mi hermana me indicó y dejé aquel pequeño vidrio reluciente de cara hacia el paisaje que había enfrente de la cueva. Dejando reflejar la amplia vegetación húmeda que se había extendido mientras el imperioso sol que habitaba sobre nuestras cabezas brillaba con demasiada intensidad haciendo que las cosechas, por lluvias y humedad que hubiese, se deterioraran y se perdiesen evocando a un caos entre la sociedad.
Estuvimos sentados en el borde de la cueva, con los pies colgando del pequeño acantilado que quedaba bajo nosotros, mientras recordábamos la leyenda de Amaterasu con adoración y esperanza.
Un ambiente denso y cargado empezó a envolvernos la piel haciendo que fuese difícil inspirar aire y nuestros cuerpos se alterasen de repente. Conocíamos aquella sensación, una gran ventisca se levantó de golpe haciendo que toda la vegetación se tambalease creando unos sonoros sonidos. Nuestros cabellos revolotearon furiosos en todas direcciones haciendo que nos levantáramos rápidamente para refugiarnos en la entrada de la cueva.
Un estruendoso relámpago se escuchó avecinando el tifón que en poco azotaría nuestra ciudad. Pequeñas gotas de agua comenzaron a caer sobre el suelo terroso haciendo que un ruido constante acompañase nuestras alteradas respiraciones. Miramos al unísono en dirección al cielo, atisbando las primeras nubes grisáceas que se aproximaban a gran velocidad en el cielo cálido.
Otra ráfaga de viento nos golpeó con vehemencia haciendo que hojas amplias y verdes se arremolinaran en el oscurecido cielo que lloraba ante la visión de la sociedad.
—Debemos irnos.
—Kibou, mira.—gritó por encima de la tormenta señalando con su dedo índice el espejo.
Nos acercamos a grandes zancadas cogiéndolo entre nuestras manos. El pequeño espejo circular que hacía unos segundos se encontraba reflejando la verde maleza que nos acompañaba, ahora se encontraba hecho trizas. Pequeños fragmentos de cristal se habían desperdigado por el suelo, todos ellos reflejando algo muy distinto.
Nos quedamos impactados ante aquel reflejo. El espejo y sus pequeños fragmentos apuntaban al cielo teniendo que reflejar el encapotado firmamento que había sobre nosotros. Pero la realidad era muy diferente, cada fragmento del espejo reflejaba un paisaje diferente.
Los fragmentos más grandes reflejaban paisajes típicos de los últimos años de nuestro planeta: ciudades inundadas por el aumento del nivel del mar, grandes terrenos terrosos desiertos y quebradizos ante la aridez del planeta y enormes tifones y tornados acechando las poblaciones.
Mientras que los pedazos más pequeños revelaban lo que años atrás había sido nuestro planeta; mostrando así grandes océanos con preciosos glaciares donde residían una amplia variedad de animales que hacía años que solo se podían contemplar en libro e imágenes, imperiosas cataratas que mostraban una grata cantidad de agua en zonas en las que ahora solo se conocía la palabra sequía y grandes praderas increíblemente verdes que hoy en día solo se mostraban de un color arcilloso.
Aquellas imágenes nos dejaron pasmados, no entendíamos como aquello se estaba reflejando en el espejo, pero poco tiempo tuvimos para analizarlo ya que otra ventisca nos azotó con fuerza haciéndonos recular unos pasos.
Dejamos el espejo en aquel lugar y salimos lo más rápido posible en dirección a nuestra casa. Corrimos entre la maleza y entre los charcos de agua que se habían formado en el camino haciendo que nuestros pies chapoteasen de forma casi continua en nuestra carrera. Gotas de agua se resbalaban por nuestra piel fusionadas con gotas de sudor debido al sofocante ambiente propio de la situación climática en la que vivíamos. Nuestros zapatos se encontraban repletos de fango y tierra haciendo que nuestros pasos se hicieran más pesados y resbaladizos dificultando nuestro regreso.
Los truenos seguían resonando cada vez de forma más seguida mientras grandes bocanadas de aire seguían resoplando entre las ramas de los grandes árboles por los que pasábamos. Aquel temporal no había sido previsto por los meteorólogos, no había previsión de un tifón como el que se estaba levantando y eso hizo que nos apremiáramos con más ímpetu a llegar cuanto antes a nuestro hogar.
Nuestras respiraciones se encontraban completamente alteradas cuando llegamos a la entrada de Ise; nuestros cuerpos, empapados haciendo que cada poro de nuestra anatomía expulsase con energía el sudor que nos mantenía a una temperatura óptima en aquel cálido temporal.
Aquella noche se produjo uno de los tifones más grandes nunca vistos. La destrucción se pudo contemplar con ojos asustados al día siguiente; cuando las calles se encontraban destrozadas, los pocos cultivos que se mantenían habían sido arrancados de la tierra y grandes árboles residían en el suelo. Además, y para la desdicha de muchos, ciudades cercanas a las costas japonesas habían sido destruidas e inundadas en cuestión de minutos haciendo que las autoridades se quedaran atónitas ante aquel inesperado suceso.
El silencio reinó durante las próximas semanas, el intento por reconstruir las ciudades fue lo único que se escuchaba entre la población junto a los múltiples lamentos por nuestro planeta. La sociedad vivía en una agonía constante, en una tensión fiel a nuestros músculos, a la espera de la próxima gran catástrofe.
Así fue hasta que las autoridades lanzaron un comunicado que resonó por cada pequeño recoveco de Japón, provocando un antes y un después en nuestro planeta.
"Debido a las circunstancias inminentes que se están viviendo a diario, desde el ministerio japonés, se ha decidido actuar en consecuencia a los sucesos. A partir de hoy mismo, la ley de 2050 para lograr la neutralidad de carbono se impondrá como primordial en nuestra sociedad".
Aquellas palabras resonaron durante días en boca de cualquier nipón ante la estupefacción que aquello suponía. En el año 2050, Japón había acordado no liberar más CO2 adicional a la atmosfera. No obstante, al igual que muchos otros países, no pudo conseguir llegar a lo acordado haciendo que muchos ciudadanos desistieran ante el tema y aceptaran el futuro que se avecinaba.
Había sido necesario un gran suceso, aquel inmenso tifón, para que las autoridades aceptaran imponer leyes y normas para convertir nuestro consumido planeta en un mejor lugar para residir. La ley del año 2050 tardó pocos meses en conseguir implementarse por completo, grupos de habitantes comenzaron a promover la restauración de los ecosistemas haciendo que zonas que antes habían sido dejadas a la intemperie ahora fueran cuidadas y arregladas.
Poco a poco, la sociedad fue viendo los daños que a diario se le estaba ocasionando al planeta y que, con un poco de ayuda y perseverancia, aplicando aquellas normas y leyes, se estaban consiguiendo mejorar.
Los tifones fueron disminuyendo progresivamente; zonas áridas comenzaron a ser un poco más accesibles y húmedas; los ambientes caldeados de las ciudades comenzaron a refrescar al anochecer y aquellos pequeños cambios positivos fueron los que hicieron que la población en su totalidad se sumase a la causa para cambiar.
Kairi y yo seguimos yendo a diario al templo Amano Iwata agradecidos por lo que había supuesto aquel tifón. Y, poco a poco, con la ayuda de muchos residentes de Ise, se restauró y adecentó el santuario y su camino haciendo que más nipones asistieran a bendecir a los dioses que allí residían.
Nos encontrábamos sentados en la misma tarima de madera de la entrada del templo, sentados como siempre y recordando la leyenda. Muchas preguntas vagaban en nuestras mentes desde aquel día, preguntas para las cuales difícilmente llegaríamos a tener respuesta.
¿Realmente fuiste tú, Amaterasu, la que nos ayudó a mejorar el planeta?, ¿Tú creaste aquel tifón?, ¿O fue casualidad y todo habían sido una serie de circunstancias ajenas a nuestra leyenda que nos habían permitido mejorar la condición de nuestro planeta?, ¿Fue aquel espejo el que hizo que todo nuestro mundo cambiara?
Aquellas preguntas llevaban reproduciéndose en mi mente desde aquel día, seguía sin saber cual había sido la causa real de todo lo que había desencadenado aquel inesperado tifón. Aun así, Kairi y yo íbamos a diario a dar gracias al templo y a venerar a los dioses.
Nunca nuestro cuerpo celeste volvería a ser el mismo que años atrás: los glaciares que habían desaparecido no regresarían, así como la multitud de especies de vegetación y animales que se habían extinguido. Aun con todo, la sociedad mundial estaría eternamente orgullosa de los cambios que aquel tifón habían supuesto en nuestro planeta y en nuestras vidas.
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