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Capítulo 7


El martes Reneé estaba tranquila como para ver a David. Sabía que podía, lo cual era buena ya que él había pasado cerca de la hora del almuerzo. René lo miró sorprendida.

—Dijiste que te diera esto cuando lo tuviera listo—dijo él al entregarle un sobre.

No se lo veía para nada incómodo ni nervioso.

— ¿Son tus informes de impuestos? —Preguntó Reneé ocultando su sorpresa—. ¿Personales y de negocios?

—Sí, señorita.

David intentó recostar su cadera en el borde del escritorio y volteó el portalápices con sus bolígrafos, los cuales se desparramaron por todos lados

Se terminó su compostura. Reneé se sobresaltó y dio l vuelta al escritorio para ayudarlo a levantar los bolígrafos desparramados.

—Me voy a almorzar—dijo David luego de colocar cuidadosamente el portalápices en el escritorio—, y quería saber si... eee...si...

Reneé lo observaba, los pensamientos en su cabeza le zumbaban como abejas. ¿David iría a almorzar? ¿Desde cuándo iba a almorzar? ¡Estaba tan ocupado que se olvidaba de comer! Tarde se dio cuenta de que la estaba invitando a almorzar.

—No puedo, lo lamento—dijo ella—, espero un cliente a las doce y media.

David asintió con la cabeza, entendiendo, pero Reneé detestaba desilusionarlo.

—En otro momento, ¿está bien? —dijo ella—. Señor ¿por qué cuando me decidí a no pensar tanto en David me invita a almorzar? ¿Por qué tuvo que haber elegido este momento tan inoportuno? ¿Puedes decirme si en realidad quiero ir a almorzar con este hombre?

— ¿Estás bien? —le preguntó David.

Reneé notó que generalmente era ella la que hacía esa pregunta. Intentó sonreír.

—Estoy bien, David, es solo... solo que desearía poder ir a almorzar. Eso creo.

David asintió con la cabeza y extendió la mano para abrir la puerta justo cuando el cliente de Reneé la abría del lado de afuera. Los dos hombres estuvieron a punto de chocar. Una vez fuera, Reneé saludó a David con la mano, aunque pensaba que ya no la veía. Se lo quitó de la cabeza y puedo hablar con su cliente sobre amparos de impuestos y planes individuales de retiro mostrando inteligencia. Cuando se retiró, Reneé se dirigió a Kelly con la pregunto que la atormentaba hacía cuarenta y cinco minutos.

— ¿Cómo es posible que David vaya a almorzar?

—Contrató una asistente—dijo Kelly—. Creo que finalmente se dio cuenta de que no puede manejar el negocio solo y también hacer su vida—Kelly se sonrió de lado—. Aunque, por la apariencia de su asistente no tendrá que ir muy lejos para lograrlo.

Reneé sintió un golpe en el estómago.

— ¿A qué te refieres?

—La conocí esta mañana. Ayer fue su primer día.

— ¿La? —preguntó Reneé.

—Oh, definitivamente, es ella—dijo Kelly con una sonrisa forzada.

Reneé estaba perpleja. Esta tarde fue a su casa y leyó la última carta que le escribió Oldi.

—Oldi, quienquiera que seas—dijo Reneé—, puede que necesite de tu amistad más que nunca.

— ¿Qué es esto? —le preguntó Reneé a Kelly al entrar a su oficina el miércoles por la mañana y ver un ramo de flores sobre su escritorio.

—Estaban en la puerta esta mañana. David debe estar yendo a una florería nueva, es un ramo mucho más lindo que el de costumbre.

Indudablemente el ramo no provenía del supermercado local.

— ¿Entonces... por qué están en mi escritorio?

Generalmente, ella o Kelly ponían el regalo de David en un florero y lo colocaban en la mesa junto a la silla, en la sala de espera. Reneé levantó las flores. Rodeadas por un papel verde de seda, se asomaban margaritas, jacintos, conejitos y un poco de arvejillas blancas. Y una rosa. Y un pececito de metal, claro.

— ¿Dónde está la hoja de ofertas de Software, Inc.?

— ¡Ajá! —Exclamó Kelly—. Ahora comienza a caer en cuenta.

Reneé forzó una sonrisa.

—Debes estar bromeando. ¿Crees que David dejó esto para mí?

Kelly dio la vuelta.

— ¿Dije eso? No creo haber dicho eso. Quizá estés deseando que sean para ti.

Reneé la miró como advirtiéndole algo.

—Kelly, no tienes cura. Creo que iré a agradecerle a David y le pediré el nuevo volante ya que seguramente olvidó mandarlo.

—Ve y hazlo—dijo Kelly sonriendo.

Reneé dejó las flores sobre el escritorio y se encaminó apresuradamente hacia la puerta.

La campanilla de la puerta del negocio de David tocaba la primer parte de la doxología. La asistente de David estaba detrás del mostrador. Era linda, rubia, y tendría, aproximadamente, la misma edad que Reneé. Ella no quiso preocuparse. La joven levantó la mirada sonriendo.

—Buen día. ¿Cómo estás?

—Bien—contestó Reneé también con una sonrisa. Extendió la mano—. Soy Reneé Anderson, de la oficina de al lado.

—Soy Mimmie Leddy—dijo la joven al darle la mano—, es un gusto conocerte.

— ¿Está David?

—No, salió un minuto. ¿Puedo ayudarte con algo?

—Estaba buscando una copia del último volante con las ofertas.

Mimmie miró el mostrador.

—No me parece que tengamos uno nuevo, tan solo este de la semana pasada. Sirve hasta el próximo domingo; en realidad, hasta el lunes.

Reneé tomó el volante y verificó que era el mismo que había visto en el negocio de David la semana pasada. Estaba segura de que David, simplemente, se había olvidado. ¿Qué pensaría Kelly de esto?

—Este está bien—dijo Reneé a Mimmie—. ¿Puedes decirle a David que pasé?

—Ahí viene—dijo Mimmie.

La doxología sonaba por todo el negocio.

Reneé se dio la vuelta al mismo tiempo que le agradeció a Mimmie. Interceptó a David en medio del local.

—Gracias por las flores.

Reneé notó que los ojos de David tenían un tinte rojo y que no llevaba puestas las gafas. Pensándolo mejor, no lo había visto usar anteojos desde antes del partido del baloncesto.

—De nada—vio que ella tenía el volante en la mano—. ¿Pensaste que me olvidé?

Reneé miró hacia otro lado antes de contestar.

—Así es.

—No lo hice.

Reneé movió la cabeza.

—Conocía a Mimmie—dijo Reneé sin estar segura por qué no quería seguir con el tema de las flores—, parece buena persona.

—Lo es—dijo David—. También sabe de computación.

Reneé dijo con una tenue sonrisa:

—No esperaba que contrataras a alguien que no supiera.

—El tener una asistente me deja tiempo libre. Lo cual me hace recordar que olvidé darte unos recibos del negocio. Limpié un archivo y tenía algunos guardados en el lugar equivocado. ¿Es demasiado tarde para dártelos?

—No, para nada. ¿Los tienes a mano?

—Espera un segundo.

Reneé aguardó mientras él iba a la parte de atrás. Al pasar al lado de Mimmie, ella le dijo algo, él sonrió y asintió con la cabeza. Reneé dio vuelta la cabeza y miró por la ventana. Había un sol radiante. Se preguntaba si Oldi habría reparado el techo de su automóvil convertible y si tal vez estuviera yendo hacia algún lado. Reneé miró de reojo hacia la parte de atrás de la oficina de David y luego de nuevo hacia el sol.

¿Preferiría estar paseando con Oldi o tomando café con David?

—Aquí tienes—dijo David acercándose por detrás—. Agradezco de veras que hagas esto.

Reneé llevó los recibos a su oficina y los acomodó a su lado.

— ¿Olvidó adjuntar el volante de descuentos? —pregunto Kelly sin levantar la mirada de su computadora.

Reneé suspiró.

—No.

Kelly asintió con la cabeza y Reneé creyó que ese era el fin. Debería haber sabido que no lo era. Kelly comenzó a silbar nuevamente. "La marcha nupcial"

Reneé arrugó un pedazo de papel y se lo lanzó a su compañera de oficina. Erró por mucho; sin embargo, Kelly dejó de silbar, aunque solo porque se reía descontroladamente.

Reneé no podía esperar a que llegara el domingo. Llegó a la iglesia más de media hora antes, estacionó más cerca de lo que normalmente lo hacía y se apuró a ir al 442. Oldi la tranquilizaría, él no sabía nada sobre su dilema interior. Sus notas eran simples y sinceras; lo que ella necesitaba.

Querida Sonriente: Espero que tu semana haya marchado bien. Parecía que la semana pasada necesitabas alguien que te consolara. Me alegro que me hayas elegido. Oré por ti. También oré por mí. Todos nos desviamos del rumbo ocasionalmente, ¡pero parecía que tú te arrastrabas para volver! Sé que Dios nos está mirando. No creo que nuestra amistad se haya dado por casualidad, de la misma manera en que Dios no ha creado nada porque sí. (No sonó de la manera que pretendía, pero creo que entiendes lo que te quiero decir.) De cualquier modo, espero que te sientas más tranquila. Déjamelo saber; me preocupo por ti. Oldi.

Reneé leyó la nota tres veces antes de aceptar en su mente que Oldi era real. El hecho de que él notara en su breve nota lo mal que se había sentido la semana anterior, la impresionó. Y la desarmó.

Le contesto:

Oldi, gracias por tus oraciones y por tu comprensión. ¡Espero con ansias tus notas! La semana pasada necesitaba alguien con quien hablar y tú estuviste allí. He cometido un grave error no he mirado al corazón. Creo que él me ha perdonado, pero creo que nunca podré expresarle lo arrepentida que estoy por haberlo tratando de esa manera.

Reneé dejó de escribir. Oldi no sabría quién era "él" y se dio cuenta de que, de cualquier modo, hablarle a él de David era raro. Pero era honesto y ella tenía que ser honesta. No quería que Oldi se llevara una impresión errónea a pesar de estar confundida en cuanto a sus sentimientos hacia David.

Supongo que debo explicarte que David es un amigo que estoy conociendo, igual que como te estoy conociendo a ti. Por el momento, no puedo decir más que eso. Aprecio mucho tu amistad. Confío en que Dios me guiará por el camino correcto. Hasta semana que viene, Sonriente.

El martes en la noche, Reneé se despidió de Kelly y se dirigió al local de David para preguntarle algo sobre sus impuestos. La campanilla de la puerta de entrada seguía sonando con la doxología y se sorprendió de que no la hubiese cambiado.

Mimmie no estaba—Reneé había notado que solo trabajaba de mañana—, pero no veía a David. Se detuvo en el mostrador antes de tomar la iniciativa de hacia la puerta que conduce a la pare de atrás.

Metió la cabeza y vio a David sentado en la mecedora con los codos apoyados sobre las rodillas sosteniéndose la cabeza con las manos. Se quitó los anteojos y se frotó los ojos.

Los anteojos; hacía varias semanas que ella no se los había visto.

— ¿David? —preguntó en voz baja.

Asombrados, se puso nuevamente los anteojos y se sentó derecho.

—Hola, Reneé—dijo él. Sonaba tan desalentado que Reneé fue a sentarse en el apoyabrazos de la mecedora.

— ¿Una semana difícil? —preguntó Reneé. Él sonrió, sorprendiéndola.

—Es tan solo martes—replicó él.

—Algunas semanas son así.

Él asintió con la cabeza.

—Bueno, en realidad no es nada...

— ¿Qué es nada?

Él señaló sus anteojos.

—Hace algunas semanas me compré los lentes de contacto...

—Me di cuenta...

—Bueno, no puedo usarlos. Por un lado, no parecen encontrar la prescripción correcta para ver perfectamente bien y, por el otro, mis ojos no se acostumbran.

Reneé recordó haberle visto los ojos rojos unos días atrás.

— ¿O sea, que tienes que volver a utilizar los anteojos?

—Sí, eso u operarme—David se quitó los antejos y los miró de cerca—. ¿Puedes creer que he tenido estos, este marco en partículas, desde la escuela secundaria?

Reneé miró el marco grueso y negro. Se mordió el labio. A cuarenta y cinco centímetro, David no necesitaba prescripción para verle la cara.

— ¿Lo crees, no es así? —le preguntó, aunque sonreía.

Reneé apenas sonrió y dijo:

—Todavía sirven.

La sonrisa de David se desvaneció.

—De todos modos, actualicé la graduación.

David tomó de la mesa un par de anteojos modernos, con marco de alambre, se los puso, y miró a Reneé.

—No sé si me gustan. ¿Qué te parecen?

Reneé, al darse cuenta de que a él le importaba su respuesta, estudió su cara antes de responder. Miró demasiado tiempo y tuvo que esforzarse para mantener la voz pareja. Los anteojos estaban bien, pero no podía decírselo. El corazón le latía aceleradamente.

—Creo que son bonito—alcanzó a decir.

David asintió con la cabeza y bajó la mirada a su camisa de manga corta.

—He estado pensando que también necesito comprar ropa—continuó David—. ¿Nadie usa corbata con este tipo de camisa, no? —sus dedos se trabaron en el nudo de la corbata aflojándolo, y finalmente quitándosela. Se desprendió el primer botón de la camisa y respiró profundamente—. ¡Aj!, me siento mejor—levantó la vista y miró a Reneé—. ¿Qué más cambiarías?

Reneé lo miró fijo. Había observado esta sorprendente exhibición con asombroso escepticismo, pero apenas registraba los cambios físicos.

—Nada—contestó ella y tragó saliva—, absolutamente nada.

David rió entre dientes. Esa hermosa risa sofocada, tan personal, que una vez ella había escuchado.

Se puso inmediatamente de pie.

—Me tengo que ir, David.

Él también se puso de pie.

—Por su-supuesto.

Reneé escuchó el tartamudeo y casi no pudo creerlo. Deseaba ponerle los brazos alrededor del cuello y rogarle que creyera que ella...

Le puso una tapa a ese pensamiento. No lo hizo. ¿O sí? Salió, fue hasta su auto y llegó a su casa antes de admitirlo.

Sí quería. Tal vez.

Miró el espacio que la rodeaba. Sí, podía ver a David sentado a la antigua mesa de roble, comiendo lo que ella le había preparado. Podía verlo en la cocina, donde él medía ingredientes con absoluta precisión. Se imaginaba a los dos creando robots juntos en el vestíbulo o en el garaje. Podía verlo sentado a la computadora, la cual podrían en el antiguo armario. Recordaba haber llevado una foto de ese mueble a la oficina para mostrársela a Kelly, y a David también le había gustado. Se pregunta cómo se vería la casa. Su mirada se desvió hacia la biblioteca. Leerían C. S. Lewis juntos mientras tomarían café de almendras y chocolate. A él le gustaría Bruno, el pez asesino.

Reneé se desplomó en el sillón y lanzó un gemido. David todavía seguía siendo propenso a tartamudear al hablar con ella. ¿Qué hacía enamorándose de él? ¿Dónde dejaba a Oldi?

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