01;; Una Libreta Maltratada y un Poco de Comida.
Si por cada suspiro que uno soltaba, se escapaba un trozo de felicidad, él estaba seguro de que era el ser más infeliz del planeta.
Prácticamente encerrado en su habitación o el estudio, Riku se la mantenía frente a su lienzo o la libreta, esperando a que por arte de magia una piadosa musa le tienda una mano para acabar con el sufrimiento que significaba no poder dibujar lo más mínimo.
Soltando un sonoro quejido, dejó caer la cabeza sobre el escritorio de su habitación. Estaba tan exhausto mentalmente que apenas había pegado ojo en todo estos dos meses, tiempo que empezó el bloqueo total de artista y su percepción de la belleza.
No entendía por qué, ¿acaso la belleza es una vela prendida que tarde o temprano se va a derretir?
—Si la belleza es una vela derretida, entonces busca otra y préndela —una repentina voz femenina lo sobresaltó al estar tan inmerso en su mundo.
Rápidamente tomó la compostura al darse cuenta que era su hermana mayor, Elrena, quien estaba recargada en el marco de la puerta, viéndolo como si fuera un estúpido.
Eso último no era nada nuevo...
Fastidiado, pasó una mano por todo su rostro mientras se sentaba de forma correcta.
—Elrena, sabes que no me gusta que entres así a mi habitación.
—¿Y aguantar callada todos tus lloriqueos porque no puedes dibujar? Ni loca —con un ademán de la mano, resaltó sus palabras. Acto seguido, ella terminó de entrar al cuarto, yendo directo al armario para buscar una chaqueta y capa adecuada para salir y lanzársela en toda la cara—. ¡Sal de una vez a tomar aire fresco, sentir el Sol! ¿De verdad crees que vas a obtener inspiración aquí encerrado como un animal en un matadero?
Mirándola con desdén y los labios torcidos, él le reclamó.
—Deja de hablar así, es desagradable.
Sin embargo, él se levantó y se colocó la ropa que ella le lanzó sin agregar otra palabra. Apenas lo hizo, la rubia lo empujó hasta las puertas de la mansión y dándole dos maletines —uno con materiales de dibujo y su libreta y el otro con comida—, ella con lentitud comenzó a cerrar la puerta, asomándose por los bordes para decir unas últimas palabras.
—Yo también amaría que volvieras a pintar —susurró, mirando hacia abajo antes de cerrar la puerta de un potente portazo que sobresaltó al pelo plateado.
Una triste sonrisa apareció en el rostro de él.
—Yo también lo deseo... —respondió con otro susurro, como si decirlo en voz alta rompiera las posibilidades de que la magia surtiera efecto.
Con un sólido movimiento horizontal, su brazo hizo ondear en el aire a la capa por unos segundos mientras él daba la media vuelta para salir de los amplios terrenos que constituían la mansión familiar.
Las calles lujosas de la ciudad eran ampliamente concurridas por los ricos como él; siempre tan limpias y resplandecientes como las personas que pasaban por allí.
Si fuera a elegir entre tanto de los diversos lugares que visitar, sería la plaza.
No sonaba a una mala idea, quizás ver a los niños jugar, a las aves volar, a algunas bellezas femeninas o romances por aquí y por allá puedan brindarle finalmente la inspiración que buscaba con tanto anhelo.
Ese lugar era céntrico, por lo que no estaba lejos de su posición actual; así que caminó sin prisas, distrayendo su mente entre los diversos y lujosos locales y los civiles rebosantes de belleza, todos contentos con sus vidas.
Oh, ellos podrían regalarle un poco a él...
Negando con la cabeza, caminó un poco más hasta llegar a la plaza y sentarse en una banca. Al frente de él, había una enorme fuente que en la cima, tenía la estatua de un ángel como decoración.
Uh, quizás podría dibujar eso, pensó mientras mordía su labio inferior, dudoso, casi ansioso.
Del maletín de arte, sacó una pequeña libreta y un lápiz. Con la diestra, él acarició la tapa de aquella vieja libreta cuyas hojas estaban maltratadas por toda la cantidad de veces que las había borrado y arrancado, todo desde que comenzó ese infernal bloqueo.
Aún quedaban unas cuantas hojas, y mientras esta libreta tuviera un propósito, la seguiría usando.
Tratando de mantener la mente alejada de la mundanidad, el pelo plateado tomó un profundo respiro para acto seguido, expulsar todo el aire.
Él podía hacerlo, era sencillo, sólo era una fuente.
Y aún así, su mano temblaba a centímetros del papel, incapaz de hacer que el lápiz haga contacto con la hoja y empiece la magia.
Apretando los labios, con un rostro tenso y arrugado, él dejó con cierta violencia la libreta y el lápiz a un lado, agachando la cabeza para revolverse el cabello con las manos, pasándolos por ahí una y otra vez.
¿Por qué hasta eso se sentía tan difícil que dolía?
Ah, era un maldito estúpido... A este paso se convertiría en un inútil.
Pintar era lo único que sabía hacer bien.
Una nube de pensamientos oscuros se formó sobre Riku, quien sin importarle lo más mínimo la apariencia que daba, escondía su rostro del público entre las rodillas.
Fue entonces que un dedo toqueteó tres veces su cabeza cual llamado a una puerta que Riku levantó la vista para encontrarse con un muchacho cuyo rostro no podía ver al estar encapuchado.
Antes de que pudiera preguntarle lo que quería, el desconocido sin decir nada colocó ambas palmas frente a él, como si esperara que le dieran algo.
Riku lo miró con el ceño fruncido, un tanto confundido. A leguas se podía notar que ese muchacho no era de su misma clase social, a lo mejor quería comida.
Quién era él para negarse, tampoco es como si tuviera mucha hambre.
Sacando un pedazo de pastel y un poco de fruta, se la entregó al muchacho que, con un leve asentimiento de cabeza, le agradeció por la amabilidad y se retiró del lugar.
Lo rápido que pasó todo lo dejó anonadado; sin embargo, como no era importante, pensó que no valía la pena comerse la cabeza con eso.
Quizás lo mejor sería buscar otro lugar como inspiración, la plaza fue un rotundo fracaso; sin embargo, no tenía idea de a dónde más ir, quizás un cambio de perspectiva es lo que necesitaba.
Aprovechando lo grande que era la plaza, él caminó hacia un lugar alejado de las personas; no obstante, la sensación de ser seguido lo obligaba a mirar atrás de vez en cuando, sin conseguir atrapar a nadie. Eso lo hacía fruncir el ceño, pensando que quizás tanto encierro lo convirtió en un demente; pese a todo, no era una sensación espeluznante la que lo abordaba, sino extraña, difícil de explicar.
El punto es que no era desagradable.
Suspirando, ignoró aquella sensación y siguió con su camino hacia un lugar menos concurrido, una pequeña colina, acompañada únicamente de un gran árbol que ofrecía una densa y fresca sombra. Ésta brindaba un sentimiento reconfortante a quien lo necesitara, la tranquilidad para no sucumbir ante el estrés y necesitado de todo aquello, Riku se sentó en el suave césped de un vivo color verde, recargando su cuerpo en aquel sólido tronco.
Pensando en qué dibujar, sacó su libreta del maletín junto con un lápiz y la abrió, pasando las hojas con diversos bocetos hasta llegar a una en blanco.
No. Nada. Absolutamente nada. Por mucho que intentara imaginar algo, su mano era incapaz de transmitirlo en el papel y cuando lograba hacer una simple línea, de inmediato la borraba, insatisfecho de no conseguir lo que deseaba.
No obstante, él ni sabía lo que quería.
Este duro proceso de bloqueo mental drenaba su vitalidad y energía hasta dejarlo seco. Podría hasta echarse a llorar de seguir así.
Recargó su cabeza en el tronco del árbol; por ende, mirando hacia arriba, donde las hojas se mecían con calma ante la brisa del viento que con suavidad las acariciaba, y a una persona encapuchada observarlo desde una rama...
¿Qué?
Saliendo del trance, la mente de Riku explotó como una burbuja y soltando un potente pero corto grito, él saltó hacia atrás, cayendo de espaldas en el césped. El pecho de Riku subía y bajaba de forma constante y pronunciada, los latidos de su corazón eran tan intensos y erráticos que podía sentir las venas de la cabeza palpitar como una aguja bordando.
Una persona cubierta completamente por una capucha lo estaba observando y similar a él —casi— parece que se asustó del espectáculo que el pelo plateado dio de a gratis.
El misterioso encapuchado se quedó quieto, cohibido en su lugar sin saber si avanzar o permanecer igual. Riku estaba peor, ese susto de muerte lo había dejado atontado mientras miraba a aquel tipo, planteándose sobre sus intenciones, ¿quizás era un ladrón?
Al unísono, ellos lanzaron su siguiente movimiento; Riku se sentó, mientras que el otro bajó del árbol de un salto, acortando la distancia con el pelo plateado hasta estar frente a él, sentado de cuclillas. La ceja de Riku se frunció, estaban tan cerca y aún con todo eso, no podía ver ni la sombra de aquel rostro.
—¿Quieres algo de mí? —la voz del pelo plateado salió baja, casi susurrante, con la poca distancia que los separaba tampoco era necesario gritar a todo pulmón; pese a todo, fuera del susto inicial, él ya no se sentía intimidado, la presencia de este extraño era demasiado pura. De repente, la mente de él hizo click y sus cejas se alzaron—. ¡Oh! Eres el encapuchado de la otra vez.
El contrario no respondió, se limitó a inclinar la cabeza, algo extrañado del comportamiento del pelo plateado; al final, asintió con lentitud.
—¿No hablas? —Riku inquirió, a lo que el muchacho no respondió—. ¿Deseas algo? No sé, ¿comida?
En respuesta, el muchacho extendió ambas manos juntas lado a lado.
—¿Si es comida? —el contrario insistió con la acción de darle énfasis a sus manos abiertas—. ¿No? Es díficil entenderte...
Lejos de verse molesto —o lo que sea, de todas formas Riku no podía ver su rostro—, el muchacho miró las manos de Riku y después la suya, así sucesivamente hasta que pareció decidir qué hacer.
Las manos del encapuchado se movieron hacia adelante y antes de que pudiera terminar de ejecutar aquella acción, una mano furtiva lo tomó de la muñeca y lo alejó de Riku, dejándolo con la intriga por un segundo, antes de fijar su mirada en aquellos dos extraños.
—Sora, te he dicho que no debes separarte de mí —era una voz femenina y aunque contenía su tono para que se escuchara poco, se podía sentir la tensión del regaño.
—Sora... —repitió ese nombre, manteniéndolo en su boca por un largo rato cual delicioso dulce. Era un nombre agradable de pronunciar.
La muchacha se crispó al escuchar al pelo plateado, su mirada danzando entre el noble y el muchacho al que tomaba de la muñeca. Preocupada, inclinó el torso en una brusca reverencia ante Riku y con una mano, obligar al varón a imitarla.
—Lamento si mi amigo lo ha molestado, ya nos vamos —emitió con un nerviosismo disfrazado de frialdad.
—Espera, él... —Riku alzó la mano, con dirección a ellos.
Sin embargo, rápidamente se reincorporó, jalando al muchacho con ella con el objetivo de alejarlo de ahí sin mirar atrás y dejando a Riku con las palabras muriendo en su garganta.
El encapuchado forcejeó hasta liberarse del agarre de la mujer, corriendo de vuelta hacia el pelo plateado, robándole la respiración tanto a la fémina como al noble. Sin ningún tipo de aviso, el encapuchado tomó la mano de Riku y en su palma abierta dejó algún objeto que él no pudo ver debido a que el contrario cerró su mano en un puño y la colocó justo en el pecho, donde estaba su corazón.
Fue entonces que el encapuchado se alejó corriendo a toda velocidad hacia la mujer también encapuchada, quien lo regañó por un rato antes de irse tomándolo de la muñeca.
Lo único que Riku logró ver de su rostro, fue el destello de una fuerte mirada roja.
Cuando ellos desaparecieron de su campo de visión, su cerebro volvió a conectar neuronas y recayó en el objeto que aquel chico le había dado. Mirando su mano cerrada, se preparó mentalmente para lo que vendría y con parsimoniosa lentitud, la abrió, descubriendo su contenido.
Una estrella de madera.
Sus párpados se abrieron de par en par, en otra situación esto le habría parecido extremadamente ridículo; sin embargo, ésta pequeña estrella hecha con tanto cuidado parecía emitir un especial y brillante aura que iluminó y llenó de color el antes gris, desabrido y oscuro mundo.
Una ola de inspiración lo embargó y sin esperar ni un segundo, tomó sus cosas y corrió hacia la mansión, encerrándose en su estudio.
Pasaron las horas y Elrena, quien estaba preocupada luego de que su hermano llegara con una extraña aura de renovación y azotara la puerta del estudio, mismo en el que ha estado desde hace horas, se debatía sobre si entrar o no.
No había nada malo si echaba un vistazo, era normal estar preocupada por la salud de su hermano; se decía a sí misma en busca de ánimos. Temblorosa, aquella mano se dirigió con lentitud a la manija, con la misma actitud girando de esta para abrir la puerta, provocando un chirrido molesto a oídos de la rubia.
Sin embargo, cualquier ira, dolor o asco que pudiera sentir se esfumó de la faz de la Tierra al entrar a esa habitación.
Soltando un jadeo, sus manos temblorosas por inercia cubrieron los labios de la fémina, cuyas lágrimas comenzaban a acumularse ante sus ojos.
No había ningún sentimiento de tristeza en ellas, nada más que la más pura y basta felicidad al ver a su hermano dándole la espalda, cubierto por todos lados de pintura y pintando en la pared una de las obras más hermosas que haya visto en su vida.
Fue entonces que Riku sintió la presencia opuesta y se giró para encararla, con una suave y hermosa sonrisa que era más que suficiente para mostrar todo el alivio y la felicidad en su relajada postura.
—Elrena, lo he conseguido.
Ella asintió en respuesta, una y otra vez, cortando la distancia con su hermano hasta ya no quedarle de otra que abrazarlo.
Desde su posición podía seguir mirando la pintura sin terminar; pero llena de increíble habilidad.
Una isla tropical de azules y cristalinas aguas, suaves y doradas arenas que brillaban reflejando la luz del Sol, abundante de conchas de todos los colores y formas, habitada por unas pequeñas casas de madera, y un puente que llevaba hacia un árbol que producía extraños frutos con forma de estrella.
No podía dejar de mirarlo, ansiosa por ver el resultado final.
Acto seguido, miró hacia abajo, al lado de los hermanos había un pequeño banquillo donde dejó los pinceles, la paleta de pintura y también una figura de madera pintada con forma de estrella, parecía una fruta.
Ella devolvió la vista hacia la pintura, eran el mismo fruto.
Las preguntas llegaron a su mente.
¿Quién fue la persona que se lo dio y qué efecto tuvo en su hermano para devolverle toda su inspiración y deseos de dibujar?
Tendría que averiguarlo.
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