03;; Los Malentendidos del Abusador.
Al salir, decidió hacerlo en el carruaje con tal de llegar más rápido. Ciudad de Paso no estaba lejos de Vergel Radiante, eran prácticamente vecinos.
Sentado en el interior del carruaje, pensando en las cosas que haría apenas llegara a su destino, se lamentó internamente de no haber cedido a los caprichos de Elrena mientras estaba dispuesta. Las sobrehumanas e innatas habilidades de deducción de la fémina hubiesen sido muy útiles para encontrar con mayor facilidad la localización del encapuchado e incluso no estar solo en aquel lugar.
Elrena podría ser sinónimo de muchas cosas negativas; sin embargo, no exageraba cuando hablaba sobre lo peligroso que era Ciudad de Paso y su alta tasa criminal.
Recordaba algunas historias de amigos de su familia que fueron víctimas de los criminales de allí.
A lo mejor y sólo exageraba, Ciudad de Paso no será el lugar más seguro del mundo; sin embargo, el mercado no era tan peligroso a comparación.
Pensándolo bien, no traer a su hermana fue buena idea, había más desventajas que ventajas y entre ellas la habilidad que la rubia poseía de llamar la atención indeseada y espantar la deseada.
Todo estaría bien, se animó a sí mismo, mientras no llamara demasiado la atención no tendría que preocuparse, incluso eligió ropa que no grita "soy un noble muy rico, por favor, róbenme y posiblemente mátenme". Sólo esperaba que su actitud tampoco lo delatara.
El cochero estacionó justo en la entrada al mercado, al bajarse, Riku le dio instrucciones de volver en unas horas. El hombre aceptó las órdenes con algo de inseguridad, más se guardó sus réplicas y partió.
Exhalando el aire retenido, Riku se permitió respirar con normalidad para comenzar a calmarse. Acto seguido, amarró su cabello en una coleta, lo ayudaría a manejar mejor el calor.
Se mezcló entre la multitud de personas que recorrían las extensas calles, recargadas de negocios de todo tipo. Paseaba la mirada por los puestos, en busca de las que vendían juguetes y se alejaba decepcionado a no encontrar lo que quería.
Era un mercado grande y para alguien totalmente ajeno a estos lugares, sentía que sólo podía perderse y dar vueltas; por lo tanto, se rindió ante la idea de buscar a ciegas y pedir ayuda a los demás.
Paró en seco y giró a la derecha, frente a él estaba una carnicería y el hombre que encaraba al puesto, cortando felizmente la carne mientras tarareaba una canción. Era alto, fornido y con una abundante y puntiaguda cabellera pelirroja.
Aunque con ese físico parecía que podía exprimirlo como una fruta, parecía agradable.
Rezaba.
—Disculpa —Riku titubeó, el varón respondió con un sonido a la par que levantaba la cabeza, abandonando la labor de cortar la carne para dedicarle toda su atención al cliente—. ¿De casualidad conoces a quién crea estas figuras? —sacó del bolsillo del traje la fruta-estrella.
El pelirrojo se lavó las manos, secándolas entre su ropa, apresurado para no hacer esperar al muchacho. Con las manos ya secas, él tomó la figura y la examinó, entrecerrando los ojos. Al encontrar cierto detalle, sus párpados se abrieron y una sonrisa apareció.
—¡Sí, la conozco! Reconocería esta firma de llave aunque perdiera la vista —Riku se emocionó, esbozando una gran sonrisa—. Son de una amiga, su negocio está muy cerca, sólo avanza derecho hasta llegar a la siguiente intersección, ella está justo en la esquina.
—¡Muchas gracias! —contestó con tanta energía que se sintió como un niño chiquito.
Sin embargo, la voz del pelirrojo lo detuvo de sentir vergüenza de su actitud.
—¿Para qué la buscas? —cuestionó, frunciendo el ceño, su tono era cauteloso, teñido con una ligera pizca de agresividad. Casi no había rastro de la faceta agradable que mostró hace unos segundos.
—Yo sólo quiero hablar con ella...
Se sintió intimidado por la intensidad de esa mirada que lo escudriñaba a tal punto que se sentía destripado.
Y quizás las cosas si hubiesen llegado a ese punto de no ser por la intervención de otro hombre que trabajaba en el mismo puesto, uno de azulada cabellera.
—Lea, deja de hostigar al muchacho, no ha hecho nada —fue una orden firme; no obstante, dicha con calma. Él no parecía nada amable, su rostro estaba bañado en la seriedad.
El nombrado Lea frunció los labios.
—Todavía —declaró con amargura, antes de retomar la tarea de picar carne.
—Te daré un consejo, muchacho —quien habló fue el otro—. No te atrevas a sobrepasarte con ella o no detendré a Lea de cualquier cosa que quiera hacerte.
El albino tragó profundo, luego asintiendo con lentitud. No es que planeara atacar a nadie, le indignaba que pensaran así de él; no obstante, mejor no alargar la discusión y buscar rápido a esa mujer.
Se despidió con unas cortas y secas palabras, disimulando que quería alejarse de esos tipos lo más rápido posible.
Admitiría que se sintió decepcionado cuando escuchó que se trataba de una chica y no un chico; sin embargo, no permitió que eso disminuyera su espíritu, aún recordaba a la mujer que se lo llevó aquel día, si la suerte estaba de su lado, sería ella.
Avanzó según lo indicado, caminando un poco más de lo que imaginaba por la extensión de la calle o quizás era su ansiosa imaginación, que por la impaciencia de encontrar a esa persona alargaba el camino.
Y finalmente llegó.
Era una tienda pequeña, casi como todas, repleta de juguetes de todo tipo colgando de techo —como aviones y algunos peluches—, a la vez que las estanterías; incluso diversas artesanías de madera o porcelana. Para un lugar como éste, todas parecían de una excelente calidad.
Y quien atendía la tienda era una mujer de piel blanca, ojos azules y corto cabello negro; desde aquí se veía como alguien bajita, debía de llevarle como una cabeza y media.
Era bonita, pero no una belleza excepcional a su parecer.
Cuando se acercó a ella, justo despedía a un cliente que acababa de comprar un oso de peluche.
La mujer al verlo su sonrisa titubeó por unos segundos; no obstante, logró retomar el control y con incomodidad mal disimulada, preguntó.
—¿Qué puedo ofrecerle?
Esa era la voz. Podría reconocerla perfectamente aunque pasaran mil años.
Tragó en seco, sintiendo un poco de temblor en las manos y a su corazón acelerado ante la emoción de sentirse tan cerca de terminar su búsqueda.
—No es necesario fingir que no me conoces.
La sonrisa de la fémina volvió a titubear, retomándola de forma tensa y forzada, al igual que su tono amable.
—No sé de qué me está hablando, es la primera vez que lo veo —soltó una seca risa.
—Me refiero a Sora.
La mención de ese nombre tan especial esfumó por completo cualquier deseo de la fémina por aparentar tranquilidad.
Entrecerrando los ojos, su expresión tomó una pinta totalmente distinta a la dulce y amable joven que atendía a los clientes, siendo reemplazada por un aura que rebosaba hostilidad.
—Escúchame bien, olvida lo que viste ese día. No tienes ningún derecho a verlo —replicó, tensando la voz, dándole un toque ronco y amenazante.
Riku le devolvió una mirada molesta, a la vez que frustrada ante el contratiempo; no dispuesto a dejarse intimidar a lo fácil.
—¿Por qué? ¿Qué he hecho para que me impida verlo? ¿O él ha hecho algo? —disfrazado bajo un manto de desinterés ante los ladridos, su tono tenía una pizca de curiosidad que recordaba a un interrogatorio.
La pelo negro se sobresaltó ante la última pregunta, rápidamente torciendo los labios, reteniendo un gutural gruñido.
—¡Eres despreciable si crees eso! ¡Los que son como tú sólo sabrán hacerle daño! ¡No permitiré que más gente intente...! —paró sus palabras con un jadeo, lanzando maldiciones imaginarias por no saber controlar su boca.
La información dada por la fémina perturbó al varón, siendo un total desconocido en la vida de Sora, las palabras lo golpearon con más fuerza.
¿Por qué la gente querría hacerle daño a Sora? ¿Está relacionado con que oculte su apariencia bajo esa ominosa capucha?
Titubeando, carente de fuerzas, él intentó argumentar.
—Yo... no quiero hacerle daño, no podría... Por favor, déjame verlo, necesito hablar con él, conocerlo...
Inclinándose en el mesón, las palmas de la fémina impactaron contra la madera. Una dura negativa que no se quedó sólo en eso.
—No lo permitiré, ¡así que vete ahora que tienes oportunidad! —señaló con el brazo a su costado, una dirección al azar, no le importaba donde se fuera con tal de que sea lejos de ella y por supuesto, de Sora.
Recuperándose del shock y retomando la furia por las negativas de la fémina, él inhaló a profundidad con tal de no alzar el tono de voz.
Desde luego, no era buena idea aumentar la tensión entre él y su único pase para conocer a Sora.
—No tengo idea de lo que está ocurriendo para que me lo prohíbas con tanta vehemencia, pero déjame decirte que no deberías decidir por él, quiero escucharlo de su propia boca.
La fémina carcajeó sin ninguna pizca de gracia.
Bajo el punto de vista de Riku, eso fue algo aterrador.
—¿Qué no debería? —carcajeó—. ¡Tengo todo el derecho del mundo y no permitiré que un extraño venga a decirme cómo debo hacer las cosas! ¡Debiste irte cuando te di la oportunidad!
—¿¡Y qué se supone que vas a hacer si me niego!?
No contestó directamente, quién necesitaba la respuesta cuando la fémina comenzó a gritar como una damisela en peligro a todo pulmón, pidiendo desesperadamente por ayuda e incluso soltando lágrimas de cocodrilo, fruto de liberar la ira retenida.
Riku se tensó, entrando en pánico por la enorme posibilidad de que la gente malinterpretara la situación. Todos se voltearon a la dirección de los gritos, acusando con la mirada al nervioso pelo plateado que con súplicas desesperadas le rogaba a la fémina que se detuviera.
Ninguno de los presentes hizo un esfuerzo en hacer algo que no sea mirar y balbucear por una razón, misma que se acercaba corriendo al lugar y por poco mata a Riku de un infarto.
Lea, el pelirrojo muy, muy alto y fornido había corrido al rescate de la pobre damisela.
Con un cuchillo carnicero en cada mano.
Tragó profundo en seco, su imaginación traicionera pensando en incontables formas donde esos filosos cuchillos lo despedazaban.
—¡Maldito, sabía que no debí confiar en ti! —giró la cabeza en dirección a la fémina que había callado sus gritos ante la llegada del pelirrojo, en cambio, sólo lloraba ahogadamente para mantener encendida la mecha de ira del varón—. ¡Xion! ¿¡Qué te hizo este bastardo!?
La pelo negro inhaló de forma agitada para recobrar el aire y hablar con la mayor fluidez posible. Que gran actriz, de no ser porque está intentando de que lo maten, Riku se la recomendaría a su madre.
—Él... Él me propuso ser su esclava para hacer cosas horribles con mi cuerpo y... y como me negué, me está amenazando de muerte... —lloró con más fuerza, alimentando la indignación del público y la palidez del pelo plateado.
—¡Bastardo! —escuchó a muchos exclamar, alentando al pelirrojo de que acabara con la escoria.
De forma apresurada y torpe al hablar, Riku intentó defenderse.
—¡N...no es lo que piensan! ¡Esta mujer está mintiendo!
Y esa declaración sólo empeoró todo.
—¿¡Cómo Xion va a ser una mentirosa!? ¡Es la mujer más dulce del mundo! —era lo que gritaba la multitud que los rodeaba, dispuestos a defender a la fémina con cada célula de su ser.
—¡Te mataré! —el grito provino del pelirrojo, listo para abalanzarse sobre Riku, quien tenía el paso cortado para huir.
Para sorpresa de todos, la pelo negro se paró frente al pelirrojo, colocando las manos sobre el abdomen del contrario para evitar que siga adelante.
—¡No creo que sea una buena idea llegar a ese extremo! —argumentó sin tomarse el tiempo de respirar, sudando de los nervios.
—¡Xion, ese tipo intentó abusar de ti! ¡No voy a dejarlo irse a hacerle lo mismo a otras! —replicó Lea, estático en su lugar al ser incapaz de apartar a la fémina.
—¡Perdónalo por esta vez, no creo que sea tan estúpido como para volverlo a hacer! —ella giró la cabeza, observando al pelo plateado, su tono se volvió más serio y profundo al agregar—: Él se irá de inmediato, ¿verdad?
Viendo la posibilidad de sobrevivir, Riku asintió desesperado.
Y de inmediato, se fue corriendo del lugar y nadie lo detuvo. Los espectadores volvieron a sus puestos y los otros con las compras. Sólo Lea y Xion siguieron en la misma posición, relajando sus posturas.
—Eres demasiado buena, Xion, perdonando a alguien así —el pelirrojo suspiró.
La nombrada le sonrió incómoda en respuesta.
—Es lo menos que podía hacer.
—Si alguien vuelve a molestarte, grita y vendré corriendo a ayudarte —colocó uno de los cuchillos en la mano zurda para dejar la diestra libre con el fin de brindarle una caricia al cabello de la fémina.
Ella asintió y se despidieron, volviendo al trabajo.
Regresando con Riku, él varón no paró de correr hasta llegar a la entrada del mercado, donde pudo divisar al mismo carruaje que lo había traído.
¿Qué importaba que estuviera más temprano de lo indicado? ¡Era como encontrarse un ángel!
—¡Señor Riku! ¿Qué le sucedió? —exclamó el cochero alarmado al ver al nombrado tan agitado.
—Las cosas no salieron muy bien... —tomaba aire a profundidad para estabilizar su respiración, sentía los pulmones tan faltos de oxígeno y un intenso dolor en el vientre que se sorprendía de no haberse desmayado.
Sin mencionar la marcada vena de su frente que martillaba a toda máquina, produciéndole dolor de cabeza.
—Mi señor, sé que me dijo que volviera dentro de unas horas, pero me arrepentí de haberlo dejado sólo así que busqué a un guardia de la mansión y lo traje conmigo. Lamento no haber llegado antes.
Riku alzó la mirada en el hombre al lado del cochero; tal como dijo, trabajaba para ellos. Si no mal recordaba, se llamaba Cyan.
En otra situación, quizás sí lo hubiese indignado de que subestimaran sus capacidades; sin embargo, después de lo que acaba de pasar, no podía estar más agradecido.
Recuperando la compostura, Riku se irguió con un nuevo plan en mente.
—¿A qué hora cierra el mercado?
Tanto el guardia como el cochero se miraron, confundidos por la nueva ocurrencia del pelo plateado.
Las horas pasaron, el atardecer indicaba la pronta llegada de la noche, momento donde los negocios comenzaban a cerrar.
La mayoría ya se había ido; excepto por unos pocos. Entre ellos, Lea e Isa que acompañaban a Xion mientras ésta limpiaba el negocio y guardaba la mercancía.
—¿Estás segura de que no quieres que te acompañemos? La noche es peligrosa —habló el pelirrojo, recargado en el mesón.
La pelo negro negó con una sonrisa amable, enternecida por la preocupación que ellos le brindaban.
—No, estaré bien, no se preocupen.
—Isa quiere ver tu casa, llora todo el tiempo porque nunca la ha visto —agregó el pelirrojo como excusa inventada al último segundo; después de todo, ninguno nunca ha logrado ir a la casa de su amiga.
La petición tensó a la fémina, quien se giró para cerrar un baúl y que ellos no vieran su expresión.
—Oye —el pelo azul reclamó, avergonzado de que lo metan en la discusión y bajo esas palabras.
—Shh.
—Otro día pueden ir, hoy estoy demasiado cansada y sólo quiero dormir.
Todo estaba listo, por lo que salió del negocio y lo cerró bajo candado.
Lea suspiró, rindiéndose por ese día, conocía a Xion desde hace muchos años; sin embargo, había aspectos de la vida de la fémina que se sentían un total misterio.
—Anima ese rostro, ¡mañana prometo traerles pastel hecho por mí! —la pelo negro exclamó con una sonrisa, incapaz de poder ver a su amigo desanimado sin sentirse culpable.
Como pensó, el rostro del pelirrojo de inmediato se iluminó ante la mención de la comida, que sea hecha por ella daba muchos puntos extras.
—Así cómo puedo negarme —rió un poco, agachándose para abrazar a Xion, la chica era tan pequeña a su comparación que apenas le llegaba al pecho—. Nos vemos mañana, cuídate.
Ella asintió y acto seguido, abrazó a Isa, quien también correspondió al afecto ajeno con una sonrisa.
—Cuídate, Xion.
—Tú igual.
Se despidieron con la mano en el aire y cuando ambos hombres estuvieron lo suficientemente lejos, la fémina se colocó una capucha con el objetivo de ocultar su rostro.
Dio una media vuelta en su eje, lista para partir a casa; de no ser por una mano que palmeó su hombro. La pelo negro encaró a esa persona y pronto sintió el deseo de que fuese tragado por la tierra y escupido en el otro lado del mundo.
Ese mismo fastidioso e imbécil noble de pelo plateado la miraba con una sonrisa forzada, ocultando sus deseos de estrangular a la mujer que casi provoca que lo hicieran picadillo por algo que nunca hizo.
—¿Tú de nuevo? ¿Eres suicida o extremadamente estúpido?
Impregnado de confianza, Riku jadeó con falsa sorpresa, cubriendo su boca abierta con la diestra.
—Esas no son palabras que diría una chica dulce y amable.
La pelo negro torció los labios, ahora que Lea e Isa se han ido y las calles estaban tan solitarias, estaba totalmente desprotegida, incluso si gritaba, dudaba mucho que alguien viniera en su ayuda.
Riku esta vez había sido más cauteloso, trayendo una espada consigo en caso de que tuviera que pelear; su esgrima se había oxidado al no practicarla desde hace un año por estar concentrado en el arte y la ausencia de su tío por asuntos militares; incluso si no pudiera pelear, tenía a dos guardias custodiándolo a la distancia.
El tiempo que había esperado lo había gastado en eso.
Por supuesto, la pelo negro notó el arma envainada que colgaba del cinturón del pelo plateado.
—¿Vas a matarme si no digo nada? —una sonrisa torcida se dibujó en el rostro, aunque no había ningún rastro de diversión en sus palabras.
—No, no soy una bestia como el gorila de tu amigo. Sólo quiero que me dejes ver a Sora.
El nombramiento de aquella persona la enfureció y se zafó del agarre contrario con un manotazo.
—¡Olvídalo, prefiero que me mates!
Con eso dicho, comenzó a correr.
—¡Espera!
Y Riku la siguió, alcanzándola al instante, para detenerla su mano tomó lo primero que pudo, siendo el cabello de la fémina, no fue su intención y de inmediato entró en pánico, queriendo disculparse por su grosería; sin embargo, las palabras murieron en su boca cuando el cabello se removió de la cabeza de la fémina, quedando en su mano, revelando el verdadero cabello de la mujer, una cabellera pelirroja que le llegaba hasta los omóplatos.
La fémina paró en seco al dejar de sentir la peluca, colocando las manos sobre su cabeza por inercia, los colores se perdieron de su piel al confirmar lo que temía. Ambos se miraron fijamente, paralizados.
—¿Quién eres?
Desesperada por desaparecer, su puño se movió solo, impactando contra la nariz del pelo plateado. Riku soltó un grito por el dolor y la sorpresa, retrocediendo unos pasos por el golpe mientras soltaba la peluca para cubrir su nariz.
Maldijo cuando apartó la mano llena de sangre y descubrir que sí existía una mujer más odiosa que su hermana.
Acordándose de que se suponía que no debía dejarla escapar, Riku alzó la vista, dirigiendo la mirada por todo el perímetro para descubrir que ya había desaparecido.
Los guardias se acercaron a él; sin embargo, los ignoró, recapitulando todo por lo que tuvo que pasar este día.
Lo más destacable fue esa mujer, que lo acusó falsamente de ser un abusador sexual, provocando que casi lo maten y después le rompió la nariz.
Llegó a una conclusión.
Apenas encuentre a esa mujer la molería a golpes.
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